Desde la Edad Media temprana, la desigualdad en el reparto de la riqueza marcan la historia del mundo Occidental. Se repite la concentración de las grandes fortunas en manos de pocos, las privaciones de muchos y los privilegios de una minoría. En la actualidad, la inequidad arroja cifran tan alarmantes, que según ciertas audaces teorías se podría afirmar que hemos retrocedido 1.000 años.
Ha habido muchos y profundos cambios políticos y formas de producción, pero no han sido suficientes para crear una sociedad más justa. Todavía los recursos no llegan equitativamente a todos. La desigualdad económica se mantiene y aumenta. Expertos como Guido Alfani señalan que tras breves períodos de bienestar económico, viene una severa ola de empobrecimiento generalizado.
Un poco de historia indica cómo se acumulaban las grandes fortunas hace unos 1.000 años o más y cómo la riqueza -a pesar de los movimientos políticos, económicos y sociales- siempre termina concentrada en un porcentaje muy pequeño de la sociedad.
Alán Rufus antes de morir en 1093, era el hombre más rico de Inglaterra (sin contar reyes y reinas.) Los ingresos de todas sus propiedades alcanzaron el 7% del ingreso nacional ingllés en aquella época. Es una de las afirmaciones del profesor de la Universidad de Bocconi en Milán, Guido Alfani, en el libro Como dioses entre hombres: una historia de los ricos en Occidente. Los cálculos de Alfani sitúan a Rufus como un multimillonario de su época. De estar vivo actualmente, su fortuna rondaría unos 242.000 millones de dólares. Encabezaría cualquier lista de multimillonarios, empezando por la de Forbes.
Multimillonarios de Occidente
Actualmente, el industrial Gopichand Hinduja, fue reconocido como el inglés más rico de 2023, por Times of London. Posee una riqueza familiar combinada de 43.000 millones de dólares. También se nombró al empresario francés Bernard Arnault, presidente de LVMH, el mayor grupo de artículos de lujo del mundo. Ese año, encabezó la lista de Forbes como una de las personas más ricas del planeta. Su patrimonio fue valorado en 211.000 millones de dólares.
Guido Alfani, como historiador y especialista en asuntos de desigualdad y pobreza, sigue de cerca a las personas que han concentrado más dinero y propiedades a través de la historia de Occidente. En el libro As Gods Among Men. A History of the Rich in the West, analiza la desigualdad económica y social, la movilidad social, la distribución y concentración de la riqueza y el ingreso en Europa durante la Edad Media y el período moderno temprano. Así se estableció que Alán Rufus era uno de los hombres más ricos de su tiempo.
¿Cómo llegó a ser tan rico?
En septiembre de 1066, Guillermo de Normandía pidió a su primo segundo, Alan Rufus que se uniera a un pequeño ejército normando para luchar contra los sajones.
Era el segundo hijo de un conde bretón, eso significaba que todas las posesiones familiares, las riquezas de la familia, el título de conde, toda la herencia pasaría directamente a su hermano mayor, el hijo primogénito del conde. No tenía nada que perder, si se quedaba en Francia era muy poco probable que prosperara. Aceptó la propuesta de su primo Guillermo y se fue a la guerra en tierras sajonas. Poco después logró distinguirse como comandante en la batalla de Hastings.
La guerra y la confiscación de tierras
Ganaron la guerra, Guillermo de Normandía se coronó rey, confiscó las vastas tierras de la nobleza sajona y las repartió entre sus hombres de confianza. El primo de nuevo rey, recibió una gran cantidad de propiedades en Cambridgeshire, después de ganarse su confianza, reprimiendo las rebeliones sajonas.
También recibió un señorío y acumuló más tierras en Yorkshire, donde tuvo su castillo. Rufus era muy rico y tenía títulos.
Este noble normando nació rico y con amistades poderosas, pero ganó la mayor parte de su fortuna, a través de su propio trabajo que no era otro que hacer la guerra y derramar sangre principalmente sajona.
El inicio de la aristocracia inglesa
Con la llegada del feudalismo normando, este camino hacia la riqueza dio paso a la calidad de la propia sangre, es decir, al nacimiento de la nobleza.
