Por Javier Molins | Fotos: Quique García
26/11/2015
Actualmente tiene seis exposiciones abiertas en enclaves tan dispares como el Museo Casa de la Moneda de Madrid (desde este jueves), la Bienal de Venecia, San Francisco, Chicago, Nashville o la francesa Céret; el periódico The New York Times lo calificó como uno de los artistas de arte público más importantes del mundo y sus próximas citas tendrán lugar en París y las localidades norteamericanas de Tampa y Toledo (Ohio). Pocos artistas españoles presentan un currículo semejante. Sin embargo, Jaume Plensa (Barcelona, 1955) tiene los pies sobre la tierra. Tal y como él mismo afirma: “Es un momento de gran responsabilidad. Como me dijo una vez un artista, es más fácil hacer la primera exposición que la segunda, porque quieres ser más preciso y esto pone el listón cada vez más alto”.
Plensa tiene su base de operaciones en una enorme nave a las afueras de Barcelona, donde alumbra sus creaciones para que cobren vida en cualquier ciudad porque su obra “va dirigida al ser humano independientemente de su contexto y yo no entiendo que hay un lugar pequeño o grande, sino que hay sólo un mundo”. Dentro del periplo vital que ha realizado este artista catalán –que le ha llevado a vivir en localidades como Berlín, Bruselas o su Barcelona natal– la ciudad de Chicago figura como un capítulo aparte, pues allí instaló hace ya diez años una de sus obras más conocidas: la Crown Fountain, una enorme fuente compuesta por dos torres enfrentadas en las que se proyecta el retrato de más de 1.000 ciudadanos anónimos. “Hubo como un enamoramiento entre los dos. Con la Crown Fountain exporté mi tradición mediterránea, menos conocida en una ciudad del norte, por la que el vacío es algo importante, porque es un lugar que va a ocupar la gente. Se creó un espacio de libertad que era casi como una utopía en una ciudad donde siempre se le ha dado una enorme importancia al arte y a la arquitectura”.
Tras la Crown Fountain, llegaron proyectos en ciudades como Londres, Niza, Dubai, Frankfurt, Nueva York, Búfalo, Río de Janeiro, Calgary, Seattle o Tokio, por lo que se podría pensar que Plensa es más valorado a nivel internacional que en su propia tierra. Sin embargo, él se muestra tajante al respecto. “No tengo ningún sentimiento de ser más valorado fuera que dentro de mi país”. Quizás, el premio Velázquez que obtuvo en 2012 vino a corroborar esa idea de Plensa. “Un premio como ése es bueno no sólo por mí, sino porque creo que también ha sido un reconocimiento a una forma de entender la escultura”.
Ante una trayectoria tan exitosa, surge la pregunta de cómo se llega hasta aquí, del consejo que Plensa daría a un estudiante de Bellas Artes que aspira a algo tan simple y tan difícil hoy en día como es vivir de su trabajo. “Cuando he dado clases en la Escuela de Bellas Artes de París o en el Art Institute de Chicago siempre les he dicho lo mismo: confía en ti. Una de las cosas más maravillosas de mi trabajo es que no hay ninguna regla impuesta. Lo que tú creas que puede ser verdad es y esto es una fuerza extraordinaria. William Blake lo decía mejor que yo: cualquier cosa imaginada es una imagen de la realidad. Por tanto, cada artista es un mundo en sí, que tiene un camino extraordinario por recorrer, por eso siempre les digo ‘confía en ti, es mejor que te equivoques con tus errores que con los de otro’”.
Jaume Plensa ya ni recuerda cuándo fue consciente de que quería dedicarse al arte. “Creo que la creación artística es como respirar. Nunca he sido consciente de si respiro, simplemente lo hago y con el arte pasa lo mismo, te dedicas inconscientemente a algo que te lleva sin saber hacia dónde vas”.
EL DESAFÍO
Ese impulso de crear le ha llevado a exponer sus obras en muy diversas ubicaciones. Para él no existe ninguna diferencia entre mostrar su obra en un museo o en las calles de una ciudad. “Cada espacio requiere una respuesta y esto es lo interesante”. Quizás exponer en la Bienal de Venecia, en la abadía de San Giorgio Maggiore en un edificio abierto al culto religioso y realizado por el arquitecto renacentista Andrea Palladio, haya sido uno de los desafíos más importantes a los que se ha enfrentado. “Nunca había expuesto en un lugar que aún mantiene una función (el culto religioso) y he aprendido mucho al trabajar con la comunidad de monjes y con los visitantes que van a ver este fabuloso edificio. He aprendido mucho con este proyecto”.
Plensa piensa que hay que convencer a los políticos para que promocionen el arte en espacios públicos “porque la sociedad necesita que haya cosas que no sirvan para nada, como el arte, la poesía o la música –señala–. El museo es importante pero introducir el arte en el espacio público para que gente que nunca había pensado que estaría cerca de él pueda disfrutarlo es algo muy importante. Es una manera de que, por ejemplo, los niños jueguen en medio de obras de arte y así aprendan a disfrutar de éste sin, a veces, darse cuenta”.
