Nuria Morgado
La dimensión física necesita de la conciencia para organizarse y evolucionar, mientras que la conciencia necesita de los retos y limitaciones de la realidad física para crecer y realizarse. Comunión. Palabra clave. Antonio Machado decía que “no basta la razón, el invento socrático, para crear la convivencia humana”, que la convivencia precisa también “la comunión cordial, la convergencia de corazones en un mismo objeto de amor”.
Y en esa convergencia fraterna es en donde se da el tú de toda humanidad, proponiendo una posible salida del laberinto de la soledad hacia la hermandad.
Hablar de hermandad en un mundo en donde la justicia e igualdad escasean, en donde la dominación patriarcal, racial, cultural, la explotación económica o la violencia en general se conjugan con otras variables dando lugar a nuevas y complejas opresiones, la palabra hermandad bien pudiera resultar un concepto utópico de imposible creación.
El actual escenario mundial es de desorden social, geopolítico y económico. Esta situación de crisis existencial, ontológica, de cambios normativos y choques culturales produce nuevas formas de violencia, no solo contra los sectores sociales más vulnerables, sino también contra el medioambiente. Necesitamos alternativas al orden dominante. Una nueva conciencia y no es tarea fácil.
En ese camino, la conciencia de la mestiza propuesta por Gloria Anzaldúa (1942-2004), la escritora y pensadora chicana y queer más influyente de las últimas cuatro décadas, puede dar una pista dentro del marco de lo social y cultural, y, sobre todo, en lo que concierne al estudio de la identidad en relación con la justicia social en ámbitos locales y globales.[1]
En el ensayo “La conciencia de la Mestiza: Towards a New Consciousness”, incluido en su obra semiautobiográfica Borderlands/ La Frontera: The New Mestiza (1987), se encuentran las bases capaces de gestionar los desencuentros culturales desde la postura de deshacer “fronteras” y hacer compatibles la igualdad –de género, por ejemplo–, con el respeto a las comunidades culturales y a las minorías oprimidas.
Anzaldúa reflexiona sobre las batallas internas y externas de la mestiza que, viviendo en más de una cultura, los mensajes que recibe son múltiples y a menudo opuestos, causando un choque cultural. En el camino hacia una nueva conciencia, la nueva mestiza hace frente a estos choques y desarrolla una tolerancia para las contradicciones y ambigüedades. Tiene una personalidad plural y opera de un modo pluralista, no rechaza nada. No solo sostiene contradicciones, sino que también convierte la ambivalencia en algo más.
La vida, para Anzaldúa, es fluidez y movimiento, un movimiento que se aleja del pensamiento convergente para avanzar al pensamiento divergente, que se distancia de los patrones establecidos para evolucionar hacia una óptica de inclusión en vez de exclusión. Ese punto focal, esa coyuntura en la que se alza la mestiza es donde ocurre la posibilidad de unir lo que está separado.
Un masivo desarraigo del pensamiento dualístico en la conciencia individual y colectiva puede llevarnos al fin de las violaciones, de la violencia, de la guerra
Esta unión no es simplemente de unidades separadas, ni tampoco es un equilibrio de poderes opuestos: en un intento de llevar a cabo una síntesis, el yo ha añadido un elemento que es mayor que la suma de las partes: ese elemento es el de la conciencia de la mestiza, una nueva conciencia cuya energía viene de un movimiento creativo continuo que rompe el aspecto unitario de cada nuevo paradigma.
Dice Anzaldúa que el futuro depende de la ruptura de paradigmas, de poder cabalgar entre dos o más culturas y que, creando un nuevo “mythos”, es decir, un cambio en la manera en que se percibe la realidad, en las creencias, en los valores, en las actitudes, en la propia percepción de sí mismo, la mestiza crea una nueva conciencia. Su labor es la de romper la dualidad sujeto-objeto que la mantiene prisionera.
La respuesta al problema entre las diferentes razas y entre los diferentes géneros se encuentra en el saneamiento de la división que se origina en los pilares de nuestras vidas, nuestra cultura, nuestras lenguas, nuestros pensamientos. Afirma que un masivo desarraigo del pensamiento dualístico en la conciencia individual y colectiva es el comienzo de una larga lucha que puede llevarnos al fin de las violaciones, de la violencia, de la guerra.
Tal es el proyecto de la “identidad híbrida” o mestizaje de Gloria Anzaldúa, la mestiza, como concepto que pretende minar todas las formas jerárquicas y arraigadas de ser y estar en el mundo. La red de relaciones de poder sobre la que se asienta la sociedad, las culturas y el conjunto de definiciones sociales que alimentan el imaginario colectivo deben ser sometidos a crítica.
Se individualizan y se muestran las diferencias de raza, clase, género, etnia o preferencia sexual, pero se explora lo común, tanto de las experiencias históricas de opresión como de sus proyectos utópicos, sin olvidar las particularidades de cada comunidad. Su objetivo final es construir una nueva y flexible utopía que combine lo local y lo universal, lo particular y lo global. Haciendo eco del popular verso de Antonio Machado declara Anzaldúa: “Caminante, no hay puentes, se hace puentes al andar” (en This Bridge Called My Back).
Necesitamos más puentes y menos fronteras. En ese mestizaje compuesto del cuerpo y la conciencia en una comunidad de individuos diferentes y similares, en ese yo en el tú, en ese tú de todos, sabemos que podemos (trans)formar el camino que nos queda por delante y que dejaremos a quienes nos sucedan. Y ante esta perspectiva, el crudo egoísmo que permeabiliza nuestra realidad dejará de dominar cuando nuestros fines se hallen en consonancia con el fin racional y único de la especie humana.