1. Hay dos medios para verificar una realidad. A uno lo llamamos empírico; al otro, deductivo. Aplicando los dos medios en el episodio de las elecciones del 28 de julio en Venezuela se puede verificar que el indiscutido ganador de la contienda fue Edmundo Gonzáles Urrutia.
Desde el punto de vista empírico, el 80% de las actas dadas a conocer por la oposición lo certifica. Desde un punto de vista deductivo, el CNE notificó al mundo la inmensidad del fraude cometido al negarse a dar a conocer «las actas de la verdad». En ese punto no queda más que deducir que la CNE no las publicitó porque no quiere y no quiere porque no puede. Si Maduro hubiese resultado vencedor -es lo que se deduce con un mínimo de sentido común- el CNE y Maduro no habrían dudado un segundo mostrar las actas que incluso gobiernos amigos al de Maduro han solicitado que se publiquen. Maduro no las mostrará. Las actas son el cuerpo de un delito.
2. Antes del megafraude había una discusión sobre si el gobierno de Maduro era una dictadura. Después del 28-J no hay discusión. La dictadura de Maduro es un hecho.
El fraude no fue solo un fraude, sino el peor delito imaginable en la política: el secuestro de la voluntad soberana. Se impide a un pueblo constituirse como pueblo. La lucha por la publicación de las actas se convirtió en una lucha por la verdad en contra de la mentira protegida por la violencia reaccionaria de los militares y policías aliados en el poder.
3. El carácter reaccionario del dictador Maduro y su grupo militares aparece como respuesta a una sublevación constitucional, democrática, pacífica y, no por último electoral, impulsada por el pueblo venezolano articulado en torno a los líderes María Corina Machado y Edmundo González.
Frente a esa sublevación democrática, Maduro y su círculo recurren a los métodos de las más antiguas dictaduras militares, reviviendo un pasado que parecía estar superado en América del Sur: el gorilismo, los momios (en términos más politológicos, el del pretorianismo).
4. La transformación del chavismo en gorilismo es el eslabón histórico que une a Maduro con Chávez, pero mucho más con la tradición de Pinochet y de Videla.
No deja de ser sintomático el hecho de que Argentina, Chile, Uruguay -que en el pasado sufrieron el asalto al poder de los gorilas uniformados- sean en donde sus izquierdas han reaccionado de modo decidido en contra de la dictadura militar impulsada por el madurismo mediante el fraude-golpe. Cristina Fernández, Gabriel Boric, José Mujica, conocedores de la historia de sus países, han exigido que se publiquen las actas que revelan la dimensión de la infamia.
5. La diferencia entre el chavismo originario y el gorilismo poschavista no lleva necesariamente a reivindicar a Chávez. No.
Aquí no se trata de que Chávez hubiera sido más bueno que su sucesor. Tampoco que Maduro sea el Stalin de un Lenin venezolano llamado Chávez. No obstante, hay una diferencia. Mientras Chávez era líder de un movimiento populista, Maduro ha consumado la transición del populismo político al gorilismo militar. Mientras el militar Chávez representó un gobierno más social que militar, el civil Maduro representa un gobierno más militar que social.
6. Maduro no es de izquierda ni de derecha.
Maduro, tal vez consciente de que su gobierno se encuentra en ruptura con el chavismo de Chávez, ha intentado con denuedo integrar el megafraude en el marco de una contradicción clásica entre izquierda y derecha. De hecho ha fallado. La línea demarcatoria que separa a su gobierno de la mayoría nacional e internacional que lo repudia, no tiene nada que ver con izquierdas o con derechas (nociones que por lo demás solo tienen validez dentro de una lucha interparlamentaria, la que en Venezuela no existe) sino con una contradicción dominante a nivel mundial, y que se da entre democracias y dictaduras.
Así como en la vida cotidiana hay que evaluar a las personas de acuerdo a lo que son y no a lo que ellas creen que son, en la vida política también se hace necesario diferenciar entre los gobiernos y sus ideologías.
7. Los estudios socioeconómicos son muy importantes pero no agotan en sí el conocimiento de procesos históricos, sobre todo si se toma en cuenta que en ellos actúan factores tan imprevisibles como el ser humano. De ahí que el acercamiento a una realidad política precisa de conocimientos de una ciencia que si bien no existe, debería existir: la psicopolítica.