Rufus murió sin hijos, pero los otros favoritos del rey Guillermo dejaron a sus hijos cantidades asombrosas de tierra. Esas vastas extensiones de terrenos eran, para la época, la mayor riqueza.
Para algunos herederos, esta fortuna creció a decenas e incluso a cientos de miles de millones de dólares si imaginamos lo que significaría aquella riqueza actualmente. Esta fue el capital que fijó el nacimiento de la aristocracia inglesa.
Casi mil años más tarde de la conquista normanda, las fortunas adquiridas en ella con títulos se han disipado hace mucho tiempo, sin embargo, si vives en Inglaterra y posees un nombre normando como Mandeville, Baskerville, Montgomery, Percy, Darcy o Talbot, es probable que seas significativamente más rico que alguien que no lo tenga. Aun hoy.
La igualdad es un concepto moderno
El señorío de Rufus pasó a su hermano Stephen y, unos 900 años después, a un tal Allan Le Roux, un sudafricano con direcciones en París y Londres que claramente no tienen problemas con la cuesta de enero.
Le Roux es presidente de Premier Gold Investments, una empresa de gestión de activos que “trata con varias oficinas unifamiliares y personas de alto patrimonio únicamente a través de membresía privada”, según su página web.
Para el historiador Guido Alfani, el método actual mediante el cual medimos la desigualdad económica, es a través de la distribución matemática de la riqueza y el ingreso. Ya el linaje y las divisiones de clases no son protagonistas.
Sin embargo, hasta finales del siglo XIX, escribió Branko Milanovic en Visiones de desigualdad: desde la Revolución francesa hasta el fin de la Guerra Fría, los economistas otorgaban poca importancia a la distribución económica. De hecho, la palabra misma “igualdad” no tenía ningún significado político o económico antes de principios del siglo XVII.
La lucha de clases de Marx
Cuando se consideraba la injusticia económica, se evaluaba sobre la base de las relaciones entre la lucha de clases y las consideraciones de Carlos Marx. En consecuencia, sólo recientemente hemos adquirido conocimiento específico, mirando hacia atrás, sobre la distribución de la riqueza a lo largo de la historia.
Como todos los científicos sociales modernos, Alfani y Milanovic tienen acceso a conjuntos de datos y potencia informática que asombrarían a economistas clásicos como Adam Smith y David Ricardo. Hacen uso de estas ventajas para lograr una comprensión más clara del pasado, rastreando la desigualdad a través de las historias de Europa occidental y Estados Unidos.
Alfani comienza su línea de tiempo en la Edad Media (con algún que otro flashback a la antigüedad y la prehistoria); Milanovic retoma la historia en el siglo XVIII.
La fórmula matemática de la desigualdad
Ahora es posible mediante una fórmula matemática medir cuánta desigualdad hay en la distribución de la riqueza y los ingresos en épocas pasadas y actuales.
Al principio, la desigualdad estaba impulsada por los lazos familiares. Las sociedades de cazadores-recolectores que vivían casi en condiciones de subsistencia no acumulaban mucho, explica Alfani, pero las familias transmitían lo poco que tenían a los niños.
Luego vino la tenencia de la tierra; el advenimiento de la agricultura dependió de la posesión de tierras y animales de diferente calidad y cantidad. Los cultivos se valoraban mejor dependiendo de cómo sus propietarios sacaban mejor provecho de ellos.
El imperio romano
Más tarde vino el gobierno, que distribuyó privilegios y cargas de manera claramente desigual. Bajo el Imperio Romano, las mayores fortunas se multiplicaron por ochenta entre el siglo II a.C. y el siglo I d.C.
Durante el último período, el romano más rico (excluyendo los emperadores) fue probablemente, un tal Marco Antonio Palas. Palas era un antiguo esclavo que hizo fortuna, según Alfani. Palas se enriqueció trabajando para los gobiernos de los emperadores Claudio y Nerón. Fue tesorero de ambas administraciones.
