Pese a la polarización y la incertidumbre, azuzadas por la permacrisis y los riesgos geopolíticos, la sostenibilidad no es una cuestión política o ideológica, sino de abordar los desafíos que tiene la economía mundial, la sociedad y nuestro entorno natural. Estamos en la era de la transformación y las empresas deben convertirse en agentes del cambio y liderar este proceso. Las organizaciones que no asuman este reto se quedarán fuera del sistema.
En 2024 las claves en materia de ESG se centran en la consolidación de la apuesta de los mercados por los activos sostenibles, la desinflación regulatoria en materia de ESG, el uso de la inteligencia artificial, la integración de la sostenibilidad en los organigramas corporativos y la importancia de impulsar las medidas de adaptación frente al cambio climático.
La era de la transformación para las empresas enmarca el periodo de transición en la manera en que las organizaciones afrontan la sostenibilidad. Con el tsunami regulatorio impulsado por la Unión Europea, que obligará a la presentación del reporte sobre sostenibilidad, el proceso entró en una fase de mayor profundidad y conexión con el negocio.
Pese a que la mayoría de las compañías entienden que el cumplimiento de los criterios ESG en materia ambiental, social y de transparencia y buen gobierno fortalece su competitividad e incrementa la rentabilidad –las empresas europeas líderes en sostenibilidad cotizan con una prima del 22% respecto a la media del mercado–, casi un tercio no ha definido una estrategia corporativa de sostenibilidad ni cuenta con personal especializado en esta materia.
Forética, la organización referente en sostenibilidad y responsabilidad social empresarial en España, cuyo objetivo es integrar los aspectos sociales, ambientales y de buen gobierno en la estrategia y gestión de empresas y organizaciones, ha analizado los principales hitos que afrontarán las empresas en 2024 en el informe Tendencias ESG 2024. Claves para la agenda empresarial de sostenibilidad.
La consolidación de la apuesta por parte de los mercados por los activos sostenibles; un posible enfriamiento regulatorio en materia ESG con el nuevo ciclo político que se abrirá en Europa y Estados Unidos; el uso responsable de la inteligencia artificial; la integración de la sostenibilidad en los organigramas corporativos y la importancia de impulsar las medidas de adaptación frente al cambio climático serán elementos clave en materia de sostenibilidad en 2024.
Mientras la Unión Europea establece metas ambiciosas para la descarbonización y el cambio de modelo productivo, en Estados Unidos se están registrando turbulencias que ponen en duda las inversiones financieras sostenibles.
Todo se reduce a una cuestión semántica, según Jaime Silos, director de Desarrollo Corporativo de Forética:
«Lo importante es tener claro que la respuesta a los grandes retos que tiene por delante la humanidad, su economía, su salud y su estilo de vida pasan por más protección ambiental, más generación de oportunidad y contar con una buena gobernanza.
Jaime Silos ha completado una amplia formación en el campo de la gestión empresarial y las finanzas. Cuenta con un Executive Certificate por el MIT (Massachussets Institute of Technology), es MBA por el Instituto de Empresa (Madrid). Tiene un Máster en Mercados Financieros por el Instituto de Estudios Bursátiles y es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Como director de Desarrollo Corporativo es responsable de la estrategia de productos y servicios, así como la dirección financiera. Jaime Silos dirige la línea de investigación de Forética a través del Informe Forética y el RSEarch. Silos ha sido presidente de Spainsif, el foro español de inversión sostenible entre 2015 y 2019. Durante los últimos años ha acumulado una dilatada experiencia en materia de responsabilidad social en una gran variedad de sectores y funciones.
Más allá de la cuestión nominal, ¿estamos ante el principio del fin del fenómeno ESG o se trata simplemente de una guerra cultural?
No existe una causa concreta que lo explique, pero sí que es verdad que durante los últimos años asistimos a una crisis permanente que hemos denominado permacrisis o policrisis, y que ha erosionado el consenso político y ciudadano en torno a la sostenibilidad.
El discurso que en 2015 se abordaba de forma unánime, con un consenso absoluto que se podía constatar, por ejemplo, en la Asamblea General de Naciones Unidas, se ha ido erosionando y es preciso reconocer las causas: la crisis sanitaria desembocó en una nueva crisis con el incremento del coste de la vida. Estos factores profundizan en el cuestionamiento por parte de la opinión pública.
En Europa, se visualiza con la guerra de Ucrania y la crisis energética. Si la crisis del coronavirus reivindicó el valor social de las empresas, la guerra de Ucrania y la dislocación energética aceleró el cuestionamiento social acerca de si, más allá de la dimensión ambiental, el itinerario de Estado que nos habíamos fijado era el correcto.
«La polarización política ha convertido la sostenibilidad en un arma arrojadiza para la confrontación»
Desde luego, la geopolítica se ha revelado como un factor muy importante en este aspecto y ha provocado ese ‘susto’ en la agenda de la sostenibilidad, sobre todo por la cuestión energética, con un modelo de transición basado en el gas, es decir, cuando Rusia no exporta gas pues, de repente, no tenemos energía.
