Detrás de las vacunas que llenan de esperanza a un mundo en vilo por la pandemia, hay rostros hasta ahora desconocidos, que han entregado sus vidas por el avance de la ciencia. Y por supuesto, en favor de la humanidad. Es el caso de Katalin Karikó. Una destacada bioquímica húngara que, gracias a sus cuarenta años de estudios e importantes hallazgos, se cuenta hoy con fármacos que protegen del SARS-CoV-2.
Las vacunas producidas por Pfizer y Moderna se están aplicando ya en varios países del mundo, dentro de los planes masivos de vacunación. Este paso trascendental no hubiese sido posible sin el trabajo constante de científicos como Katalin Karikó. Pese a diversos obstáculos en el camino, se empeñó por descubrir las posibilidades terapéuticas del ARN mensajero, el componente en el que se basan ambas vacunas.
Nació en 1965 en la pequeña ciudad húngara de Kisújszállás. Y su infancia transcurrió en una discreta casa con limitaciones de agua y electricidad, pero feliz. Cuenta que su padre era carnicero y siempre lo veía en su faena. “Quizás de observar las vísceras, los corazones de los animales, me vino la vena científica”, dice. Desde entonces ha sido larga la travesía, hasta ser hoy una de las científicas más influyentes del planeta.
Con 23 años de edad se graduó en el Centro de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Szeged. Allí obtuvo también su doctorado. Luego siguió estudios postdoctorales en el Instituto de Bioquímica del Centro de Investigaciones Biológicas de la Academia de Ciencias de Hungría. Así como en el Departamento de Bioquímica de la Universidad Temple en Filadelfia (EE UU), donde se desempeñó como becaria.
Mientras tanto, participó en un ensayo clínico en el que se trató a pacientes con sida, enfermedades hematológicas y fatiga crónica con ARN de doble cadena (dsRNA). A partir de entonces su interés científico se enfocó en la génica basada en el ARNm.
Katalin Karikó, una vida de esfuerzo y dedicación
El rostro y la vida de Katalin Karikó se han difundido por los medios de comunicación y publicaciones especializadas. Se le conoce como la madre de la vacuna contra la COVID-19. Asegura que no está acostumbrada a la exposición pública. Ha trabajado durante años en la oscuridad. Pero siempre ha sabido que “es importante que la ciencia se apoye en muchos niveles”.
La investigación en ARNm para combatir enfermedades se consideró siempre demasiado arriesgada como para invertir en ella. De allí que la financiación fue uno de los mayores obstáculos que encontró.
Karikó se trasladó a Estados Unidos con su familia en 1985 para continuar el desarrollo de sus estudios. Primero en Filadelfia y después en la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, donde reside.
El constante rechazo de sus solicitudes de becas de investigación por dicha universidad, donde estaba en proceso de convertirse en profesora, paralizó su trayectoria. Además, en ese entonces Karikó tampoco contaba con la tarjeta de residente en Estados Unidos. Por tanto necesitaba un trabajo para renovar su visa y poder permanecer allí. La científica aceptó continuar investigando con un rango inferior y una menor compensación económica.
Candidata al Nobel de Bioquímica
La bioquímica visualizaba que el ARN mensajero podría desempeñar un papel fundamental en el tratamiento de ciertas enfermedades. Debido a que son moléculas que dan a las células «órdenes» que les permiten luego fabricar las proteínas terapéuticas por sí mismas.
El camino de estudio del ARN mensajero tampoco estuvo exento de problemas. Provocaba fuertes reacciones inflamatorias porque el sistema inmunológico lo consideraba un intruso.
Con su socio en la investigación, el médico Drew Weissman, Karikó logró introducir gradualmente pequeños cambios en la estructura del ARN. Lo hizo más aceptable para el sistema inmunológico. En 2015 lograron colocar el ARN en nanopartículas para facilitar su entrada en las células.
Cinco años después, aquel descubrimiento ha sido imprescindible en el desarrollo de las vacunas de Pfizer y Moderna contra la COVID-19. Se ha convertido en una potente luz al final del tenebroso túnel.
Décadas de trabajo sin grandes recursos que se han visto recompensadas ahora y que han convertido a Katalin Karikó en una de las candidatas para el próximo Premio Nobel de Bioquímica.
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