Por: Miguel Henrique Otero
Hay efectos de la catástrofe venezolana que no siempre son reconocidos. Hay dimensiones de la destrucción que, en alguna medida, permanecen fuera del radar de la opinión pública, invisibles o en un segundo o tercer plano. Son cuestiones de las que apenas se habla, a pesar de su indiscutible relevancia. La urgencia de los problemas cotidianos vuelve invisibles ciertos asuntos. Por ejemplo: la destrucción de las capacidades estadísticas de Venezuela.
Venezuela es un país sin indicadores. Lo que el régimen farsante llama el sistema estadístico nacional es simplemente una enorme bufonada. Vaya el lector a la página del Instituto Nacional de Estadística –INE– para que verifique, por sí mismo, de lo que hablo. Algunos ejemplos: los datos de la canasta alimentaria normativa se detienen en 2014. Las variaciones porcentuales del índice nacional de precios al consumidor, en 2015 (aunque varios de sus subindicadores llegan solo hasta 2013). El más reciente censo económico corresponde a los años 2007 y 2008. La encuesta a grandes empresas industriales, a 2010-2011. El resumen de la balanza de pagos se interrumpe en el tercer trimestre de 2013. Las cifras de exportaciones no petroleras, en octubre de 2014. Las cifras de consumo de alimentos, en el primer semestre de 2014. Los datos relativos a educación o finalizan en 2012 o en 2013. Los indicadores básicos de salud acaban en 2011.
El capítulo titulado Misiones es casi un chiste: cinco gráficos de barras dedicadas a 2012. Sobre la credibilidad que podamos otorgar a esas cifras, me bastará con poner un ejemplo: en ese año (2012) el número de consultas que habría realizado la Misión Barrio Adentro fue superior a los 594 millones. Sí, ha leído bien: más de 594 millones de consultas. Esto quiere decir que, si aceptamos lo dicho por el más grande mentiroso que ha tenido la historia venezolana, Hugo Chávez, de que Barrio Adentro era utilizado por 18 millones de personas, significa que cada uno de esos 18 millones de usuarios fue a consulta 33 veces en un año.
Quien dedique su tiempo y haga un recorrido por las páginas web de Petróleos de Venezuela, Siderúrgica del Orinoco, Corpoelec, Corporación Venezolana de Guayana (y sus veinte empresas) constatará el fenómeno de la opacidad: no hay cifras de producción o de ventas. Cuando hay algunos, son datos de hace cinco o más años. En todas ellas lo que pulula es la propaganda: un rosario de falsedades. El caso de Invepal (la expropiada Venepal) es elocuente: la principal oferta informativa de su web es un pasquín de nombre Voz Obrera, que se publicó hasta 2016, donde se incluyen mentiras como las relativas a la disminución de la pobreza, amén de páginas y páginas de verborrea sobre el imperialismo, la derecha o la guerra económica. ¿Alguna información sobre la producción de Invepal? Cero. Nada.
No me extenderé en un tema que muy pronto correría el riesgo de volverse repetitivo: en nuestro país, las instituciones del Estado, secuestradas por una banda de criminales, no informan. Ni siquiera el Banco Central de Venezuela cumple con su obligación. Su página web, aprovecho de comentarlo, es tortuosa, ineficiente, irregular y dominada por las ausencias. Como dicen economistas expertos, es una página diseñada para ocultar, mentir o simplemente negar la realidad.
He hecho este sumario recorrido para agregar un argumento más –otro más– a esa realidad que los venezolanos y los ciudadanos bien informados de otros países reconocemos de forma inequívoca: el poder venezolano está en manos de una banda de malhechores. La destrucción de todos los indicadores –todos, sin excepción– forma parte de un modelo de conducta: es el afán del delincuente por borrar los rastros de sus crímenes. El objetivo de fondo es impedir, hasta donde sea posible, que se difundan las cifras de mortalidad infantil, morbilidad, epidemias, asesinatos, secuestros y acciones de la delincuencia. Se pretende imponer un inmenso manto de opacidad que oculte la improductividad, el colapso, el empobrecimiento, el paisaje en ruinas en que se está convirtiendo nuestra Venezuela. Solo necesito de un ejemplo más para mostrar el extremo al que me refiero: no hay ni una institución, ni siquiera la que tendría la obligación de informar al respecto, el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería –Saime–, que tenga un dato, uno solo, relativo a los más de 4 millones de venezolanos que han huido del país en los últimos 5 años.
Hay que entender que estas prácticas de ocultamiento y mentira no son accidentales. Son expresión de la perversa calaña, de la putrefacción moral de un poder que mata y destruye bajo todas las modalidades y métodos posibles: mata reprimiendo, mata de hambre, mata por enfermedad.
Son los voceros de esta estructura de malhechores los que han sido enviados a un nuevo intento de negociación. A quienes sostienen que la situación de hoy es distinta a los innumerables intentos fallidos de los años 2016, 2017 y 2018 hay que decirles, tienen razón: hoy Venezuela está más destruida; la cifra de muertes ha crecido; el hambre y la enfermedad se han expandido; el número de asesinados por la represión y la delincuencia sigue en aumento; la corrupción, la tortura y los abusos están en auge, como está en auge la liquidación de la legítima Asamblea Nacional, por ese ente ilegal, ilegítimo y fraudulento llamado Asamblea Nacional Constituyente.
¿Es con esos embaucadores y criminales con los que se espera alcanzar un acuerdo para unas elecciones libres, transparentes y justas?
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