Un nuevo concepto se abre paso: el infodeterminismo, que pregona que la información y el conocimiento no son fijos ni determinados, sino que están sujetos a cambios y reinterpretaciones. En fin, más incertidumbre. Joshua Rothiman afirma que el infodeterminismo zarandea la voluntad humana.
Joshua Rothman es el editor de ideas de The New Yorker, una prestigiosa revista estadounidense conocida por su enfoque en cultura, política, literatura y sociedad. Su papel como editor de ideas implica seleccionar y dar forma a los temas que se presentan en la sección de ensayos y análisis. Es un escritor versátil. Sus artículos abarcan una amplia gama de temas: cultura y tecnología, historia y actualidad. Rothman tiene la habilidad de plantear preguntas provocadoras. Como “¿Vivimos en la era del infodeterminismo?” y da pie a unas inquietantes reflexiones sobre el futuro de la sociedad y la democracia. “Cada vez más, nuestras redes parecen dirigir nuestra historia en formas que no nos gustan y que no podemos controlar”, escribe.
Impacto político de Internet
Rothman parte del trabajo de Martin Gurri. Un analista de medios de la Agencia Central de Inteligencia que a principios del siglo XXI comenzó a explorar el impacto político de Internet. Gurri trabajaba en el Centro de Fuentes Abiertas, encargado de analizar información pública como periódicos, revistas e informes. Sin embargo, con la llegada de la Web, enfocarse en esas fuentes solamente había comenzado a parecer obsoleto. Un gran número de personas publicaban en línea, y las ideas que compartían tenían el poder de colapsar las bolsas, influir en las elecciones o desatar revoluciones.
Gurri describió las consecuencias de esta incertidumbre en su libro «La rebelión del público y la crisis de la autoridad» (2014, actualizado en 2018). En el que explora cómo la democratización de la información ha erosionado la autoridad tradicional y ha dado lugar a un nuevo orden informativo caracterizado por la desconfianza y el escepticismo. Según Gurri antes, leer un periódico o ver un noticiero proporcionaba una sensación de comprensión completa de “la noticia”. Internet cambió eso. Permitió a millones de personas convertirse en productores de contenido, desafiando así los monopolios informativos y socavando la credibilidad de las instituciones establecidas.
La sensación de que siempre hay más por descubrir se convirtió en “un ácido corrosivo para la autoridad”. Cada declaración presidencial, evaluación de la CIA o informe de investigación de un periódico importante parecía subjetiva y basada en preferencias morales en lugar de rigor intelectual. Gurri argumenta que esta proliferación de voces genera una sensación de incertidumbre permanente, ya que siempre hay más información disponible y más opiniones contrarias que considerar. Como resultado, el público desarrolló una actitud cada vez más crítica hacia las autoridades, cuestionando sus motivaciones y desafiando sus narrativas.
Comunidades Vitales
Con el acceso masivo a Internet, la audiencia tradicional se estaba dividiendo en «comunidades vitales»: grupos de diferentes tamaños reunidos orgánicamente en torno a intereses o temas compartidos. Comunidades que se deleitan con desafiar la opinión establecida y desmantelar los argumentos de la autoridad. Los expertos se encontraban rodeados de aficionados dispuestos a señalar errores y burlarse de predicciones fallidas. Pero que rara vez propone soluciones concretas. La facilidad con la que se puede acceder a información contradictoria fomenta un ambiente de escepticismo generalizado, en el que cualquier afirmación puede ser fácilmente refutada o ridiculizada.
Destaca Rothman que para Gurri la respuesta de los poderosos fue preocupante. Anhelaban los días en que la jerarquía autoritaria prevalecía y deseaban que Internet y su “público rebelde” desaparecieran. Los líderes instaban a la alfabetización mediática y presionaban para ajustar los algoritmos. Pero los usuarios de Internet cada vez tomaban menos en serio a los líderes y expertos.
“Para cada vez más personas, un YouTuber cualquiera parecía preferible a un experto acreditado; cualquiera que representara “al sistema” era intrínsecamente poco confiable”. A medida que los poderosos y el público comenzaron a tratarse con desprecio, crearon según Gurri “un círculo vicioso perpetuo de fracaso y negación”.
