La democracia es un organismo vivo; necesita fuentes de energía, carga espiritual, inventiva e ingenio humano para renovar su vitalidad y su buena vibra. La tiranía totalitaria —decía Camus— no se edifica sobre las virtudes de los autócratas, sino sobre las faltas y los defectos de los demócratas.
Ninguna sólida democracia se mantiene si no se va adaptando a las nuevas y exigentes demandas de los ciudadanos. Al no hacerlo, muy pronto deja de ser democracia. Para Pericles, a quien Tucídides le confirió el título de primer ciudadano de Atenas, el Estado democrático debe aplicarse a servir a la mayoría y a procurar a todos la igualdad ante la ley; debe al mismo tiempo protegerse contra el egoísmo y proteger al individuo contra la arbitrariedad del Estado.
Enemigos de la democracia
Los abusos de la autoridad,
los privilegios de la oligarquía y de la clase política,
los desequilibrios y desajustes del Estado de Derecho,
el acceso a la representación sin calificación para los cargos,
la violación de los mecanismos de control y seguimiento,
lo que llaman los técnicos los contrapesos del poder,
la coacción a los medios de comunicación y
la violación de cualquiera de los derechos ciudadanos.
La democracia y los sectores públicos y privados están obligados a marchar delante en las acciones y tareas que faciliten la creación de normas y procedimientos que garanticen la preservación de la seguridad, la integridad y el bienestar ciudadano. Deben ingeniárselas para hacer cada día más eficiente la prestación de los servicios públicos. La democracia está obligada a crear fuentes de trabajo, educación de calidad y atención a la salud de primera como parte fundamental de los deberes constitucionales por las que se rige.
Existe la idea equivocada de que la democracia es un sistema acabado. Que funciona mecánicamente y una vez que se instala es para siempre. Que funciona como un piloto automático, que hace que todo marche sin variaciones rumbo a su destino final: el bienestar material y la libertad. Por eso en muchas sociedades ha envejecido; se le ven telarañas y mohos que aprovechan sus enemigos para afincarse en su demolición.
Es la causa de que nadie se mire a sí mismo cuando ejerce el poder. Es el acto de hedonismo más perverso en el que se puede incurrir, porque el barco puede estar haciendo agua y el capitán, como cuando hay adulterio, es el último en percatarse.
No son las encuestas ni los aplausos el mejor aval
La mayoría de los gobernantes se ponen en manos de encuestadoras que son parte, en buena proporción, de la corriente de todo lo peor que la gente aplaude. La mayoría de las personas emotivamente, casi siempre, desea iniciativas que un gobernante serio no le daría nunca. Es el caso de las Políticas de Control Territorial de Nayib Bukele, o la política de matar drogadictos en la calle, como Rodrigo Duterte en Filipinas, o las de otro dictador, Hugo Chávez, que tomaba decisiones de Estado con un pito de fiscal de tránsito y la gente deliraba con sus arbitrariedades.
Lo primero de lo que tiene que cerciorarse un auténtico demócrata es de que funcionen los contrapesos a su gestión. No debe ser para él importante el elogio del seguidor o la alabanza de los amigos tanto como la crítica acerba de un adversario íntegro, o el consejo apropiado de los técnicos que evalúan siempre el presente, pero también el largo plazo.
Es vital el monitoreo del ejercicio del poder
Es imprescindible el monitoreo de la gestión; así como tiene Japón miles de estaciones de supervisión para que las directrices antisísmicas en la construcción de edificios y vivienda se cumplan, así mismo deben crearse en democracia estaciones de la sociedad civil, integradas por ciudadanos independientes e incorruptibles, para velar por que el último centavo se ejecute en el gasto que dio origen a su asignación presupuestaria.
Cuando se acostumbra a la gente a recibir dinero sin vigilancia y aceptar como dádivas y regalos lo que debieran ganarse si se crean oportunidades de trabajo, se está contribuyendo a minar los deberes y valores del ciudadano en la democracia. La democracia se hace todos los días con el concurso de todos y el trabajo es uno de los valores que más dignifican en la vida en cualquier sociedad.
