La violencia parece colmar la sociedad. Robos, racismo, secuestros, discriminación, acoso, feminicidios, infanticidios, asesinatos, violencia intrafamiliar, psicológica, sexual, física, laboral y verbal configuran el día a día. Tanto que lo consideramos muchas veces como normal o sin solución, y hasta es posible que en algún momento hayamos sido parte de alguno de estos episodios como víctima o victimario.
Son muchos los estudios que le asignan a la violencia una relación intrínseca con el ser humano y no solo actualmente, cuando se pierden cada vez más los valores, sino también a lo largo de la historia. Desde tiempos ancestrales, la humanidad ha vivido actos de violencia. Guerras, sacrificios humanos, torturas, aniquilaciones, holocaustos, que han dejado una profunda huella en esas civilizaciones.
Si bien la violencia se nutre de los comportamientos agresivos, va mucho más allá, se mezcla con condicionantes sociales y grupales. Se podría pensar que la especie humana tiende siempre a inclinarse por la violencia. Sin embargo, al tiempo que ocurren atrocidades y derramamientos de sangre, también hay muestras de empatía, solidaridad y compasión.
Violencia arraigada
El historiador británico Richard Overy asegura en su libro ¿Por qué la guerra? que la propensión a la violencia y al conflicto armado está arraigada en la naturaleza humana debido a una combinación de factores biológicos, psicológicos, sociológicos y culturales. Desde la perspectiva biológica, argumenta que la agresión y la competencia por recursos son comportamientos observados en diversas especies animales, incluidos los humanos. La teoría evolutiva sugiere que la lucha por la supervivencia y la reproducción ha sido una fuerza motriz que ha moldeado la predisposición de los seres humanos a recurrir a la violencia en situaciones de conflicto.
En el ámbito de la psicología, se abordan factores condicionantes como la percepción de amenaza, la desconfianza hacia el «otro» y la búsqueda de poder y control, que pueden contribuir al surgimiento de tensiones intergrupales que desembocan en confrontaciones violentas. Además, se exploran fenómenos como la desensibilización a la violencia y la aceptación normas grupales que pueden favorecer la escalada de conflictos.
Overy señala que la antropología nos puede servir para analizar cómo las estructuras sociales y culturales han desempeñado un papel crucial en la formación de identidades colectivas y en la justificación de la guerra como un medio legítimo para defender intereses grupales. La propagación de narrativas belicistas y la construcción de enemigos funcionan como estrategias para movilizar a las sociedades hacia el conflicto armado. En términos históricos, la guerra y los conflictos han sido una constante en las civilizaciones, desde las tribus prehistóricas hasta las potencias globales de la era contemporánea. La competencia por recursos, la expansión territorial, la afirmación de poder y la defensa de ideologías son sus impulsores recurrentes.
Presente casi desde el origen
Más allá de los conflictos o guerras, a lo largo de su existencia el humano ha ideado prácticas violentas cargadas de creencias y simbolismo. Los sacrificios fueron parte importante en la vida de antiguas civilizaciones. Tenían propósitos rituales, religiosos y culturales. En muchas de estas culturas se creía que ofrecer la vida de un ser humano apaciguaba a los dioses, garantizaba una buena cosecha, aseguraba la victoria en la guerra o mantenía el equilibrio en el universo.
Los sacrificios de niños eran comunes. Algunas culturas creían que poseían una pureza especial que los hacía seres ideales para ser ofrendados a los dioses. También suponían que al sacrificar a un niño, se aseguraba un favor divino o se evitaba la ira de los dioses. Además, en ocasiones los niños eran un regalo para los dioses porque representaban la vida y la fertilidad.
En la cultura azteca, los niños para sacrificios eran prisioneros de guerra, de familias nobles o incluso eran ofrecidos voluntariamente por su familia como un acto de devoción religiosa. También los elegían de forma aleatoria o eran hijos de sacerdotes o individuos considerados “impuros” por la sociedad. Desde la perspectiva actual, los sacrificios humanos se ven como prácticas crueles y abominables. Sin embargo, en el contexto de estas antiguas civilizaciones, los sacrificios tenían un profundo significado. Eran fundamentales para el bienestar de sus comunidades y el mantenimiento del orden cósmico.
¿Más guerra que paz?