Entendemos por psicopolítica el análisis psíquico de los actores políticos. En ese sentido resulta evidente que la criminalidad política de Maduro y sus secuaces obedece a razones que solo se explican a partir de estructuras psíquicas determinadas por su carácter individual. Desde esa perspectiva, Maduro es una persona que no solo comete crímenes políticos sino que además parece creer que los comete en nombre de objetivos superiores, como es común entre otros dictadores.
Maduro reúne en sí una serie de rasgos patológicos propios del «gorila». La psicología enseña que mientras más débil es el «Yo» de una estructura psíquica, más propensas pueden ser las personas a las pulsiones agresivas que en la política se presentan encubiertas bajo formas ideológicas. Maduro sabe que un fraude electoral es un delito, pero cree que está justificado por un fin superior que, por su imagen distorsionada de la realidad, identifica como la nunca habida «revolución chavista».
Maduro necesita construir un gran enemigo al que hay que vencer cueste lo que cueste. Por ejemplo, todos sabemos que en la oposición venezolana hay grupos de extrema derecha pero también que en su conjunto predominan las fracciones de centro, centroderecha y centroizquierda. Maduro cree que hay un solo enemigo y lo llama «la derecha fascista». Definitivamente, Maduro sufre de delirios de persecución, delirios de grandeza y alucinaciones ideológicas. A seres de ese calado se enfrenta la oposición democrática venezolana.
8. La oposición representa el principio de realidad y debe seguir representándolo. Y según esa realidad Maduro es un gobernante anticonstitucional
¿Cómo hacer política contra seres desarticulados de sí mismos? Es la pregunta que intentan responder quienes sufren bajo el imperio de dictaduras. La respuesta parece ser muy difícil. No obstante, hay una premisa que ha funcionado en múltiples gestas democráticas. Es la siguiente: no hacer lo que se quiere, solo lo que se debe y, cuando se pueda, sin abandonar nunca el principio de realidad.
En palabras más simples: No hacer nunca lo que el dictador quisiera, no dejarse enredar por sus falsos dilemas.
Por ejemplo, es evidente que la dictadura precisa en estos momentos de un enfrentamiento violento para así justificar su criminalidad, incluso ante sí misma. Pero hasta ahora la oposición ha hecho bien al no darle ese gusto. No hay que olvidar que la dictadura busca la guerra y por eso aplica métodos de guerra.
La oposición, en cambio, busca el regreso a la política y debe aplicar métodos políticos. No hay ninguna razón para cambiarlos. Gracias a la política y no a enfrentamientos inútiles, la oposición, actuando dentro las reglas de la propia dictadura, ha puesto en jaque a Maduro. Ha sido posible gracias a la alianza estrecha de esa oposición con la Constitución. Se trata, para que nadie lo olvide, de una Constitución que nació del chavismo, pero que Maduro ha traicionado. El gobierno de Maduro es anticonstitucional y eso lo saben los seguidores de Maduro y los militares, que son los encargados de resguardar la ley fundamental.
9. Puede ser que la dictadura de Maduro consolidada a través de un fraude-golpe sea una de las más grotescas del mundo, pero el modelo de dominación que pretende imponer es el mismo de la mayoría de las dictaduras de nuestro tiempo.
En rasgos generales, la dictadura de Maduro corresponde con el modelo antioccidental de gobernancia que impone Putin desde el Kremlin. Un modelo que funciona con un dictador supremo en la cúspide en directa vinculación con los aparatos represivos (ejército, policía y servicios secretos). Más abajo, mafias económicas a las que se les permite enriquecerse siempre que no se metan en política. Un poco más abajo, segmentos de clases medias dedicadas al consumo lujurioso. Aún más abajo, una militancia de autómatas adoctrinados en una ideología antioccidental. Y muy abajo, en el fondo, un pueblo paupérrimo, hambriento, migratorio.
Cabe constatar que Putin, al igual que Maduro, siempre celebra elecciones periódicas. También, al igual que Maduro, siempre se declara vencedor. Sus adversarios más peligrosos son inhabilitados y cuando no, eliminados (Navalny fue uno entre varios). Por lo mismo, no está de más decir lo que todos sabemos: la vida de María Corina Machado y la de Edmundo González se encuentran en peligro.
10. Emmanuel Kant argumentaba que existía el mal moral y el mal radical. El primero no es político, el segundo sí lo es. El mal radical es actuar a conciencia pura en contra de la Constitución.
Maduro sería, de acuerdo con la filosofía política de Kant, un representante más de la radicalidad del mal. El último de una larga fila.