No es la primera vez en la historia que la democracia occidental está en peligro; lo ha estado en muchos otros momentos de la humanidad. Solo que esta vez la más institucionalizada en los países desarrollados ha sido sorprendida por la revolución digital, y nunca se pensó en protocolos que pudieran adelantarse, por ejemplo, para evitar darle razones –a todos los insatisfechos con ella, y a sus enemigos– para atacarla y desprestigiarla de forma inclemente con espontaneas filmaciones que la policía no puede contrarrestar, cuando se ve obligada, agotados todos los recursos persuasivos, a aplicar la fuerza.
La revolución digital cambió todos los protocolos de atención ciudadana
Con la revolución digital todos los protocolos, desde los organismos de seguridad, atención de los servicios públicos, compra y venta de inmuebles, gestiones financieras, deben tener nuevos protocolos adaptados a las nuevas tecnologías, para que el ciudadano sea el centro de las preocupaciones tanto de los sectores público como privado. Hay que evitar cualquier sesgo en la aplicación de justicia y en las políticas de atención al público, para lo cual se requiere de un nuevo entrenamiento profesional.
La otra versión de la democracia liberal es un cascaron vacío, que dejó el fracaso político del comunismo, sin atenuantes, sin nada esperanzador y alentador que ofrecer. Ha recurrido de nuevo a un nacionalismo decadente y primitivo que pretende una recomposición del mundo a partir de la resurrección de causas perdidas como el racismo, enfatizado en la supremacía blanca y la imposición de fronteras artificiales.
Los retos de la democracia hoy son mucho más complejos que los de ayer. Donde la democracia está institucionalizada, hay que remozarla, refrescarla, perfeccionarla, lidiar con las nuevas amenazas a los medios y la posverdad. Evitar la contaminación de las debilidades de las democracias subdesarrolladas y los autócratas emergentes demasiado peligrosos para la paz y su fortalecimiento institucional, como Mr. Trump.
El mundo comienza a transitar otra etapa de la historia. No va a ser fácil lidiar con los nuevos desafíos en la democracia de la era digital. Hoy el cuadro democrático en el mundo presenta síntomas de enfermedades más complejas y contagiosas que hacen a la democracia más vulnerable.
A la democracia solo la cura más democracia
En mi caso, soy muy optimista. Pienso igual que un viejo político estadounidense, Alfred E. Smith (1873-1944), cuatro veces elegido gobernador de Nueva York, durante los años veinte del siglo pasado, fraterno con los inmigrantes y enemigo del racismo y los linchamientos. Smith dijo: Los males de la democracia solo pueden ser curados con más democracia.
Esta nueva era de la humanidad nos pide, nos exige, que hagamos extensivo a nuestro desempeño social, a nuestro compromiso ciudadano con nosotros mismos y con los otros, el proceso de autoaceptación que cada uno lleva adelante como individuo; que no seamos parte de un sistema en el que nos arrastra la corriente; que aceptemos y abandonemos las conductas sociales que nos hacen fácil presa de la demagogia y la emotividad; que reaccionemos como adultos ante las contingencias históricas que nos agobian y que juntos salgamos adelante.
No hay tiempo. Ya se ha perdido demasiado. Es el momento de la verdad, de la esperanza y del reencuentro. En el caso particular de Venezuela, el reto que tenemos por delante es tan grande como las reservas morales e intelectuales que aún tenemos aquí y en el resto del mundo.
En una de mis lecturas casuales, encontré una frase de Martin Luther King, aleccionadora de humildad sobre el pueblo de Israel, que me sonó útil por paradójica y muy contrastante con nuestra, a veces, desproporcionada jactancia de riqueza y del venezolanismo altisonante:
Veo a Israel como una avanzada de la democracia, como un ejemplo maravilloso de lo que se puede hacer, de cómo el desierto puede convertirse en un oasis de democracia y fraternidad.