Por Jesús Ossorio
Su nombre es Anthony McLeod Kennedy y, aunque gran parte de la población estadounidense admite que ni siquiera le conocía, su voto fue clave el pasado viernes para el fallo a favor de la legalización del matrimonio gay en todos los estados de EEUU. Kennedy es uno de los nueve magistrados del Tribunal Supremo desde 1988, cuando fue nombrado por Ronald Reagan.
A pesar de haber llegado a la cúspide del poder judicial estadounidense de la mano del presidente republicano, Kennedy ha demostrado a lo largo de su trayectoria que se trata de un juez moderado, en ocasiones impredecible y casi siempre crucial para decantar la balanza cuando las votaciones están más reñidas.
Este jurista californiano de origen irlandés -sin ninguna relación con la estirpe del presidente John F. Kennedy- se considera católico y conservador y fue siempre un hombre muy cercano al presidente Reagan, incluso en su etapa como gobernador del estado de California. A su llegada a la Casa Blanca, Reagan volvió a confiar en él para apuntalar sus posturas ‘neocon’ en el Supremo, un órgano teóricamente independiente pero muy influyente en las grandes decisiones políticas del país.
En sus primeros años en el cargo, que en EEUU es vitalicio, a Kennedy se le consideraba como uno de los fieles del sector conservador del alto tribunal. La mayoría de las veces votó siguiendo la disciplina del entonces presidente del tribunal William Rehnquist, tachado como uno de los jueces más tradicionales de la historia del organismo. Pero en 1992 la predecible orientación de voto del magistrado Kennedy cambió al aliarse con la mayoría liberal-progresista en un fallo que despejaba restricciones en el derecho al aborto.
Desde entonces el sentido de voto de Kennedy ha resultado casi siempre una incógnita y sus decisiones le han valido el apodo de “verso suelto” del Supremo. El historial de fallos del tribunal ha demostrado que lo que decida es “imprescindible” para los casos en los que las votaciones no permiten la unanimidad. Un claro antecedente de su importancia fue la votación sobre el Obamacare en 2012. El magistrado decantó la balanza que consiguió salvar por un voto la polémica reforma sanitaria de Obama, que se había ganado el rechazo de la oposición republicana.
Con idéntica proporción (5-4) y el mismo voto decisivo de Kennedy, el Supremo decidió la pasada semana que los matrimonios entre personas del mismo sexo eran constitucionales. Una medida que obligará a los 13 estados que todavía no lo hacían a permitir ese tipo de uniones legales.
El propio magistrado Anthony Kennedy ha sido también el encargado de redactar la sentencia que legaliza por completo estas uniones en Estados Unidos. El texto ha sido alabado por la comunidad homosexual al contener pasajes que reflejan con solemnidad lo histórico de la decisión:
«No hay ninguna unión más profunda que el matrimonio, que representa los más altos ideales de amor, fidelidad, devoción, sacrificio y familia. Al formar una unión en matrimonio, dos personas se convierten en algo más grandioso que lo que eran antes.
La naturaleza del matrimonio es que, a través de su lazo eterno, dos personas pueden encontrar otras libertades, como la de expresión, intimidad o espiritualidad. Esto es cierto para todos los ciudadanos, independientemente de su orientación sexual».