Por Benito Guerrero
18/08/2017
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Si hablamos de poesía, prosa y dramaturgia española del siglo pasado, es esencial recordar el nombre de Federico García Lorca. Perteneciente a lo que se denominó la Generación del 27, es uno de los poetas más influyentes de nuestra literatura.
Cuando se conmemora el aniversario de su fusilamiento en 1936, repasamos su biografía a través de sus versos.
La vocación de Lorca como escritor se despertó mientras estudiaba Derecho y Filosofía. El poeta se reunía con otros jóvenes intelectuales en el Café Alameda de Granada. Todos ellos recibieron clases del profesor Martín Domínguez Berrueta, que les llevó de viaje por Baeza, Úbeda, Córdoba Ronda, o Galicia. Entre viaje y viaje escribe Árbolé Arbolé:
La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
En la primavera de 1919 se traslada a Madrid con varios amigos a la Residencia de Estudiantes. Esta etapa de su vida le permitió conocer a otros intelectuales como Luis Buñuel, Rafael Alberti o Salvador Dali, al que escribió esta oda:
Cadaqués, en el fiel del agua y la colina,
eleva escalinatas y oculta caracolas.
Las flautas de madera pacifican el aire.
Un viejo dios silvestre da frutas a los niños.
Sus pescadores duermen, sin ensueño, en la arena.
En alta mar les sirve de brújula una rosa.
El horizonte virgen de pañuelos heridos,
junta los grandes vidrios del pez y de la luna.
En diciembre de 1927 se reúnen en Sevilla para conmemorar los trescientos años de la muerte de Luis de Góngora. Esta reunión es el origen de la llamada Generación del 27. En este momento, además del «Romancero gitano», escribe «Nana de Sevilla»:
Este galapaguito
no tiene mare;
lo parió una gitana,
lo echó a la calle.
No tiene mare, sí;
no tiene mare, no:
no tiene mare,
lo echó a la calle.
En 1929, Fernando de los Ríos propuso a Lorca que viajase a Nueva York, viaje que el poeta aceptó para aprender inglés, cambiar de vida y renovar su obra. Es en este momento cuando escribe «New York» contando su experiencia en la ciudad de los rascacielos:
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Con la llegada de la Segunda República en 1931, comenzó otra etapa de la vida de Lorca. En en estos años cuando coodirige -junto a Eduardo Ugarte- La Barraca, un grupo de teatro universitario que se frustró por la llegada de la dictadura. Estos versos de «Casida de la rosa» parecen esta hechos a la medida del momento:
La rosa
no buscaba la aurora:
Casi eterna en su ramo
buscaba otra cosa.
La rosa
no buscaba ni ciencia ni sombra:
Confín de carne y sueño
buscaba otra cosa.
En 1933 estrenó en Buenos Aires «Bodas de Sangre» con un éxito sin precedentes. Allí permaneció durante seís meses en los que tuvo la oportunidad de dirigir esta otros de sus obras como «La casa de Bernarda Alba» y «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías». Recordamos ahora uno de sus versos más conocidos, «La Tarara»:
La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Lleva la Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
Lorca rechazó las ofertas de Colombia y México para exiliarse. El 14 de julio de 1936 llegaba a la Huerta de San Vicente para reunirse con su familia, esta fue la última etapa de su vida. Su muerte finalmente se ha fijado en la madrugada del 18 de agosto a las 4:45 de la mañana.Según el historiador Ian Gibson, se acusaba al poeta de «ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual». Finalizamos este repaso con su «Romance de la Guardia Civil»:
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.