Siento que Charles Chaplin pronunció una de las frases más originales sobre la desnudez: Tu cuerpo desnudo debería pertenecer solo a aquellos que se enamoren de tu alma desnuda, y el gran Montaigne comentará que de haber estado entre aquellas naciones que, según dicen viven bajo la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, aseguro que me hubiese gustado mucho presentarme del todo entero y del todo desnudo.
Bendita la desnudez primitiva que me permitió desde niño hacer caso omiso al insolente peso de la culpa cristiana y católica, para graduarme antes de la etapa adolescente de narciso, de ser humano libre de todo pecado. Loas al joven poeta Roque Dalton que escribió sobre un tibio cuerpo, liso y terso, expuesto al natural:
Siempre recordaré tu desnudez entre mis manos, olor a disfrutada madera de sándalo clavada junto al sol de la mañana; tu risa de muchacha, o de arroyo, o de pájaro; tus manos largas y amantes.
El despertar es una desnudez. No se tiene conciencia del sexo hasta que no se está desnudo frente a la otra u el otro. Somos uno y muchos desde que nacemos. La desnudez, en otras palabras, es el despertar. Si no, nadie puede explicar, porque lo primero que se hace con los humanos cuando nacemos es envolvernos. Cuando se nos cubre, se nos asfixia, se nos oculta, y a la vez se nos incita, se nos excita, se nos seduce, se nos induce.
¿Cómo llegar a uno mismo?
Hay demasiada belleza en la desnudez cuando aprendemos a contemplarla de manera natural y cuando respetamos la solemnidad y los misterios que esconde esa frágil envoltura sensible y distinguida que sostiene el espíritu y que nos hace experimentar tantas vidas como la imaginación y cada uno de los sentidos puede darnos.
Cuando hablo de desnudez me refiero al concepto ligado a la verdad y a la belleza. Solo que estamos obligados a protegerla de la corrupción y de los muchos peligros que representa para el sentido gregario, el hecho de que el individuo llegue a descubrir, al conocerse plenamente, que puede prescindir de los otros, incluso para ser feliz.
No se trata, apreciado lector, de que tengamos que vivir desnudos; a nadie se le ocurriría semejante idea. Pero sí de aclarar la naturaleza del desnudo. Su historia tiene distintos componentes, diferentes momentos y diversas concepciones.
En nuestra civilización occidental, son varias las facetas que ha atravesado la desnudez y sus protagonistas, y muchos los excesos que se cometen con el desnudo en el presente, especialmente el femenino.
Hablaremos de los auges, las caídas, las represiones, las limitaciones y las coacciones que imponen a la desnudez las ideas dominantes, la religión y los fantasmas que originan y reproducen en los seres humanos sus creencias y los valores heredados de sus ancestros. La historia de la desnudez nace con el ser humano. Nosotros tomaremos nuestro punto de partida en nuestra herencia greco-latina.
El desnudo griego
Grandes pensadores como Johann Winckelmann, que escribió Historia del arte de la antigüedad, y Hegel, han considerado el desnudo clásico de los griegos como una manera de trascender el ser humano en el tiempo, el espacio, la individualidad y la decadencia. Según Marc-Alain Descamps, los griegos han representado siempre el poder, las fuerzas de la vida, y la libertad mediante el desnudo.
En un ensayo muy bien estructurado, el profesor de historia del arte Pablo Pena González, comenta que en los bellos atletas y guerreros desnudos hemos de reconocer a los sucesores de los dioses y los héroes humanos, ataviados todos ellos por el arte del nuevo modo: sin ropa. Para la guerra y para ser atleta los principales atributos del hombre eran la musculatura, la belleza, la individualidad y el autodominio.
La mayoría de los especialistas coinciden en asociar el desnudo integral, en la presencia de la especie humana primigenia, la cual, para nuestros antepasados, no era otra que el ser humano de sexo masculino.
De acuerdo con los mitos más antiguos, la mujer surgió del hombre: Eva de Adán y Atenea de Zeus. Se acostumbraba a ver al hombre como el único ser original. En la vida se definían con el nacimiento: el varón para la guerra, la hembra para la reproducción.
Uno de los motivos más comunes en las artes plásticas en la gloriosa época greco-romana fue la desnudez masculina. Las esculturas de más significación y valor artístico talladas en mármol pertenecen a esta época, como la Venus de Milo, el Discóbolo, Laocoonte y sus hijos, la Victoria de Samotracia y el Doríforo.