El nihilismo, la creencia de que el statu quo es tan aborrecible que su destrucción es considerada una forma de progreso, se generalizó. La creciente desconfianza en las instituciones y la proliferación de información falsa han dado lugar a un clima de nihilismo digital. En el cual la verdad objetiva parece cada vez más elusiva. Situación que ha tenido consecuencias significativas para la democracia. Dificulta el consenso y el debate público constructivo. Podría expresarse de manera sustantiva, como en los disturbios en el Capitolio, o discursivamente, afirmando el derecho a decir y creer lo que se quiera, independientemente de lo absurdo que sea.
Desprecio por la verdad
Joshua Rothman revela que leyó «La rebelión del público» en 2016, después de la elección de Donald Trump y encontró su análisis revelador. “Ha permanecido en mi mente desde entonces”. Aunque reconoce que discrepa de la visión libertaria de Gurri, de su percepción de la presidencia de Obama y el movimiento Occupy, así como de su minimización del apoyo de la izquierda estadounidense a sus instituciones. Para Rothman el libro aborda una cuestión fundamental: ¿cómo afecta Internet a nuestra percepción de la autoridad y el conocimiento? Anticipó con sorprendente precisión la creciente desconfianza en las instituciones y la proliferación de teorías conspirativas.
El editor del New Yorker refiere una anécdota reciente, cuando un amigo le contó sobre un pariente que creía que algunas escuelas públicas habían instalado «cajas de arena para humanos» para los estudiantes que se identifican como gatos. “Me pregunté si “creer” era el concepto equivocado para aplicar a un caso así. Decir que uno cree en las cajas de arena para humanos tal vez se vea mejor como una forma de señalar su rechazo a la autoridad discursiva. Es como decir: “Nadie puede decirme qué pensar””.
Cualquier chispa
Pero aquí surge una pregunta crucial: ¿cómo funciona una sociedad cuando el rechazo del conocimiento se convierte en un acto político? Gurri ofrece algunas sugerencias para cerrar la brecha entre instituciones y público. Por ejemplo, las agencias gubernamentales podrían utilizar la tecnología para aumentar la transparencia, y los votantes desilusionados podrían ajustar sus expectativas sobre lo que los líderes pueden lograr en sus vidas.
El propósito principal del libro de Gurri no es proponer soluciones definitivas. Solo pretende describir el problema. Para Rothman a menos que ocurra una transformación profunda, “es difícil imaginar que Internet se convierta en un espacio de consenso”. Además, la confianza en las figuras de autoridad y los medios de comunicación sigue siendo un desafío.
Gurri concluye con una advertencia: “En igualdad de condiciones, el sistema seguirá perdiendo legitimidad”. La extinción masiva de narrativas legitimadoras deja poco margen de error, no deja ninguna reserva residual de buena voluntad pública. “Cualquier chispa puede hacer estallar cualquier sistema político en cualquier momento y en cualquier lugar”.
Harari y el fin de la historia
Rothman cita la visión provocadora de Yuval Noah Harari en su nuevo libro “Nexus: A Brief H a Age to A” (Nexus: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA). En el que plantea la posibilidad de que la inteligencia artificial (IA) pueda llegar a dominar la cultura humana. Al reemplazar la creación y el consumo de contenido por algoritmos y bots.
Vivimos inmersos en la cultura, y esta influye en todos los aspectos de nuestras vidas. Desde nuestras opiniones políticas hasta nuestros hábitos sexuales, todo está moldeado por lo que escuchamos, leemos y vemos. Hasta hace poco, este capullo cultural estaba tejido principalmente por seres humanos. Sin embargo, Harari nos advierte que, en el futuro, será cada vez más diseñado por computadoras.
Según Harari las próximas décadas podrían presenciar la automatización de muchas voces en línea, lo que podría marcar “el fin de la historia humana”, no en términos absolutos, sino en la parte dominada por los humanos. Los sistemas de inteligencia artificial podrían devorar toda nuestra cultura acumulada a lo largo de miles de años. Argumenta que la inteligencia artificial (IA) podría redefinir fundamentalmente nuestra experiencia de la realidad. Al generar una avalancha de contenido sintético, podría manipular nuestras opiniones, creencias y comportamientos de maneras que apenas comenzamos a comprender.
Sugiere adoptar una nueva definición de «información». Más que representaciones de la realidad, la información puede ser vista como un «nexo social” que conecta a las personas y moldea sus comportamientos. Por ejemplo, la Biblia influye en la historia al persuadir a miles de millones de personas a cooperar. Los registros burocráticos crearon relaciones entre gobiernos y ciudadanos. La IA, al producir información a gran escala, podría generar nuevos «tejidos sociales», alterando las estructuras de poder y las dinámicas de la sociedad.
