La libertad es como la salud. Verdaderamente se aprecia y se valora cuando se pierde. La libertad, cuando se tiene, se descuida. Igual que la salud. Creemos que es para siempre, que un trago más o una bocanada más no hará daño; que callar, que aceptar abusos y desmanes –trampitas menudas y algo de picaresca– es preferible que romper los “equilibrios” institucionales, el statu quo que mantiene a tirios y troyanos lejos de las trompadas, golpes bajos, puñaladas traperas y trincheras fangosas.
Con la democracia, ocurre lo mismo que con la libertad y con la salud. Mientras más saludable más fuerte y menos indefensa, más libertad. El grito más desgarrador clamando por libertad sale de la garganta de los prisioneros, no de los parlamentarios que además de impunidad y de inmunidad reciben una dieta que no se agota antes que el mes, como le ocurre a la mayoría de los ciudadanos municipales y espesos. Quizás la comodidad, ese estar bien, es la causa y efecto de ese silencio atronador en tantas bancadas. Y de tanta trapacería cuando se imponen los gritos, no para pedir libertad, la tienen garantizada, sino para el insulto canalla o la burlita perdonavidas y descalificadora.
Disfrazado de justicia social, de justa distribución de la riqueza y bienestar, de progresismo, el populismo avanza. Mientras, las cuentas bancarias y las inversiones en ultramar engordan. Ofrecen «asesorías» en cualquier materia, desde estrategias políticas hasta desentuertos comunicacionales, pero también blanqueo de imagen, estrategia electoral y mucho palabrerío. Todo la imaginable.
Su fuerte es la actitud de saberlo todo y de poder enseñarlo todo, con arrogancia y petulancia, además. Están en YouTube con la camiseta y la cara del Che Guevara, Fidel Castro o, más cerca Largo Caballero, Juan Negrín o algún etarra de siete bombas. Finalmente, saltan de a los ojos de Hugo Chávez que impuso el asesor electoral de Lula da Silva, con “amor del bueno”.
La estrategia es simplona, bastante elemental, de vuelo gallináceo, pero efectiva. Nada de los antiguos galimatías y puzles de los pensadores marxistas, estructuralistas, posmodernistas, con sus deviaciones nihilistas, existencialistas y neo-lo-que-sea. Ya no se trata de captar intelectuales ni a líderes medios. La maquinaria dejó de “producir prestigio”. No se trata de convencer de que los mejores están con la revolución, el proceso, la nueva sociedad o cómo se le llame. No. Ya no hace un Willi Münzenberg que seduzca a los intelectuales, los enganche con mimos lucrativos y masajes de ego.
Es una vuelta al principio, al Manifiesto de 1848, de escasa circulación y seso, pero de extrema influencia. Un manualito que se adapta a todos los tiempos –con sus vaivenes, sus idas y venidas– sin necesidad de emplear a fondo la imaginación, mejor el tálamo frontal. No se trata de cambiar el modelo de producción, sino los dueños de la propiedad. Apropiarse de lo que ha creado la civilización en los últimos 200 años. Más que una Alianza de Civilizaciones es una junta de propietarios, de nuevos propietarios.
La democracia no es perfecta ni la libertad absoluta. Es un sólida e inseparable fusión deontológica entre el ser y el deber ser. Lo factual y la utopía en el mismo envase. Ahí está su fuerza y también la debilidad. Los contrapesos entre los poderes e instituciones del Estado constituyen la primera línea de defensa. Cuando funcionan, la artillería enemiga se dirige a otros flancos que enmascaran como debilidades. A la “poca” participación ciudadana, a la “baja” representatividad, a la “desconfianza” en el empoderamiento, valga la palabreja, de las masas.
Meticulosamente se olvidan de la perfección de la estructura formal y operativa del Estado y se dedican a construir una “institucionalidad alterna” en línea con la organización política, que casi siempre tiene el sustantivo “movimiento” en su apelativo. Lo contrario de inmovible, estático, fijo, pero con garantías de invariabilidad. Siempre será consecuente con sus objetivos y la plataforma de lucha. La toma del poder y de la propiedad ajena. Son “okupantes”.
Al tiempo que denuncian con fe de carboneros corrupciones, malas prácticas y cualquier desliz ético o legal, van horadando la institucionalidad, sus pilares históricos y también sus fundamentos operativos, su razón de ser. Así, no son los jueces los que fallan, ni las leyes, sino la concepción de justicia que se ha impuesto en los últimos 500 años o más. Y que insisten en que cambiar de raíz. Lo mismo con la representatividad y la concepción de un hombre un voto.
Finalmente, sin tomar aire, se empieza a cuestionar la democracia directamente, también cualesquiera de sus formalidades (la monarquía, el presidencialismo, el modo republicano o las autonomías comunitarias). Nada funciona como debería. Denuncian su incapacidad de darles vivienda a todos, salud a todos, empleo a todos, educación a todos, calidad de vida a todos, reconocimiento de género a todos y un buen servicio de transporte público, a todos. Ellos tendrán coche asignado y chofer. Stalin regalaba automóviles Packard a su cohorte, pero en utilizaba exclusivas limusinas ZIS. La concepción del Estado como un gran centro de beneficencia, the great daddy, que distribuye y redistribuye.Sin olvidar que al que parte y reparte le queda la mejor parte, y el mejor puesto en el Falcon.
