Aunque Putin puede vencer militarmente, al final será el gran derrotado. Jorge Dezcallar recurre a Talleyrand para afirmar que la invasión es peor que un crimen porque es un enorme error. Se trata de un problema de disponer o no de reglas iguales para todos y compartidas por todos. Eso es multilateralismo. Hoy una serie de países no se reconocen en esas reglas, fruto de nuestra concepción occidental del mundo, ni tampoco en las instituciones creadas en 1945 como la ONU, el FMI, el BM, etc. La solución pasa por sentarse a hablar y acordar nuevas normas y adaptar las instituciones.
La invasión rusa de Ucrania, según Jorge Dezcallar, pone fin a la arquitectura de seguridad que ha regido en Europa desde la desaparición de la Unión Soviética en 1991. “De un plumazo –explica– Putin ha revitalizado una Alianza Atlántica que Macron había dado por muerta unos meses antes, nos ha unido a los europeos como nunca lo habíamos estado, y ha curado las heridas que Trump había infringido a la relación trasatlántica. Además, ha acabado con el pacifismo mantenido por Alemania desde 1945, hace dudar a Suecia y Finlandia de su neutralidad, y obliga a Europa a replantearse su dependencia energética de Moscú, mientras el mundo entero se estremece ante la brutalidad de la agresión y deja aislada a Rusia como evidenció la votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas”.
Jorge Dezcallar de Mazarredo (Palma de Mallorca, 1945) fue embajador de España en Estados Unidos entre 2008 y 2012. A lo largo de su dilatada carrera diplomática ha sido director general para África y Oriente Medio, director general de Asuntos Políticos, embajador en Marruecos y ante la Santa Sede y, entre 2001 y 2004, director del Centro Nacional de Inteligencia, el primer civil en ese cargo, con rango de secretario de Estado. Ha publicado Valió la pena. Una vida entre diplomáticos y espías (2015), El anticuario de Teherán (2018) y, con gran éxito en La Esfera, Espía accidental (2021), su primera novela.
Jorge Dezcallar ha dedicado toda su vida profesional a la diplomacia y a la política exterior. Una experiencia que, en los últimos y turbulentos años, le ha permitido reflexionar sobre adónde va el mundo y plasmarlo en Abrazar el mundo (La Esfera de los Libros, 2022), en el que nos deja inquietudes, sugerencias y algunas ideas sobre cuál puede ser el rumbo de la geopolítica a partir de ahora.
“Los nuevos actores que han subido con fuerza al escenario calderoniano del mundo –China, la India, Sudáfrica, Indonesia, Nigeria, Brasil– no se identifican con las reglas de juego porque no responden a sus intereses, sino a los de los vencedores de la lejana segunda guerra mundial”.
Nada escapa a su inteligente mirada: desde los cambios provocados por las revoluciones de la tecnología, la información y la genética; a las relaciones internacionales dominadas por Estados Unidos, China y Rusia, y el papel de la Unión Europea; o los conflictos locales en Sudamérica, África, los países islámicos…, las guerras iniciadas o a punto de iniciarse. Todo ello acelerado por la pandemia de COVID-19. Pero Dezcallar no se limita en estas páginas a describir situaciones, sino que aporta posibles soluciones y estimula al lector para que este saque sus propias conclusiones y desarrolle el sentido de pertenencia a una misma comunidad: la humana.
En Abrazar el mundo. Geopolítica, hacia dónde vamos se refiere a un nuevo orden internacional que trata de hacer frente a los retos globales. ¿Cuáles son esos desafíos que están cambiando el mundo?
El nuevo desorden responde más bien al final de una era geopolítica iniciada en 1945 y dominada por el multilateralismo para dar paso a una nueva etapa multipolar o, mejor aún, bipolar imperfecta. Y ese momento de transición se ve agravado por retos globales como la pandemia, las crisis económicas y financieras, las desigualdades crecientes y el hambre en el mundo, el calentamiento global, el terrorismo internacional y el creciente ciberterrorismo o la proliferación nuclear. Y multitud de crisis locales en Ucrania, Siria, Yemen, Libia, el Sahel, Tigray, entre Argelia y Marruecos, Venezuela, Irán, Corea del Norte.