Las sociedades han experimentado altibajos en su búsqueda de estabilidad, prosperidad y convivencia pacífica. Aunque nos parece que la violencia ha sido una constante histórica, ha habido períodos de paz que han sido igualmente significativos y duraderos. Con relativa estabilidad, cooperación y convivencia pacífica entre comunidades y naciones. Sin emabrgo, los conflictos y las guerras dejan una marca indeleble en la historia de la humanidad.
La razón por la que a menudo se habla más de violencia y guerra que de paz puede deberse a varios factores. En primer lugar, los conflictos y la violencia suelen tener un impacto inmediato y dramático en las sociedades. También la paz suele percibirse como un estado de normalidad, por lo que a menudo no se le presta la misma atención mediática.
La paz no es simplemente la ausencia de guerra, sino un estado de equilibrio, armonía y respeto mutuo entre individuos y sociedades. Los períodos de paz suelen estar marcados por la cooperación, el diálogo, la reconciliación y la promoción de los derechos humanos y la justicia social.
Violencia y agresividad
La psiquiatra Jenny Tadde afirman como otros especialistas que violencia y agresividad son dos conceptos distintos. La agresividad la consideran un instinto natural que el hombre lleva consigo desde su nacimiento y que comparte con los animales. Le sirve para estar alerta, defenderse y adaptarse al entorno. Es biológica, instintiva y está regulada por reacciones neuroquímicas. La cultura convierte ese instinto agresivo se convierte en uno social.
La violencia, sin embargo, la describen no como comportamiento natural humano, sino como un producto cognitivo y sociocultural alimentado por lo roles sociales, los valores, las ideologías, los símbolos. Es una conducta aprendida que tiene gran carga de premeditación e intención. La violencia es la transformación de la agresividad para hacer daño a otro ser humano.
«Si tomamos de ejemplo a un león macho que en la sabana africana de pronto se enfrenta con otro individuo de su especie que pretende apoderarse de su territorio, veremos que la lucha durará unos minutos. Habrá un vencedor que se quedará tranquilo a disfrutar de su triunfo y un perdedor que se alejará y no volverá más. Eso es agresividad natural. No obstante, si dos individuos humanos empiezan a pelear por un malentendido, uno de ellos ganará, pero no se quedará contento y seguirá golpeando y golpeando al perdedor con el afán de destruirlo. Eso es violencia», explica Taddey.
El grupalismo
Hay quienes manifiestan que el grupalismo es la base de muchos conflictos. Aseguran que la especie humana se ha adaptado vivir en tribus o grupos, y el cerebro responde de una manera muy peculiar. Diversos estudios han demostrado que las personas a los pocos días de incorporarse a un grupo recién formado empiezan a percibir a sus compañeros como más honestos, fiables, inteligentes y trabajadores. Aunque no se conocían de antes.
Cuando hay diferencias, la manipulación resulta fácil. Solo basta con incrementar la percepción negativa de los miembros de otro grupo para que surjan rivalidades innecesarias, que pueden desembocar en un conflicto. Si la percepción negativa es intensa, se puede llegar a cosificar a los integrantes del grupo contrario. Esta conducta facilita la barbarie. Puede empeorar si se imponen líderes con patologías mentales que impulsen al grupo a la violencia. La historia está llena de líderes con este desequilibrio que han conducido sus naciones por el camino de la violencia, el conflicto, la polarización.
Taddey sostiene que la violencia es un problema grave, está entre las principales causas de muerte en el mundo. También la consideran como un asunto de salud mental que ha alcanzado gran impacto porque atraviesa fronteras raciales, de edad, religiosas, educativas y socioeconómicas. «La violencia está profundamente enraizada en el poder que pone su acento en el dominio, la predominante en nuestra cultura. La violencia se aprende, se reproduce y siempre es una forma de ejercicio del poder», afirma..
La violencia de género es la que concentra la mayor parte de los tipos de violencia. La de hombres hacia mujeres, niños, niñas y otros hombres es la más común. El estudio de la violencia de género es muy relevante en las universidades, que tienen un papel fundamental en la formación y difusión de ideologías.
Refiere que «la conducta agresiva durante la niñez y la adolescencia son un fuerte predictor de violencia posterior». El inicio precoz de las tendencias agresivas se asocia con violencia severa y crónica, no solo durante la adolescencia sino también durante la adultez.