Por Arantxa Rochet
10/02/2018
Garbanzos de México, lácteos de Francia, pescado de China, cereales de Ucrania, frutas de Marruecos… Los estantes de los supermercados están plagados de productos de la alimentación que provienen de lejos. Y esto, que es hoy algo normal, tiene una repercusión a nivel económico, medioambiental y de empleo que no ha pasado desapercibido para organizaciones sociales e instituciones públicas.
Hace ya algunos años, un estudio de la ONG Amigos de la Tierra clasificaba a estos productos como “alimentos viajeros” o “alimentos kilométricos”, los cuales, pese a poder conseguirse también originarios de nuestro país, inundan las grandes y pequeñas superficies de alimentación. Algunos de ellos pueden recorrer hasta 9.000 kilómetros antes de llegar a nuestra mesa. Es el caso de los garbanzos, que provienen sobre todo de México, Estados Unidos y Canadá (7.500 kilómetros recorridos de media en 2011). De los lácteos, que llegan de Francia, Portugal o Alemania (1.346 km.), del pescado, de China, Argentina o Portugal (6.406 km.). O de muchas verduras, frutas o legumbres que vienen de Marruecos, Bélgica, Francia, Países Bajos (5.466 km.).
Un gran gasto de energía
Ya entonces, Amigos de la Tierra advertía de los perjuicios de comprar este tipo de productos de la alimentación. Entre ellos un gran gasto de energía y emisiones de CO2 debido al transporte. Por el contrario, indicaba que consumir producto local tiene ventajas. Como una menor contaminación (la principal industria contaminante a escala europea es la alimentaria), la creación de más empleo local, más diverso, evitar el monopolio de las grandes superficies y marcas. Y frenar la pérdida de la biodiversidad agrícola, entre otros motivos.
No solo lo opina esta ONG: son muchas las instituciones públicas, ayuntamientos y organizaciones que hacen campañas para fomentar la compra de productos nacionales o locales. Y los propios consumidores parecen estar de acuerdo. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) realizó una encuesta en nuestro país en la que el 57,6% de los participantes respondió que consideraba de gran importancia conocer el origen de los alimentos, en concreto, si estaban hechos en España, ya que para la mayoría era insuficiente la mención “UE” (Unión Europea) que tiene el etiquetado de muchos de ellos.
El etiquetado en origen de la alimentación
Esto último no es banal. En la batalla por consumir producto local y nacional tiene mucha importancia el etiquetado en origen, que nos permite descubrir de dónde viene lo que metemos en nuestra cesta de la compra de la alimentación. La normativa europea que regula la información alimentaria facilitada al consumidor extendió en su última reforma la obligatoriedad de indicar el país de origen en el etiquetado a la carne fresca de cerdo, ovino, caprino y aves de corral, además de la carne fresca de vacuno (requisito que se estableció durante la crisis de la EEB), las frutas y las verduras, la miel y el aceite de oliva, en los que ya era obligatorio anteriormente.
Parece una lista bastante completa, pero lo cierto es que un gran porcentaje de los productos que se pueden encontrar en el supermercado no son productos frescos, sino procesados. Y es ahí donde la cosa se complica. Especificar el país de origen para los alimentos que no se encuentren en la lista anterior es voluntario, a no ser que no indicarlo pueda suponer “un engaño para el consumidor”, algo bastante subjetivo a la hora de aplicar la norma.
Además, en el caso de los alimentos que sí están obligados, muchas veces solo es necesario indicar como procedencia “UE” o “No UE”. “Hay muchas cuestiones que se plantearon cuando se reformó el reglamento de etiquetado que no se han incluido y otras que sí. El del origen es un tema conflictivo porque se intentó hacer con la leche y con el azúcar y de momento no se ha conseguido. A muchas empresas no les conviene”, asegura Isabel Moya, del Departamento Jurídico de FACUA-Consumidores en Acción.
Cómo mejorar
Desde la OCU también consideran que el etiquetado de alimentos podría mejorarse mucho más. “La aprobación del Reglamento Europeo 11/69 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor supuso un avance. Pero en algunos aspectos se quedó claramente corto”, explica Ileana Izverniceanu, portavoz y directora de relaciones institucionales de esta organización de consumidores. “Debería ampliarse el tamaño de letra en al menos 3 mm para conseguir que la información obligatoria fuera visible para la mayoría de la población. También debería tener un mayor espacio en el envase”, añade.
Incumplimientos
Además, puede no diferenciarse el origen de dónde ha sido envasado o procesado el producto. En el caso de la carne fresca, la mayoría de los participantes en el estudio de la OCU (40,3%) interpretaron que el origen se refería al país donde los animales habían sido criados. Y, en el caso de las frutas y verduras frescas, un 75,2% creyó que el país de origen era únicamente el lugar donde los vegetales habían sido cultivados. “Puede haber productos en el mercado cuyo etiquetado haga pensar al consumidor que el origen del producto es otro al que realmente es. Pero como la norma no le obliga a indicarlo, lleva a confusión”, indica, en este sentido, Isabel Moya.
Eso en caso de cumplirse la normativa. Porque también aquí existen deficiencias. Hace dos años, FACUA denunció que, al analizar 120 etiquetas de diferentes alimentos (pollo, cerdo, preparado de carne, carne picada, filetes de ternera, champiñones y setas, lechuga, tomates y zanahorias) encontraron que nueve de cada diez de ellas incumplían la normativa. En cuestiones como condiciones especiales de conservación, cantidad neta del producto y país de origen. De hecho, este último, el país de origen, era el segundo en el nivel de incumplimiento (31%), solo por detrás de la cantidad neta de producto.
También en algunos casos, como en las denominaciones de origen o productos de la alimentación de reconocida calidad (como, por ejemplo, los espárragos) se oculta su procedencia con la intención de hacerlos pasar por locales: “Es una práctica ilegal porque supone un fraude al consumidor”, explica Ileana Izverniceanu.
Etiquetado voluntario
Mejorar el etiquetado es uno de los objetivos de las organizaciones de consumidores. Y creen que es cuestión de tiempo el que la normativa avance. “Más tarde o más temprano se hará porque es importante por el tema comercial. También es un reclamo, algo de marketing que la empresa puede explotar para la venta”, asegura Isabel Moya. Se refiere al etiquetado voluntario, que muchas empresas utilizan para aprovechar el interés del consumidor por lo local y nacional. O por la buena “fama” que pueda tener un origen para un producto determinado.
En todo caso, la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, dependiente del Ministerio de Sanidad, explica que “en el plazo de tres años” la Comisión Europea presentará un informe que “evalúe la viabilidad y un análisis de costes y beneficios” de la indicación del país de origen o del lugar de procedencia. Sobre todo en el caso de productos de la alimentación como “la leche, la leche empleada como ingrediente de productos lácteos, la carne utilizada como ingrediente, los alimentos sin transformar. O los ingredientes que representen más del 50% de un alimento”. Ahora solo hay que esperar.