Digna de destacar la obra de Praxíteles, en el siglo IV a.C., que procuró mostrarnos los goznes, las junturas del cuerpo, poniéndolas de manifiesto con tanta claridad y precisión como le fue posible… No existe ningún cuerpo visto tan simétrico, tan bien constituido y bello como las estatuas de este gran escultor griego.
De acuerdo con Pablo Pena, por sí sola la cultura homoerótica no puede explicar la elevada valoración del desnudo entre los habitantes de la península helénica. En Grecia, la desnudez integral fue una costumbre reforzada por un sólido sentimiento de estima hacia la belleza física, fruto del deporte y símbolo del vigor, y por la observación de la desnudez como un elemento natural.
Hacia el periodo clásico –según Andrew Stewart– el desnudo integral se ha convertido en el ‘‘vestido nacional’’ de los griegos, el vestido del ciudadano que lo distingue de los esclavos, las mujeres y los bárbaros. En realidad, esta desnudez absoluta solo se toleraba en el baño, en la palestra, pero también en un circo deportivo o en un gimnasio, por lo que es perfectamente factible suponer que en situaciones cotidianas tampoco causara rubor.
El desnudo romano y el desnudo cristiano católico
Los romanos –según Pena– no fueron tan lejos como los griegos; del contacto con ellos se asumió la representación sin ropa de dioses y protohombres. También transigían con el desnudo en las abluciones públicas, pero la práctica deportiva demandaba una pampanilla que cubría el sexo.
Los romanos alimentaban un temperamento pudoroso que fue creciendo al final del imperio. Constantino llegó a cerrar las termas por ser centros de corrupción, y el Código Justiniano justificaba el abandono de la esposa si ésta visitaba esos sitios de encuentro público.
La desnudez absoluta comienza su periodo de decadencia y oscurantismo bajo el dictado de la Iglesia católica y la mayoría de las sectas que integraban esa religión. Paul Brown, en su libro El cuerpo y la sociedad: la renuncia de los cristianos a la sexualidad, afirma que el pudor genital se fue integrando paulatinamente y no culmina hasta después de la caída del Imperio romano de Occidente:
El cuerpo humano ya no era puesto en su sitio como un eslabón de la cadena del ser. No se fomentaba que compartiera con el mundo animal placeres en los que podía complacerse abiertamente hasta que la enfermedad y la tenebrosa cercanía de la vejez lo hiciera desaparecer.
En el pensamiento católico de la Edad Media, la carne humana se convirtió en algo terrible. Su vulnerabilidad a la tentación, a la muerte, incluso al placer, era una manifestación apropiada de la débil voluntad de Adán.
Así lo interpreta Brown en su libro:
San Agustín identificó el momento de la desobediencia de Adán y Eva (cuando ven que están desnudos) como un instante de clara vergüenza sexual (…) tan pronto como habrían hecho su propia voluntad, con independencia de la voluntad de Dios, partes de Adán y Eva se volvieron resistentes a su propia voluntad consciente.
En pocas palabras, descubrieron la pasión y el placer y se volvieron pecadores.
Vendrán más de mil años de oscurantismo, persecuciones de la Santa Inquisición, condena criminal de la desnudez, pecado, culpa, coacciones, prohibiciones, sometimientos, dominio absoluto de la parte más conservadora de la Iglesia, un gran cisma con la aparición de Martín Lutero y la consagración del protestantismo, hasta el Renacimiento.
El Renacimiento fue el resultado de la irradiación de las ideas del humanismo y el impulso de la ciencia que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. Durante este periodo histórico se retoman elementos de la cultura clásica greco-romana, pero la Iglesia tenía el monopolio de la censura con efectos devastadores sobre el arte y las costumbres.
Es célebre el caso de Miguel Ángel y las figuras desnudas de la capilla Sixtina. La iglesia contrataría los servicios del artista Daniele da Volterra, del círculo de Miguel Ángel, para que se encargara de pintar hojas de parra sobre cada uno de los sexos de los ángeles. Lo logró con casi todos, aunque una restauración posterior permitió rescatar la mayoría.
