Estados Unidos durante largo tiempo se mantuvo renuente a incorporarse a la lucha contra el cambio climático. No en vano alberga a los más influyentes negacionistas y es lugar del planeta en el cual surgieron los grandes productores de energía fósil y de emisores de gases de efecto invernadero. Henry Ford y John Rockefeller ya son historia pasada, pero su honda huella de carbono se mantiene incólume ni Donald Trump ha desaparecido del futuro. Pero también ha sido pionero en generación de energía limpia, la nuclear.
En la línea trazada por los científicos que han alertado sobre los efectos del calentamiento global, el gobierno de Joe Biden se ha propuesto utilizar todas las herramientas disponibles para que Estados Unidos, que emitió 4.816,49 toneladas métricas de CO2 en 2021, funcione con energía limpia en 2035. Y no es un guiño a la “moda ambientalista”. Va en serio.
El Departamento de Energía dispondrá de 6.000 millones de dólares para mantener en operación los reactores nucleares, “la fuente de energía limpia más grande del país”. La cifra no es muy generosa, pero sí un importante cambio de rumbo.
Al contrario de lo que ha venido haciendo Europa, particularmente España y Alemania, que proscribieron la generación de electricidad mediante la energía atómica, por considerarla “no verde” y –sobre todo– “peligrosa”, Washington se propone evitar que los problemas financieros obliguen al cierre prematuro de las centrales nucleares. La medida preservará miles de empleos bien remunerados y garantizará que el suministro de más de la mitad de la electricidad sea libre de carbono.
Cerraron 12 reactores en Estados Unidos y aumentaron las emisiones
Desde 2013, una variedad de factores, sobre todo financieros, han anticipado el cierre de 12 reactores comerciales en Estados Unidos. Las consecuencias no han sido favorables al medio ambiente ni a la comunidad. Aumentaron las emisiones, empeoró la calidad del aire y se perdieron miles de empleos bien remunerados.
Los primero críticos de la decisión a favor de alargar la operación de las plantas atómicas no fueron los ambientalistas, siempre prestos combatir las plantas nucleares, sino los contribuyentes. El grupo Taxpayers for Common Sense se quejó de que se utilizara el dinero público “para subvencionar una industria decadente”. Si bien los subsidios federales directos son en general ineficientes, propensos a manejos turbios, injustos para las empresas competidoras y una carga para la ciudadanía que paga los impuestos, la medida es sensata. Hay que mantener los reactores nucleares generan el 19% de la electricidad de Estados Unidos.
A pesar de décadas de subsidios, subvenciones y prerrogativas, la energía eólica y solar todavía representan el 12%, un promedio muy variable. Mientras no haya una manera segura, barata y asequible de almacenar la energía sostenible, las plantas nucleares seguirán siendo una mejor opción como energía confiable y barata, muy por debajo del promedio estadounidense.
El miedo y el interés en atemorizar
No es un secreto que los residuos nucleares son altamente contaminantes, pero quienes alientan el miedo no dicen toda la verdad. Sí, los desechos de la fisión nuclear son extremadamente peligrosos. Deben ser almacenados con mucho rigor. No obstante, tienen una ventaja son muy reducidos en volumen y sencillos de controlar en comparación con las emisiones por megatoneladas de CO2 de los combustibles fósiles. Todavía no ha ocurrido ningún accidente relacionado con el almacenamiento o manipulación.
Todos los sistemas de producción de energía causan daños en los ecosistemas. Todos. Sean las represas, los ruidosos molinos eólicos o las sabanas de placas solares que afean el paisaje. A medida que se hace más urgente reducir a cero las emisiones de gases de efecto invernadero, la energía nuclear es la mejor alternativa. Frente a una inflada y teórica inseguridad, la energía atómica garantiza potencia y producción continua.
En la producción de electricidad la continuidad es esencial. No puede ser intermitente ni depender de que salga el sol, de que haya viento o que la represa tenga. La electricidad no puede embotellarse como el agua, ni guardarse para cuando se necesite. Hasta ahora, con lo mucho que se ha avanzado, no existe un sistema de almacenamiento que sea económicamente factible. Hay muchas teorías, muchas propuestas y muchos ensayos, pero a altos costes.
