Nada genera tanta pérdida de tiempo como luchar contra aquello que no puedes cambiar. Rechazar lo que ya ha ocurrido supone un enorme desgaste que merma nuestra capacidad de crecimiento
Cultivar la resiliencia es un proceso proactivo en el que es necesario dirigir nuestros recursos en la dirección de la adaptación positiva. Teniendo en cuenta que los recursos personales son limitados, una de las prioridades básicas ante la adversidad será no desperdiciarlos en batallas que de antemano sabemos que están perdidas. Por eso, situar la aceptación en la base de la resiliencia nos aporta un punto de partida lleno de pragmatismo: si mi energía es limitada, ¿para qué invertirla luchando contra lo que no puedo cambiar?
En mi artículo anterior elegí la definición de resiliencia de Ungar como la capacidad de los individuos para navegar a través situaciones difíciles accediendo a recursos que potencien la salud psicológica, social, cultural y física. También exploré la multidimensionalidad de la resiliencia, donde la cognición, la emoción, la motivación, las relaciones sociales e incluso la espiritualidad son áreas donde es posible trabajar para mejorar nuestra adaptación.
Antes de abarcar esta compleja multidimensionalidad, en la que cada factor aporta un valor relevante al resultado, es de especial interés tener una perspectiva inicial que aporte solidez a nuestra interacción con la vida.
Por eso, responder a esta pregunta marca el punto de partida: ¿acepto o rechazo lo que ha ocurrido? Mientras aceptar permite dirigir tiempo y energía hacia el crecimiento, rechazar nos estanca en una lucha estéril contra lo acontecido. Sin embargo, aceptar no es sencillo, aceptar abarca abandonar conscientemente cualquier atisbo de lucha personal contra lo inmodificable, sin caer en la pasividad de la resignación.
ENTENDER LA ACEPTACIÓN
Decía William James que la aceptación de lo que ha sucedido es el primer paso para superar las consecuencias de cualquier desgracia. Mientras completar la aceptación libera atención y energía para la superación, rechazar el suceso supone un gran desgaste emocional: cuanto más rechazas más pierdes. Encontrar una definición redonda que exprese todo lo que abarca la aceptación no es sencillo.
Podemos tomar de inicio la de Steven Hayes, padre de la terapia de aceptación y compromiso, quien define la aceptación como “tomar lo que se da, en el momento que se da, sin defendernos de ello”. Esta definición subraya dos cuestiones esenciales: la primera es tomar lo que se da, es decir, ser permeables a recibir la circunstancia que la vida impone.
La segunda cuestión señala la clave de la aceptación, que es “dejar de defenderte” ante eso que se ha dado. Sí, rechazar es sencillo, tan fácil como dejarse llevar por cualquier pensamiento, emoción o conducta que lucha contra la realidad.
Pensemos en uno de esos momentos en los que la vida “decide” ponernos delante un evento desagradable o doloroso, lo cual podría incluir desde perder la cartera a que aparezca un problema de salud.
Es fácil darnos cuenta de que la respuesta mental hacia el evento invita a la defensa, incluso a la lucha contra lo ocurrido ¡Esto no puede ser! ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¡No entiendo! ¡No me lo merezco! ¡Esto es injusto!
El simple hecho de no frenar la reacción inicial supone alentar el rechazo. Por esto, rechazar es sencillo. Si bien este tipo de reacciones iniciales son profundamente humanas, basándose en ese sesgo mental primario, que filtra a través del hedonismo del me gusta o no me gusta, o del subjetivo barómetro de lo que es o no es justo. Así, todo evento contrario a lo que me esperaba, toda circunstancia desagradable o dolorosa es susceptible de una reacción inicial de rechazo.
Si bien la respuesta inicial tiene una lógica muy humana, serán los pasos siguientes los que marquen el tiempo que perdemos en rechazar. De este modo, cultivar la aceptación permitirá pasar página de un modo saludable, integrando abiertamente la experiencia y permitiéndonos dirigir nuestros recursos en la dirección del crecimiento.
ACEPTAR NO ES RESIGNARSE
Es necesario diferenciar dos términos que en ocasiones se confunden. Mientras la resignación es un estado pasivo en el que la persona se entrega a las circunstancias de un modo indolente, la aceptación es un proceso proactivo en el que el individuo debe trabajar tanto en sus procesos internos (siempre) como externos (cuando es posible) para abandonar cualquier tipo de lucha o resistencia contra aquello que no puede cambiar.
La resignación remite a convertirse en preso del paso del tiempo, pensando que el tiempo por sí mismo mejorará mi experiencia personal. La aceptación propone mirar hacia el interior para identificar y gestionar pensamientos, sensaciones, emociones y conductas de rechazo, huida o negación hasta poder convivir en paz con lo ocurrido.
Cuando puedo mirar, hablar, estar, y hacerlo en paz, entonces habré aceptado. Entonces, ¿aceptar implica estar de acuerdo? No, qué va, aceptar no es necesariamente aprobar o estar de acuerdo con lo ocurrido. Seguramente nadie estará de acuerdo con algo desagradable o doloroso, pero sí implica ese trabajo personal que, aun estando en un profundo desacuerdo, me permita dejar de luchar contra ello.
“Aceptar permite dirigir tiempo y energía hacia el crecimiento, rechazar nos estanca en una lucha estéril contra lo acontecido”
¿Aceptar es someterse? ¡Nunca! El sometimiento va asociado a la pasividad de la resignación, la aceptación invita a abandonar la lucha donde no es útil e invertir el tiempo allí donde sí lo es. Son muchos los estudios que asocian el rechazo al malestar y el sufrimiento personal, de ahí que la aceptación se haya convertido en un proceso terapéutico en sí mismo.
Marsha M. Lienehan acuñó el término aceptación radical como un proceso enmarcado dentro de la terapia dialéctico conductual para el alivio del sufrimiento. Pero quizá quien integra de un modo más completo la aceptación como un pilar esencial en la interacción con la vida es Steven Hayes, quien desarrolló la terapia de aceptación y compromiso, un trabajo psicoterapéutico enfocado en desarrollar la aceptación, a la par de un compromiso personal con las acciones ligadas a los valores.
Y si en lo personal la aceptación se convierte en el inicio de la resiliencia, en lo social la aceptación es el pilar fundamental de una buena convivencia. Más allá de gustos personales, la aceptación de lo diferente supone una oda a la convivencia humana, abandonando cualquier deseo de imponer a otros la visión personal, por el simple hecho de que la persona de enfrente piensa y vive diferente.
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