Por Belén Kayser
22/01/2017
Andrés M. es programador en Barcelona. Tiene 38 años y hace poco tuvo que enfrentarse a uno de los dilemas informáticos más complicados de su carrera: dejar Facebook. La planificación fue minuciosa y la ejecución le llevó semanas: primero borró todas sus fotos y publicaciones, después las etiquetas con su nombre, para luego pasar a eliminar sus comentarios en los muros de otros. En plena batalla, Andrés creó un grupo para hacer proselitismo de sus hazañas. Se llamaba: Suicidio colectivo en Facebook. Consiguió 17 seguidores. Solo uno siguió sus pasos. “Pero volvió al poco tiempo”, asegura Andrés.
Este informático pertenece al 52% de la población española que no está en redes. Según el último estudio publicado por la agencia We are social, 18 millones de españoles acceden a ellas desde su teléfono móvil. Allí miran y actualizan redes personales y laborales. Y escriben, fotografían y graban realidades que comparten con algunos amigos y bastantes conocidos. Una vida, en la mayoría de los casos, “con filtro y diseñada para gustar”. Así lo describe el escritor y experto en marcas Andy Stalman, autor de Humanoffon (Planeta de Libros, 2016). “Se construye un imaginario propio, un yo ficticio, insostenible a largo plazo”, apunta. “Hay padres que exhiben una vida idílica con sus bebés o con sus parejas… y a veces uno tiene ganas de preguntarles cuánto llevan sin besarse en el metro”.
Las redes sociales son una herramienta de comunicación, un tablón de anuncios que es, también, motor de trabajo y contactos de todo tipo. Desde los laborales a los amorosos. Para muchos, además, es una guía del ocio más cercano y la forma más fácil de conocer qué pasa y dónde. Los beneficios están claros, ¿pero qué restan las redes y por qué hay quien no quiere estar allí? La exposición excesiva de opiniones y de la imagen propia, la pérdida de tiempo o los conflictos ocasionados con pareja y amigos, son alguno de los motivos más comunes, según los expertos. “En el plano de lo psicológico, además, se detectan síntomas parecidos a otras adicciones como al sexo o el alcohol, con síndrome de abstinencia cuando no se pueden conectar”, apunta el psicólogo David Lobato. En el ámbito sociológico, las redes crean un perfil alternativo “que obliga a cada uno a vivir hacia afuera, hasta el punto de perder de vista la frontera entre la esfera de lo online y lo offline”, explica Andy Stalman.
¿Quién se va y por qué lo hace? Pues prácticamente todos aquellos a los que todo lo anterior les supone un problema real en el plano analógico. En el caso de los padres, además, para dar ejemplo, pues “ya con siete”, explica Lobato, “piden un teléfono con datos y estar en redes”. Es el caso de María G., de 37 años y madre de tres hijos en infantil y primaria. La vuelta al cole precipitó su detox de redes”. Primero, para gestionar mejor el tiempo libre, y segundo, para dar ejemplo a su prole. “Cuando tu hija de siete años, que te ha dicho que quiere ser youtuber, te pide el teléfono para whatsappearcon sus amigas y tú estás mirando Instagram en ese momento, justo ahí, tienes una pequeña revelación”. Su desintoxicación fue progresiva, empezó por desinstalar las aplicaciones móviles y después cerró temporalmente las cuentas. “Primero pensé… qué pena, perderme lo que están haciendo mis amigos”, cuenta, “pero luego me dije, ¿cuántos de estos son mis amigos?”.
Algo así hizo Alberto S, un periodista de 33 años que precipitó su salida de las redes para intentar minimizar algunos problemas con su ahora expareja. Según cuenta, las noches de sofá eran “dos personas aisladas con dos teléfonos, uno miraba Whatsapp y el otro se dedicaba a Facebook y Twitter”. Cuenta Alberto que era frecuente “empezar una conversación hablando de un tema que me había sorprendido y ella me decía que eso ya lo había compartido hace unos días en Facebook… Era de locos”. Para evitar discusiones, Alberto decidió alejarse de las redes un tiempo, “mi idea era que mi novia empezara a contarme en persona lo que compartía con 400 desconocidos, pero no surtió efecto; lo dejamos a los pocos meses, pero estuvimos así mucho tiempo”.