Contrario a lo que repiten los ambientalistas antinucleares, el uranio es un elemento abundante y su explotación no es más contaminante que el litio. En 2020, solo las principales minas extrajeron 36.510 toneladas métricas del mineral. Y cada vez los reactores requieren menos cantidades del combustible y ya es reutilizable. Con una ventaja adicional, la generación además de constante es vigorosa.
Primer accidente, Three Mile Island
El 28 de marzo de 1979 el reactor TMI-2 de la planta nuclear Three Mile Island, en Pensilvania, sufrió una fusión. La emisión de gases radiactivos a la atmósfera se calculó entre 2,5 y15 millones de curios. La industria nuclear asegura que los estudios realizados entre la población determinaron que no hubo daño a las personas, ni inmediatos ni a largo plazo. El proceso de limpieza fue largo y costoso. Greenpeace, sin embargo, afirma que estudios posteriores determinaron que el accidente estuvo muy cerca de ser una catástrofe. No lo fue. Aunque ha sido el único registrado en Estados Unidos en su historia, casi detuvo en seco el desarrollo de la energía nuclear en el mundo.
Desde 1963 el número de reactores en construcción aumentaba en el mundo, pero con lo ocurrido en Three Mile, se despertaron en la población los peores temores asociados a la energía atómica. También recibieron un buen impulso de la propaganda asociada a la guerra fría. La URSS construía centrales atómicas y fabricaba bombas por cientos. Entre 1949 y 1989, el Kremlin detonó solo en Kazajistán 456 artefactos nucleares. El sitio escogido como zona de pruebas se consideraba prácticamente deshabitado. Sin embargo, en sus alrededores vivían cerca de 700.000 personas.
“Los pobladores subían a las colinas a contemplar los lanzamientos de las bombas. Un espectáculo hermoso. Comenzaba con un gran destello y terminaba con el ascenso de un hongo de polvo y agua condensada. Segundo después todo oscurecía”. Pronto comenzaron las epidemias de cáncer, las deformaciones genéticas y los suicidios de familias enteras. Aproximadamente 2,6 millones de personas fueron víctimas en Kazajstán de la exposición prolongada a una radiación 45.000 veces superior a la bomba de Hiroshima.
En el desierto de Nevada, donde el Ejército estadounidense realizó 928 pruebas nucleares, y parte del espectáculo en Las Vegas era las explosiones de bombas nucleares a 150 kilómetros de distancia. En algunas ciudades de Utah, los pobladores empezaron a sufrir los efectos de la radiación arrastrada por el viento. Los casos de leucemia, cáncer de tiroides y de seno, melanomas y tumores cerebrales aumentaron considerablemente entre 1950 y 1980.
Más seguridad, más costes y más retrasos
Al disminuir la construcción de reactores nucleares, subieron los costes. La industria de la energía nuclear perdió el impulso que la abarataba y la hacía más segura. Entre 1980 y 1984 fueron cancelados 51 reactores nucleares estadounidenses. En el momento del incidente de Three Mile se habían aprobado 129 centrales nucleares, pero solo 53 se completaron.
Con el desastre de Chernóbil en 1986, los requisitos federales para corregir los problemas de seguridad y las deficiencias de diseño se hicieron más estrictos, y más encarecedores. También la oposición de los antinucleares fue más estridente. Ya no solo participaban los que se oponían a la energía nuclear del capitalismo. Se sumaron sino importantes científicos soviéticos que denunciaban lo que ocurría en el polígono de Semipalátinsk.
En las protestas de calle no se diferenciaba el uso pacífico de la energía nuclear y su capacidad de destrucción bélica. Solo en Estados Unidos funcionan más de 80 grupos y organizaciones antinucleares que se oponen a la energía nuclear, a las armas atómicas y a la extracción de uranio, que han detenido o retrasado la construcción de plantas nucleares, pero sobre todo han presionado exitosamente para reforzar la seguridad en el manejo de la energía atómica. En 1982, cerca de 1 millones de personas se congregaron en Nueva York en contra de la carrera armamentista que el presidente Ronald Reagan aceleraba y que fue una de las causas del derrumbe de la Unión Soviética sin disparar un tiro.