La fortuna personal de Palas creció tanto y tan rápido, que el emperador Nerón decidió envenenarlo para apoderarse de gran parte de ella. Estas prácticas continuaron durante toda la Edad Media, y los reyes, por derecho divino, alternativamente construían, tomaban prestado y expropiaban las fortunas de sus ciudadanos más ricos, persona con títulos de la nobleza.
Los ricos eran pecadores, pero sus tributos eran necesarios
En la Edad Media, ser rico era considerado un pecado, como lo explicaba la doctrina católica. La avaricia es un vicio capital y no tenían cabida en la sociedad cristiana ideal.
Sólo a partir del siglo XV, justo cuando las desigualdades de riqueza en las grandes ciudades aumentaban y se hacían más “visibles”, la reflexión sobre el papel de los ricos empezó a adaptarse a la situación de hecho.
Se identificaron entonces algunas de sus funciones específicas, la primera y más importante de las cuales era la de tributar, bajo diversas formas, en tiempos de crisis.
Según la eficaz imagen del humanista italiano Poggio Bracciolini, los ricos eran útiles a la ciudad como “graneros de dinero” a los que se podía recurrir en caso de necesidad urgente. Una ciudad sin ricos capaces de acumular recursos se habría encontrado desprotegida ante la adversidad, expone Alfani en sus artículos.
Se supone que la desigualdad de riqueza era peor durante la Edad Media de lo que es hoy. Con o sin fórmulas matemáticas está claro.
Las marcadas divisiones de clases
Las divisiones de clases durante la Edad Media y el Renacimiento no fueron simplemente una cuestión de riqueza; estaban agudizados por leyes suntuarias que dictaban qué se permitía vestir a los plebeyos, por ejemplo.
En Francia no se permitía usar bordados dorados ni seda, salvo que fueras muy rico. También había claras normas sobre qué tipo de fiestas podían organizar los plebeyos para celebrar un bautismo, incluido el número de invitados que podían asistir y el valor además de regalos que podían aceptar.
Lo que sí ha permanecido, es el nivel de privaciones que sufren la mayoría de los pobres del mundo a través de los siglos.
La riqueza según la cantidad de trabajadores
Branko Milanovic, economista serbo-estadounidense especialista en desigualdad económica, argumentó que la mejor manera de calcular la riqueza no es por las riquezas acumuladas en sí mismas, sino por cuántos trabajadores pueden emplear esas riquezas.
Según esta medida, la persona más rica pudo ser el magnate empresarial mexicano Carlos Slim, cuya riqueza en su apogeo, dio trabajo a 440.000 mexicanos. Sin embargo, en nuestra economía globalizada, una mejor medida podría ser cuánta mano de obra puede comprar una persona rica en una economía igualmente rica, explicó Milanovic.
“La persona más rica fue John D. Rockefeller, cuya riqueza en su apogeo podía emplear a 116.000 estadounidenses en un momento en que Estados Unidos era la nación más rica del mundo”, según esta otra medida.
La teoría del valor trabajo cambió
El método de Milanovic se basó en la teoría del valor trabajo, según el valor de una mercancía “es igual a la cantidad de trabajo que le permite comprar o controlar”, tomando en cuenta al economista Adam Smith y su obra La Riqueza de las Naciones.
Sin embargo, en nuestra sombría época de deslocalización, automatización y la inminente incursión de la Inteligencia Artificial, mientras gigantes tecnológicos como Meta y Google buscan conscientemente emplear la menor cantidad de seres humanos, ¿cuánto tiempo más tendrá sentido medir la riqueza a través de unidades de trabajo?
¿Es una cuestión que confundiría a Smith, Ricardo o Marx, según la teoría de la “plusvalía” los capitalistas expropian el trabajo, una construcción que depende de que haya trabajadores reales a quienes explotar?
Sociedades igualitarias 1.000 años después
¿La Europa medieval era más igualitaria que los Estados Unidos en el siglo XXI según la medida matemática que mantiene la imaginación popular hoy?
Sí, puede que sí, según la medida matemática que hoy captura la imaginación popular. Esa es la proporción de la riqueza combinada de una nación que pertenece al 1% superior en la distribución de la riqueza.
