Si rezar no ayuda, tampoco hace daño. Esta frase, mezcla de escepticismo y fe, resume las dudas y la esperanza que se esconden tras la atávica práctica de pedir a Dios. Ateos y agnósticos dudan de su efectividad. Los creyentes ven en este rito una solución a problemas más allá de su control. Pero para la ciencia ¿qué dice la evidencia? ¿Qué de cierto hay en la efectividad de la oración?
La ausencia de pruebas no es una prueba de ausencia. Para los científicos, esta máxima es lo que les lleva a investigar sin prejuicios, aún en contra de lo que les dita el sentido común. Sin embargo, no es fácil desprenderse de las creencias y de lo que la lógica nos dice. Stephen Hawking lo recordaba constantemente. Pero, ¿un investigación sobre la oración? No es descabellado.
Uno de los fenómenos culturales más singulares en nuestros días es la existencia de un renovado interés en las relaciones entre ciencia y religión. El interés es mutuo. No son pocos los científicos que discuten las posibles implicaciones teológicas de su ciencia. Por su parte muchos teólogos se embarcan en un diálogo entre ciencia y religión que está dando lugar al nacimiento de una nueva disciplina. Además, el público general se interesa cada día más en estos asuntos que mezclan la razón y la fe.
Puede ser de ayuda
En esta búsqueda, Tanya Marie Luhrmann, una antropóloga psicológica presenta evidencias de que las iglesias evangélicas influyen en la forma de pensar de los creyentes. No se limitan a enseñar lo que dice la Biblia. Cambian la forma en que funciona el cerebro de sus miembros.
Pero la especialista aclara que ese cambio no voluntario no es tan insidioso como parece. Por el contrario, el condicionamiento mental tiene un linaje noble en la historia de la religión. Incluso (o especialmente) en esta era moderna puede ayudar a los humanos a prosperar. En su libro Cuando Dios responde, Luhrmann explica cómo las personas racionales que viven en el siglo XXI pueden creer que Dios les habla y por qué el resto de la gente debería tomarlas en serio.
Allí relata sus experiencias en iglesias carismáticas en Chicago y el área de San Francisco. Curiosa por todo, con los ojos abiertos, infinitamente paciente, Luhrmann se incorporó plenamente. Durante varios años entrevistó a más de cincuenta feligreses. Adoró y oró con ellos. Se unió a grupos de estudio bíblico. Informó con escrupulosa neutralidad sobre su práctica espiritual diaria.
Proceso de aprendizaje
Después de más de cuatro años de observar y entrevistar a los miembros de estas iglesias, y de participar en grupos de oración, estudio bíblico y adoración semanal, Luhrmann llegó a una hipótesis simple pero fascinante: los evangélicos creen en un Dios íntimo que les habla personalmente porque sus iglesias los entrenan en una nueva teoría de la mente. En estas comunidades, la fe religiosa es «más como aprender a hacer algo que pensar en algo».
Luhrmann dice que notó que cuando las personas en el grupo de oración se concentraban en hablar con Dios, atendían más intensamente sus propios mundos internos. Aseguró que las experiencias trabajando con estas personas cambiaron su propia forma de ver a Dios.
Le pareció inmensamente conmovedor el compromiso de estas personas con el sentido de que el mundo es bueno frente a la evidencia de lo contrario. Considera extraordinario ver a la gente hacer ese compromiso, y al hablar con la gente no le pareció que fueran ingenuos sobre las cosas terribles que sucedieron en sus vidas y en el mundo. Pero afirmaban que, sin embargo, este era un lugar maravilloso para estar.
Toda religión es un asunto tanto de la cabeza como del corazón. Pero Luhrmann sugiere que el corazón ha conquistado por completo la cabeza. Desde su punto de vista, la prueba más convincente de religión no es científica sino psicológica. No hay forma de deshacer la convicción de los creyentes de que Dios mismo les dijo que él es real y que su historia es verdadera.
Un estudio discutible
Sin embargo, el escritor de The New Yorker, James Wood se muestra escéptico de las conclusiones a las que llega la antropóloga, al pasar tiempo entre «gente evangélica cuyas formas de oración le fascinan».
Wood, un escéptico religioso, está un poco desconcertado por cómo Luhrmann puede ser «cuidadosamente neutral acerca de la existencia de Dios, o incluso algo hospitalaria con la noción» mientras que, al mismo tiempo, cree que la oración exitosa requiere talento y práctica.
Hay que evitar al «Dios de los huecos»
Desde otra perspectiva, Jamie Jensen, profesora de la Universidad Brigham Young, en Utah, explica su vision de lo que considera la “batalla innecesaria” que se ha estado librando entre la ciencia y la fe a lo largo de toda la historia y que deberían trabajar juntos por la verdad.
La profesora de biología explica a sus estudiantes que deben buscar el conocimiento y la verdad a través de los caminos simbióticos de la fe y la ciencia. Jensen recuerda que «la ciencia es agnóstica». Entonces, si bien no puede probar que Dios es real, tampoco puede probar que no. Debido a esto, nadie puede llegar a una conclusión sobre la realidad de Dios solo a través de la ciencia. También se deben sacar conclusiones llenas de fe.
No obstante, advierte sobre la importancia de no creer en un «Dios de los huecos». Esto significa que cuando algo se desconoce, se usa a Dios para darle una explicación. Jensen señala que esta tendencia puede ser peligrosa cuando la ciencia evoluciona y las incógnitas explicadas por Dios logran ser explicadas por la ciencia. Esto puede hacer que la fe desaparezca o que la gente dude.
Usando modos espirituales y científicos de buscar la verdad, Jensen cree que será posible «disolver la brecha artificial que hemos abierto entre la ciencia y la fe».
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