Los activistas climáticos han optado por protestas que parecen desesperadas; impactan a la opinión pública, pero no suman los esfuerzos que esperan contra el calentamiento global.
La crisis climática se agudiza. Científicos y ambientalistas sienten que los cambios necesarios apenas se notan. Se avanza en cámara lenta y los cambios del clima se perciben a velocidad de vértigo. Un escenario que desespera a los activistas y adoptan protestas disruptivas que enfurecen a muchos, pero logran captar la atención.
El movimiento ambientalista, desde sus comienzos en el siglo XX, ha tenido una transformación radical. Pasó de ser una voz marginal a una fuerza global que moldea políticas y conciencias. Pese a sus logros, muchos activistas observan una suerte de estancamiento a contravía de la crisis climática. Como respuesta, se proponen una agenda con una batería de novedosas estrategias que generan polémica y también rechazo.
Mirar hacia otro lado
La crisis climática no es una amenaza futura sino una realidad presente. Huracanes cada vez más intensos, sequías prolongadas, incendios forestales devastadores, los efectos del cambio climático recorren el planeta. Sin embargo, la acción global sigue siendo insuficiente. Una encuesta de Gallup revela una desconexión alarmante entre la percepción pública de la crisis climática y la voluntad política de abordar el problema. Los encuestado situaron el clima en el penúltimo puesto de una lista de 22 preocupaciones.
Mientras, las grandes corporaciones no asumen su responsabilidad y continúan priorizando los beneficios a corto plazo sobre la sostenibilidad y el bienestar del planeta. Las emisiones de CO2 de los centros de datos internos de Google, Microsoft, Meta y Apple son 662% más altas de lo que reportan. Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google, dijo en la Cumbre Al+Energy que moderar el consumo de energía de la IA (y frenar su desarrollo) era “una mala apuesta” para mantener el planeta más frío. «De todos modos, no alcanzaremos los objetivos climáticos», afirmó.
Emisiones aceleradas
Los científicos advierten que la situación es cada vez más grave. Los ecosistemas naturales, que absorbían grandes cantidades de carbono, están llegando a sus límites. Los bosques se deforestan a velocidad alarmante. Los árboles prácticamente no absorberán carbono. Las turberas de Finlandia, que antes capturaban carbono, ahora lo emiten.
En septiembre, el huracán Helene arrojó 40 billones de galones de agua sobre Carolina del Norte y el Sur. Murieron cientos de personas. Antes de que transcurrieran dos semanas, el huracán Milton se intensificó hasta la categoría 5 con vientos de 160 mph. La alcaldesa de Tampa advertió a los residentes que atendieran las órdenes de evacuación o correrían el riesgo de morir.
A pesar de los esfuerzos de los activistas climáticos, las emisiones de gases de efecto invernadero se están acelerando. Los científicos del clima advierten que el planeta superará un aumento de 2 grados Celsius en los próximos 20 años. Una amenaza mortal para la mitad de los vertebrados y la mitad de peces. Se duplicada la pérdida de las cosechas.
De acuerdo con la teoría del cambio social en los momentos de crisis surgen flancos radicales, grupos indisciplinados y aparentemente miopes que resultan más estratégicos de lo que parecen en encontrar maneras más eficaces de movilizar a las personas.
La primavera silenciosa
El activismo climático comenzó en los años sesenta del siglo pasado. Un periodo marcado por una creciente contaminación y degradación ambiental. La publicación de Primavera silenciosa de Rachel Carson en 1962 alertó sobre los efectos nocivos de los pesticidas y se le considera el catalizador del ecologismo contemporáneo. Sentó las bases de un movimiento que exige cambios profundos en la relación de la humanidad con la naturaleza.
En las décadas siguientes, el ambientalismo se consolidó como una fuerza política. Se aprobaron leyes ambientales pioneras en Estados Unidos como el Clean Air Act y el Clean Water Act. A medida que avanzaba el siglo, el movimiento ambientalista se globalizó. Surgieron organizaciones influyentes como Greenpeace y el Movimiento Chipko en la India, que incorporaron métodos de resistencia pacífica.
En las últimas décadas, han surgido otras corrientes, como la justicia ambiental, que visibilizó el impacto desproporcionado de la contaminación en comunidades marginadas, y el ecofeminismo, que determinó el vínculo entre la explotación de la naturaleza y la opresión de las mujeres.