Ocurrido el accidente nuclear de Chernóbil en abril de 1986, en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, hasta 2012, no se autorizó planta alguna de energía nuclear en Estados Unidos.
Había pasado la alegría que en 1962 anunciaba un nuevo amanecer para la energía al entrar en línea el Indian Point, a 30 millas de Manhattan, Nueva York. Se pensaba, ilusamente, que la energía nuclear generaría una electricidad tan barata que sería más barato no cobrarla.
Energía limpia, confiable y segura
Con el accidente de Three Mile Island y el desastre de Chernóbil, y las presiones de los activistas antinucleares, las regulaciones aumentaron mucho más de lo que se necesitaba para garantizar la seguridad. Tanto que hoy es casi imposible construir una planta en territorio estadounidense. Solo las cargas regulatorias, sin los costos burocráticos, ascienden a 60 millones de dólares por planta. Además, mientras el gobierno federal otorga créditos fiscales a la producción de energía solar y eólica, la nuclear recibe calderilla o más tropiezos-.
Robert Bryce se preguntaba, en un artículo que publicó en Forbes en 2020, por qué la energía solar recibe 250 veces más créditos fiscales que la nuclear en comparación con la electricidad producida. En la actual década, la energía solar le costará al Tesoro estadounidense en créditos fiscales de inversión y de producción 69.700 millones de dólares. En 2018, los créditos fiscales para las energías renovables totalizaron 9.800 millones de dólares, mientras que el sector de hidrocarburos recaudó 3.200 millones.
Mientras tanto, los créditos fiscales otorgados al sector nuclear, que en Estados Unidos produce más de la mitad de la electricidad sin emisiones de carbono, totalizaron 100 millones de dólares.
Unos son más iguales que otros
En 2018, el sector nuclear de Estados Unidos recibió alrededor de 13,1 millones en incentivos fiscales por cada exajulio (277.777.78 MWh) mientras que el sector solar absorbió 3.300 millones, equivalente a 253 veces la cantidad otorgada a la energía nuclear. El sector eólico obtuvo 2.000 millones de dólares, alrededor de 158 veces más que el sector nuclear.
Bryce se lamentaba que el sistema fiscal federal se hubiese inclinado drásticamente a favor de dos fuentes de electricidad incurablemente intermitentes y hambrientas de tierra que no pueden, ni podrán, proporcionar la grandes cantidades de energía y potencia que demanda la economía estadounidense, y el calentamiento global, a precios que los consumidores pueden pagar.
A pesar de que el sector nuclear de Estados Unidos produce cada año casi el doble de electricidad libre de carbono que la energía eólica y solar combinadas, y pese a su importancia para los objetivos climáticos de Estados Unidos, el sector nuclear atraviesa un bajón financiero producto de una política equivocada.
Escuchan a los científicos cuando dicen lo que quieren oír
En California han armado una bullanga, con el gobernador a la cabeza, porque a finales de abril de 2022 logró por unos minutos cubrir con energía renovable el 100% de su demanda. Ese récord lo habría roto antes si a finales de 2015 se hubiese considerado la energía nuclear como limpia, que lo que lo aconsejaban los expertos climáticos más prestigiosos de Occidente.
Pocos hacen caso a los científicos y muchos políticos creen que la naturaleza se puede controlar por medio de decretos, declaraciones de emergencia, discursos y opiniones al pie de la escalerilla del avión privado. En 2018 las autoridades reguladoras de California aprobaron el cierre programado de la planta nuclear Diablo Canyon. En 2024 y 2025 se apagarán sus dos reactores nucleares. Sin embargo, el estado que celebró haber cubierto con 100% de renovables su demanda energética no ha hecho lo suficiente para que las fuentes que la reemplacen no incrementen las emisiones que alientan el calentamiento global.
¿Ley contra el cambio climático?
Los legisladores sancionaron una ley que asegura el cierre de Diablo Canyon, la última central atómica de California, pero todos los cálculos indican que si California se mantiene en la senda actual de descarbonización desde 2021 hasta 2030 el sector eléctrico emitirá 15,5 millones de toneladas métricas adicionales de emisiones de gas de efecto invernadero. ¿Y el calentamiento global?
