Juan Herreros aborda desde el diseño una nueva forma de hacer arquitectura, pensar las instituciones culturales y crear ciudad. Sus proyectos son el resultado de intensos procesos de diálogo político y social y de colaboraciones a largo plazo entre agentes diversos. Con su actividad docente, intelectual y mediática constituye un referente en el establecimiento de conexiones entre la disciplina de la arquitectura y otros entornos del mundo de la cultura, la economía y las ciencias sociales.
Distinguido con el Premio MadBlue Cinco Océanos por su contribución a la construcción de una cultura urbana basada en la implicación responsable de la arquitectura en la sociedad y la impulsión de la sensibilidad medioambiental, su currículo aúna práctica profesional, académica e intelectual. Su trabajo ha sido abrumadoramente publicado, expuesto y premiado en todo el mundo. Además de escribir innumerables libros y artículos, Juan Herreros ha sido jurado y asesor internacional en concursos, bienales de arquitectura, medios especializados y comités de expertos.
El estigma de las llamadas ciudades dormitorios perdura, pero la realidad es muy diferente. Décadas de democracia después, están bien comunicadas y equipadas
Juan Herreros es Doctor Arquitecto, Catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, y Full Professor en la GSAPP de Columbia University de Nueva York. También ha enseñado en la Universidad de Princeton desde 2004 a 2007, en la Architectural Association desde 1998 a 2000 como “Diploma Unit Master”, en la EPF de Arquitectura de Lausanne en 1999-2000 como “Professeur Invité” y en el IIT de Chicago como “Morgenstern Visiting Chair in Architecture” en 2006.
El recientemente inaugurado Museo Munch en Oslo, y tantos otros proyectos en cuatro continentes, son considerados modélicos por la crítica por su empeño en construir “la ciudad de los ciudadanos”, por asumir la obligación de reducir la desigualdad y por potenciar la convivencia.
Bukowski imaginaba los museos de Los Ángeles con bares y bandas de música. Usted concibe los edificios públicos como hubs sociales que reflejan el imaginario colectivo y en los que hay que construir una relación cotidiana. ¿Deben ser una expresión de dónde y cómo vivimos?
Los museos son un instrumento crucial a la hora de reescribir nuestra historia y confrontarnos con lo que somos y queremos ser.
Las instituciones culturales demandan una transformación que acoja la diversidad de los formatos del arte y aseguren programas en los que todos los ciudadanos tengan cabida. La arquitectura tiene una gran oportunidad para demostrar su capacidad de ir más allá de las declaraciones de intenciones y hacer realidad el sueño de unas instituciones culturales transparentes.
La pandemia deja imágenes distópicas como la desesperación de los habitantes de la megaurbe futurista de Shanghái gritando desesperados desde sus balcones contra el confinamiento. ¿Qué le sugiere?
Hemos construido las ciudades para estar juntos, esa es la utopía que les da sustento. Como diseñadores somos muy conscientes de que debemos asegurar el encuentro en tre las personas, pero también proteger su individualidad, su derecho a ser diferentes. También sabemos de la necesidad de anteponer los valores compartidos a las codicias individuales.
Son esos microegoísmos que se producen en todos los ámbitos de la convivencia los que destruyen el verdadero sentido de la polis y muchas veces llevan a las personas a la desesperación por ver incumplido el sueño de habitar colectivamente de una manera solidaria. Tenemos que ser conscientes del valor extraordinario que tienen nuestras administraciones en el acercamiento de la arquitectura de calidad a la gente, algo que no ocurre en todos los países por muy ricos que sean.
“La práctica de la arquitectura hoy debe desplegar una atención crítica a lo que ocurre en campos paralelos del saber como el arte, la sociología, la política o la economía porque sabe que antes o después le tocará dar forma, transformar en ciudad y edificios, sus formulaciones”.
Las fronteras entre ocio y trabajo o consumo y cultura son cada vez más difusas y generan espacios funcionales híbridos. ¿De qué manera contribuye la arquitectura a definir la experiencia de habitar un espacio y garantizar al mismo tiempo la calidad de vida?
