Stefan Armborst / Asociación Bona Ona /communities@bonaona.org
Las empresas comerciales y los organismos militares han puesto en marcha la gran carrera espacial del siglo XXI. Una carrera apocalíptica fomentada por la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC)[1] y muchas otras agencias tanto en Estados Unidos como en otros países que poseen avanzada tecnología espacial. El plan consiste en apropiarse, desplegar, transformar y devastar los cielos para el beneficio privado y de la militarización.[2]
En consecuencia, está previsto que, bajo la connivencia y el apoyo oficial, en los próximos 10 años se lanzarán entre 80.000 y 100.000 satélites no estacionarios de órbita baja. Todos ellos se integrarán en las redes industriales y militares terrestres 4G/5G/6G. Junto con los millones de estaciones terrestres de recepción, estos satélites servirán a un poco más de una docena de empresas que compiten para que en uno o dos años toda la Tierra esté cubierta con internet inalámbrico de alta velocidad. Una catástrofe ecológica y de salud pública. Los mayores artífices son SpaceX (12.000 satélites), OneWeb (4.560 satélites) y Boeing (2.956 satélites).
La humanidad en un precipicio sin retorno
La iniciativa estadounidense Resilience Multiplier indica que “la catástrofe acelerada causada por el ser humano agravará sustancialmente los daños biológicos y ambientales existentes de las frecuencias electromagnéticas no ionizantes –las radiofrecuencias (RF), la frecuencia extremadamente baja (ELF)[3] 4G/5G/6G– y permitirá la manipulación remota de los sistemas biológicos, erosionará aún más la privacidad personal, ampliará la vigilancia de la ciudadanía, presentará nuevos riesgos de colisiones de satélites, interferirá con la predicción meteorológica y la investigación astronómica, ensuciará los cielos con desechos de satélites y pondrá en peligro la seguridad nacional y mundial.”[4]
¿Qué impactos concretos tiene el lanzamiento de miles de cohetes anuales y las redes emisoras de campos electromagnéticos del “Wifi Global” con apoyo satelital?[5]
Destrucción continuada de la capa de ozono
En 2018, se constató con sorpresa que a pesar del Protocolo de Montreal el ozono estratosférico sigue disminuyendo. Todo indica que la dinámica reforzada de lanzamiento de cohetes tiene mucho que ver con ello. Aunque sus combustibles líquidos no contienen cloro, producen cantidades significativas de óxidos de nitrógeno e hidrógeno, así como vapor de agua y hollín, cuando se queman. Todos ellos destruyen el ozono.
A medida que el número de lanzamientos de cohetes aumenta, también aumentarán sus emisiones, que para el año 2050 podrían provocar una mayor destrucción de la capa de ozono superando a la que provocaron los clorofluorocarbonos (CFC).[6]
El Protocolo de Montreal ha dejado fuera a la industria espacial, aunque debería haber sido incluida, una grave pérdida de ozono es la consecuencia más probable. Por donde pasan, los cohetes destruirán hasta el 100% del ozono en una franja de varios kilómetros. El material del que están hechos los cohetes y los satélites destruyen directamente el ozono, y las ondas expansivas de los restos de los satélites en órbita crea óxido nítrico que tiene el mismo efecto.
El combustible sólido de los cohetes es más destructivo
El Sol convierte el oxígeno en ozono en la estratosfera y crea el escudo de ozono que protege la Tierra. Las nuevas megaconstelaciones de satélites de órbita baja (LEO, según las siglas en inglés) requerirán miles de lanzamientos de cohetes adicionales. Las empresas utilizan queroseno – un combustible fósil que produce carbono negro- y metano, un gas de efecto invernadero, lo mismo que sus componentes adicionales. A menudo se utiliza alúmina como propulsor.