La Unión de Científicos Conscientes calcula que el aumento de un solo contaminante del aire, los óxidos de nitrógeno (NOX), equivaldría a la emisión de NOX de 1.890 buses escolares diésel circulando durante la próxima década. El gas natural mientras más se utilice, más multiplica su efecto contaminante.
En diciembre de 2015, The Guardian publicó un texto firmado por James Hansen, de la Universidad de Columbia; Kerry Emanuel, del MIT; Ken Caldeira, de la Carnegie Institution for Science; y Tom Wigley, de la Universidad de Adelaida en Australia. A contravía de muchos militantes del ambientalismo, afirmaban que la energía nuclear marcará la diferencia entre que el mundo cumpla los objetivos climáticos cruciales o no los alcance. “Quienes afirman que debemos confiar únicamente en la energía eólica y solar para reducir las emisiones minimizan o ignoran la intermitencia de esas fuentes y hacen suposiciones técnicas poco realistas”, subrayaron.
El rotundo no peninsular
Las plantas nucleares no han dejado de enfrentar vientos en contra. En España se declaró su muerte y como una manera de acelerarla en diciembre de 2019 el gobierno les subió a 7,98 euros por megavatio hora la tasa que pagan para la gestión de los residuos nucleares. A las eléctricas nucleares les significó un aumento de 400 millones de euros sobre lo que venían pagando.
También les subieron a 19 euros por megavatio hora el canon establecido para hacer frente al cierre de plantas. A finales de 2017, este fondo contaba con 5.300 millones de euros y el coste de desmantelar los 7 reactores de las 5 centrales nucleares se estimaba en entre 9.700 millones y 14.300 millones de euros. En España, el cierre ordenado de las centrales nucleares sería entre 2025 y 2035. Poco tiempo y poco dinero.
En enero habló Bruselas, en febrero Rusia invadió Ucrania
La energía nuclear es cero carbono, limpia, pero no se le considera técnicamente “renovable”. Fue en el último día de 2021 cuando la Comisión Europea lanzó su polémica propuesta de calificar la energía atómica dentro de las fuentes de energía necesarias para la transición a una generación sin emisiones de CO₂. Por resolución, la nuclear es temporalmente verde, al menos, hasta 2045; el gas hasta 2030.
Mientras que el ministro de Economía y Protección del Clima de la UE, el ecologista Robert Habeck, consideró un error etiquetar una tecnología de alto riesgo, el francés Thierry Breton mantenía lo dicho por los científicos en 2015: “Cualquiera que diga que podemos cumplir los objetivos del Pacto Verde para 2050 sin energía nuclear, no está viendo la verdad”.
Ante la intermitencia de las energías solar y eólica, la enmienda de la taxonomía reconoce que la energía nuclear, al proporcionar una fuente estable de suministro de energía, facilitar el despliegue de fuentes renovables intermitentes y no daña su desarrollo.
Joe Biden al rescate
Una cuarta parte de la flota nuclear de Estados Unidos enfrenta desafíos económicos de peso, siete plantas están marcadas para el cierre en los próximos cuatro años. Su problema no es mala gestión o tecnología obsoleta, sino que las políticas energéticas favorecen las energías técnicamente renovables y colocan a la nuclear en desventaja.
Las energías eólica y solar no producen suficiente electricidad para reemplazar la energía libre carbono de las plantas nucleares, y no solo por falta de almacenamiento apropiado. En 2021, el entonces gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, en colaboración con grupos ecologistas como Hudson Riverkeeper y otros, forzó el cierre anticipado de la planta nuclear Indian Point. Solo esta central producía dos veces y media más energía que todas las instalaciones eólicas y solares existentes combinadas.
Menos reactores, más emisiones de carbono
Cuando la se detuvieron los reactores, los distribuidores de electricidad recurrieron a las centrales eléctricas de gas. Las emisiones de carbono, para sorpresa de los ambientalistas, se dispararon 15% y también las tarifas. Ese patrón de altas emisiones y tarifas elevadas se ha repetido en todos los sitios que han cerrado los reactores nucleares prematuramente.
