La crisis en Bielorrusia es más que dos palabras, democracia o geopolítica, según la líder de la oposición, Svetlana Tijanóvskaya. Para los bielorrusos que protestan en las calles desde las elecciones presidenciales del 9 de agosto, es un asunto de democracia; algo que quieren resolver en las urnas electorales. Pero el resto del mundo parece haber entrado en una disquisición sobre si el conflicto en esta exrepública soviética será escenario de una nueva confrontación entre Rusia y Occidente.
Es “una revolución pacífica la que está en curso en mi país», aseguró Tijanóvskaya en una reunión por videoconferencia con eurodiputados. «No es una revolución geopolítica (…), sino una revolución democrática», dijo la líder de la oposición bielorrusa, de 37 años de edad, en perfecto inglés, idioma que enseñaba antes de llegar, inesperadamente, a la política.
Las manifestaciones ciudadanas que se han dado en los últimos meses en Bielorrusia piden la salida de Alexander Lukashenko, en el poder desde 1994. No es un movimiento «prorruso o antirruso» ni «pro o anti-UE», dijo Tijanóvskaya. .
La manifestación del pasado domingo en Minsk, a la que asistieron unas 200.000 personas, es la “más grande de la historia” de Bielorrusia, aseguró Tijanóvskaya. Analistas consideran que, en efecto, las masivas protestas evidencian que la gente ha perdido miedo al férreo aparato represor de Lukashenko, de 65 años.
Las protestas arreciaron el 9 de agosto, tras el anuncio de que Lukashenko había resultado electo para un sexto periodo con 80% de los votos. Tijanóvskaya, quien supuestamente solo obtuvo el 10%, impugnó los resultados al día siguiente. A partir de ese momento estuvo desaparecida hasta que el martes 11 informó que estaba exiliada en Lituania. Medios comentaron que la líder opositora habló con los eurodiputados desde una cocina.
No queremos una nueva Ucrania, dice Borrell
Lukashenko, según varios analistas, ha perdido apoyo popular y reconocimiento internacional. Al parecer, ni el mismo Valdimir Putin lo quiere. Si aún se mantiene en el poder es gracias a la seguridad que le ofrece un reducido grupo de altos militares a cambio de prebendas.
“Mientras no me maten, no habrá otras elecciones”, respondió Lukashenko al pedido de la oposición de que se realicen nuevos comicios. Gran parte de la comunidad internacional, empezando por la Unión Europea y Estados Unidos, desconoce los resultados electorales y apoya a la oposición bielorrusa. Pero hasta ahora no se ve una opción que ponga fin a la crisis en Bielorrusia y logre la salida de Lukashenko.
“No reconocemos a Lukashenko como presidente legítimo”, dijo el domingo el Alto Representante para Asuntos Exteriores de Europa, Josep Borrell, en una entrevista con el periódico El País. “Sin embargo, nos guste o no, controlan el Gobierno y tenemos que seguir tratando con ellos”, añadió al igualar a Lukashenko con Nicolás Maduro. Borrell también dejó claro que la Unión Europea no tiene la intención de convertir a Bielorrusia en una nueva Ucrania. «Un conflicto que se saldó a tiros, con violencia y con una disgregación del territorio ucranio que todavía dura”, recordó.
Bielorrusia, la UE y Rusia
“Para la Unión Europea, Bielorrusia es una cuestión delicada”, admite Anders Åslund, economista y experto en temas posoviéticos. “Los líderes de la UE desean defender los principios democráticos, lo que implica castigar a Lukashenko y sus amigotes por sus reiteradas violaciones”, dice. “Su intención es mantener cierta influencia en el país, por lo que se han cuidado de no obligar a Lukashenko a recurrir al presidente ruso”, explica.
En febrero de 2014, Rusia intervino militarmente en Ucrania después de que un levantamiento popular derrocó al presidente Víktor Yanukóvich, amigo del Kremlin. Aunque Åslund dice que es difícil adivinar lo que piensa Putin –es tan frío ante las cámaras como emocional en sus intuiciones, dice – hay razones para creer que esta vez no tomará ese camino.
La primera razón es que Putin no soporta a Lukashenko, y “Putin es un hombre muy emocional (…) Y Lukashenko nunca se cansa de jugarle malas pasadas a Putin. En las últimas vacaciones de Año Nuevo, visitó al líder ruso y dejó tres grandes bolsas de patatas bielorrusas en sus elegantes pasillos”, contó.
El hecho de que Lukashenko no tenga apoyo popular en su país contrasta con la situación en Ucrania. Cuando se dio la intervención militar de Rusia “todavía existía un apoyo significativo de Ucrania a las políticas prorrusas llevadas a cabo” por Yanukovych, prosigue. También duda de que Lukashenko mantenga el control de un número significativo de fuerzas de seguridad. Aunque aparezca vestido de militar portando bayonetas rusas “el Kremlin no cree que Lukashenko pueda garantizar la estabilidad en Bielorrusia”.
Bielorrusos solo piden democracia
Por otra parte, prosigue Åslund, los bielorrusos son una sociedad ordenada, disciplinada y altamente educada que “se encuentra en lo que parece ser un despertar nacional”. “Cualquier intervención militar rusa en Bielorrusia probablemente encontraría una fuerte oposición y ciertamente le costaría demasiado en sangre y dinero”.
Como último argumento, el experto apunta que los manifestantes bielorrusos tampoco han mostrado ningún sentimiento antirruso que justifique una invasión. “Hasta ahora, nada de lo que ha sucedido en Bielorrusia representa una amenaza directa para el Kremlin, aparte de su disgusto por los movimientos populares y la democracia en general. No han surgido consignas contra Putin o Rusia. El Kremlin debería poder vivir con eso”, sostiene Åslund.
Los mismo dice Borrell cuando compara la crisis en Bielorrusia con la de Ucrania. En esta “hubo una tensión entre la vocación europea y la de asociarse con Rusia, los manifestantes llevaban banderas europeas. Tuvo una dimensión geopolítica. Los bielorrusos simplemente reclaman un régimen de libertades y derechos civiles. No hay banderas europeas en las manifestaciones”.
Hasta ahora, la oposición bielorrusa ha formulado solo tres demandas: la salida de Lukashenko, la libertad de todos los presos políticos y nuevas elecciones libres y justas. Pero los días han ido pasando y mientras el mundo discurre sobre geopolítica, se corre el riesgo de que las protestas se apaguen sin ser atendidas, como ocurrió en 2006 y 2010. Algo en lo que también se parece la crisis en Bielorrusia a la de Venezuela.
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