La contaminación en la estratosfera dura años antes de desaparecer. Las partículas de carbono negro y alúmina en la estratosfera atrapan el calor generado en la Tierra y refuerzan el efecto invernadero. Los productos químicos, la alúmina, el vapor de agua y el carbono negro emitidos por los cohetes contaminan la estratosfera a largo plazo y bloquearán los rayos del Sol.
Las emisiones de los cohetes de estado sólido no son mejores. Al contrario, destruyen completamente el ozono. Contienen cloro que daña la capa de ozono, vapor de agua (un gas de efecto invernadero) y partículas de óxido de aluminio, que crean nubes estratosféricas.
Explosiones en órbita
Según la Agencia Espacial Europea se han registrado más de 290 eventos de fragmentación en órbita desde 1961. Solo unos pocos fueron colisiones (menos de 10 accidentales o intencionales); la mayoría de los eventos fueron explosiones de naves espaciales y sus restos.
La principal causa de las explosiones en órbita está relacionada con el combustible residual que queda en los tanques o líneas de combustible, u otras fuentes de energía remanentes, que permanecen a bordo una vez que una etapa de cohete o un satélite ha sido desechado en la órbita terrestre.
Con el paso del tiempo, el duro entorno puede reducir la integridad mecánica de las piezas externas e internas, provocando fugas y la mezcla de los componentes del combustible, lo que puede desencadenar una autoignición. La explosión resultante puede destruir el objeto y repartir su masa en numerosos fragmentos con un amplio espectro de masas y velocidades.
Entre 1975 y 1984 se detectó 10 veces más productos químicos, pintura y metales en la atmósfera procedentes de cohetes y desechos, pero desde entonces, no hay verificaciones de los niveles de contaminación.
La «eliminación» de los satélites
Es un mito que los satélites y cohetes antiguos se disuelven en la reentrada y se desintegran, es decir, desaparecen. En realidad, la reentrada de satélites y cohetes hace que estos se quemen, exploten y se deshagan en grandes y pequeños trozos de desechos, hasta llegar a partículas diminutas. La vaporización crea gases y polvo tóxicos.
Muchas partes de cohetes, motores y material de prueba se vierten en el océano, y la industria espacial «se deshace» de los satélites gastados, ya sea maniobrándolos en órbitas «cementerio» de larga duración (en el caso de los satélites geoestacionarios de órbita alta) o «desorbitándolos» para que se «quemen» (esto es el caso de todos los satélites en órbita terrestre baja (LEO). Como este tipo de satélites tienen vida útil de solo 5 a 7 años, se calcula que para mantener los 100.000 satélites en funcionamiento se requerirá un lanzamiento diario con satélites de sustitución.
La desorbitación de los satélites provoca altos niveles de contaminación, desechos y polvo en la atmósfera que caen sobre la Tierra. La alúmina es altamente inflamable. El año pasado, los desechos en llamas provocaron incendios en Chile, y un satélite Samsung en funcionamiento se estrelló contra una granja de caballos en Michigan. Su paracaídas quedó sobre las líneas eléctricas.
Interferencias con la astronomía, el GPS y los satélites meteorológicos
Se está destruyendo la belleza y la integridad del cielo. Estos brillantes satélites interfieren con las observaciones espaciales de los astrónomos, y las emisiones de radiofrecuencia dificultan o imposibilitan la radioastronomía, el funcionamiento del GPS, la comunicación desde los aviones y el trabajo de los satélites meteorológicos.
Representantes de la Unión Geofísica Americana, la Sociedad Meteorológica Americana y la Asociación Nacional de Meteorología han declarado que estas nuevas tecnologías podrían interferir con las operaciones meteorológicas. Se ha presentado una queja oficial ante la Comisión Federal de Comunicaciones. La Organización Meteorológica Mundial alerta sobre la gravedad de las interferencias provocadas por la señal del 5G, que afectarán la fiabilidad de los cálculos meteorológicos.
