Por Jon Pagola
08/01/2017
En la música pop hay al menos cinco reglas no escritas que conviene tener en cuenta:
a) El primer disco es siempre el mejor y el segundo el más difícil.
b) La joya del grupo suele ser la cara b de un single, una rareza escondida que no se incluye en ningún LP.
c) Desconfía de los comebacks. Vuelven por dinero, arrugados y convertidos en sus propios muñecos de cera.
d) Recuerda que las biblias musicales (antes NME, ahora Pitchfork) promueven su propia fe y que no tienen que coincidir necesariamente con la tuya.
e) El último tema del álbum es una balada… O marca el sonido del siguiente trabajo.
Ahora cojamos a Kula Shaker y repasemos su historia. En 1996, en el culmen de champagne y cocaína del britpop, triunfaron con su debut, K, (punto a) incluyendo sonidos tradicionales de la India como en su día hizo George Harrison con los Beatles. Sin embargo, si hay una canción que inmortaliza al grupo de Crispian Mills es su frenética versión de Hush que popularizó Deep Purple a finales de los años 60. Lanzaron este pepinazo de rock psicodélico en 1997. Cantaron bingo. Como quien no quiere la cosa (punto b).
Lo tenían todo para mantenerse en la cumbre: un debut espléndido, un líder guapo y carismático y un estilo personal y reconocible. Pero, de repente, la burbuja del britpop estalló en mil pedazos. El equivalente a la pájara de Induráin en la agónica ascensión a Les Arcs en su sexto Tour. El bajón empezó por el buque insignia del movimiento (Be Here Now de Oasis era tan pretencioso como insustancial) y acabó con la estocada final que le propinó Jarvis Cocker, de Pulp, con el desgarrador This is Hardcore en 1998. Aquel año, cuando todo se estaba yendo a la mierda, Kula Shaker editó un buen segundo disco titulado Peasants, Pig & Astronauts. Fue un fracaso (punto a) y anticipó su ruptura.
Volvieron casi 10 años más tarde, seguramente movidos por el dinero (punto c), pero con ideas renovadas: no tenían la más mínima intención de vivir de las rentas y estirar el chicle de Hush. Desde entonces han publicado tres álbumes más –a cada cual mejor– y a su sonido característico le han acabado introduciendo pinceladas folk. En K2.0 (curioso guiño social media que le dedican a su primer disco) regresan en plenitud de facultades. Estamos ante la selección de temas más inspirados desde los tiempos de Govinda, Tattva y Hey Dude.
El primer single, Infinite Sun, parece haberse concebido en un espacio de meditación trascendental a cargo de un gurú indio con un sitar. Es tan bueno, tan Kula Shaker, que no sé cómo no le han prestado atención los medios que se supone que saben de esto (punto d).
Los latidos orientales son más o menos evidentes en Lift Like Mountain, Oh Mary, High Noon y en la nana Hari Bol (escrita íntegramente en sánscrito). Hay hits como Let Love Be (With U), delicias folk –33 Crows–, cambios de ritmo –grandioso el de Here Come My Demons– y, ejem, un mejunje final –2STYX– que recuerda a unos Franz Ferdinand de segunda y que sólo se puede encontrar en la edición digital de K2.0. Ojalá quede como un aislado experimento y no se acabe cumpliendo el punto e.