Paloma Román Marugán, Universidad Complutense de Madrid
Este 3 de noviembre se celebran elecciones presidenciales en Estados Unidos. Es cierto que sus ciudadanos también están convocados a otros procesos electorales, tales como la renovación de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, pero el calado que tiene el poder ejecutivo en un país con un sistema presidencialista de gobierno –y de significativa importancia en el concierto mundial– es enorme. Además, estos comicios, que enfrentan a los candidatos Donald Trump y Joe Biden, son los primeros de máximo nivel después de la aparición de la crisis de la covid-19 en el escenario geopolítico.
Desde el punto de vista de un ciudadano hispanohablante, las elecciones a la Presidencia no sólo presentan esos rasgos, sino que la especificidad del sistema electoral que la rige siempre mueve a un ejercicio entre la incredulidad y la sorpresa que a veces se olvida de convocatoria en convocatoria.
Frente al escrutinio y suma de votos a los que estamos acostumbrados, en los Estados Unidos ejercitan un sistema complejo y realmente indirecto para escoger a su máximo mandatario. Los padres fundadores establecieron unos escalones en la elección por si hiciese falta corregir el voto popular.
Los estadounidenses votan el primer martes, después del primer lunes de noviembre, cada cuatro años a unos compromisarios que se eligen por cada uno de los Estados de la Unión mediante escrutinio mayoritario, es decir que todos los votos electorales de cada Estado los gana un partido, no hay reparto proporcional.
En diciembre, se reúne el Colegio de Compromisarios para elegir al Presidente; acto después del cual, se proclama al ganador que toma posesión en enero del año siguiente. Esta operación en dos pasos suele pasar desapercibida, porque el mismo día de las elecciones con los votos por Estados conseguidos, y si los números son claros –hay que conseguir 270–, se puede conocer el nombre del próximo Presidente. Pero no es una situación inamovible, y de hecho hay pasos posteriores que se han puesto en marcha en algunas ocasiones.
Más voto anticipado y menos indecisión
Existen unos Estados, llamados “bisagra”, que pueden inclinarse a un lado o hacia otro al final de la votación y por esa “indecisión” inicial frente a los Estados que tradicionalmente acuñan un voto republicano o un voto demócrata, siempre son observados con lupa ya que de ellos depende alcanzar o no la cota de los 270 votos electorales. Son Carolina del Norte, Arizona, Georgia, Iowa, Pennsylvania, Wisconsin, Michigan y, los ya celebres por esta cuestión, Ohio y Florida.
Este noviembre presenta además unas peculiaridades que hay que reseñar en el afán de analizar mejor los resultados. Por ejemplo, el Presidente que se presenta a la reelección, Donald Trump, no parte como favorito en los sondeos, lo que no es usual.
Tampoco lo es que los ciudadanos hayan optado de forma masiva por ejercer el voto anticipado –está registrado que más de 90 millones de personas han votado ya– o que exista una franja de indecisos muy pequeña, en torno al 3 %.
Elecciones en pandemia
Todo ello enmarcado en una situación política regida por la pandemia de covid-19 que está golpeando fuertemente a los Estados Unidos, y que lógicamente se ha convertido en la piedra angular de la campaña al dejar patente la situación sanitaria que sufre.
Minimizando el impacto del coronavirus, Donald Trump ha aparecido a veces como un héroe y otras como un inconsciente con la enfermedad, haciendo gala de su invulnerabilidad o su superación relámpago, con mítines donde las medidas de precaución a veces brillan por su ausencia.
Por su parte, los demócratas han arremetido con fuerza contra la gestión de la epidemia y han manifestado su respeto por la enfermedad con actos de campaña poco multitudinarios y con separación patente entre los asistentes.
La prueba del coronavirus es una de las señales de mayor peso en el resultado electoral, y evidentemente va a jugar con ímpetu. Sobre todo, en lo referente a qué liderazgo necesita en estos graves momentos un país, en concreto Estados Unidos.
Desde cualquier punto de vista, estos comicios se perfilan, por tanto, como un momento de especial interés ya que son las primeras elecciones de máximo nivel después de la aparición de esta crisis en el panorama geopolítico mundial.
Campañas marcadas por la mujer y el racismo
Existen otros temas de campaña con los que hay que contar, como la situación de la economía con el desastre de la enfermedad o la incursión de temas de última hora como el debate sobre el aborto. Trump consiguió el nombramiento de Amy Coney Barrett como jueza del Tribunal Supremo tras la muerte de la jueza progresista Ginsburg; además de esa discusión, ha explicitado la posibilidad de que no termine todo después del día 3 de noviembre, porque haya lugar a recursos que habría de dirimir el alto tribunal, circunstancia que introduce una enorme presión en el proceso.
Otro dato importante en esta convocatoria electoral es el papel relevante de las mujeres, precisamente este año que se cumple el centenario de la decimonovena enmienda que hizo posible el voto femenino, tanto en el debate político de estos cuatro años, como en una presencia creciente en la contestación general a Trump, y cuyo rasgo más conspicuo es la designación de Kamala Harris como compañera de fórmula de Biden.
Por último, hay que recordar cómo influye en campaña la cuestión Black Lives Matter, que ha recorrido de forma transversal el mapa, mostrando el eje de división social que aqueja al país, y que eleva el grado de polarización y división a extremos importantes y que, junto con el devenir de la pandemia, sitúa el proceso electoral en un fenómeno de enorme repercusión.
Este artículo ha sido publicado con la colaboración de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Paloma Román Marugán, Directora de la Escuela de Gobierno, Universidad Complutense de Madrid
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