Anarquía digital
¿Qué sucederá cuando los sistemas de inteligencia artificial comiencen a moldear estas conexiones sociales? Harari señala que en la Internet previa a la IA, entre el 20% y el 30% del contenido de Twitter ya era publicado por bots, aunque estos constituían solo el 5% de los usuarios. Plataformas como Twitter, con sus algoritmos automatizados, también pueden considerarse “megabots”. Si los bots y algoritmos pudieran mantener conversaciones inteligentes, podríamos enfrentarnos a una “anarquía digital”.
“La esfera pública se verá inundada de noticias falsas generadas por computadora, los ciudadanos no podrán distinguir si están debatiendo con un amigo humano o con una máquina manipuladora, y no quedará consenso sobre las reglas más básicas de discusión o los hechos más básicos”.
En un mundo inundado de deepfakes y bots, donde la línea entre lo humano y lo artificial se vuelve borrosa, será cada vez más difícil distinguir la verdad de la ficción. Lo que podría socavar la confianza en las instituciones y dificultar el diálogo democrático.
Futuro de la democracia
El autor plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro de la democracia en una era dominada por la IA. ¿Cómo podemos asegurar que las decisiones algorítmicas no socaven nuestros derechos y libertades? ¿Cómo podemos proteger la esfera pública de la manipulación y la desinformación?
Para prepararse para este posible futuro, Harari aboga por una «política informática» sólida, que incluya la prohibición de la suplantación de identidad y la exigencia de que los sistemas de IA ejerzan un deber fiduciario hacia los usuarios. Normas que deberían incluir la transparencia algorítmica, la protección de la privacidad y la responsabilidad de las empresas tecnológicas. Harari admite que, incluso si se Implementan esas reformas, habrá razones para dudar “de la compatibilidad de la democracia con la estructura de las redes de información del siglo XXI”.
“La democracia a pequeña escala es fácil- apunta Rothman- ; a los miembros de un club o a los residentes de una pequeña ciudad no les supone ningún problema elegir a un nuevo líder o alcalde. Pero la democracia a escala masiva depende de instituciones de masas -medios de comunicación, educación y cultura de masas- que probablemente se fracturen o muten con la llegada de la inteligencia artificial”.
Infodeterminismo
Según Rothman en el mundo actual, donde la información fluye constantemente y a gran velocidad, ha adquirido relevancia el “infodeterminismo”. La idea de que las formas en que la información fluye a través del mundo conforman una red en la que todos estamos atrapados. En la novela «All Tomorrow’s Parties» (1999), William Gibson anticipó esta idea. Imaginó a un personaje que reflexionaba sobre la fluidez de las cosas en un mundo de información ilimitada.
“Por supuesto, le habían enseñado que la historia, junto con la geografía, estaba muerta. Que la historia en el sentido antiguo era un concepto, una narrativa. Historias que nos contábamos a nosotros mismos sobre de dónde veníamos y cómo había sido todo. Esas narrativas eran revisadas por cada nueva generación, y de hecho siempre había sido así. La historia era plástica, una cuestión de interpretación. Lo digital no había cambiado eso, lo había hecho demasiado obvio para ignorarlo”.
Rothman destaca que la trilogía de novelas de Gibson comienza en 2006, un año clave en la historia de Internet. Twitter se lanzó, Facebook se abrió a un público más amplio, Google adquirió YouTube y la revista Time nombró a “Usted” como la “Persona del Año”, representando la lucha colectiva contra el poder de unos pocos.
El desafío
Lev Grossman, otro escritor de la época, dijo que estábamos preparados para este cambio. “Estamos listos para equilibrar nuestra dicta de noticias predigeridas con feeds crudos de Bagdad, Boston y Pekín. Se puede aprender más sobre cómo viven los estadounidenses con solo mirar los fondos de los videos de YouTube que con 1.000 horas de televisión abierta”, escribía.
De repente, cada uno de nosotros tenía acceso a una cantidad inimaginable de datos, provenientes de cualquier rincón del mundo. Esta nueva realidad generó un entusiasmo inicial. La posibilidad de acceder a información sin filtros y de construir nuestras propias narrativas parecía liberadora. “En aquel entonces, el infodeterminismo era emocionante. Hoy en día, se siente como un desafío que debemos superar, o de lo contrario…”, deja en el aire un ¿pesimista? Rothman.