El péndulo y la paradoja quizás sean lo que mejor expresan la vida institucional y económica de las naciones hispanoamericanas. El péndulo, un objeto que oscila colgando de otro; un vocablo del latín que puede traducirse como pendiente y expresa vivamente en una metáfora la historia de América Latina, siempre pendiente de una política de Estado que nunca termina de traducirse en instituciones sólidas y una política económica que no se ha transformado, hasta hoy –en casi la totalidad de países– en desarrollo sostenido y sostenible.
Pero también traduce una expectativa que siempre está apunto de darse y nunca se cumple. Un movimiento iniciado que no concluye en un paso definitivo. Una política que puede estar bien concebida, pero luego la acción de fuerzas opuestas la imposibilita y deja en suspenso. Vencer el péndulo y superar la paradoja es nuestro humilde reto.
Dos naciones: Argentina y Venezuela
Lo paradójico, en el caso de Argentina y Venezuela, es que ambos países tenían los recursos naturales, el capital y las ventajas comparativas necesarias para lograr el desarrollo. Los dos se asomaron con muy buenas prospectivas en dos momentos estelares de su historia y los dos languidecieron por intercepciones de tumultuosos procesos políticos dirigidos por la vuelta del caudillismo militarista de izquierda. Hoy los dos subyacen como emblemáticas experiencias políticas y económicas fallidas del continente.
No vivimos la modernidad y solo heredamos la experiencia mercantilista del imperio español, las variantes del Estado patrimonialista que tanto daño le ha hecho a nuestro permanente sueño de despegue y una práctica corrupta en la administración pública que supera con creces en la realidad a la expresión colombiana de los expertos en falsificaciones que juran que no han copiado a Dios porque no lo han visto.
En la América hispánica, de tanto repetir los errores en política y en economía, de tanta mala práctica y tanto mal gobierno, hemos terminado aceptando por inercia el realismo mágico como una forma de vida. Aracataca, pueblo donde transcurrió su infancia y en el cual se inspiró el inventor de Macondo, Gabriel García Márquez, vivió la fama del escritor sin mostrar progreso alguno y no manifestó el más mínimo interés en cambiar de nombre por Macondo, en un referéndum convocado para ayudar a apuntalar con turismo un pueblo miserable que languidece en la más patética pobreza.
En el caso argentino, según la última actualización del Proyecto Madison, hoy es posible afirmar que ese país suramericano fue durante los años 1885 y 1886 el país más rico del mundo, con un PIB per cápita que rondaba los 5.786 dólares, por encima de Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Suiza y Estados Unidos.
Esto gracias al primer mandato de Julio Argentino Roca (1880-1886), el gran artífice del crecimiento, que sometió a los indios en un proceso similar al de los estadounidenses y que le permitió mediante la Conquista del Desierto pasar del cultivo de 2 millones de hectáreas a más de 20 millones, en lo que se conoció como la economía de la Pampa, que aumentó potencialmente la producción de carne y granos.
Roca como presidente, y Sarmiento como gran artífice, serían los padres de la Ley 1420, de educación común, gratuita y obligatoria, promulgada en julio de 1884. Argentina, que recibía inmigrantes, dada su prosperidad, de todas partes del mundo, logró con esa ley tanto para nacionales como para extranjeros, un gran impulso en el proceso alfabetizador. Saber leer y escribir a fines del siglo XIX o principios del XX, convirtió a la Argentina en un país adelantado.
En su segundo mandato, volvió a caminar sobre ruedas, luego de la presidencia de Miguel Juárez, que fomentó sin control el gasto público, pues, Roca (1898-1904) incentivó el aparato productivo con nuevas privatizaciones, exportaciones e incentivos al agro y la industria. El PIB de Argentina para ese entonces era tres veces superior al del resto de América Latina, con los altibajos propios de nuestros rasgos pendulares.
Este periodo resultó realmente exitoso para Argentina como anfitrión de inmigrantes, pues italianos, judíos, portugueses, alemanes y españoles conformaron un grueso grupo de extranjeros en busca de trabajo y prosperidad, muchos de los cuales traían su capital para invertir. Se calcula que entre 1870 y 1920, mas del 70% de la inversión extranjera en la región se concentró en Argentina.
El porqué de la paradoja argentina
El hecho de que el país en los años veinte del siglo pasado partiera de una situación económica privilegiada y que más de cien años después no haya logrado económicamente el desarrollo es lo que algunos economistas han llamado la paradoja argentina.
Una paradoja que pudiera tener muchas causas, pero estoy seguro de que la mayoría coincidirá conmigo en que la tragedia de Argentina arranca en 1946, con la llegada de Juan Domingo Perón al poder, cuya manera de hacer política y cuya concepción del manejo económico del país no solo fue nefasta sino que se sembró como una enfermedad, cuyos últimos daños empiezan a sentirse con el enjuiciamiento que se sigue hoy a la familia Kirchner y que amenaza con golpear severamente a los perversos herederos del peronismo.
En el ámbito político, Perón arma su clientela populista de izquierda con el sector obrero. Cuando llega al poder consigue 500.000, agremiados; para 1951 esta cifra supera los 3 millones de sindicalizados que lo siguen como a un profeta, y en la economía comienza la impresión descontrolada de billetes, incremento desorbitante del gasto público, inflación incontrolable, exceso de regulaciones, estatizaciones y controles, que fueron destruyendo la competencia empresarial, pulverizando los márgenes de producción y de beneficios, y liquidando la otrora bonanza económica a cuenta de un igualitarismo absurdo y una supuesta redistribución del ingreso.
