Por Gonzalo Cabeza
09/10/2016
El fútbol no era un negocio productivo sino un capricho. Servía como juguete para millonarios, que invertían a fondo perdido, a modo de entretenimiento y, como mucho, pensando en entablar buenas relaciones con los poderes públicos. Darse un poco de importancia social a los mandos de instituciones que mueven a millares de personas cada fin de semana. Sólo hay que ver las deudas que llegaron a acumular los clubes españoles para llegar a la conclusión de que el fútbol no daba beneficios, una tendencia que en mayor o menor medida se replicaba en todo el mundo.
Los clubes dependían del dinero que podían sacar en los días de partido, siempre limitados porque los estadios son finitos y los precios no se pueden desbocar si se quiere que el campo no esté vacío. La tendencia, sin embargo, cambió en los años 90 y, sobre todo, a partir del nuevo milenio. La televisión empezó a invertir más, mucho más. Los anunciantes dejaron de lado otras empresas para asociarse a la pasión de millones de personas. Y éstas, antes presentes sobre todo en Europa y Sudamérica, empezaron a multiplicarse. En Asia, en Estados Unidos… se dio el pistoletazo de salida a las giras mundiales y, de ahí, no tardó mucho en cambiar el paradigma. Los clubes, especialmente los grandes, dejaron de ser propiedad de empresarios locales o los dueños de siempre. Los mayores millonarios del mundo se empezaron a fijar en lo que pasaba en Europa. La revolución empezó, como no podía ser de otro modo, por Inglaterra.
Los que abrieron la veda fueron dos empresarios de bolsillo abultado, uno ruso, Román Abramóvich, y otro estadounidense, Malcolm Glazer. Ambos marcaron, lo que iba a ser el nuevo objetivo de los grandes millonarios: tener un club de fútbol de relumbrón. El ruso llegó al Chelsea, un equipo con potencial e historia, pero comparativamente menor en el concierto europeo. Sus aficionados, que vieron como el magnate empezó su periplo sin escatimar en absoluto en gastos, lo tomaron con agradecimiento e ilusión. No puede presumir de lo mismo Glazer. Desde que en 1991 la Premier League se profesionalizó el United se convirtió en el referente, el equipo ganador por antonomasia. El equipo antes del millonario estaba dividido en acciones propiedad de cientos de pequeños inversores, pero la entrada del americano cambió todo. Y no gustó. “Los Glazer son el paradigma del puro interés financiero, ellos lo compraron de una manera apalancada, el coste de adquisición lo repercutieron en el club y lo generaron en deuda, el United está pagando aún unos intereses brutales por ello”, cuenta Illie Oleart, especialista en fútbol inglés y sus flujos de mercado.
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Es conocida la disidencia, la creación de un club modesto para contrarrestar, las bufandas amarillas y verdes que pedían la salida de los yanquis del club… Malcolm Glazer, fallecido en 2014, nunca acudió a ver a su equipo al estadio. Abramóvich y Glazer fueron los primeros, pero después empezaron a llegar también propietarios del Golfo Pérsico y, finalmente, de China. Donde están los ricos más ricos, en resumen. Pasado el tiempo es posible ver algunas consecuencias que ha tenido el fenómeno que, poco a poco, se va extendiendo por el resto de Europa. Los nuevos propietarios del Granada y el Español son chinos, el Mallorca ha sido comprado por un estadounidense, los dos clubes emblemáticos de Milán han pasado a manos extranjeras y el PSG se ha abierto un hueco en el panorama mundial a base de poner mucho dinero del petróleo en sus cuentas cortesía de su dueño, el grupo de inversión público del deporte qatarí.
No todos los inversores son iguales, ni en sus finanzas ni en los resultados obtenidos por los equipos. Donde Abramóvich o el jeque Mansour, dueño del Manchester City, han puesto cientos de millones a fondo perdido los propietarios del Arsenal, el United o el Liverpool, todos estadounidenses, han optado por una aproximación mucho más conservadora en el gasto, más relacionada con los propios ingresos de sus entidades, que en tiempos recientes se han disparado, que en poner dinero de su propio bolsillo.
“Los americanos se mueven por el beneficio económico. Tienen claro que buscan algún tipo de rentabilidad, un enfoque más financiero donde los propietarios tienen poco protagonismo”, cuenta Esteve Calzada, agente de futbolistas, antiguo director de marketing del FC Barcelona y asesor de varios clubes actualmente.