Digamos que esa es la esencia de la arquitectura: identificar la pregunta pertinente en cada momento y darle una forma satisfactoria. La versatilidad de los espacios, la condición mutante de los programas, la inestabilidad que nos impide ser demasiado “funcionales”, la tecnología que todo lo arrasa cada cuatro décadas… Son ecuaciones con las que los arquitectos trabajamos cada día, muchas veces con el riesgo de no ser comprendidos hasta mucho tiempo después.
¿Cuántas personas han añorado durante la pandemia aquella terraza que cerraron con saña antiarquitectónica, sin respetar el trabajo de alguien que había pensado más allá de que el mejor salón es el más grande cuando se ha demostrado que una porción de vida al aire libre, cuidar unas plantas, o tomar el sol en invierno es un complemento impagable a la vida en casa?
La sostenibilidad condiciona el urbanismo del futuro. ¿Cómo es la ciudad de las personas que usted imagina?
La sostenibilidad ya condiciona el urbanismo del presente y todas las disciplinas que lo rodean. Los profesionales que se ocupan de ello están clamando por una reacción urgente frente al cambio climático y la proliferación de catástrofes medioambientales. El eco que reciben es reducido y lamentablemente se demuestra que no son los arquitectos los que pueden cambiar el mundo sino los que disponen de los instrumentos políticos y económicos para hacerlo.
No descarta las ciudades dormitorio, aunque reconoce su estigma. ¿Por qué la densidad se erige en un aliado del medio ambiente? ¿Qué ventajas presenta el modelo de vida urbana mediterránea?
Esas ciudades se llamaron dormitorio porque el desplazamiento al trabajo ocupaba demasiado tiempo en las vidas de las personas y sus barrios no ofrecían servicios de ningún tipo. Muchas tenían una arquitectura banal, pero otras se diseñaron con esmero haciendo virtud de las limitaciones. Décadas de democracia después, han crecido los árboles, están bien comunicadas y equipadas. El estigma perdura, pero la realidad es muy diferente.
Entendemos la naturaleza como algo ajeno a la ciudad, un hábitat que encontramos fuera de la misma y cada vez más alejado del centro urbano. ¿Cómo integrar la naturaleza en nuestra vida cotidiana?
La idea de que la artificialidad de la ciudad deba convertirla en lo opuesto de la naturaleza no se soporta. Afortunadamente muchas ciudades no responden a ese cliché y otras vienen desde hace tiempo desplegando ambiciosos programas de naturalización. El reto actual está en superar la exclusividad del parque como forma de presencia de la naturaleza en la ciudad para estimular una auténtica invasión verde de los patios, las terrazas, las azoteas –¿quizás empezando por las de los edificios públicos?– por una naturaleza biodiversa, capaz de crear auténticos biotopos dinámicos que generen nuevas ecologías urbanas.
¿De qué forma puede contribuir la arquitectura a concienciar a la sociedad para impulsar un cambio en un modelo de vida insostenible?
Fundamentalmente disponiendo de las oportunidades y la confi anza para hacer su trabajo de una forma plena y experimental. La arquitectura es una disciplina tremendamente bienintencionada y generosa pero desgraciadamente no puede asumir más responsabilidades que las que le corresponden o se le otorguen mediante los proyectos que encargan otros. Dicho de otro modo, a veces sentimos que a la arquitectura se le exige el trabajo de los medios de comunicación, de los políticos, de los poderes económicos… y apenas se queja, por eso cuando las cosas salen mal, se la señala con el dedo.
Digamos que la arquitectura puede colaborar a visibilizar las inquietudes de cada momento mientras despliega su misión de construir el soporte que mejor cabida conceda a esas inquietudes, pero siento comunicarle que no tiene los medios para generarlas por sí misma.
Experimentación e innovación
El Munch Museum no es solo un equipamiento para la salvaguarda y difusión de un patrimonio fundamental de la historia y el carácter de la cultura noruega. Nos encontramos ante una oportunidad única para desarrollar un concepto contemporáneo de museo nutrido de un trascendental rol urbano y una responsabilidad histórica como elemento cohesivo de la comunidad.