Alcanzado el siglo XXI y vuelto escombros y arenilla el muro de Berlín no se necesita estar dando explicaciones sobre la plusvalía, la propiedad de los medios de producción y la superestructura y todos los aportes de Gramsci, estructuralistas y posmodernistas. Basta una consigna, un lema y el convencimiento en que entre todos lo haremos mejor, sin ataduras al pasado. La opción es volver al poder originario, a la plaza pública, a la asamblea participativa y protagónica. Un cambio de paradigma si necesidad de revoluciones armadas, basta la labor de zapa constante.
Las propuestas con tino sobre cambios o reformas puntuales, estructurales y formales para mejorar el funcionamiento del Estado, aligerarle las cargas, disminuirle su tamaño y mejorar su relación con el ciudadano como usuario, son desechadas sin conocerlas. Reformismo, maquillaje, de táctica gatorpardiana. “Se necesita un cambio radical, otro paradigma, no paños calientes”. La otra táctica es embrollar más lo que ya está embrollado. Proponen otras alcabalas, otros peajes, otros requisitos y más personal especializado en poner sellos y recibir formas. Ah, y más impuestos que deben pechar más a los que más tienen y hacen más miserable al indigente.
La fórmula es sencilla. Pedir aumentos salariales indexados con la inflación, no con la productividad, exigir más garantías sociales —bonos vacacionales, menos horas de trabajo—, y más injerencia del Estado en la educación, el control de precios, la calidad del medio ambiente, la disponibilidad de viviendas y mejorar las ayudas, prestaciones y circunstancias a los colectivos más vulnerables. Para el control y ejecución de las nuevas conquistas se requieren otros organismos, otras oficinas, otro personal y una imagen corporativa de acuerdo con los tiempos. Nosotros conocemos un diseñador de confianza. Es la lucha armada por otros medios, pero con el mismo objetivo final: “la democracia verdadera” y “la libertad colectiva”, sin caprichos personales.
Nadie habla de libertad, todavía no se ha perdido. Las cargas de profundidad son contra la democracia, que se toma en su etimología, que no la define ni la explica, pero que sirve para denunciar que no sea el pueblo el que gobierna, sino los mismos pijos y ricachones de siempre. Ellos siguen enchufados en las universidades en el mundo cultural y artístico subvencionado por el Estado. Su actitud es cuestionadora y antiestablisment, progresistas, impugnadores, críticos, irreverentes, estéticamente patanes y pecadores impenitentes, a la vanguardia de todos los esnobismos. Pero van calando. Se reparten premios, condecoraciones, homenajes y piropos, como si tuvieran el librito de Münzenberg. Firman manifiestos y bautizan libros propios y ajenos, saben donde está la cámara y adónde mandar la declaración, qué poner en las redes sociales y ser trending topic.
El primer paso es obtener un cargo de elección popular, aunque sea en el rincón más apartado y más económicamente atrasado. Lo asumirá como un principado, una comunidad autónoma y será la contraparte del jefe del gobierno central. Su igual. Dará opiniones sobre todo lo que esté en la palestra y tendrá amigos en los medios para que su voz no se queda clamando en el desierto. Les parece razonable, con sentido, lo que dice, lo que propone: más bienestar para las mayorías, para los vulnerables. Obvio, de concejal, pasa a secretario general del movimiento, y a la diputación y a lo que se presente “para servir al pueblo”. Es la toma del poder por otros medios. Colarse por cada intersticio y colocarle una carga de dinamita, aunque parezca que está cogiendo las goteras.
Después viene el tome y dame, los acuerdos, la permuta y el trueque, la conquista de otra colina del poder, pero sin perder del rumbo. No se trata de integrarse ni de validar la democracia y la libertad como los valores esenciales, sino de demoler una y otra. La meta es construir la “verdadera democracia”. Republicana, laica, plurinacional, abierta y, ya lo oirán, directa, sin intermediarios ni representantes. La puñalada trapera, el misil justo en el área de flotación. Nada de lo que ha venido funcionado sirve. Debemos construir una nueva sociedad, un nuevo Estado, una nueva nación sin predominios culturales, idiomáticos ni económicos. Todos valemos igual y todos importamos.
En el siglo XXI los grupos en armas que antes se escudaban detrás de los movimientos de liberación nacional contra los imperialismos, y tenían como fin implantar dictaduras del proletariado como primera etapa hacia la fase superior del socialismo, el comunismo, ahora tienen otras herramientas de lucha y otros carriles. Ahora han asumido la estructura democrática y la libertad como la manera de lograr sus viejos propósitos. No han cambiado sus metas, solo las herramientas. La democracia y la libertad son el objetivo. Su destrucción.
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