La agricultura danesa es conocida por su eficiencia y producción intensiva y es un pilar económico importante. Sin embargo, sus aguas residuales están restando oxígeno a los ecosistemas marinos y degradando sus recursos
Los mares y océanos del planeta se están quedando sin oxígeno por la acción contaminante del humano y por el cambio climático, lo que dificulta la supervivencia de la vida marina. Dinamarca se ha visto inmersa en esta vorágine destructiva. La agricultura intensiva en el país, especialmente por el uso de fertilizantes, ha contribuido con la hipoxia. El fenómeno se produce cuando la concentración de oxígeno en el agua de mar no sobrepasa los 2 ml por litro.
Las aguas residuales y la escorrentía provenientes de la agricultura intensiva danesa se desbordan hacia los fiordos y de allí llegan a mares y océanos. Al ser ricas en nutrientes aumentan la actividad bacteriana y fotosintética. Al final provocan un crecimiento excesivo de algas que, al morir y descomponerse, consumen grandes cantidades de oxígeno. A esto se suma el dióxido de carbono. Este gas, uno de los principales del efecto invernadero, es absorbido por los océanos, lo que calienta el agua y reduce también el oxígeno.
Más de 60% de la superficie danesa está dedicada a la agricultura intensiva, una de las mayores concentraciones del mundo, por lo que las alarmas no dejan de sonar. En los últimos años ha surgido una creciente tensión entre la industria agrícola tradicional y los movimientos ecológicos que buscan proteger los océanos.
«Sabemos exactamente cuál es el problema. Estamos ahogando literalmente nuestros mares en mierda», dice Alexander Holm, biólogo marino.
El fiordo de Isefjord, tan solo un ejemplo
En las idílicas orillas del Isefjord chocan dos actividades danesas: la agricultura intensiva y el movimiento para curar los mares moribundos. «Las algas prosperan con todos los excrementos de cerdo y fertilizantes artificiales que se escurren de los campos», indica Alexander Holm, biólogo marino. «Cuando las algas mueren, se hunden hasta el fondo del mar, donde las devoran bacterias que consumen todo el oxígeno del agua y producen sulfito de hidrógeno: básicamente, veneno. Esto es un asesinato marino. Si quieres matar un mar, así es exactamente como lo haces», explica.
Hasta mediados del siglo XX, el Isefjord estuvo repleto de peces, como la mayoría de los fiordos y ensenadas danesas. Esa riqueza marina convirtió a Dinamarca en la nación con la industria pesquera más pujante de Europa entre los años 1950 y 1970. Incluso 30 años después, en la década de 2000, cuando mermaron las poblaciones de peces, mariscos y moluscos de los fiordos, pescadores todavía podían subsistir gracias al comercio del arenque y el bacalao.
Sin embargo, la población de peces comenzó un declive constante como consecuencia de las prácticas de la actividad agrícola danesa en general. «Pero hace tres años, colapsó por completo», acota el pescador Niels Frederiksen, cuya familia ha pescado en la zona durante cuatro generaciones. Se refiere a la grave disminución del oxígeno marino que ha llevado a biólogos marinos a declarar varios fiordos locales, incluido el Isefjord, «zonas muertas».
Mar Báltico con pocos peces
Los pescadores daneses capturaron en 2022 solo el 0,4% del bacalao que trajeron durante el apogeo de la industria en la década de 1970. La asociación de pescadores de la isla de Bornholm cerró después de 141 años de actividad.
Ignorado durante décadas
Antes de 1972, el océano era una suerte de vertedero gratuito en el que se arrojaba, con total impunidad, desde lodos de depuradora a residuos químicos, industriales y radiactivos. Millones de toneladas de metales pesados y contaminantes químicos, junto con miles de contenedores de residuos radiactivos, han llegado al océano durante décadas.
A pesar de que el agua de los océanos cubre más del 70% del planeta, en las últimas décadas es que se ha empezado a comprender cómo la actividad del ser humano afecta el hábitat acuático. Estudios recientes demuestran que la degradación, en especial en las zonas costeras, se ha acelerado en los últimos tres siglos, a medida que han aumentado los vertidos industriales y la escorrentía procedentes de explotaciones agrarias y ciudades costeras.