Si bien la energía renovable hace contribuciones importantes a la generación de electricidad, la red principal no puede funcionar con estas fuentes intermitentes. Una red de energía renovable requiere de tecnología capaz de almacenar grandes cantidades de energías a costes razonables, y esa opción no existe.
Aunque el actual enfoque de renovables primero es ineficiente y contraproducente, todavía muchos grupos ambientalistas como el Sierra Club, Amigos de la Tierra, Greenpeace y Ecologistas en Acción siguen movilizándose y argumentando contra la peligrosidad de las centrales nucleares. Tampoco las principales compañías eléctricas estadounidenses ayudan mucho, escogen la línea de menos resistencia y limpia de incertidumbre política. No les falta razón. Mientras la eólica y la solar se benefician de una especie de capitalismo verde de compinches, a la energía atómica se le impones cargas regulatorias únicas y solo falta el famoso “exprópiese”.
Legados y fantasmas de la guerra fría
Peter Lang, investigador de la Universidad Nacional de Australia, calcula que, si la construcción de centrales hubiese continuado al ritmo de los años sesenta y setenta, hoy la electricidad costaría una décima parte de lo que pagamos y las plantas de carbón habrían desaparecido con todos sus contratiempos
El incidente de Three Mile Island, el desastre de Chernóbil y la desgracia de Fukushima intensificaron las severas medidas regulatorias y la exaltada militancia antinuclear no solo bloqueaba la construcción de nuevas plantas, sino que exigían el cierre de las existentes antes de que finalizara su vida útil.
Japón solo ha permitido que un puñado de plantas vuelvan a estar en línea, Alemania ha cerrado la mitad de sus reactores y programa cerrar el resto en la presente década. Corea del Sur, líder en tecnología de energía atómica, en 2017 eligió presidente al activista antinuclear Moon Jae-in.
¿Quién defiende la energía atómica?
Greenpeace es el grupo ambientalista que se opone con más fuerza y perseverancia al uso de la energía atómica para la producción de electricidad. También es la que usa más adjetivos y meno datos para fundamentar sus argumentos.
Dice que la energía nuclear “crea residuos peligrosos para la salud”, todas las actividades humanas lo hacen y es responsabilidad de cada quien de su correcta disposición. Lo gobiernos de la Comunidad Europea y, especialmente, el de España mantiene un Consejo de Seguridad nuclear que controla, reglamenta su correcto manejo. El Consejo de Seguridad Nuclear cumple sus funciones con la misma severidad que cumple las suyas el Ministerio de Sanidad.
Señala Greenpeace que el problema de la producción de electricidad con energía atómica son sus “huellas, altamente contaminantes y muy duraderas en el tiempo, y sus riesgos, con accidentes que resultan devastadores para la salud de las personas y los ecosistemas circundantes, hacen que la energía nuclear no sea una alternativa limpia y sostenible”. También dice que “una flota nuclear envejecida como la de España eleva los riesgos y amenazas de accidentes como el de Fukushima o el de Chernóbil, con un altísimo coste social, ambiental y económico que paga la ciudadanía, no la industria nuclear”.
Finalmente, señala que la energía nuclear aporta únicamente el 4,5% de la energía primaria comercial mundial. “Ni siquiera es una energía barata: la instalación y desmantelamiento de las centrales son muy caros, al igual que la obtención de una materia prima escasa (uranio o plutonio) y la gestión de los residuos”, culmina.
Galileo, que tuvo que enfrentarse a muchos escépticos que no creían que la Tierra se movieran alrededor del Sol, pensaba que la ciencia avanza no porque convenza a los escépticos de que están equivocados, sino porque tiene tiempo para esperar que esos escépticos mueran.
Desastres nucleares
Los accidentes nucleares no son comunes ni frecuentes. Son más corrientes los accidentes aéreos y el avión sigue siendo el medio de transporte más seguro. Es un riesgo viajar en avión, también en bicicleta o patinete. Hay reglas de seguridad, de control, que disminuyen los riesgos hasta cuando pelamos una naranja.