En ese sentido, las críticas estaban racionalmente justificadas. La polarización política ha convertido la sostenibilidad en un arma arrojadiza para la confrontación.
En Estados Unidos esta polarización se ha manifestado con mayor intensidad. Compañías como BlackRock han amagado con dar marcha atrás y han anunciado que abandonan el ESG ante las turbulencias.
No han dado marcha atrás, simplemente han dejado de utilizar el acrónimo ante la polarización que suscita. Precisamente BlackRock ha llevado a cabo una encuesta entre sus clientes institucionales y un porcentaje muy elevado, más del 50%, seguían dispuestos a invertir en la transición hacia una economía más sostenible. En torno a todo esto ha habido mucho ruido.
BlackRock ha abanderado esta posición y se ha encontrado con una reacción política irracional: se argumenta que el ESG es antiamericano y se persigue en algunos Estados, incluso penalmente, a los gestores de fondos ESG, precisamente las mismas formas que se critican, cayendo en una especie de totalitarismo. Si un inversor quiere invertir libremente bajo los criterios ESG, ¿por qué no habría de hacerlo?… Estados Unidos es una muestra –no la única– de la disfuncionalidad política que estamos viviendo como consecuencia de la polarización.
Muchas de estas críticas se agudizan cuando se considera a las empresas como actores políticos. ¿No subyace aquí un problema de comunicación?
En efecto, así es. No obstante, en algunos casos las empresas han ido más allá y han hecho política, en Estados Unidos más que en Europa. En Estados Unidos las empresas se han puesto en medio. Una cosa es tener un compromiso ambiental, social y de gobernanza y otra muy distinta es que el rol de las empresas no debe centrarse en ser activistas, para eso está la sociedad civil.
Hay una parte de la crítica que sí es legítima. Ya lo decía Milton Friedman: las empresas no pueden sustituir al Estado porque las empresas no son democráticas. Si las empresas hacen política, sirven a intereses particulares.
En mi opinión, las empresas deben mantener una equidistancia con los aspectos polarizantes porque su misión es aportar un valor añadido a toda la sociedad y a los mercados. En este sentido, el caso de Estados Unidos es claramente distinto al de Europa, donde el debate no se ha centrado tanto en el activismo como en la necesidad de recalibrar su posición ante la evidencia de que es posible que se haya ido más rápido de lo que en realidad se debía ir.
«Nos preocupan mucho los mercados emergentes, donde no solamente no están tirando, sino que, además, la correlación virtuosa que hemos visto en el resto de los mercados –más rentabilidad, menos riesgo–, que es como la panacea, no se está produciendo. Ahora, la sostenibilidad genera menos rentabilidad y más riesgo. Concretamente, los índices climáticos, aunque siguen dando más rentabilidad, están generando al mismo tiempo más riesgo. Lo que nos está diciendo el mercado implícitamente es que hay más incertidumbre, no es que no vaya ocurrir, sino que no está tan claro que ocurra. Y eso es preocupante. Estos mercados deberían volver a construir una prima de valoración a los activos sostenibles como señal de recuperación”.
¿Entonces, el ESG ha muerto o no?
En absoluto. Quizás el acrónimo –ESG– acabe cayendo, pero el concepto no. Los mercados lo confirman. En este 2024, con el mes de enero ya cerrado, los activos sostenibles han seguido batiendo récords frente a los activos tradicionales, especialmente en Estados Unidos que es donde se han cuestionado más.
Es así porque existe una necesidad real: la sostenibilidad no es un tema político o ideológico, sino de abordar los retos que tiene la economía mundial, la sociedad y nuestro entorno natural. Todo esto pasa por más sostenibilidad, no por menos.
Frente a los riesgos del greenwashing y ecopostureo –el gasto del lobby petrolero ha batido récords en 2023–, ¿se precisa mejorar la coherencia de las mediciones ambientales y su monitorización para desmontar las críticas a la inversión sostenible?
Totalmente. La legislación en torno a las agencias de calificación en ESG en Europa, aunque todavía está en fase de borrador, es un acierto y constituye una de las piezas regulatorias que a mí más me gustan. Hay otras que me gustan menos, no por la intención, sino por los efectos que producen.
En cuanto al greenwashing y el ecopostureo, es muy importante que la legislación no acabe ahogando el fuego porque si hacemos que la comunicación en marketing sostenible sea un riesgo para la empresa, la consecuencia es que no se producirá una optimización y se perderá la oportunidad de involucrar al consumidor en la sostenibilidad.
¿A qué se enfrentan realmente las empresas con el tsunami regulatorio europeo y el reporte sobre sostenibilidad?
Lo primero que tienen que tener en cuenta las empresas es que esta directiva de reporte en realidad no es de reporte, sino de gestión. Para poder cumplir el reporte, tal como lo establece la Directiva de Reporte de Sostenibilidad Corporativa (CSRD) y el Reglamento sobre normas europeas de información sobre sostenibilidad (NEIS), que busca estandarizar los criterios para reportar en materia ESG –¡esos malditos acrónimos!–, no se trata solo de reporte, sino de gestión.