En Estados Unidos, el 1% superior (alrededor de 1,7 millones de personas) posee el 35,4 % de la riqueza total del país, según el sitio web de los economistas de Berkeley Emmanuel Saez y Gabriel Zucman.
En la Edad Media, en el año 1300, en la ciudad florentina de Prato, el 1% superior poseía el 29,2% de la riqueza total de la ciudad, según los registros de impuestos sobre la propiedad. Pero en el pueblo de Poggibonsi, también del estado florentino, el 1% poseía el 19,9% de la riqueza total.
En el estado de Sabaudia, una zona que corresponde al actual Piamonte, el 1% más rico poseía el 22,3 % de la riqueza. Estos porcentajes, se aproximan a la concentración de riqueza actual en la ahora unificada República de Italia. A diferencia de estas antiguas ciudades-estado predecesoras, bajo un régimen democrático.
Revolución comercial por la colonización
La revolución comercial del siglo XI, y más tarde, la colonización, aumentó el comercio, creando repúblicas marítimas como Génova y Venecia y una clase comerciante-empresarial que dependía del patrocinio noble, pero que también rivalizaba y a veces, superaba a la nobleza en riqueza.
Con el tiempo, la acumulación de excedentes se generalizó lo suficiente como para que fuera necesario estudiar el campo de la economía para dar ideas de cómo gestionar esta nueva situación.
Los fundadores de la disciplina de la economía política fueron un grupo liderado por François Quesnay (1694-1774), médico personal de Madame de Pompadour, que tenía el cargo de amante principal del rey Luis XV, un puesto real en la Francia prerrevolucionaria.
Las ideas de Quesnay
El grupo de Quesnay se llamaba “les economistas” y es la primera vez que se usa ese término. Después se les conoció “les psychocrates” o “Los fisiócratas”. Se interesaron por explicar la economía de su tiempo y establecieron cuatro clases sociales basadas en la actividad e ingresos.
Estos abordaron la revolución comercial y el auge del comercio internacional, ignorándolos. Curiosamente, se centraron en la economía agrícola.
No hay que recordar lo desagradables que fueron los tiempos de la Revolución Francesa, pero eran el mejor ejemplo de la desigualdad económica, la más escandalosamente alta.
Usando el moderno índice de Gini, que mide la desigualdad de base amplia, se sitúa la desigualdad en la Francia prerrevolucionaria un poco más alta que la de Inglaterra y comparable a la que se encuentra en estos momentos, Colombia, Nicaragua, Honduras o Brasil.
La desigualdad de la Francia prerrevolucionaria
Pero debido a que Francia tenía un ingreso medio mucho más bajo y la inflación era mayor, la desigualdad francesa antes de la revolución era mucho más profunda.
Alcanzaba el 70% de la desigualdad máxima factible, o el nivel en el que sólo una pequeña élite vive por encima del nivel de subsistencia. La cifra comparable hoy para Brasil es del 55%, según Milanovic.
En el plan de Quesnay, había cuatro clases:
- Los trabajadores o personas que hacían labores agrícolas y otros poco calificados, que ganaban entre el 50% y el 60% del salario medio.
- Los trabajadores por cuenta propia, que eran los que cultivaban las uvas en sus propias tierras.
- Los artesanos que ganaban desde el 80% de la media hasta más del doble de la media.
- Los “capitalistas” o agricultores arrendatarios, que ganaban casi tres veces la media.
- La élite constituida por terratenientes, clérigos, administradores gubernamentales.
- Este último grupo ganaba menos que los “capitalistas” y estaba financieramente a la par de los artesanos, aunque los terratenientes eran nobles y, por lo tanto, estaban muy por encima de cualquier otro grupo en el poder político.
Una división de clases muy desorganizada
Para los economistas modernos esta división tenía un gran lio en la distribución de poder, acumulación de riqueza y actividad económica.
La categoría de “élite” mezclaba a burócratas gubernamentales con salarios bajos y sacerdotes con salarios bajos con aristócratas ricos, mientras que la clase de trabajadores por cuenta propia mezclaba a cultivadores de uva con salarios moderados con artesanos mucho más ricos.
