La prensa afín a la administración Sánchez-Podemos -en una maniobra más propia espadachines de circo al que se le han muerto el elefante y se han propuesto adiestrar en alguna suerte un par de conejos- anuncia que Josep Borrell no solo le había enmendado la plana al Departamento de Estado norteamericano, sino que había “convencido” al presidente Joe Biden de que apresura su cambio de política con respecto a Venezuela.
En el texto firmado por tres periodistas que se extravían en halagos a Borrel, y en medias verdades. Se da por hecho que Biden empieza a jugar con un tablero nuevo y que de un momento a otro comenzará a levantarles las sanciones a los funcionarios venezolanos por los que el Departamento de Justicia ofrece una recompensa de 90 millones de dólares. Veamos, el objetivo principal no es quitarles la visa para que no puedan entrar en territorio estadounidense y congelarles los activos. No. Es enjuiciarlos por lavado de dinero, narcotráfico, cooperación con el terrorismo y la comisión permanente de delitos de lesa humanidad contra la nación venezolana. No es una infracción de tráfico, ni una advertencia por hacer ruido a los vecinos.
No cesan las torturas, las desapariciones forzadas ni las ejecuciones extrajudiciales
Este lunes la alta comisionada Michelle Bachelet entregó a la 47 sesión del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas el reporte con las investigaciones, las denuncias y los informes recibidos sobre las actuaciones de la dictadura de Nicolás Maduro y la evaluación de la justicia y el funcionamiento de Estado de derecho en Venezuela. Abarca desde el 1 de junio de 2020 hasta el 30 de abril de este año.
Con respecto al anterior informe, no hay avance. Nada mejoró. Ninguna de las muchas recomendaciones que se le hicieron a Maduro y su gente fue acogida. Al contrario, ha empeorado la situación de los presos políticos, las dilaciones judiciales, las torturas, la violencia sexual, las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales. Lo único que disminuyó fueron las protestas callejeras.
También este lunes la Corte Penal Internacional rechazó la impugnación que el régimen de Nicolás Maduro a la investigación que la fiscalía está a punto de completar sobre violación sistemática de derechos humanos por el Estado de la República Bolivariana de Venezuela. A partir del 21 de julio, el nuevo fiscal, Karim Khan, decidirá con los recaudos en su poder si les abre juicio a los funcionarios del régimen de Maduro por delitos de lesa humanidad.
Bulo diplomático y composiciones de lugar
En una jugada a estraperlo o de bulo diplomático se pretende hacer creer que la Unión Europea ha encontrado la manera de zafarse del “caso Maduro”, que Estados Unidos se inclina a revisar las sanciones como Borrell ha sugerido. Eso lo puede poner en el papel quien no conoce o pretende desconocer que Estados Unidos es la primera potencia mundial, como muy bien lo reconoce Pekín en sus fanfarronadas. Estados Unidos no es Andorra ni Costa Rica. Puede ir a varias guerras a la vez, y puede manejar múltiples crisis, diplomáticas o no, simultáneamente.
Los desaciertos de Jimmy Carter con Irán y los ayatolas no son la medida para evaluar la eficacia estadounidense, como la localización y muerte de Bin Laden. Como en todas partes, hay muchos bobos, pero no son los que deciden.
Estados Unidos, como ha ocurrido desde que le decretó el embargo al gobierno socialcomunista de Cuba, ha perdido siempre la votación en las Naciones Unidas para que levante “el bloqueo”, como lo denomina el PC cubano. Sin embargo, mantiene la medida. Pronto cumplirá setenta años, y si se ha flexibilizado una que otra vez ha sido más por motivos humanitarios que por cualquier otra razón. Ni Obama que se abrazó con los Castros en La Habana se atrevió.
Los estadounidenses no negocian desde posiciones de debilidad. Lo saben los rusos y tantos otros Negocia cuando la otra parte ya se ha arrodillado. Es la historia. Si el oponente no se rinde, lo deja quieto y que el tiempo haga su trabajo. No se apresura. Las veces que lo hizo con Bush II se equivocó, cometió errores que no se condonan con dos padrenuestros.
Las conversaciones de pasillo no hacen milagros
Borrell cometería un verdadero dislate, y la Comunidad Europea pagaría un alto costo, si insiste en utilizar la diplomacia para fomentar la impunidad en vez de la justicia. La “justicia transicional” en el nombre de la paz es una oda a la impunidad. No imaginemos que habría ocurrido si esa providencia jurídica se hubiese aplicado para «superar en paz» el genocidio de Milosevic. No, la política exterior de Estados Unidos no depende de una conversación de pasillo entre dos ministros ni tampoco de dos horas. Es más complicado.
Esa versión de que Borrell convenció a Blinken no tiene sustento. No solo echa por tierra la praxis estadounidense en política exterior, sino sobre todo sus principios, su historia y sus intereses. En política exterior no hay mucha diferencia entre republicanos y demócratas, solo de estilo y a veces el lenguaje. Ninguno arriesga lo esencial que es la seguridad nacional. Y el régimen de Maduro, la dictadura chavisto-madurista tiene connotaciones de ese tipo, y no solo por sus vínculos con el terrorismo internacional.