El Arsenal y el Liverpool son dos casos paradigmáticos de clubes en los que se intenta una contención financiera que constriñe también los resultados deportivos. Los londinenses son el club del mundo en el que las entradas del estadio son más caras, tienen acceso a los patrocinios más importantes y se benefician de los mejores patrocinios. Fue adquirido en 2011 por Stanley Kroenke, dueño también de un equipo de la NFL y, desde su compra, no ha ganado ni una liga ni un torneo europeo. A pesar del potencial económico de los gunner llevan años de irrelevancia deportiva, presos también de un técnico que tiene una filosofía de fichajes peculiar que rehúye los grandes traspasos a pesar de tener dinero para afrontarlos. “Kroenke adora a Wegner, porque cuida mucho su inversión, no pide grandes fichajes, tiene una visión económica de la institución”, dice Oleart.
Algo similar sucede con el Liverpool. Está en manos estadounidenses desde 2007, cuando fue adquirido por los millonarios Hicks y Gillette. Éstos, a su vez, se lo traspasaron a John Henry en 2010, que llegó a Europa con la idea de implantar la filosofía del Moneyball, ese concepto que une deporte y estadística, tan de moda en las grandes ligas americanas y tan poco factible en el Viejo Continente, donde no hay restricciones en el mercado de traspaso. Cualquier aficionado al fútbol sabe que los reds, en otra época referencia en Inglaterra, llevan tiempo sin levantar cabeza en la Premier League y ninguno de los tres propietarios estadounidenses ha hecho nada por cambiar la tendencia. Otro histórico, el Aston Villa, ha visto cómo su dueño americano, Randy Lerner, vendía el club tras diez años en los que la inversión no despuntó en ningún momento. Lo dejó, además, descendido. Otro estadounidense: Shahid Kahn compró a Al Fayed el Fulham y también terminó con el club descendido.
“Es común entre los americanos que tengan equipos en su país. Su intención siempre es aprovechar el conocimiento en el manejo de franquicias deportivas y trasladarlo a la Premier. Su interés es financiero, y en eso hay una notable diferencia con jeques y rusos, que les mueve más la notoriedad personal y los contactos. En estos casos es puro business”, explica Oleart.
“En el caso de los jeques, y de Abramóvich sí hicieron un desembolso brutal, que además tuvieron que ir camuflando porque la Premier tiene normas financieras que restringen la inversión. En ambos casos lo que han hecho es hablar con empresas amigas para inflar patrocinios y meter dinero por esa vía”, cuenta Oleart. “Entre los árabes, hay diferentes tipos. Los que llegaron al Málaga vinieron con unas intenciones y vieron que no les salieron los negocios que pensaban. Otros son más sofisticados, como en el City, que es 100% profesional, con directivos de máximo nivel mundial”, dice Calzada sobre los inversores del Golfo Pérsico.
las cuentas
En el fútbol todo ha cambiado, ahora sí parece haber negocio y eso ha transformado el modelo de compradores. “Ahora el que invierte lo hace esperando un retorno. Incluso los que en su día invirtieron de un modo más emocional ahora buscan retorno, como pasa con Abramóvich o los jeques del City, que ahora ya es un club con beneficios. El fútbol es más atractivo que nunca”, indica Esteve Calzada. El crecimiento, en el caso del City, es constatable con las cuentas. A finales del año pasado se anunció que inversores chinos adquirían un 13% del club por 265 millones de libras. A Mansour le costó 210 comprarlo entero unos en 2008.
“El City quiere ser el número uno en China, porque es el mercado potencial. Richard Scudamore, el CEO de la Premier, dice que son la liga de fútbol del mundo, su mercado es el mundo. El City se vuelca en Asia, que es el mercado emergente”, dice Oleart. “Los propietarios del City, cuando llegaron, dijeron que querían una inversión sostenible y que el club se autofinanciara, y ya está en esta línea. Me sorprende cuando dice la prensa que el jeque se ha gastado 500 millones de euros, es un análisis muy frívolo porque no es así. Estos clubes venden jugadores, generan ingresos por patrocinios y buscan inversiones. En el City ha habido un plan a largo plazo, una estrategia empresarial”, opina Calzada.
Los inversores rusos y árabes han sido, en ocasiones, ridiculizados como gente que quiere el mejor jugador y sólo se mueve por ello. Aunque lo cierto es que la inversión rara vez se limitaba a eso, más bien al contrario. “El jeque hizo una ciudad deportiva completamente nueva e invirtió mucho en la cantera. Eso está ya dando resultados. La cantera del City está superando a la del United, que tenía mucha fama y han tenido que nombrar a Scholes para resucitarla porque se está quedando atrás en nombres y resultados. En el Chelsea pasó algo así también, las instalaciones eran muy básicas, son las que ahora tiene el QPR, y Abramóvich las cambió enteras”, cuenta Oleart que, además, recuerda que en este campo, a diferencia de las operaciones en el mercado de trabajo, no hay normativa que les impida invertir dinero.
Un estudio de la Universidad de Aalto estima que los clubes regentados por multimillonarios extranjeros en la Premier pagan alrededor de un 8% más en sus adquisiciones de jugadores.