La paradoja venezolana
En Venezuela para nadie es un secreto que con la consolidación de la explotación petrolera en 1922, cuando el petróleo se convirtió en la principal actividad económica del país, se inicia un ciclo de prosperidad y crecimiento sostenido que no solo crea las condiciones para alcanzar el desarrollo, sino también para que en un subcontinente de sostenidos regímenes militaristas y dictatoriales, por vez primera avance la democracia liberal (1958) con ánimo de expandirse y sembrarse para siempre en Suramérica.
El país mantuvo entre 1920 y 1978, durante más de cincuenta años, un periodo de progreso con una tasa de crecimiento económico de 5,95%, con baja inflación, régimen cambiario estable y predominio de la disciplina fiscal. Oportunidad propicia para desmontar el rentismo, diversificar la economía y llevar adelante un conjunto de reformas institucionales acordes con las exigencias y la dinámica de la economía nacional.
El primer gobierno de Carlos Andrés Pérez marca el inicio del populismo en Venezuela. El aumento elevado de los precios del petróleo, en 1973, marcó un hito en la historia económica del país. De repente el país obtuvo ingresos que nunca imaginó.
Frente a esa realidad, era preciso establecer una nueva estrategia de desarrollo, redefinir el papel del Estado en la economía y formular una política económica para que el aparato productivo pudiera digerir sin traumas la enorme cantidad de recursos que circulaban en su torrente circulatorio y con la mayor eficiencia posible para lograr beneficios perdurables en todos los sectores de la población.
Se hizo, según Orlando Ochoa, pero de forma equivocada, y ello anunciaría no solo el inicio de la debacle de los avances logrados y la consolidación del péndulo y la paradoja, sino que definitivamente se pondrían en peligro todos los avances de la industria petrolera que hicieron de ella un modelo de empresa modelo de eficiencia en el mundo, lo cual significaría la destrucción casi total del aparato económico consolidado hasta 1998.
Después del primer gobierno de Pérez vendrá la caída de la tasa de crecimiento desde 1978 hasta 1998, 1,05% anual, acompañada de elevada inflación, inestabilidad cambiaria, déficit fiscal, alto endeudamiento y especialmente la erosión, el debilitamiento y la molestia de la clase media, la base de sustentación de la democracia liberal establecida en 1958, estimada en 45% de la población del país a finales de 1978. Aplica la paradoja para Venezuela por igual; se ha cumplido un siglo con todas las condiciones dadas para alcanzar el desarrollo a partir de 1922 y hoy, por el contrario, vuelve a estar muy lejos de lograrlo.
Una conclusión necesaria
La historia de la destrucción de Venezuela como nación y el calvario vivido por nuestros conciudadanos están a la vista del mundo y han sido denunciados por organismos internacionales, representantes de naciones amigas del Estado de derecho y voceros de todas las especialidades. El inicio de la debacle habla por sí solo de la naturaleza del crimen cometido —verdadero genocidio, según Horacio Medina— por un mandatario desquiciado y lleno de resentimiento, Hugo Chávez, que provocó con un silbato el despido de más de 18.000 trabajadores especializados de la principal industria de la nación, un modelo de gestión eficiente desde su fundación en 1975, hasta prácticamente su defunción anunciada en abril del 2003: Petróleos de Venezuela.
Las razones de fondo para tantos desmadres en estos dos países, están ligadas, sin duda, con la defensa de la democracia hoy en el mundo. En primer lugar, América Latina o Hispánica no ha logrado, durante los siglos de independencia que llevan nuestras naciones, organizar y menos aún, consolidar una elite pretoriana que asuma la defensa de la democracia y orgánicamente un modelo económico acordado consensuadamente, porque nunca ha existido tal élite, solo fracciones, individualidades, grupos de empresarios con sus excepciones, hambrientos de ganancias y ventajas concedidas por el Estado, y aventureros y logreros políticos interesados en hacerse de su futuro y el de sus familias con el erario público.
Las pocas veces que han funcionado como élites, en el caso de Argentina y Venezuela, se debió a un conjunto de hombres íntegros, unidos y visionarios, que lideraron procesos políticos y sociales para la historia y el bienestar de la nación, como Domingo Faustino Sarmiento y Rómulo Betancourt, y lograron niveles de progreso sostenido, de bienestar y libertad, referentes en la historia.
En segundo lugar, es mentira que todos o cualquiera puede acceder al poder; la democracia debe crear una normativa que impida que gente no capacitada o insuficientemente preparada, sin cultura de poder, pueda acceder a los cargos más importantes de representación popular. En tercer lugar, tenemos que crear mecanismos de supervisión y control mucho más rigurosos y exigentes que los actuales, que penalicen mucho más severamente el delito de corrupción e inhabiliten para siempre a los enemigos camuflados de la democracia.
Las sociedades solo llegan a ser desarrolladas y cultas cuando los ciudadanos llegan a tener conciencia de su propia historia, de sus limitaciones culturales, de sus ventajas comparativas, de sus errores, y sobre todo de la finitud de las cosas, y por lo tanto de los costos de oportunidad y, en consecuencia, de la muerte.
Conciencia de los otros, de los que estuvieron ayer y de lo que nos legaron; de los que vendrán mañana y de nuestro compromiso hoy con ellos, con su nombre y sus obras. Por ello nuestra cautela con los pasos del presente y el sentido de responsabilidad con nuestra herencia, la buena, la que dejan los aprendizajes que hacen grande y única a la raza humana.