Ningún sistema fabricado por los humanos es 100% seguro. La historia de la producción de energía eléctrica con plantas de fisión muestra un muy elevado grado de seguridad, sobre todo en Occidente. En el mundo hay 443 plantas nucleares en actividad y 55 centrales estaban en construcción. Desde los años cincuenta se han registrado una treintena de accidentes graves. Pero solo hubo escape de radiactividad al ambiente y graves daños a la población en Three Mile Island, el desastre Chernobyl y Fukushima.
El de la central nuclear de Chernóbil, Ucrania, en 1986, fue el peor. La causa fue un diseño defectuoso del reactor y su manejo por personal no cualificado. El otro devastador se registró en marzo de 2011, en Fukushima, en Japón. Un terremoto de magnitud 9,0 y un potente sunami dañaron gravemente el equipamiento.
La ingeniería nuclear soviética con el fin de abaratar la construcción decidió no incluir el edificio de contención en la Planta Vladímir Ilich Lenin. Hoy no se construyen reactores sin edificio de contención, y las plantas que no los tienen han sido desmanteladas. En más de medio siglo de operación casi 500 plantas nucleares han resultado muy seguras. Y la seguridad es mayor en los diseños más actuales y futuros.
Se han propuesto nuevos diseños de plantas de energía nuclear avanzadas que pueden permitir que la energía nuclear sea menos costosa y más flexible que la energía nuclear convencional.
La responsabilidad no es solo de los empresarios, sino especialmente del Estado
La seguridad nuclear es responsabilidad de la nación que emplea tecnología nuclear. No se limita a la empresa que la administra. La OIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica de Naciones Unidas) trabaja para proporcionar un marco de seguridad fuerte, sostenible y visible. Se centra en la protección de las personas, las sociedades y el medio ambiente en estrecha relación con el consejo nuclear de cada país.
En 2020, un total de 32 países generaban energía eléctrica a través de reactores nucleares. Dos años antes, trece países dependían de la energía nuclear para generar la cuarta parte de su electricidad. En Francia, Hungría, Eslovaquia y Ucrania la energía nuclear representa incluso más de la mitad de la producción total de electricidad.
En España hay siete reactores en operación que generan más del 20% de la electricidad. Es la primera fuente de generación. La producción eléctrica nuclear supone entre el 30% y el 40% de la electricidad libre de emisiones generada. Evita cada año la emisión a la atmósfera de unos 30 millones de toneladas de CO2.
Mitos y verdades sobre vida útil y segura de un reactor
Si no hay una solución mejor, más amigable con el ambiente y más barata, no hay razón para cerrar la actividad. Los españoles y sus socios europeos tienen una industria capacitada, experta y tecnológica que opera las centrales nucleares nacionales y de más de cuarenta países. Sus indicadores de funcionamiento se encuentran por encima de la media mundial. Indican su alta fiabilidad, eficiencia y disponibilidad.
La principal razón de quienes se oponen a utilizar la fisión nuclear para producir electricidad es que la consideran “peligrosa”. Greenpeace no oye razones. Su solución para evitar accidentes como Fukushima y Chernóbil es programar el cierre de las centrales nucleares. Mientras tanto propone potenciar la seguridad y la correcta gestión de los residuos. Las plantas nucleares cada vez son más seguras y más pequeñas.
La jerigonza de las plantas nucleares envejecidas se repite hasta el cansancio. Antes no hubo protestas ni declaraciones sobre las pruebas de armas atómicas de Corea del Norte ni las aventuras en ese sentido de Irán y su enriquecimiento. Extrañamente, se combate el uso pacífico de la energía nuclear y se mira hacia el otro lado cuando los fines son bélicos. ¿Cuántos de estos salvadores cuestionó a Vladimir Putin cuando declaró en alerta a sus fuerzas nucleares a los pocos días de invadir a Ucrania?
Las ganancias no deciden
La operación de una central nuclear más allá de los años determinados en su diseño no es resultado de una reunión de accionistas ansiosos de mantener sus ganancias unos años más. La autorización de operación por un tiempo adicional requiere una evaluación de seguridad que asegure que se cumplen los requisitos establecidos en los análisis de accidentes. El Consejo de Seguridad Nuclear realiza inspecciones periódicas sobre los programas de gestión de envejecimiento y operación a largo plazo sobre la base de tres pilares: sucesos iniciadores (posibles accidentes), sistemas de mitigación (cómo responder a los accidentes) e integridad de las barreras (para evitar la liberación de productos de fisión).
