Gabriel Masfurroll
Nada humano puede resultar ajeno en un mundo en el que la tecnología y la inteligencia artificial no pueden evitar que volvamos a cometer los mismos errores del pasado. Si tras la Segunda Guerra Mundial se vislumbró una esperanza y la construcción de una sociedad mejor, en la que primara el bienestar, con principios éticos y educación responsable, la humanidad se asoma con vértigo al precipicio de una nueva y terrible confrontación global. Frente a la frialdad de los presagios más agoreros e inquietantes, hay que recuperar la emoción y los sentimientos y vivir con audacia.
Tengo la fortuna de poder publicar mi primer artículo en un medio mítico, especialmente para mí, Cambio16. Aún recuerdo que su aparición en 1971 coincidió con una etapa crucial para una España donde la dictadura agonizaba y la incertidumbre sobrevolaba el país. Eran años oscuros y, además, para los jóvenes de entonces, como yo, en plena etapa universitaria y tratando de buscarme un hueco para iniciar mi propia vida, eran tan sombríos como ahora o probablemente mucho más.
Y a todo ello habría añadir la tristemente famosa y ya olvidada crisis del petróleo, que en los setenta azotó el planeta, y lo que en otros lares fue un fuerte resfriado, aquí fue una neumonía doble. Crisis política, social y económica o al menos así lo recuerdo yo como teenager. Y ha pasado ya más de medio siglo.
En aquellos años, el mundo estaba cambiando en una efervescencia brutal, tratando de superar la posguerra mundial para entrar en una nueva era. Con el tratado de Roma y con Robert Schuman, empieza la reconstrucción de Europa y se crea el sueño de una Europa unida. Luego llegan los movimientos sociales de toda índole: Mayo del 68 en París, con el movimiento estudiantil en La Sorbona, pero también en la Universidad de Berkeley en California, en la London School of Economics o en la Universidad Libre de Berlín.
Personajes tan influyentes como Chomsky, Sartre, Althusser, Simone de Beauvoir, Derrida, Foucault o Erich Fromm, entre muchos otros, lucharon por difundir sus ideas. En Estados Unidos, la lucha por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King y Rosa Parks, enfrentados aún a un Ku Klux Klan tenebroso.
Todavía recuerdo los Juegos Olímpicos de México 68, donde pocos días antes de su inauguración se produjo la horrible matanza en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Pocos días después, los atletas norteamericanos John Carlos y Tommie Smith levantaron sus puños con un guante negro en su mano izquierda para denunciar la discriminación racial en su país y su adhesión a los movimientos sociales que surgían por doquier en muchos países.
La irrupción del movimiento hippie alteraba la sociedad civil con propuestas disruptivas enfocadas en la libertad y la paz. All You Need Is Love cantaban The Beatles.
Vivíamos momentos convulsos, pero buscábamos un mundo mejor. Una vez más, el planeta estaba dividido en dos, y aunque algunos movimientos buscaban lo mismo, surgían enormes diferencias entre ellos pues elegían vías distintas para conseguirlo. Estábamos en plena Guerra Fría y los dos bloques mundiales –Rusia y EE UU– se vigilaban y amenazaban constantemente provocando conflictos bélicos en distintas geografías para demostrar su poder. A finales del siglo XX, cae el muro de Berlín y la URSS desaparece. Pero aquello no dejó de ser un espejismo.
Los perdedores se transformaron, se recuperaron y con distintos hábitos han vuelto a la carga. Nos hallamos de nuevo ante una repetición de algo que ya sucedió, pero esta vez con una Rusia con un zar moderno y poderoso –Vladimir Putin– y con unos Estados Unidos que han dejado de ser los rangers del planeta. Dice el refranero español que “quien no sabe lo que busca, cuando encuentra, no sabe lo que encuentra” y, en mi humilde opinión, esta ha sido la enorme paradoja que ha regido y sigue rigiendo la historia de la humanidad.
