Cuando Thomas Edison inventó la luz eléctrica, el mundo empezó a moverse con mayor rapidez y, por supuesto, con más claridad. Bombillos y farolas iluminaron tenuemente hogares y callejones, luego focos de mayor potencia se adueñaron de avenidas, comercios y rascacielos. Sin dudas, después de 1879 la luz de las ciudades brilla más que la de las estrellas hasta producir, sin darnos cuenta, una contaminación lumínica. Su alta exposición afecta a las personas, los animales y el planeta.
Desde la Estación Espacial Internacional hasta centenares de satélites han tomado millones de imágenes de la Tierra, de día y de noche. Siguiendo la transformación del planeta, estos equipos digitales, detectan los altos niveles de contaminación del aire, suelos y océanos, ya conocidos. También registran una importante contaminación lumínica en las zonas urbanas al cotejar las fotos de décadas anteriores con las actuales. Así como un cambio hacia emisiones más blancas y azules, debido a la incorporación de tecnología LED en los sistemas de alumbrado.
Esta contaminación lumínica es, entre algunas definiciones, “la introducción de luz artificial” en forma excesiva que “produce una degradación de los ecosistemas o el estado natural”. En el mundo varía según el país y las políticas a la hora de iluminar las calles.
En Europa, por ejemplo, Italia y el Reino Unido destacan por su notable aumento de la contaminación lumínica. Alemania y Austria muestran un cambio menos drástico en sus emisiones espectrales, señala una investigación publicada en Science Advances. En el lado más cálido del espectro, Bélgica brilla con un naranja intenso gracias al uso generalizado de farolas de sodio de baja presión. Estas luces provocan que los Países Bajos emitan un brillo dorado. Mientras, las grandes ciudades españolas emiten un color más cálido.
Impacto de la contaminación lumínica
La pandemia arrojó algunos datos puntuales y positivos en medio de la tragedia sanitaria que acabó con la vida de millones de personas. En mayor o menor medida, la mayoría de las ciudades redujeron la contaminación lumínica hasta un 50% durante la crisis de salud. No fue un apagón generalizado, sino algo más sencillo: la desaparición casi por completo del tráfico, tanto terrestre como aéreo. Esto es una prueba inequívoca que no solo son los elementos estáticos los causantes del exceso de luz. El cierre de toda la actividad no esencial y el confinamiento redujo al mínimo la presencia de autos en las calles.
Pero, más que la ausencia de sus faros, los vehículos dejaron de emitir partículas a la atmósfera. Un elemento clave para reducir la contaminación lumínica, dijo Máximo Bustamante, Investigador de Instituto de Astrofísica de Andalucía, a la web ClicKoala.
Otro acontecimiento que impulsó una mayor eficiencia energética fue la crisis de los altos precios de la energía y las limitaciones en el suministro. La Unión Europea instó a sus países miembros a tomar medidas de ahorro de energía. Apagar, a partir de las diez de la noche, las luces de los escaparates, anuncios luminosos y edificios públicos desocupados. Con la vuelta a la normalidad, reaparecieron los altos niveles de contaminación lumínica y los problemas de las personas, animales y el planeta.
El impacto imperceptible para los seres humanos es importante. Una exposición elevada de fuentes luminosas por la noche provoca nerviosismo y cansancio. Podría llevar a estados de ánimo negativos, a la depresión, al romper el ciclo natural luz-oscuridad.
Efectos negativos de las tonalidades blancas y azules de la luz
Algunos científicos reunidos por la ONU en el foro virtual “Cielos oscuros y tranquilos para la ciencia y la sociedad” afirmaron que existe una relación entre la contaminación lumínica y un mayor riesgo de la aparición de patologías como diabetes, obesidad o cáncer.
Las tonalidades blancas y azules de la luz tienen un mayor impacto en el ritmo circadiano diurno y nocturno de los organismos vivos. El estudio publicado en Science Advances se centra en tres efectos negativos.
El primero, la supresión de la melatonina, una hormona que juega un papel importante en el sueño y cuya producción y liberación está relacionada con la hora del día (aumenta cuando está oscuro y disminuye cuando hay luz).
Segundo, el impacto en la respuesta fototóxica (capacidad para moverse y reaccionar ante una fuente de luz) de los insectos, como las polillas, y los murciélagos. Por ejemplo, casi todas las especies de murciélagos que pueblan Europa viven en regiones donde la composición espectral de la iluminación nocturna se ha vuelto más blanca, lo que afecta a su vuelo y caza.
Tercero, el empeoramiento de la visibilidad de las estrellas en el cielo nocturno. Esto influye en los ámbitos de la geolocalización y la observación astronómica y en la percepción humana de la “naturaleza” y de su lugar en el universo.
Asimismo, los efectos de la contaminación lumínica para el planeta son de alto impacto. El gasto para crear la energía necesaria para producir toda esa luz: centrales eléctricas, líneas de alta tensión, transformadores conlleva incrementar de forma drástica la huella de carbono y acelerar el cambio climático. Por otra parte, están los residuos provenientes de todos estos elementos lumínicos.
Se pierde equilibrio de ecosistemas
La contaminación lumínica también alcanza a los animales. Sufren mucho por la desorientación, trastornos de la rutina, desplazamiento a otros hábitats, desajustes en la cadena trófica o mortalidad. Sin duda, sus efectos hacen peligrar el equilibrio de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad. Y este desequilibrio afecta especialmente a un grupo de animales que sufren consecuencias más graves: los insectos.
La mitad de todas las especies de insectos son nocturnas. Dependen de la oscuridad y la luz natural de la luna y las estrellas para la orientación y el movimiento. Sea para escapar de los depredadores o para realizar sus tareas nocturnas de buscar comida y reproducirse
Un estudio publicado en el Journal of Experimental Biology señala que la enorme cantidad de luz emitida por el ser humano hace que el brillo de las hembras de este insecto no sea capaz de competir con la luz ambiental para atraer a los machos y causa problemas en su reproducción.
Además, esa contaminación afecta a muchos animales, desde el aumento del tiempo de actividad de los depredadores hasta la interrupción de las migraciones. En el caso de las hembras de la luciérnaga común, la Lampyris noctiluca, estas emiten un resplandor verde desde su abdomen para atraer a los machos voladores, Pero son incapaces de volar a nuevos lugares para escapar de la contaminación lumínica.