Aun así, surgieron algunas ideas importantes. Una era que el mejor indicador de la riqueza de una nación era la condición de sus trabajadores.
Ideas que dejaron los fisiócratas franceses
Reducir el consumo de los trabajadores, explicaba Quesnay, “reduciría la reproducción y los ingresos de la nación”.
Eso iba en contra del consenso predominante actualmente, que mide la salud de un país según la riqueza de los ricos o, como se les conoce hoy los “creadores de empleo”.
Otra idea fue que los “capitalistas”, o agricultores arrendatarios, contribuían al menos tanto a la sociedad como los rentistas aristocráticos que proporcionaban la tierra, pero no la cultivaban.
Quesnay dijo que la ley francesa debería tratar a los agricultores arrendatarios como copropietarios, una noción bastante radical que por supuesto no fue escuchada.
Otros economistas, otras teorías
Después de Quesnay, vienen otros economistas y sus planteamientos: Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823). Al igual que Quesnay, ambos escribieron durante períodos de desigualdad en rápido aumento en los albores de la Revolución Industrial.
Smith y Ricardo redujeron las cuatro clases desordenadas de Quesnay a tres más reconocibles: trabajador, capitalista y terrateniente, y los dos últimos competían por el dominio. Quesnay inicialmente elevó a los trabajadores y a los capitalistas, pero no a los terratenientes.
Smith elevó a los trabajadores y terratenientes, pero no a los capitalistas.
Smith pensaba que los capitalistas eran demasiado lentos para reconocer el valor de pagar salarios altos. “Donde los salarios son altos”, escribió Smith, “siempre encontraremos a los trabajadores más activos, diligentes y expeditivos que cuando son bajos”.
Ideas de Adam Smith
Para Smith el progreso social genera un mayor consumo y eleva el valor de la tierra, lo que permite a los trabajadores ganar más, pero exprime las ganancias de los capitalistas.
Eso estuvo bien para Smith. “Nuestros comerciantes y maestros fabricantes”, escribió Smith, pueden quejarse de los altos salarios, pero “no dicen nada acerca de los malos efectos de las altas ganancias; guardan silencio respecto de los efectos perniciosos de sus propios beneficios”.
Pero ocurrió prácticamente lo contrario de lo que Smith aspiraba según sus estudios. Los ingresos de los capitalistas crecieron casi cuatro veces más rápido que los de los trabajadores y los terratenientes. Los resultados para la distribución del ingreso fueron mixtos.
Los trabajadores perdieron terreno frente al capital, pero al mismo tiempo el segmento más rico, la aristocracia terrateniente, perdió terreno frente a los capitalistas en ascenso.
Para Marx todos son malos
Una generación más tarde llegó Marx (1818-1883), quien de hecho dijo a Quesnay, y Smith y otros: Los terratenientes y los capitalistas son malos. A mediados del siglo XIX, la Revolución Industrial había desdibujado las dos categorías lo suficiente como para que Carlos Marx las llamara a ambas capitalistas y las declarara enemigas por negar a los trabajadores el control de los medios de producción.
En la época de Marx, los cambios en la distribución del ingreso dentro del Reino Unido eran complejos. Por un lado, el 1% poseía el 60% de la riqueza de la nación, una proporción probablemente mayor que nunca antes. La participación del capital estaba creciendo y la participación del trabajo se estaba reduciendo.
Por otro lado, el aumento de los salarios, que había sido prácticamente inexistente durante la segunda mitad del siglo XVIII, se aceleró dramáticamente a partir de 1820, y aumentó entre un 30% y un 50% cuando Marx publicó el primer volumen de El Capital. “Aunque la porción del pastel correspondiente al capital aumentó, el pastel en sí creció tan rápido que los trabajadores prosperaron”.
Al observar este fenómeno, Friedrich Engels escribió en 1858 que Inglaterra estaba adquiriendo “un proletariado burgués junto a la burguesía”. La clase trabajadora vivía mejor de lo que había vivido la mayoría de la gente. Engels y, más tarde, Vladimir Lenin atribuyeron esto al saqueo colonial del imperio británico.