«Estamos perdiendo a marchas forzadas la relación entre personas. Nos comunicamos a través de la inteligencia artificial. Mientras, por el camino, estamos perdiendo la inteligencia emocional, algo que nos hace más humanos y ser humano es un privilegio que no debemos perder»
Seguro que se preguntarán por qué todo este recordatorio. Pues bien, voy a tratar de explicarlo. La evolución del mundo y su historia va en función de cómo las ambiciones de poder de unos pocos modifican la geopolítica del planeta y mediante instrumentos manipuladores nos enfrentan a todos entre sí porque, aunque lo parezca, este no es un mundo bipolar; es multipolar, y los conflictos se convierten en batallas políticas y dialécticas de unos contra otros. Luego las partes se van escindiendo en luchas de poder, ambiciones y vanidades que son ridículas demasiadas veces, pero que sin darnos cuenta se transforman en odios viscerales y actuaciones violentas que nos trasladan al pasado desvelando la esencia más irracional del ser humano.
No querría hundirme en el pesimismo, pero la historia se repite, en tiempos distintos, con personas diferentes y la geografía es siempre nuestro amado planeta. ¿Cuántas personas inocentes han sufrido, malvivido o fallecido por decisiones egoístas que algunos dirigentes con ansias de poder tomaron en su momento? Millones.
Y, ahora, ya en pleno siglo XXI, llegamos a pensar que nuestra capacidad de progreso, científica y de innovación nos haría mejores y más sensatos. Incluso algunos creyeron que casi alcanzaríamos la inmortalidad del ser humano. La gran paradoja, y lección que no sé si hemos aprendido, es que somos muy frágiles y efímeros. Poder, riquezas, vanidades. ¿Y todo para que? El día que mueres, desapareces. Tardarás más o menos, pero tu recuerdo se difuminará en el tiempo.
Para vivir mejor mientras estemos en este mundo no se precisan grandes riquezas, pues siempre conllevan problemas. El sueño debería ser conseguir el bienestar y la armonía que cada uno considere que necesita sin perjudicar a terceros. Ya sé que es una utopía, pero la muerte es una realidad y ahí se acaba todo, al menos para mí, pues mi inteligencia es tan limitada que no soy capaz de entender un más allá.
Y me sabe mal, me gustaría creerlo, pero quienes lo explican son cada vez menos creíbles, aunque los respeto. Y sí, seguro que algunos me dirán que sí, que hay una vida más allá, pero me limito a tratar de hacer lo mejor que sé y puedo en este mundo en el que me ha tocado vivir y, luego, si todo eso existe, será la culminación de un sueño increíble, pero no voy a cambiar mi forma de actuar para alcanzar algún paraíso que no soy capaz de entender. Además, ahora, quizás ya en mi tiempo de descuento, no entiendo y me cuesta aceptar lo que veo, oigo
«Deberíamos trabajar para mejorar la educación, enseñando el respeto y la solidaridad. La ignorancia promueve la manipulación de los pueblos, aunque es cierto que la educación sesgada e interesada, también».
Antes, y quizás durante la pandemia, estaba convencido de que íbamos a entrar, salvando las distancias, en una era parecida a los años cincuenta, sesenta o setenta del siglo pasado como mencionaba al principio, pero estoy descubriendo que estamos más cerca de los años veinte, treinta o cuarenta. ¿Presagios bélicos? Mal que me pese, diría que sí y de todo tipo. Se escuchan tambores de guerra y cuando el río suena. Olfateo que las decenas de conflictos de toda índole que se generan por todo el planeta pueden acabar en una contienda mundial en donde se formen bandos artificiales, como siempre. Sería en realidad una guerra de todos contra todos, de vendettas y de ambiciones de poder, donde unos dirigirían y otros morirían inútilmente.