Su recorrido ascendente conecta el espacio público cubierto del vestíbulo que aloja usos lúdicos, comerciales, culturales y de restauración, con las terrazas/observatorio/club de la cubierta, ofreciendo en paralelo al descubrimiento de la obra de Edvard Munch los diferentes estratos históricos de la ciudad de Oslo.
Este gesto de concebir el sistema vertical de comunicaciones como un espacio público/mirador ascendente es la esencia del carácter heterodoxo que supone desarrollar un museo en vertical. Pero hay más, en este recorrido, el público descubre otro tipo de estancias, salas de restauración, dependencias administrativas, la biblioteca o el centro educativo, que hablan de una complejidad programática que supera la idea convencional del museo como un conjunto de salas que se visitan y una serie de dependencia invisibles en las que se maneja la institución.
El edificio responde a la exigente implicación en los aspectos energéticos y de sensibilidad medioambiental que demanda el público noruego mediante una concepción holística en la que estructura, instalaciones y construcción operan colaborativamente bajo el concepto Passive House. Mínima huella de carbono, sostenibilidad, reciclabilidad y mantenimiento son las directrices de un proceso constructivo convertido en un acontecimiento en sí mismo centrado en la experimentación y la innovación.
Mantiene una posición comprometida con las dimensiones sociales, políticas, culturales y medioambientales. ¿Qué aporta la arquitectura a estos ámbitos y cómo los conecta?
La práctica de la arquitectura hoy debe desplegar una atención crítica a lo que ocurre en campos paralelos del saber, como el arte, la sociología, la política o la economía porque sabe que antes o después le tocará dar forma, transformar en ciudad y edificios, sus formulaciones. Por eso suelo repetir que no somos sociólogos, ni políticos ni expertos especialistas, si bien podemos ser muy sensibles a las contradicciones y las injusticias del presente, pero en nuestra profesión no basta con enunciarlo, hay que demostrar que es posible combatir esos problemas mediante el diseño y la puesta en realidad construida de esos manifiestos.
En la presentación del proyecto del museo Munch de Oslo documenta un proceso de toma de decisiones complejo, contingente y participativo, que habla de otras formas de hacer arquitectura hoy alejadas de la acción heroica y la sublimación objetual. ¿A qué se refiere?
Los proyectos de cierta importancia son cada día más complejos. En ellos intervienen especialistas de múltiples disciplinas que se cruzan en el proceso de trabajo con otros ingredientes multiplicando las conversaciones y dificultando identificar la mejor solución.
El cambio más importante es que las decisiones de diseño ya no se producen solo en el estudio, sino que, en las múltiples reuniones, visitas de obra, pruebas de taller o encuentros con agentes sociales, el proyecto funciona como un tablero de juego abierto disponible a mutar en cualquier momento. Es esa condición expuesta y displicente del proyecto lo que diferencia la forma de trabajar actual de otras anteriores en la que los procesos tenían un carácter de pelea con o doblegamiento de los problemas.
Descarta el concepto de arquitectura que ensalza la fascinación por lo complicado. ¿Cómo innovar en los procesos de diseño para definir el futuro de esta disciplina?
El proyecto de arquitectura es un trabajo de síntesis de miles de ecuaciones, restricciones, disponibilidades y acontecimientos sobrevenidos –fíjese en cómo está afectando a las obras en marcha la subida galopante del precio de los materiales en los últimos dos meses– que debe culminar en un equilibrio casi milagroso.
Y es que, efectivamente, nuestro trabajo consiste en ordenar los ingredientes dispersos y a veces incómodos y transformarlos en algo coherente, fácil de leer y capaz de mutar en el tiempo. Los proyectos que dejan en su proceso de diseño y construcción las huellas de una resistencia agotadora contra esas complicaciones nacen colapsados y soportan peor las nuevas contingencias que les espera en su vida futura.