Eliminar a la clase capitalista
Marx, colaborador de Engels, consideró que tanto la causa como el efecto eran irrelevantes. El interés excesivo en cuestiones de distribución económica, escribió, era “socialismo vulgar”, una distracción de la expropiación de la plusvalía de la clase trabajadora por parte de la clase capitalista. Marx no quería jugar con la parte de los capitalistas; quería eliminar por completo a la clase capitalista.
Más tarde, el italiano Vilfredo Pareto (1848-1923) explicó que había que llevar a la economía más allá del estudio de la dinámica de clases y elevar el estudio de la distribución económica a su importancia actual.
Pareto sostenía que la distribución del ingreso mostraba “una notable estabilidad” a lo largo del tiempo, en diferentes lugares y bajo diferentes tipos de gobierno.
El 20% siempre poseerá el 80% de la riqueza
Aunque cambien las políticas hacia el trabajo o el capital, explicó Pareto, el resultado siempre será el mismo. El 20% de la población siempre poseerá el 80% de la riqueza. Lo único es que otros economistas, más tarde aseguraron que la formulación 80% 20% era inmutable. Fue incorrecto en la misma época en la que vivió Pareto y en las décadas posteriores.
Pero hay que darle crédito a Pareto por reconocer que la desigualdad económica era algo que podía y debía medirse cuidadosamente y considerarse importante en sí mismo. Como su colega también italiano Corrado Gini, quien inventó el índice de Gini.
El coeficiente de Gini se mide en una escala de cero a uno, donde cero constituye a la igualdad perfecta en la que todos tienen los mismos ingresos y uno equivale a la desigualdad máxima, en la que una sola persona acumula todos los ingresos. Un valor de 0,5 indica que la distribución de rentas es igualitaria.
El economista Simon Kuznets (1901-1985), después de la Segunda Guerra Mundial notó que la distribución del ingreso se estaba volviendo más equitativa no sólo en Estados Unidos sino en otras economías industriales avanzadas; lo mismo que Pareto predijo como imposible.
La riqueza en la democracia industrial
Kuznets concluyó que la desigualdad seguía una curva en forma de U, creciendo durante el perturbador período inicial de la industrialización, pero luego reduciéndose después de madurar.
En algún momento, una democracia industrial se volvería tan rica que las diferencias de productividad entre la industria y la agricultura disminuirían, un excedente de capital reduciría la tasa de rendimiento y la sociedad podría darse el lujo de reservar fondos para pensiones y programas gubernamentales como el seguro de desempleo. Ésa era la realidad de mediados del siglo XX.
La desigualdad económica no ha cambiado
Sin embargo, a finales de la década de 1970, los ingresos comenzaron a volverse más desiguales, una tendencia que persiste hasta hoy. Para Alfani “la concentración de la riqueza es un proceso continuo que ha progresado casi sin pausa desde la antigua Babilonia pasando por la Edad Media y hasta nuestros días”. Ha avanzado a diferentes ritmos en diferentes momentos u no hay razón, según Alfani, para creer que alguna vez se detendrá.
Milanovic, cree que la década de 1980 puede haber marcado el comienzo de otra curva en forma de U a medida que la economía industrial fue desplazada por una economía postindustrial. “Con el paso del tiempo y el aumento de la competencia”, explica, “podría haber una disipación de las altas rentas que perciben las empresas y los propietarios de empresas que lideran el cambio tecnológico”.
El ciudadano promedio que paga impuestos y puede ahorrar para su jubilación puede mantenerse escéptico, porque la inflación merma sus ahorros y las decisiones políticas aumentan sus impuestos, en una época donde la desigualdad, no debería ser tan abismal, pero preocupa, según la nota de Timoteo Noé para New Republic.
En la economía moderna, la realidad es la mejor guía que la teoría, sin embargo, ni la historia ni las matemáticas pueden decirnos cómo abordaremos la desigualdad en un futuro difícil de predecir. Eso depende de ti y de mí, agrega Noé.