El final, como siempre, ganadores y perdedores, pero lo cierto es que quienes perderían de verdad serían como siempre los fallecidos, los heridos, familias y geografías destrozadas y la pérdida de vidas. Un daño irreparable. Surgiría un nuevo orden y vuelta a empezar. La Segunda Guerra Mundial sirvió para evitar la instauración del nazismo y esta fue la buena noticia, pero que nadie olvide los millones de muertos de la contienda y el resultado de que algunos de los vencedores se convirtieron en regímenes tan criminales como los que combatieron, pero lo hicieron creando Estados opacos y totalitarios donde campaban a sus anchas, aunque también es cierto que entre ellos, como en todas partes, se produjeron luchas internas de poder, fratricidas, durísimas, que siguieron azotando a la humanidad. Pero así es la historia.
En estos momentos estamos focalizando la salida de esta pandemia que nos ha tenido encarcelados física y mentalmente y que ahí sigue, desparramada por el planeta, y a pesar de los grandes esfuerzos realizados, aún vamos a tientas. ¿Qué entiendo que sucederá? –y disculpen mi actitud de visionario–. Pues que nos adentramos a una salida en tromba a unos nuevos años veinte, pero del siglo XXI, y si no somos capaces de gestionar esta situación sociopolítica y económica, compuesta por una enorme fragmentación del ideario social y político actual en todas partes y, además, la ambición geopolítica de algunos países, volveremos a las andadas.
Y déjenme que les diga que no veo a la ONU ni a otros organismos que se han creado en estos años, y que se han convertido en mamuts hiperburocratizados, lentos, poco ágiles y que, a pesar de sus esfuerzos y buenas voluntades, suelen llegar tarde a los conflictos y a sus posibles soluciones.
Imagino que más de uno me dirá que proponga soluciones o que aporte aspectos positivos. Le diría que puedo, pero son tan naifs que no me atrevo ni a mentarlos, pues los humanos pasamos de la sofisticación a desenvolvernos como seres primarios demasiado rápidamente, sin intervalos de reflexión, de racionalidad.
Sí añadiría que entre todos deberíamos trabajar para mejorar la educación y la pedagogía en todo el planeta, enseñando el respeto y la solidaridad, pero algunos, espero que no demasiados, se mofarán de mí. La ignorancia promueve la manipulación de los pueblos, aunque es cierto que la educación sesgada e interesada, también.
En estos últimos años, la hipermovilización de la gente ha empequeñecido el planeta. Viajar, conocer, descubrir y compartir nos permite darnos cuenta de que no somos tan distintos y que las fronteras son artificiales. También hemos avanzado enormemente en ámbitos tecnológicos que deberían permitir un mundo más eficiente y mejor, pero debemos hallar soluciones para obtener el bienestar de una población que sigue creciendo exponencialmente. Los recursos del planeta empiezan a escasear y de ahí surge otro gran problema, la proyección de nuestra casa, nuestro planeta, aunque unos pocos, muy ruidosos, lo nieguen.
Hemos creado empresas Estado que dominan la comunicación y disponen de más información que los propios estados y esto tiene una doble vertiente que es su uso, para bien y para mal una vez más. La comunicación es hoy en día un fenómeno imparable, pero tan abrumador que parece que todo vale y nadie sabe diferenciar entre lo verdadero o lo falso. Un nudo gordiano de muy difícil solución que nos devuelve al ámbito de la manipulación. Y me atrevo a decir sin ambages que el planeta nunca había estado tan comunicado tecnológicamente. Siento que la gran paradoja es observar que el ser humano está menos comunicado que nunca.
Estamos perdiendo a marchas forzadas la relación entre personas. Nos comunicamos a través de la inteligencia artificial, que con todos mis respetos es eso, artificial. No debemos restarle importancia, pero sí darle la relevancia y el rol que merece. Mientras, por el camino, estamos perdiendo la inteligencia emocional, algo que nos hace más humanos. Y ser humanos es un privilegio que no debemos perder.
Yo, mientras pueda y tenga fuerzas, lucharé por ello. Y eso, para mí, es la audacia de vivir en un mundo cada vez más competitivo, individualista, ambicioso y en donde la verdad se confunde con lo que algunos pretenden convertir en su verdad. Estamos a tiempo, pero no podemos esperar mucho.