Sobre el desnudo femenino
Nunca el desnudo femenino ha tenido otra finalidad que alternar entre la sempiterna maternidad y la incitación al erotismo. La mujer a lo largo de la historia, como grupo social, pocas veces ha jugado roles protagónicos; por el contrario, casi siempre ha actuado de acompañante.
Y esto es fácilmente demostrable desde los inicios de la civilización occidental, en la que vestida, menos aún desnuda, no ha tenido desempeños innovadores en colectivo como género, más allá de algunas iniciativas de individualidades femeninas que son excepciones a una condición siempre en desventaja, civilizatoria y cultural.
En Grecia, Pandora fue la primera mujer causante de todos los males de la humanidad. Según Pena González, de la postura entre Doríforo y las Afroditas helenísticas podemos sintetizar que el primero representa la belleza virtuosa y las segundas una belleza nociva.
Tanto para la tradición greco-latina como para la judeo-cristiana, la mujer está ‘‘maldita’’ desde su origen. Aunque el Génesis no lo especifica, puede deducirse que Adán se dejó tentar por sus encantos y, reiteradamente, las heroínas bíblicas Sara, Salomé y Judit, son hermosas y perversas y siempre seductoras.
El desnudo femenino en el occidente cristiano nació con la mácula del pecado original y la figura exponente por antonomasia de la tentación. Desde entonces, la mujer no ha podido recuperar el prestigio y la autonomía necesaria para ser considerada un ser distinto a la madre que da ternura y al cuerpo desnudo que da placer y que sirve en el mercado para colmar los bajos instintos de la ‘‘bestia masculina’’
Este hecho tiene antecedentes en la antigüedad griega donde, como ya hemos visto, la belleza emblemática era la masculina. Pero hay que dejar constancia que la mujer nunca fue menospreciada; por el contrario, el cuerpo de la belleza femenina era exaltada en la poesía helenística, pero su connotación particular estaba vinculada especialmente a la tentación.
Con el coraje y la inteligencia femenina se han logrado, sin duda, grandes avances en la lucha por la igualación de sus derechos; pero son victorias muy parciales, en razón del enorme potencial femenino para ayudar a mejorar y cambiar el mundo.
Dos momentos estelares de protagonismo femenino
Solo ha habido en la historia dos momentos –sin que esto no implique reconocimiento a centenares de iniciativas femeninas desplegadas con éxito de manera individual y grupal– donde la mujer como género, limitado por la fuerza del sutil sometimiento, ha logrado desplegar batallas que removieron la estructura de la sujeción de lo femenino al imperio masculino.
Para muchos especialistas, la exaltación máxima de la belleza femenina tiene su apoteosis a finales de la Edad Media, junto al amor cortés. Desde el Renacimiento lo femenino se concreta en la suprema expresión del sexo bello y se producen tratados con el fin de espiritualizar lo femenino. Y, a decir de Pena, se pintan Venus que la canonizan.
El otro momento de elevación de la belleza femenina como patrón dominante vendrá con la rebelión de los sesenta en Estados Unidos y después con el Mayo Francés en 1968, pero no será de desnudez del cuerpo. Será desnudez del alma, más intelectual y espiritual, inspiradora más de cambios y de nuevos protagonismos que en la geografía corporal de Euclides y objeto de la clásica tentación.
Ni el amor cortés ni la contracultura pudieron generalizar hacia otras sociedades, distintas al epicentro donde se produjeron estas concepciones de belleza y de igualdad, en la búsqueda de protagonismo estético y derechos que las igualaran. Ambos momentos, de mucha importancia para el desarrollo humano, se quedaron en su tiempo.
El primero no logró superar el ámbito restringido de las elites intelectuales y económicas, hasta finales del siglo XIX, cuando -según el sociólogo francés Gilles Lipovetsky-, la Alta Costura traslada el culto del bello sexo femenino a las masas.
La segunda, de mucho más alcance, dio paso al feminismo, trascendente movimiento para la emancipación femenina que se queda a nivel de una parte de la elite de clase media y no logra casi ninguna influencia fuera del ámbito universitario.
Su significación, de mucha magnitud para enfrentar valores consagrados, especialmente la desigualdad de derechos entre hombre y mujer, la discriminación y el maltrato, tampoco logró imponerse con fuerza más allá de las fronteras donde se desarrollaron las primeras de sus propuestas.