En cada central nuclear un equipo idóneo y altamente especializado realiza los estudios para determinar si la instalación está preparada para operar más allá de su vida de diseño en función de multitud de parámetros, como el análisis de la experiencia propia y ajena, pruebas periódicas de los equipos y ensayos no destructivos en los materiales, por ejemplo.
En Estados Unidos, el 90% de las centrales nucleares tienen permiso para operar durante 60 años, 4 reactores han solicitado permiso para 80 años y otros 4 ya comunicaron su intención de hacerlo. Francia, Bélgica, Holanda, Canadá, Rusia, Suiza, Suecia, Finlandia y Reino Unido disponen de centrales nucleares con permisos de operación aprobados más allá de los 40 años.
Mucho blablá y promesas a montón, pero las emisiones no bajan
La crisis climática está a la vuelta de la esquina y pese a todo el blablá y todos los acuerdos firmados, la emisión de carbono sigue aumentando y las disposiciones bélicas de Rusia, contra todas las ilusiones, descalifican la energía nuclear como una fuente segura y confiable de energía, sea gas o petróleo para refinar. Hay que darse prisa, pero se ha incorporado un nuevo factor que es la autonomía energética. El gas ruso no puede ser el respaldo fiable de las energías intermitentes. El gasoducto Nord Stream II puede quedar sin certificación hasta que el Kremlin tenga un nuevo jefe.
No es solo la emergencia por la invasión de Ucrania. Afortunadamente, la energía nuclear está encontrando nuevos focos de apoyo en todo el mundo, incluidos ambientalistas y líderes políticos que alguna vez se opusieron. En principio lo “justifican” como un mientras tanto que durará hasta que la energía eólica y solar superen su falla de almacenamiento. Pero podría durar más. Las acciones de Rusia plantean desafíos novedosos para las prioridades nacionales de energía, seguridad y clima. Quedó claro Las políticas climáticas y energéticas en las naciones de la OCDE aumentaron la dependencia a largo plazo de Occidente del gas natural y han estacando el progreso en los objetivos climáticos.
En el mismo barco, pero no todos reman en la misma dirección
A medida que Estados Unidos, Alemania y Bélgica cierran plantas de energía nuclear domésticas, y mientras las naciones ricas descartan invertir en proyectos de energía fósil, hidroeléctrica y nuclear, Rusia y China ocupan ese puesto. A China no la visitan los muchachos de Greenpeace. El gigante asiático ocupa el tercer lugar en el mundo en capacidad total de energía nuclear instalada y en electricidad generada.
Una décima parte de la energía nuclear generada en el planeta. Aportó el 4,9% de electricidad china en 2019, con 348,1 TWh. Desde junio de 2021, tiene una capacidad total de generación de energía nuclear de 49,6 GW mediante 50 reactores, con 17,1 GW adicionales en construcción. Las plantas nucleares sustituirán, después de 2030, las plantas de carbón que China no ha dejado de construir. Necesita electricidad. En 2020, China encargó 38,4 GW de nuevas plantas de carbón lo que representa el 76% del total mundial (50,3 GW).
La vuelta de la energía nuclear ha sido un proceso lento, caro y a contracorriente. Sin prisa pero sin pausa. Polonia ya se dispone a aprobar 6 centrales nucleares para reemplazar sus antiguallas de carbón. El Reino Unido, a través de Great British Nuclear, presentó un programa para construir 8 reactores nucleares y reducir la huella de carbono. En Francia, que depende de la energía atómica para el 72% de su electricidad, el presidente Emmanuel Macron rechaza abiertamente la presión para cerrar plantas y anunció la construcción de nuevos reactores. Ha dicho que la energía nuclear es la forma más libre de carbono de producir electricidad.
En Alemania, el hogar de los activistas antinucleares más vociferantes de Europa, ya existe una coalición de grupos «humanistas atómicos», que empiezan a desintoxicar la energía atómica de la carga política que se le adosó en la guerra fría.