Por Daniela Brik (Jerusalén / EFE)
Al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, le ha salido bien la apuesta por adelantar unos comicios en los que, contra todo pronóstico, se ha proclamado vencedor y que le permitirán formar una coalición más afín que la anterior.
Y es que cuando destituyó en diciembre a dos ministros críticos y anunció el adelanto electoral para conformar una coalición estable que le permitiera gobernar, aspiraba a revalidar con facilidad el cargo, objetivo que ha resultado ser mucho más arduo de lo previsto.
La clave ha pasado por una agresiva a la vez que vertiginosa campaña que en sólo cuatro días ha logrado darle la vuelta a unos sondeos que proyectaban la inevitable victoria del Campo Sionista, liderado por el laborista, Isaac Herzog, y la cabeza del centrista Hatnuá, Tzipi Livni.
«Contra todo pronóstico, hemos conseguido una gran victoria para el Likud», dijo el dirigente conservador anoche al conocer el resultado, interrumpido por sus seguidores al grito de «Bibi, Bibi» y «Es un mago, es un mago», en alusión a su proverbial habilidad para imponerse en los momentos más complicados.
Para ello no ha dudado en emplear técnicas, algunas de dudosa corrección política, destinadas a movilizar en masa a su votante tradicional desencantado, así como de otras formaciones más a la derecha con promesas nacionalistas y azuzando su consabida política del miedo ante una hipotética llegada al poder de la izquierda.
En la misma jornada electoral llegó a manifestar en un vídeo difundido por internet que la «izquierda paga autobuses llenos de árabes para llevarlos a votar», después de que en la víspera enterrara definitivamente la solución de dos Estados al asegurar que bajo su gobierno no se creará un Estado palestino.
En una concentración de la derecha nacionalista celebrada el domingo en Tel Aviv, Netanyahu arengó a sus seguidores con soflamas que encajan bien en el ideario del sionismo religioso como que nunca dividirá Jerusalén o que continuará la construcción de asentamientos judíos.
30 escaños
Gran parte del éxito electoral de Netanyahu al frente del Likud, que ha obtenido 30 escaños con el 99% del voto escrutado, ha sido a cuenta de la formación procolonizadora Hogar Judío de Naftalí Bennet, que ha obtenido 8 escaños, cuatro menos que en los comicios de 2013.
Netanyahu ha barrido a las formaciones derechistas, pero la jugada le ha salido bien, pues le permitirá formar un Ejecutivo afín, en el que no tenga que lidiar con partidos centristas que le obliguen a mantener un barniz pragmático en cuestiones como la negociación con los palestinos.
Nuevo Gobierno en tres semanas
En un comunicado difundido por el Likud ha manifestado sus intenciones de formar un nuevo Gobierno en el plazo de dos a tres semanas, para lo que ya ha emprendido el diálogo con Hogar Judío, con el centrista Kulanu, liderado por el likudista escindido Moshé Kahlón, y los dos partidos ultra-ortodoxos que han obtenido representación parlamentaria.
Kahlón aún no ha mostrado sus cartas y se deja querer consciente de que sus diez escaños le convierten en deseada bisagra, aunque el caramelo ofrecido por Netanyahu en campaña de otorgarle la cartera de Finanzas, podría llevarlo definitivamente a su terreno.
«Kulanu ha enarbolado la bandera social y en las negociaciones exigiremos soluciones al problema de la vivienda y a la carestía de la vida», dijo Kahlón tras conocerse el veredicto de las urnas, dejando patente su marcada agenda socioeconómica.
Sólo con los partidos mencionados, Netanyahu ya obtiene una mayoría de 61 escaños de los 120 del Parlamento, al que podría sumar a su antiguo socio gubernamental, Avigdor Lieberman, líder del partido ultra-derechista Israel Nuestro Hogar.
Pese al desplome en las encuestas de esta formación, sacudida por varios escándalos de corrupción, sus seis escaños podrían asegurarle a Netanyahu una coalición estable y afín a sus políticas.
Con todo, debería pagar igualmente prebendas, pues Lieberman exige condiciones para pactar y tiene los ojos puestos en la cartera de Defensa.
Sea cual fuere la constelación final del próximo Ejecutivo, el hecho de que la mayor parte de los grupos pertenezcan a la derecha nacionalista y el regreso, tras una legislatura de ausencia, de los ultra-ortodoxos, significará que Netanyahu no tendrá que estar lidiando con «enanos» de formaciones más liberales y seculares.
Precisamente fue la oposición frontal en el anterior gobierno de Livni, y del centrista y en ocasiones anticlerical Yair Lapid a la aprobación de una ley que definía a Israel como Estado Judío, y al choque con EEUU respecto a su negociación con Irán, lo que terminó por precipitar el adelanto electoral.