El movimiento ambientalista encontró la oposición de intereses políticos y económicos poderosos, como la industria de los combustibles fósiles, que frenaron muchas iniciativas y lograron polarizan el debate público, otra manera de neutralizarlo y silenciarlo. Una de las respuestas fue recurrir a tácticas más controvertidas. Desde la desobediencia civil hasta las protestas disruptivas para presionar a los gobiernos y corporaciones a tomar medidas eficaces y transparentes para combatir el cambio climático.
La larga marcha del activismo medioambiental
Los activistas climáticos llevan más de cincuenta años dando conferencias, haciendo lobby, marchando, organizando manifestaciones para convencer a la gente de que hay emitir menos carbono y cómo lograrlo. En los año noventa, organizaciones ambientales como Sierra Club desplegaron montañas de dinero y ejércitos de abogados y cabilderos para educar.
Por el poco éxito observado en la segunda década del siglo XXI, se decidieron a actuar. Se lanzaron a los engranajes de la maquinaria petroquímica. Bloquearon oleoductos y encadenaron excavadoras. Greta Thunberg, de 15 años de edad, protestó en 2018 frente al parlamento sueco y activó un movimiento climático de 13 millones de jóvenes.
Dana R. Fisher, socióloga de la American University y autora de Saving Ourselves: From Climate Shocks to Climate Action, considera que el movimiento climático actualmente se encuentra en «un período de inactividad».
La primera ola del activismo climático se centró en la educación y la sensibilización. La segunda se centró en la desobediencia civil y la acción directa. «Luego el impulso se estancó y nos dejó donde estamos ahora. Desmovilizados”, dice.
Polvo rojo a la Constitución de EE UU
Sin embargo, el activismo climático radical puede tomar formas inesperadas. En febrero pasado, un hecho insólito sacudió al público en Estados Unidos el Día de San Valentín: dos jóvenes -Donald Zepeda y Jackson Green, del grupo Declare Emergency- arrojaron pintura roja en polvo sobre la Constitución de Estados Unidos. Querían mostrar su desesperación e inconformidad por la inacción del gobierno ante la crisis climática. Decirle al presidente Joe Biden:
«No queremos que nuestros hijos tengan que vivir el fin de la civilización. Pero vamos en ese camino. Tenemos que declarar una emergencia climática, presidente».
Leyendo una carta de Abigail Adams a su marido, John Adams, arrojaron la pintura en polvo sobre la Constitución. El periodista Ford Fischer transmitió en vivo la protesta. Se viralizó. Zepeda y Kroegeor fueron arrestados. Los acusan de conducta desordenada y allanamiento de morada.
Ambos dijeron que asumían las consecuencias de sus acciones. Hubo un intenso debate en la sociedad estadounidense. Algunos vieron como un acto vandálico y otros como un llamado de atención necesario. No obstante, logró su objetivo de llamar la atención a la opinión pública sobre la crisis climática: el calentamiento global.
Escala la protesta hasta la pirámide de cristal del Louvre
El activismo climático también probó la acción directa contra obras de arte. En 2022, dos jóvenes británicas arrojaron sopa de crema de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. El video del incidente lo vieron 1,7 millones de personas en TikTok y 7,1 millones en Twitter en pocos días. Logró la atención de medios de comunicación de todo el mundo y se le considera la protesta ambiental más exitosa de la historia.
Después, activistas alemanes arrojaron puré de patatas a un Monet en el Museo Barberini de Potsdam y un hombre calvo en La Haya pegó su cabeza a La joven de la perla de Vermeer .
Cuatro meses antes del atentado contra la Constitución de Estados Unidos, un encapuchado escaló la pirámide de cristal del Louvre y la roció con pintura naranja. En el solsticio de verano de 2024, activistas se abalanzaron sobre Stonehenge y rociaron los monolitos con polvo naranja.
Exitosos en las redes no escapan del reproche. Piers Morgan, presentador de televisión británico, criticó a los activistas cuyos actos calificó como “vandalismo infantil, mezquino y patético”. Bill McKibben, autor y activista climático, también se mostró escéptico sobre la eficacia de estas acciones. “Pensé la séptima vez: ´Esto realmente no ayuda mucho´”.
Redimir o polarizar al mundo
«El objetivo de estas maniobras es polarizar, obligar al resto de nosotros a elegir un bando. ¿Qué nos importa más: el decoro o un mundo en el que menos personas escuchen en sus hogares la frase “Vete o morirás”? No estamos en guerra, pero tal vez deberíamos estarlo», escribió el activista Donald Zepeda en 2020 en su manuscrito, «Lecciones aprendidas».