Situaciones como ésta o momentos en los que nos jugamos algo que merece la pena, son un puntos de inflexión para pensar abandonar las redes; “los conflictos conyugales son la causa más común; salir de redes para salvar una relación”, explica David Lobato, “también se hace como un mecanismo para controlar los estímulos”. Éstos están relacionados con la respuesta inmediata y provocan síndrome de abstinencia, impaciencia y ciertas dosis de ansiedad, porque se genera más información de la que somos capaces de digerir.
Rebeldes del ágora cibernético
Para la gente que no está ni estuvo nunca en Facebook, Twitter o Instagram, esta sociedad “es difícil de comprender”. Le pasa a Marta, de 48 años y madre de dos hijos de 13 y 17. “Yo veo a mi hija poniendo corazones a todas las fotos de sus amigas ¡y no dedica ni un segundo a mirarlas! A mí hay algo que se me escapa”. Esta profesora vive en casa la incomunicación de los tres miembros de su familia. “Cuando llego del trabajo, mis hijos y mi marido están conectados y me reprochan que no estoy ahí porque no quiero… pues claro que no quiero”. Lo tiene claro, para ella las redes son una complicación, y socialmente no se siente “fuera”. “Yo me comunico perfectamente por teléfono y detrás de una caña”. Pero le “entristece” reconocer que su marido es más comunicativo en redes que en su relación de pareja.
Hoy, los que salen del ágora cibernético son “rebeldes”. “¿Quien quiere salir de un colectivo?”, se pregunta Lobato, ¿quién está dispuesto a renunciar a todas las cosas que pasan dentro?”. El psicólogo les sitúa como un colectivo de entre “treinta y pocos y cuarenta muchos” con un momento de crisis existencial que hace un esfuerzo para salir de redes, “para aislarse para reencontrarse a sí mismos”, apunta. “Las desconexiones son mecanismos de búsqueda con el quién soy, para pensar en el yo verdadero, ni el social ni el laboral”. Los retiros de meditación o mindfulness son algunas de las teclas de escape que pulsa este grupo de individuos que se comunican y hacen fotos fuera de las redes.
Mili Lazcano es profesora de yoga y dirige alguno de estos retiros. Para ella, las redes sociales “crean adicción porque crean una vida paralela perfecta y son una forma de huida rápida”, de no afrontar lo que pasa en este momento. “La meta es mostrar”, dice. No en vano, éste es uno de los 10 motivos que señala la clasificación de GlobalWebIndex para estar en redes. Otro es enseñar lo que se hace diariamente. Lazcano insiste: “200 me gusta te pueden no hacerte sentir más integrado que un abrazo”. En su opinión, los retiros, que antes servían para descansar, ahora “sirven también para estar presentes”. Esta presencia, ese estar pendiente de lo que nos pasa, lo anulan, según los expertos, las redes sociales. Y es lo que busca la gente que se obliga a alejarse de las tecnologías un fin de semana. “Hay un colectivo que siente que se han perdido las relaciones auténticas, y en el retiro se busca el contacto con la vida de verdad, con una intimidad real, no con perfiles de personas”.
Ser una minoría que quiere vivir al margen de las masas, sin embargo, no se ha inventado en los tiempos de Silicon Valley. La diferencia de lo que pasaba antes con lo que pasa ahora es que hoy “todo puntúa” y “se redefine el concepto de éxito, empatía y confianza”, señala Andy Stalman. “Estos valores, junto a la emoción, se miden en este nuevo paradigma con el indicador de me gusta o no me gusta”. La distopía en literatura y cine -empezando por Fahrenheit 451 y siguiendo por Black Mirror– y la filosofía política, siempre analizaron al individuo como parte de un colectivo. Los términos de alienación o de globalización tampoco son de anteayer. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman -premio Príncipe de Asturias en 2010- ya definió esta sociedad nuestra como “líquida”. Tampoco la crítica a la tecnología es nueva. Ortega y Gasset ya puso el foco en ello en su La rebelión de las masas o Meditación sobre la técnica. Y Umberto Eco estableció dos categorías: los “apocalípticos» y los «integrados”. Este mismo grupo recuerda mucho al debate de la vida digital que vivimos hoy. Y quién sabe si quizá todo esto empezó cuando Facebook les recomendó hacerse fans de un grupo llamado ‘suicidio colectivo’.