El Convenio de Londres de 1972, ratificado en 1975 por España, fue el primer acuerdo internacional puesto en marcha para mejorar la protección del medio marino. Con él se impulsaron programas reguladores y se prohibió el vertido de materiales peligrosos. En 2006 entró en vigor un acuerdo actualizado, el Protocolo de Londres, que prohíbe con mayor especificidad los residuos y materiales como los de la agricultura intensiva danesa, salvo una breve lista de artículos, como los restos de materiales de dragado.
Las zonas muertas son grandes extensiones de agua que contienen muy poco o nada de oxígeno. Se han multiplicado por cuatro desde mediados del siglo XX
Desiertos marinos
La hipoxia oceánica tiene efectos devastadores en la biodiversidad. Las zonas con bajos niveles de oxígeno pueden causar la muerte de peces y otros organismos, lo que altera los ecosistemas. También puede tener efectos perjudiciales en especies que dependen de la vida marina para su supervivencia.
Las aguas costeras de muchas partes del mundo están siendo afectadas por la proliferación de algas y fitoplancton que disparan la creación de zonas muertas o desiertos marinos por escasa oxigenación, lo que limita la vida marina y destruye actividades económicas esenciales para los pobladores de esas regiones, como el turismo y la pesca.
Los nutrientes que son liberados al medio ambiente por los procesos agrícolas, principalmente fósforo y nitrógeno, contaminan los cuerpos de agua y los drenajes que llegan al mar, donde favorecen florecimientos algales nocivos que generan eutrofización al expandirse densamente.
Tan o más grave es la hipoxia en los fondos marinos, sitios donde los agroquímicos afectan los ecosistemas, porque al persistir en el agua, el oxígeno disuelto de forma natural se agota y muy pocos organismos logran sobrevivir en esa zona. Los peces migran a sitios más benignos, pero crustáceos como los cangrejos y mejillones no pueden escapar y mueren por hipoxia.
Hay soluciones
Existen varias medidas para mitigar la hipoxia oceánica. Una de las más efectivas es la reducción del uso de fertilizantes en la agricultura. Se deben adoptar prácticas de manejo de nutrientes que minimicen la escorrentía de fertilizantes hacia los cuerpos de agua. Esto incluye técnicas como la agricultura de precisión, que aplica fertilizantes solo donde y cuando son necesarios, lo que reduce el uso excesivo.
También se pueden implementar prácticas agrícolas sostenibles como rotación de cultivos, el uso de cultivos de cobertura y la adopción de prácticas de labranza conservacionista. Son técnicas que ayudan a mejorar la salud del suelo y a reducir la escorrentía de nutrientes. Además, la promoción de la agricultura orgánica, que limita o elimina el uso de fertilizantes químicos, puede contribuir significativamente a reducir la contaminación por nutrientes.
Asimismo, las plantas de tratamiento de aguas residuales deben ser modernizadas para remover más eficientemente los nutrientes antes de que el agua tratada sea liberada en los cuerpos lacustres. La restauración de humedales y la protección de áreas costeras también pueden ayudar a mitigar los efectos de la hipoxia. Los humedales actúan como filtros naturales. Absorben y procesan nutrientes antes de que lleguen a los océanos.
Agricultura de profundidad
En 2018, científicos se dedicaron a reintroducir hierbas marinas en el fiordo de Vejle para ayudar a restaurar el entorno submarino. Informes señalaban el mal estado ambiental de ese fiordo de 22 km de largo debido a la fuerte presencia de nitrógeno procedente de los fertilizantes de la agricultura intensiva danesa, en su mayor parte de las corrientes de las zonas cultivadas.
En las zonas que aún no han sido afectadas por la falta de oxígeno, se retiran las hierbas y luego, en tierra, voluntarios envuelven los brotes ondulados alrededor de un clavo degradable. Se hace con la finalidad de que buzos puedan fijarlos fácilmente en el fondo del mar. «La hierba marina es donde crecen todos los peces, es como un jardín infantil para ellos. Sin hierba marina no hay espacio para que crezca la población de peces», explica el biólogo Fjeldsoe Christensen, que trabaja en el proyecto.
Desde el inicio del proyecto, más de 100.000 hierbas han sido plantadas en seis hectáreas de fondo marino. Por doquier, los buceadores redescubren ahora vida acuática, con cangrejos y peces. Es un primer paso para el fiordo, cuyo ecosistema ha colapsado en los últimos años.