Donald Zepeda ejemplifica el nuevo activismo ambiental. Cambió las aulas universitarias por la primera línea de la lucha contra el cambio climático. Su historia, marcada por una creciente conciencia ambiental, lo llevó a tomar una decisión radical: sabotear un oleoducto.
Criado en un hogar metodista, Zepeda internalizó desde temprana edad la importancia de ayudar al prójimo. Leyó un artículo de Bill McKibben en Rolling Stone en 2015, en el que advertía sobre la gravedad de la situación climática. Se puso en contacto con McKibben y comenzó a trabajar con 350.org, una red de activismo climático.
Pronto se unió a los Valve Turners, un grupo de activistas que cerraban válvulas de oleoductos para protestar contra el transporte de petróleo de arenas bituminosas. Equipado con cortadores de pernos y una profunda convicción, se dirigió oleoducto de Kinder Morgan. Su objetivo: detener el flujo de petróleo y enviar un mensaje contundente a la industria de los combustibles fósiles.
En su defensa legal, Zepeda argumentó que su acción era una forma de desobediencia civil necesaria para evitar un daño mayor. «El acusado creyó razonablemente que la comisión del delito era necesaria para evitar o minimizar un daño», señalaron sus abogados, citando las proyecciones científicas sobre el cambio climático. Pero el argumento no convenció al jurado, lo declaró culpable.
Extinction Rebellion: la furia y la razón
A finales de la década de 2010 Greta Thunberg se convertía en el rostro de una generación y los informes del IPCC pintaban un futuro sombrío. En el crisol del activismo climático que hervía emergió Extinction Rebellion (XR), una nueva fuerza disruptiva.
Roger Hallam, exgranjero y activista británico, fundó XR en 2018. Hallam, un personaje complejo y carismático, había dedicado su vida a la búsqueda de la justicia social y ambiental. Su frustración ante la inacción política y las promesas vacías lo llevó a fundar una organización que rápidamente se expandió por el mundo.
Tenía un enfoque radical y sin concesiones. Con XR se propuso sacudir los cimientos de la sociedad y forzar un cambio radical en la respuesta al cambio climático. Empleó tácticas de desobediencia civil masiva para llamar la atención sobre la emergencia climática.
«Esta es nuestra hora más oscura… Nos declaramos en rebelión contra nuestro Gobierno», rezaba la Declaración de Rebelión de XR. Con lemas como «Cambio climático… Estamos jodidos».
Disruptiva y provocadora
Hallam, con su pasado de activista radical, representaba una fuerza provocadora. Su figura, a menudo comparada con la de Rasputín, ejercía una fascinación magnética sobre los miembros de XR.
A fines de 2019, XR tenía 800 capítulos en 70 países. El éxito de XR no se basó únicamente en la personalidad de sus líderes. La organización desarrolló una estrategia de comunicación efectiva y una estética visual distintiva que la convirtieron en un fenómeno global.
Las acciones de XR eran audaces y creativas, generaron una amplia cobertura mediática. Sus miembros arrojaron estiércol de caballo frente al pabellón principal de la COP en Madrid, marcharon con hábitos rojos de «El cuento de la criada» en Brisbane, arrastraron botes por las calles de Dublín y Londres y se subieron a ellos como piratas. Se pegaron a los andenes de los trenes, las autopistas, el Palacio de Buckingham y celebraron simulacros de muerte casi desnudos en la Cámara de los Comunes.
A pesar de las críticas por sus tácticas, XR logró movilizar a millones de personas en todo el mundo y poner el cambio climático en la agenda política. La organización demostró que la desobediencia civil podía ser una herramienta poderosa.
Radicalización
Debido a la crisis climática emergió una nueva generación de activistas dispuestos a desafiar el statu quo. Entre los cuales destaca Hallam. Sus ideas, plasmadas en ensayos como «Consejos para los jóvenes, mientras se enfrentan a la aniquilación», influyen en numerosos activistas.
Pinta un cuadro sombrío del futuro. Describe el problema climático como un infierno y compara el mundo con una cámara de gas, en la que las grandes corporaciones están condenando a la humanidad a una muerte segura.
Critica a la «izquierda liberal» por ser ineficaz y a la «izquierda radical» por ser inútil para abordar la crisis climática. Para él, la única solución es una rebelión masiva que desafíe el poder de las élites y obligue a los gobiernos a tomar medidas drásticas para combatir el cambio climático
«El costo de rebelarse será alto», advierte Hallam, «pero la causa lo curará todo». El británico insta a sus seguidores a ser «escandalosos». A no tener miedo de ir a la cárcel.