La escultura que instaló en la antigua mina de St. Helens, cerca de Liverpool, es una de las que guarda un recuerdo más emotivo. Se trata de uno de sus característicos rostros femeninos de 20 metros de altura, la obra más alta que ha realizado hasta la fecha. “Fue un éxito introducir belleza en un lugar donde nunca nadie pensó que pudiera haberla. Fue como si esta escultura les hubiera devuelto el orgullo a un pueblo que hace 20 años tuvo que cerrar sus minas y que lo pasó muy mal. De hecho el equipo de rugby de la ciudad ganó un trofeo y fueron a ofrecérselo a la escultura”.
LA REPETICIÓN, SEÑA DE IDENTIDAD
Sin embargo, Plensa no tiene mucho tiempo para echar la vista atrás pues le esperan nuevos proyectos de esculturas públicas en espacios como el campus de Standford, la entrada de Montreal, las montañas de Corea, un bosque de Suecia, Napa Valley (California) o la ciudad de Filadelfia. En todas estas obras intenta insuflar un alma a los lugares que las acogen. Piensa que ésa es precisamente la diferencia entre la arquitectura y la escultura aunque, en ocasiones, los límites entre ambas disciplinas se difuminan, como ocurre con el edificio de acogida que ha diseñado en la isla japonesa de Ogijima, cuyo techo presenta las características letras que Plensa ha instalado en tantas de sus esculturas.
Y es que la repetición es una de las características de su trabajo. Algo que pudo contemplar de joven cuando visitó el templo de Karnak en Luxor y observó la fila de carneros que da la bienvenida a los visitantes. Plensa lo tiene claro: “La repetición no es copia, produce un ritmo, como en la música”. Un claro ejemplo de esta forma de trabajar lo constituyen los poetas (esas figuras humanas iluminadas en su interior de diversos colores sentadas sobre un mástil) que ha instalado en ciudades como Andorra o Gotemburgo y que tiene previsto llevar a muchos otros lugares, pues su intención es “crear una comunidad de poetas por encima de nosotros, de modo que se conviertan en un solo proyecto que los una a todos”.
La idea de pequeñas partículas que sumadas forman un todo es algo que siempre ha planeado sobre la obra de Plensa. “Una letra no parece nada, es algo humilde, pero unida a otras forman palabras, y las palabras forman textos y los textos, pensamiento. Es un poco la idea de la piedra fundacional, alrededor de la cual se construye el templo, luego la ciudad, el país, el continente y el universo. Con una pequeña piedra describes el universo pero con una letra describes también el universo”.
Con el tiempo, Plensa incorporó a sus obras los alfabetos que descubrió en sus viajes por el mundo y “con ello se da un mensaje muy positivo de universalidad y globalidad. No hay que tener miedo a lo diferente. Yo creo que mi obra da un mensaje de generosidad, de abrazar a los demás. En mi trabajo se ven muy bien todos los alfabetos juntos sin dejar de ser ellos mismos. Todo esto formando un cuerpo humano. Creo que es una obra de una gran simplicidad visual pero con un mensaje muy profundo”.
Plensa reivindica la belleza en sus creaciones y la belleza en el interior del ser humano pero sin mostrarse indiferente ante las atrocidades que suceden en el mundo. “Cuando matan a un ser humano es como si se quemaran tres librerías. Es algo horrible”. Una estupefacción que traslada también ante la destrucción del patrimonio histórico–artístico que sucede actualmente en conflictos como el de Siria: “Cuando destruyen Palmira, nos destruyen a todos, aunque sería todavía más fuerte que mataran al conservador de Palmira, porque es un símbolo”.
El arte y la cultura dejan vacíos, al igual que sus esculturas cuando abandonan algunos de los lugares en los que fueron instaladas de forma temporal, como el Madison Square Park de Nueva York o la playa de Río de Janeiro. “El arte tiene esa fuerza de que, en ocasiones, sólo la aprecias cuando la pierdes y Palmira es buen ejemplo. Pasó lo mismo cuando los talibanes volaron aquellos budas, su vacío tenía casi más fuerza que su presencia”.
Se resiste a realizar una obra de denuncia social, pues cree que ese no es el camino, prefiere llevar la belleza a lugares insospechados. “Siempre me impresionó que Pau Casals, un hombre muy comprometido políticamente, creía que había que llevar la cultura al mundo obrero pero no iba allí y hacía una instalación con llaves inglesas y monos de trabajo, sino que iba allí y hacía un concierto de Bach. Es mucho más radical y transformador, mucho más políticamente importante, insistir en la belleza”. La encontró en la poesía, que fue para él “un motor que me dio energía para empezar a andar. Siempre he admirado la figura del poeta porque ha tenido una gran capacidad de penetrar en la sociedad de una forma muy sutil y casi invisible. Cuando nos damos cuenta es como nuestra alma. La poesía ha sido una compañera de viaje para mí”. Y precisamente Plensa recuerda una frase de un poeta, Paul Valéry, quien dijo aquello de que un poema no se termina, sólo se abandona, para afirmar que “yo he abandonado muchísimas obras que, en unos casos, se exponen porque se consideran acabadas y, en otros, ni se exponen ni se hacen, porque terminan perdidas en un camino sin salida. Pero las he abandonado todas”.