También hay un llamamiento internacional de más de 2.000 astrónomos a gobiernos e instituciones que advierte sobre la contaminación generada por los más de 50.000 satélites de 5G previstos, que superarán con mucho las aproximadamente 9.000 estrellas visibles, y denuncia el gran daño a la ciencia astronómica y al patrimonio de la humanidad que es el cielo estrellado.[7]
Interferencia con el circuito eléctrico global
La salud y la vida dependen del circuito eléctrico global natural que fluye desde la atmósfera a la Tierra y a través de todos los seres vivos. Los rayos son un componente visible de este circuito. Las redes globales 5G bombardean la atmósfera continuamente con pulsos RF-EMF y contaminan este circuito y alteran las resonancias Schumann que regulan los ritmos de nuestros cerebros y cuerpos. Esto podría ser catastrófico para toda la vida terrestre.
Consumo de energía
Otro impacto de la implantación del “Wifi Global” es el inevitable aumento del consumo de energía entre los usuarios del Internet de las Cosas. El uso de la energía eléctrica es ya una de las principales causantes del cambio climático.
El Informe de Movilidad de Ericsson, una fuente líder sobre el estado del mundo móvil, publicado en noviembre de 2019, estimó que para finales de 2025, el 5G atraerá 2.600 millones de suscripciones, generando el 45% del total de datos de tráfico móvil del mundo. Algunos informan de que este aumento del uso, junto con la infraestructura que se desarrollaría para manejar la era del “WiFi Global” con 5G, incluidas las instalaciones de almacenamiento de datos, podría consumir hasta 3 veces más energía de la que se utiliza actualmente.[8]
LA “Unión Global contra el Despliegue de Radiación desde el Espacio (GUARDS)”[9] advierte que, al contrario de la percepción del público en general, la tecnología inalámbrica no es una tecnología sostenible ni respetuosa con el medio ambiente. La conectividad inalámbrica utiliza mucha más energía que la conectividad por cable.
Más gasto de energía y menos eficiencia
Las tecnologías inalámbricas seguirán consumiendo al menos 10 veces más energía que las tecnologías cableadas cuando proporcionen tasas de acceso y volúmenes de tráfico equiparables. Se consume una mayor cantidad de energía en la transmisión de grandes cantidades de información a través del aire -un medio que tiene una gran resistencia y un alto nivel de absorción de la señal- en comparación con la transmisión a través de diversas conexiones de comunicación con cable (por ejemplo, basadas en el cobre o la fibra óptica).
Por otro lado, la computación en nube provoca un consumo de energía adicional y no debería promoverse como una tecnología respetuosa con el medio ambiente. El despilfarro energético de la tecnología inalámbrica y su infraestructura tecnológica global, incluida la megarred satelital en ciernes, debería conducir a los gobiernos de todo el mundo a abstenerse seriamente de promover tal tecnología inalámbrica.
Los cielos no deben pertenecer a nadie
El 5 de diciembre de 2020, la “Red Internacional de Acción Legal contra el 5G» (5G-ILAN) lanzó la campaña de firmas a la declaración Healthy Heaven Trust Declaration (HHTD).[10] Las organizaciones firmantes apoyan una petición de reglamentación urgente y acelerada a la FCC para efectuar una pausa en todas las licencias y lanzamientos de satélites, hasta que se realice una evaluación completa de los riesgos de seguridad y los daños a largo plazo. La consideran una violación de los derechos fundamentales de la humanidad y de todo tipo de vida por sacrificar los cielos para el beneficio de unas pocas empresas satélites y sus accionistas, sin explorar alternativas más razonables y equilibradas.
Numerosos tratados internacionales, convenciones y otros compromisos jurídicamente exigibles afirman que los cielos deben mantenerse en fideicomiso público para toda la humanidad y el mundo vivo.
Las naciones y los pueblos de todo el mundo son los fiduciarios de este fideicomiso público. Poseen los medios legales y el derecho para garantizar que la exploración de los cielos se haga con humildad y sabiduría.
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