En su “ingenuidad”, o mejor, petulancia, Borrell habría entregado un texto, “un papel de trabajo” en el cual el servicio europeo exterior radiografiaba la situación venezolana, el perfil de los principales protagonistas del régimen de Maduro y de la oposición y los errores que, a juicio de Bruselas, había cometido Estados Unidos. En fin, que los hijos pretendían enseñar al padre a hacer hijos, como dicen los canarios. Es lógico dudar de que los servicios de inteligencia europeos, después del Brexit, igualen siquiera a la CIA en cuanto a recopilación de información y en el armado de perfiles de protagonistas de desfalcos o de torturadores.
¿Otra delegación a Caracas y otro fracaso con los gastos pagos?
Estados Unidos no ha aceptado ninguna “estrategia” de Borrell para que Maduro se comprometa a celebrar elecciones a cambio de un levantamiento progresivo de sanciones. Maduro no aceptaría unas elecciones que perdería 98-2, pero sí una morisqueta electoral que le afloje la presión, que es lo que también quiere Borrel, que le quiten ese peso a Nicolás. No hay nueva estrategia ni zona medular. Estados Unidos no le va a levantar las sanciones a Maduro, ni a Rusia, ni a China ni a Irán, ni a Cuba, ni a Corea del Norte, etcétera.
Puede seguir con ellas hasta el fin de los tiempos. Son sanciones individuales, no al país, no al Estado, en principio. Sin embargo, no se negará a conversar con los europeos y tratar de mejorar los entendimientos que desencaminó Trump con sus brusquedades. Nunca por una palabra engañosa estratégicamente colocada en un texto colectivo Estados Unidos será cómplice en un proceso de blanqueamiento de la dictadura de Maduro.
Como ya lo hizo el año pasado, Borrell se apura a enviar a Caracas una delegación de la Unión Europea para evaluar la factibilidad de que una misión internacional se instale unos días en el hotel Meliá a ver, a mirar, a observar como convidados de piedra las elecciones que Maduro tiene preparadas para noviembre ganarlas, «por las buenas o por las malas», como le gusta decir.
No hay apertura ni deseos de dejar el gobierno. Que prometa eliminar los “protectores”, la figura que nombra el Ejecutivo en las gobernaciones y alcaldías donde gana la oposición, y que son los que reciben el situado y comandan los cuerpos policiales, no hace democrático a Maduro, ni más abierto a la razón. Apenas eliminaría una figura inconstitucional, que no debe existir. No varía su estrategia electoral en marcha.
Una salida pacífica, electoral, constitucional, democrática…
El ente comicial que organiza el proceso de noviembre, que presentan como un avance, lo preside un exministro del chavismo. Sigue siendo un ministerio de elecciones. No se revisa el padrón electoral ni se pone fin al ventajismo electoral. Los partidos de oposición siguen ilegalizados y sus líderes perseguidos. Si ocurriera un milagro y la oposición ganara, Maduro aplica la ley del estado comunal, las ciudades comunales y las comunas y todo sigue igual. Los gobernadores, alcaldes y concejales serían figuras decorativas. El socialismo del siglo XXI.
Los verdaderos dirigentes de la oposición, los que están en el exilio y que realmente quieren poner fin a la dictadura reiteran cada vez que pueden, y cada vez que les preguntan, que quieren una salida pacífica, electoral y democrática. Donde se reúnan con el poder diplomático internacional, sea en Washington, Bruselas o Madrid, repetirán lo mismo: una salida pacífica, etc., etc., y etc. No van a pedir un golpe de Estado, ni una invasión. Piden justicia, que se enjuicie a Maduro y a su camarilla de asesinos y narcotraficantes, de hampones. Y que se les dé la oportunidad a los venezolanos de reconstruir el país con ayuda financiera, técnica y humanitaria en democracia.
La oposición sabe que Maduro ni perdiendo las elecciones entregará el poder. Le deben dar una garantía de impunidad y un bono de subsistencia. A eso juega Borrell, que es como ponerse del lado de Maduro. Aunque el embajador James Story diga una verdad de perogrullo, “que la política no es estática” y “que un acuerdo es factible”, no hay cambio en lo esencial. Nicolás Maduro es un “dictador brutal”, como lo consideran el secretario Blinken y el resto de la Casa Blanca. Y Biden en especial.
Un interlocutor para negociar invalidado por su conducta
España ha pretendido presentarse como el interlocutor natural de Europa ante América Latina, pero realmente no calza ni como traductor simultáneo. Después del papel de José Rodríguez Zapatero como relacionista público del chavismo, los negocios non sanctos del embajador Raúl Morodo con Pdvsa, la injerencia de Monedero, Íñigo Errejón y de Alfredo Serrano Mancilla, que es el autor intelectual del desastre económico venezolano, prevalece la desconfianza. Sobre todo cuando Borrell ignora los excesos de Maduro.