Zepeda, arrestado en múltiples ocasiones por su participación en acciones de XR, puede dar fe de que las consecuencias no son tan gloriosas como las presentan. «Mi primera experiencia en la cárcel no fue tan agradable como algunas de estas personas nos quieren hacer creer», afirma Zepeda.
Si bien el activista estadounidense comparte la visión de Hallam sobre la urgencia de la crisis climática, cuestiona algunas de sus ideas sobre la desobediencia civil y la importancia de la justicia social. Además, critica la falta de unidad dentro de XR en torno a cuestiones como la justicia climática.
Nuevas tácticas
En los últimos años de lucha contra el cambio climático la agenda de los activistas se ha radicalizado en sus tácticas. En otoño de 2021, Hallam dejó Extinction Rebellion (XR) después de describir el Holocausto como «otra cagada en la historia de la humanidad». Fundó entonces A22, una red global que fomenta la creación y apoya grupos climáticos radicales. Defiende la las acciones contundentes y no descarta la violencia como respuesta a la crisis.
Uno de los grupos creados bajo A22 es Just Stop Oil, centrado en detener las licencias de nuevos proyectos de petróleo y gas en el Reino Unido. Algunas de las acciones contra obras de arte las realizaron activistas de Just Stop Oil.
Con la ayuda de Hallam, Zepeda y otros frustrados con XR America crearon Declare Emergency. El grupo se centra en presionar al gobierno estadounidense para que declare una emergencia climática. Durante su primer año, Declare Emergency organizó una serie de bloqueos de carreteras.
En abril de 2023, planeó una acción artística en la Galería Nacional de Arte de Washington DC. Fue el ataque a la escultura «La pequeña bailarina de catorce años» de Edgar Degas en la Galería Nacional de Arte de Washington D.C.
Dos activistas, Tim Martin y Joanna Smith, vertieron pintura sobre la escultura y el pedestal en un acto simbólico de protesta. El ataque a la escultura de Degas y el polvo rojo sobre la Constitución generan controversia y condena. Los activistas argumentan que son necesarias para llamar la atención sobre la emergencia climática y forzar a los gobiernos a tomar medidas más drásticas.
Las consecuencias legales han sido severas. Smith y Martin enfrentan cargos penales. Otros activistas fueron encarcelados. El calentamiento global no se detiene y los grupos climáticos radicales parecen dispuestos a asumir los riesgos que implican sus acciones.
Nueva filantropía
La crisis climática también estimuló el surgimiento de una filantropía que financia acciones directas para presionar a los gobiernos y corporaciones a tomar medidas más drásticas. Climate Emergency Fund es uno de los principales actores en esa ola de activismo ambientalista. Ha donado millones de dólares grupos climáticos disruptivos y radicales en todo el mundo como Just Stop Oil, Declare Emergency y Last Generation. Su propósito es mitigar la crisis y acelerar la acción climática mediante la financiación de acciones directas. Fue fundada en 2019 por las herederas políticas y petroleras Rory Kennedy y Aileen Getty, junto con Trevor Neilson y Abigail Disney. Plantea
Las estrategias de los grupos financiados varían. Desde bloqueos de carreteras y protestas en museos hasta acciones más personales, como llamar a políticos por sus nombres y acusarlos de complicidad en la crisis climática. Cuando los critican por demasiado radicales, responden que la urgencia de la crisis climática exige acciones drásticas.
Pese a la controversia, CEF continúa apoyando a los grupos de activistas climáticos que utilizan las protestas disruptivas. Considera que desempeñan un papel en la lucha contra la crisis climática, aunque también implican desafíos. La línea entre la protesta legítima y el vandalismo suele ser difusa. Pueden tener consecuencias legales y dañar la reputación de los grupos y movimientos climáticos en general un punto que crea repulsa en el público general y demandas en los tribunales.
Efectiva para movilizar recursos
Sam Nadel, director interino del Social Change Lab, estudió el impacto de las acciones disruptivas y llegó a una conclusión sorprendente. Aunque a la gente le disgusten, generan un mayor apoyo económico a las organizaciones climáticas moderadas. Una paradoja de la cual concluye que la radicalización del activismo climático podría ser efectiva concienciar sobre la crisis y para movilizar más recursos. La duda que generan las disruptivas y radicales tácticas, tan eficientes para atraer los medios, viralizarse en las redes y recaudar fondos, si serán efectivas para generar el necesario y sistémico cambio requerido para enfrentar con eficacia y éxito el cambio climático.