Para hacer frente a la crisis, reclama cooperación internacional e instituciones supranacionales fuertes, pero ambas herramientas ya existen. ¿Por qué no funcionan?
Porque los nuevos actores que han subido con fuerza al escenario calderoniano del mundo (China, la India, Sudáfrica, Indonesia, Nigeria, Brasil…) no se sienten identificados con ellas porque no responden a sus intereses sino a los de los vencedores de la ya lejana Segunda Guerra Mundial.
En la guerra de Ucrania es posible que haya faltado negociación, pero también que los interlocutores no fueran los más adecuados para resolver diferencias y aportar soluciones. ¿Un diálogo de sordos?
Para bailar el tango hacen falta dos y dos no bailan si uno no quiere. Hubo esfuerzos diplomáticos para impedir la invasión. Pero no fueron escuchados por el agresor que puede tener razones que explican, pero no justifican, su comportamiento. Uno puede tener razones sin tener razón y Rusia no la tiene. Lo que hace en Ucrania es execrable. Es una guerra imperialista propia del siglo XIX en pleno siglo XXI.
¿En qué lugar quedan las instituciones supranacionales tras los estrepitosos fracasos de la pandemia y la guerra de Ucrania? ¿Sirve para algo Naciones Unidas?
Es injusto echarle la culpa a la ONU. Las Naciones Unidas solo hacen lo que sus miembros les permiten hacer y en este caso Rusia, con su derecho de veto, ha bloqueado el Consejo de Seguridad. Cuando eso sucede la organización se bloquea. No es su culpa, sino la de sus miembros. Por eso hay voces que desde hace años reclaman reformar el consejo y el veto de los cinco miembros permanentes lo impide.
El mundo es incierto y volátil, inmerso en la denominada realidad líquida. ¿La amenaza climática y la escalada nuclear lo han vuelto apocalíptico y terrorífico?
Podría estar de acuerdo. El cambio climático hace que la pandemia parezca a su lado un simple rasguño, y el hecho de que se vuelva a hablar en los medios con cierta normalidad sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial o del uso de armas nucleares. Solo ya eso pone los pelos de punta.
Afirma que estamos pasando de un orden multilateral a una época de desorden multipolar. ¿Cómo se manifiesta esta transformación y qué hay que hacer para encontrar un equilibrio solidario e inclusivo que impulse el multilateralismo y la cooperación?
Es un problema de disponer o no de reglas iguales para todos y compartidas por todos. Eso es multilateralismo. Hoy una serie de países no se reconocen en esas reglas, fruto de nuestra concepción occidental del mundo, ni tampoco en las instituciones creadas en 1945 como la ONU, el FMI, el BM, etc. La solución pasa por sentarse a hablar y acordar nuevas normas y adaptar las instituciones. No tiene mucho sentido, por ejemplo, que Francia sea miembro permanente del Consejo de Seguridad y no lo sea la India. Lo que tampoco es de recibo es hacer saltar por los aires la arquitectura de seguridad europea como ha hecho ahora Rusia.
Occidente pierde el liderazgo que ha tenido durante los últimos 500 años al mismo tiempo que finaliza el ciclo geopolítico iniciado en 1945 y comienza la era de los monstruos. ¿Cuáles son esos monstruos?
La pugna o la tensión permanente entre bloques o grupos de países en tensión permanente entre ellos con proteccionismo, guerras comerciales, disrupción de las cadenas de suministros, un mundo sin reglas donde el pez grande se cree con derecho a comerse al chico, como quiere hacer Putin con Ucrania. Por ejemplo, podemos acabar con varios sistemas de internet incompatibles entre sí.
Se dijo de la pandemia que debíamos superarla todos unidos. ¿Se puede afirmar lo mismo de la guerra de Ucrania, el cambio climático o la crisis económica?
