Por Alfredo Valenzuela (Efe) | Fotos: George Barris
25/04/2016
Marilyn Monroe dejó un bonito cadáver tras haber sido el mayor símbolo sexual de la historia del cine y haber cautivado a presidentes, deportistas y escritores, pero de cómo fue antes de convertirse en icono le contó a su amigo George Barris, en una conversación que ahora se publica en España.
Aquella larga conversación, aquella suma de charlas que sostuvo con el fotógrafo George Barris, quien fue amigo suyo desde los 28 a los 36 años que tenía la actriz en el momento de su muerte, ha sido traducida al español con el subtítulo Cuando crezcas serás hermosa, rica y famosa por la editorial almeriense Confluencias, que la ha incluido en su colección Conversaciones junto a otros grandes del cine como Buñuel y Chaplin.
«Durante sus últimos días, Marilyn estuvo muy animada. Estaba llena de vida y esperaba comenzar una nueva fase en su carrera. Aunque ninguno de sus maridos y amigos la había hecho feliz, ella seguía buscando. Jamás he creído que acabara con su vida. Mi convicción es que fue asesinada», asegura Barris en el prefacio de su conversación con la divina rubia.
Tenía motivos para pensar así, ya que desde el momento de conocerla, ocho antes de su muerte, Barris quiso hacer un libro de fotos de la actriz, una iniciativa que Monroe aceptó de buen grado desde el primer momento pero que fueron postergando por la escasez de tiempo de la artista, que iba uniendo un rodaje con otro.
Monroe congenió con Barris desde el primer disparo de su cámara, cuando la actriz tenía 28 años y fue sorprendida por un ‘clic’ a sus espaldas, se volvió y allí estaba un fotógrafo al que no había visto nunca, más interesado en su espalda que en su rostro, motivo por el que debió de regalarle una sonrisa que iba a sellar una amistad que duraría hasta su muerte.
Barris asegura en este libro que trabajó en el gran reportaje de Marilyn desde el 9 de junio al 18 de julio de 1962 -la actriz murió el 5 de agosto- y que «fue una maravilla trabajar con ella, nunca estuvo más hermosa ni más locuaz».
Una locuacidad que le llevó a pronunciar frases rotundas, que Barris fue recogiendo en este libro en el que puso tantas ilusiones y que, sin embargo, no se atrevió a publicar hasta veinte años después de la muerte de su amiga: «Me vuelven loca los hombres» y «Odio vivir sola».
«Mentiras, mentiras, mentiras», así le resumió Monroe a Barris todo lo que se había dicho de ella. La actriz estuvo dispuesta a sincerarse con el fotógrafo desde el primer minuto de su larga conservación, cuando le asegura que fue una hija ilegítima y que en su niñez conoció la frialdad del orfanato.
«La pobreza con la que vivimos aquellos primeros años me ha proporcionado la fortuna de ser natural», le explicó la actriz a Barris, quien tras años de amistad aseguraba que jamás vio en la actriz un gesto snob.
Marilyn atribuyó a su particular «ritmo de crecimiento» que siempre llamara la atención de los chicos: «Cuando tenía doce años me ponía una camisa ajustada y un suéter, los ojos de los chicos me taladraban, me silbaban…»
«A esa tierna edad reventé en todas direcciones, por delante y por detrás. Mis pechos ya estaban brotando y por atrás mi pequeña prominencia se hacía cada vez más firme y redonda (…) A los trece, todo el mundo decía que parecía que tenía dieciocho, y los muchachos de veinte intentaban quedar conmigo», le contó.
Estas páginas también recogen el testimonio de la actriz sobre su primer matrimonio, a los 16 años, sus primeros trabajos como modelo -cuando los fotógrafos quedaban maravillados por la calidad de las fotos que le hacían en traje de baño- y por su primera prueba para el cine, sin diálogo, cuando sólo tuvo que andar unos pasos, sentarse, levantarse y encender un cigarrillo, lo suficiente para que la cámara la siguiera para siempre.