La desnudez es una bella metáfora donde habita Dios. El recorrido de más de 2.000 años en que la desnudez, la verdad y la belleza han alternado el protagonismo de las figuras masculina y femenina como símbolo iconográfico por distintos motivos sigue dejando intacto el problema central de la mujer en la sociedad.
La falsa emancipación de la mujer en la era electrónica
En un tiempo de transición de la humanidad, la revolución digital levanta primariamente la figura de la desnudez femenina y masculina al unísono. En esta oportunidad, como objetos cosificados socialmente que rinden culto al mercado para beneficio de los mercaderes. Todos pueden ganar mucho dinero si se quiere, solo es necesario el cuerpo como cosa y su forma de presentación para triunfar.
Un asunto es la idea de empoderarse y otra muy distinta es ser beneficiario de verdad del producto que cada quien elabora a partir de su modelaje. La gente ha enloquecido con tanta posibilidad de desnudos. Hay de todo, pero lo más deslumbrante son las mujeres perfectas que aparecen para concentrar el buen gusto, la admiración y el disfrute de cualquier naturaleza. Siempre y cuando no articulen un discurso, si es que lo tienen.
Hay de todo tipo: beatas, tigresas, gorditas, perfectas, cojas, enanas, viejas, adolescentes, negras, blancas, asiáticas, todas supuestamente al alcance de su mano, el problema es que sabemos que todos no estamos preparados para el procesamiento de las imágenes. Hay una mayoría bien diferenciada que no sabe ni está condicionado emocionalmente para digerirlas y, entre ellos, una buena parte dispuesta a hacer con las más perfectas, sopas de letras, ensaladas de parte de sus cuerpos con vegetales, y violadores, asesinos, pedófilos y vampiros dispuestos a chupar cualquier tipo de sangre.
Mas de 2.000 años buscando una significación más allá de la desnudez que nos haga a todos más espirituales, más inteligentes, creativos y humanos y terminamos todos copiando nuestras propias imágenes para reproducirlas con fines puramente concupiscentes.
Es cierto que hay actividades y proposiciones para todos los gustos en las redes, pues el hombre preferirá siempre ir donde está de nuevo la ‘‘olvidada tentación’’: las imágenes que engordan la vista solo para Eros y que degradan lo femenino, su verdad y su belleza.
Seguro estoy de que una gran apertura tendrá, en esta nueva fase, los videos snuff, inspirados en aquella célebre película 8 mm con Nicolas Cage, dirigida por Joel Schumacher, donde al entrar en la zona oscura, usted paga para ver cómo se asesina a una adolescente en vivo directo, como es sodomizada una niña o cómo se prepara una ensalada con preciosas nalgas y un helado con senos al natural desmembrado todo de alguna de esas afortunadas bellas que todos contemplamos con golosa admiración.
Un epílogo esperanzador
La mujer es el centro del movimiento de los seres humanos, el torrente sanguíneo por donde circula la esperanza, por ella germina la vida, por ella florecen los campos; sus nervios y emociones hacen que se desplace la luna y se conjuguen los nombres de las estrellas, y el sol enamorado le abra horizonte al alba para que muera como crepúsculo. Ella es la única que facilita en la tierra el encuentro sagrado de vida y muerte.
Siento que solo será protagonista al igual que el hombre, cuando este la vea bajo la luz desnuda de prejuicios y de alma, y ella deje de ser cautiva y esclava, solo, de sus bellas caderas, de su estética y heredera de valores de culturas antiguas y de religiones en franca decadencia.
Ese estado vendrá naturalmente y de su interior brotará esa nueva criatura, cuando deje de ser únicamente madre y sea más mujer, menos mujer y más ser humano, y más ser humano y por lo tanto menos casta, más libre de cuerpo y desnuda de alma. La mejor pintura que yo guardo para el día en que se consumaren mis deseos, es la que hizo Herman Hesse de hombre y mujer desnudos frente a frente, en Siddhartha:
Kamala le enseñó, desde el principio, que no se puede recibir placer sin darlo; que todo gesto, caricia, contacto, mirada, todo lugar del cuerpo tiene un secreto, que al descubrirse produce felicidad al entendido. También le dijo que los amantes, después de celebrar el rito del amor, no pueden separase sin que se admiren mutuamente, sin sentirse a la vez vencido y vencedor; de ese modo ninguno de los dos notará saciedad, monotonía, ni tendrá la mala impresión de haber abusado o haber padecido abuso.