Algo que nos ha enseñado la pandemia es que los problemas globales no se resuelven con recetas locales, hacen falta soluciones también globales. Los virus no se detienen en las fronteras nacionales como tampoco lo hace el clima. Resolver el hambre en el mundo, combatir las desigualdades, luchar contra el calentamiento global, el terrorismo internacional o la proliferación nuclear… son asuntos que exigen la cooperación de la comunidad internacional. Por mucho que Europa se esfuerce en combatir el cambio climático, solo contribuye al 9% de la emisión global de gases de efecto invernadero. Poco podemos hacer si Estados Unidos, China, la India, Sudáfrica etc. no colaboran de la misma manera.
No es que los griegos sean nuestros antepasados, es que, en cierta medida, los griegos somos nosotros. El imperio romano también era invencible. ¿La historia se repite reeditando los mismos errores en distintos escenarios?
Absolutamente. Cicerón cuenta que también los romanos pensaban que había llegado el fin de la historia cuando destruyeron Cartago. Ya no había rival. Igual pensaba Fukuyama cuando cayó la URSS. Ambos se equivocaron. Y hoy respecto de China y Estados Unidos, Graham Allison habla de la Trampa de Tucídides… Nihil novum sub sole.
El fascismo fue derrotado y el comunismo evidenció su inoperancia. ¿Es posible un gran reseteo del liberalismo como propone el World Economic Forum?
Es necesario porque, dejado a sus anchas, conduce a más desigualdades no solo entre individuos sino entre países. Lo vimos en la crisis de 2008. Se ha roto el círculo virtuoso entre productividad y salarios. Esos excesos hay que frenarlos y controlarlos.
Sostiene que hoy sería imposible firmar la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. ¿Por qué?
Porque responde a nuestros valores occidentales que son producto de la filosofía griega, el derecho romano y el cristianismo, pasados por el Renacimiento, que pone al hombre en el centro de la creación; por Descartes, que diferencia entre la divinidad, la naturaleza y el individuo, y por la Ilustración, que coloca la duda en el centro del debate racional. En Asia no comparten estos valores y piensan con Confucio que hay que respetar la autoridad, que el colectivo está por encima del individuo y que la meritocracia debe imponerse a otras consideraciones. Y en el Islam no creen en la igualdad de género o en empujar la religión al ámbito privado y personal. Son otras civilizaciones y sus valores no son los mismos que los nuestros. Por todo eso hoy en día sería imposible aprobar por consenso, como se hizo en 1948, esa Declaración.
La confluencia simultánea de cuatro revoluciones –tecnológica, demográfica, genéticas y de la información– da alas a la inseguridad y el temor. ¿Hay que tener miedo al futuro?
El futuro me parece apasionante. Yo no hubiera querido vivir en ninguna época pasada, sino que lo que me suscita enorme curiosidad es el futuro y en ese sentido miro con envidia a los niños que verán un mundo que no puedo ni imaginar. Más que miedo hablaría de respeto porque cada época tiene sus retos, pero la globalización hace que hoy los compartamos, el aumento de la población los hace más graves y las revoluciones se mueven a tal velocidad que nuestro cerebro tiene dificultades para seguir su imparable progreso. De ahí la angustia ante un mundo que cambia más deprisa de lo que somos capaces de aprehender. Pero la ciencia también ofrece campo para la esperanza como muestra el enorme esfuerzo hecho a escala internacional para encontrar vacunas contra el COVID-19 en un tiempo récord.
Propugna un reparto diferente de la tarta del poder que tenga en cuenta a China y a la India, Brasil y Sudáfrica y otros países. ¿Cree realmente que los que tienen la tarta en la actualidad van a querer repartirla de otra manera?
No lo creo y ese es el problema. Antes me refería al Consejo de Seguridad y es solo un ejemplo. Pero no habrá más remedio porque lo que no se adapta al paso del tiempo y al cambio de las circunstancias acaba quebrándose. Quizás ese egoísmo conduzca a que las cosas tengan que ponerse peor antes de que puedan mejorar. Claudio Magris hablaba del “tiempo de los monstruos” para referirse a ese momento en el que el viejo orden se muere, pero el nuevo no acaba de nacer. Son épocas difíciles y apasionantes al mismo tiempo.