Borrell, una agenda propia y a contravía del Parlamento Europeo
Con saña y sin fundamento se espeta que las ofertas hechas por Maduro para mejorar el marco electoral venezolano «están animando a las bases militantes de los partidos que sostienen a Juan Guaidó”. Una falsedad. Como en todos los momentos electorales, hay operadores políticos, no dirigentes, que habiendo logrado un estatus de sobrevivencia no desean perderlo por no participar en las elecciones de Maduro. Sin la función de concejales, alcaldes o de gobernadores se quedan sin emolumentos y sin presupuestos que administrar. Una situación que se ha repetido en los últimos veintidós año y es un aspecto de la feroz lucha por la supervivencia en un país azotado por la hambruna y la destrucción económica, no una decisión política.
Borrell no se alinea con el Parlamento Europeo. En algunos casos actúa como si tuviera su agenda particular y a contravía. Más confluente con Rodríguez Zapatero y la partida de Podemos que con Ursula von der Leyen. La causa de que las declaraciones del Parlamento Europeo sobre Venezuela sean mucho más enérgicas que las de Borrell.
Estados Unidos, pese a la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, no se ha desentendido de su vínculo con Guaidó y sigue reconociendo la Asamblea Nacional elegida en 2015 como la legal y legítima. Ha reiterado su disposición para atender las necesidades humanitarias del pueblo venezolano. Tiene gran valor que la funcionaria que Julie Chung, subsecretaria interina para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, declarara que Estados Unidos se enorgullecía “de asociarse con el pueblo venezolano y con el gobierno liderado por Guaidó para apoyar el retorno a la democracia en Venezuela y continuar trabajando juntos por una solución negociada que conduzca a elecciones presidenciales y parlamentarias libres y justas”. Y unas elecciones libres y justas no es lo que prepara Maduro y su gente.
La sanciones siguen tan firmes como durante el gobierno de Trump
Biden mantiene la presión máxima, igual que Trump, para derrocar a Maduro y mantener lejos del Caribe a iraníes, rusos y norcoreanos. No es un asunto solo de mejorar sus relaciones con Europa. Y eso de que ofrecería levantar las sanciones para que Maduro haga elecciones “justas” sería ir precisamente contra la lógica de las medidas. No hay sino que esperar que las medidas se seguirán endureciendo hasta que Maduro se rinda y vuelva la democracia y la libertad. No lo duden, mientras Borrell busca tiempo y maquilla a Maduro, la soga seguirá apretando.
Borrell y sus socios en el blanqueo de la dictadura de Maduro olvidaron tres aspectos que cuentan demasiado: la OEA y su secretario general Luis Almagro, el informe de Michelle Bachelet sobre la situación de la justicia y el Estado de derecho en Venezuela, y la investigación que adelanta la CPI contra Maduro por delitos de lesa humanidad. No le será fácil sacudirse el problema Maduro. Una mayoría de países saben lo que arriesgan con la inacción. Ya vieron la cartografía de lo que ocurre en Chile, lo que pudo haber pasado en Colombia y lo que está pasando en Nicaragua. La democracia y la libertad necesitan defensores activos y menos palabrerío.
No se trata de tapar una ilegalidad con otra, que es lo que se hace cuando se acepta un CNE escogido por una írrita Asamblea Nacional elegida en unas falsas elecciones, sin participación de la oposición, el 80% del país. Hay que quitarse el barro de los ojos, la espesa calima del progresismo, y no facilitarle a la dictadura una zona de confort, que es lo que hace Borrell cuando se refiere a Guaidó como “un diputado más de la Asamblea Nacional saliente”. Una manera un tanto grosera de tratar de darle legalidad a “la entrante”.
El mensaje de Biden que acabó con bulos y suposiciones
El 5 de julio, con motivo de la celebración del día de la firma del acta de la independencia de Venezuela, el presidente Joe Biden envió una carta en la que reafirma el apoyo de Estados Unidos al líder opositor venezolano Juan Guaidó. “Bajo su liderazgo y en coalición con los líderes de la sociedad civil están preservando los ideales de libertad, democracia y soberanía. Usted está guiando a Venezuela a una transición democrática pacífica del poder», le escribió.
Guaidó sigue siendo reconocido por Estados Unidos y más de 57 países como el presidente interino de Venezuela y presidente de la Asamblea Nacional elegida en 2015. Las elecciones de 2018 en las que Nicolás Maduro declaró victorioso son tan fraudulentas e írritas como las celebradas en diciembre pasado y resultaron elegidos los únicos que pudieron participar: los escogidos por Maduro y su camarilla.
La semana pasada, en una de sus recurrentes apariciones televisivas, Maduro que en junio le había propuesto hacer las paces al nuevo mandatario estadounidense, le preguntó a Biden si había autorizado el plan de Donald Trump para matarlo a él y» a importantes políticos y militares de Venezuela».
Aseguró que sus fuentes en Colombia le informaron que el comandante del Comando Sur, Craig Faller, y el director de la CIA, William Burns, se encontraban en Colombia para ultimar un plan violento. «Negativo, no es verdad», le respondió Juan González, el asesor especial de la Casa Blanca para Latinoamérica y director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional.
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