Además, se produce una paradoja que no se registra en el mundo financiero. Cuando el regulador financiero exige a las empresas que reporten sus estados financieros, todo lo que pide es mirando hacia el pasado, mientras que la CSRD lo que demanda es que reportes a futuro, incluso en esa información, sensible y estratégica.
Las empresas tienen que estar muy preparadas. Se les exige mucho, también en cuestiones proyectivas, mucho más allá de lo que se requiere a nivel financiero, y la preparación, aun en las empresas más avanzadas en reporte, está muy lejos del objetivo del regulador. Si las propias empresas grandes tienen un gap de cara a cumplir la CSRD, las medianas ni te imaginas. Desde luego, hay que invertir en gestión.
Pese a que el 88% de las empresas del Ibex35 consideran que la sostenibilidad ejerce un efecto positivo en su cuenta de resultados, según un informe del Pacto Mundial de la ONU España, un tercio de ellas no ha definido una estrategia ni cuenta con personal especializado. ¿Eso sí que es un gap?
Bueno, la gran empresa sí que está muy encima y el 90% tienen ya una responsabilidad atribuida en el consejo en materia de sostenibilidad. Estas organizaciones lo tienen muy claro. Las grandes empresas familiares, también.
En el siguiente escalón, efectivamente, muchas empresas todavía no se han enterado de lo que se les viene encima y de que necesitan aplicación. Están en el limbo. Es preciso hacer mucha pedagogía con respecto a la sostenibilidad.
A cierre del tercer trimestre de 2023, la emisión de instrumentos de deuda con atributos ESG ya había recuperado el terreno perdido en 2022 con un repunte del 22%. La industria de gestión de activos ha seguido lanzando nuevos productos sostenibles a un ritmo de 44 nuevos fondos al mes. La consolidación de la apuesta por parte de los mercados por los activos sostenibles es una de las tendencias identificadas en el informe Tendencias ESG 2024 de Forética. ¿Cómo va a evolucionar?
Los mercados siempre tienen fluctuaciones. Durante los últimos 20 años, en el 80% de las ocasiones los activos sostenibles lo han hecho mejor que los tradicionales. A priori, esa tendencia es secular. La gran excepción se produjo el año 2022 y estuvo muy relacionada con la guerra de Ucrania. Fue cuando los mercados dieron la espalda a los activos sostenibles. En 2023 se evidenció la recuperación y lo que llevamos de 2024 también.
¿Cuáles son los aspectos que más preocupan a los analistas? En primer lugar, se está produciendo un desarrollo desigual del mercado de la inversión sostenible. Nueve de cada diez dólares invertidos son europeos. Hay otras regiones que no están tirando, especialmente Estados Unidos, que es el mercado más grande y que debería estar liderando este tema y no lo está haciendo.
En segundo lugar, nos preocupan mucho los mercados emergentes, donde no solamente no están tirando, sino que, además, la correlación virtuosa que hemos visto en el resto de los mercados –más rentabilidad, menos riesgo–, que es como la panacea, no se está produciendo. Ahora, la sostenibilidad genera menos rentabilidad y más riesgo.
Lo índices climáticos, aunque siguen dando más rentabilidad, están generando al mismo tiempo más riesgo. Lo que nos está diciendo el mercado implícitamente es que hay más incertidumbre, no es que no vaya ocurrir, sino que no está tan claro que ocurra. Y eso es preocupante. Estos mercados deberían volver a construir una prima de valoración a los activos sostenibles como señal de recuperación.
¿La incertidumbre es la consecuencia del contexto de permacrisis, de conflictos bélicos y geopolíticos?…
Sí. Donald Trump, incluso, ha justificado que Rusia invada un país de la OTAN si este no cubre el 2% del PIB para gasto en defensa. Todo esto afecta a la sostenibilidad. ¿Te acuerdas de la pirámide de Maslow?… Cuando nuestras necesidades básicas están cubiertas, alegría y nos vamos a superrealizar. Igual con la sostenibilidad: cuando nuestras necesidades básicas están cubiertas, vamos a descarbonizarnos y a generar impacto positivo… Pero si, de repente, empezamos a cuestionar la seguridad energética, la integridad territorial de los países, la estabilidad política y democrática… la sostenibilidad puede verse resentida.
¿En qué contexto puede avanzar entonces la sostenibilidad?
La sostenibilidad tirará siempre y cuando tengamos un entorno normalizado a nivel político. En Forética tenemos muchas evidencias de la correlación entre sostenibilidad y competitividad. Los países más competitivos del mundo son los más sostenibles y viceversa. El mercado financiero en Europa, por ejemplo, paga un 25% más por una compañía sostenible que por otra que no lo sea.
Claramente hay una apuesta de largo plazo por la sostenibilidad, pero esta apuesta se basa en que no estemos preocupados por la base de la pirámide de Maslow, es decir, por las necesidades básicas. Es lo que pasa en los países emergentes: está muy bien descarbonizar, pero si mi renta per cápita son 2.000 dólares al año, me lo plantearé cuando llegue a 15.000 dólares al año.
Otra de las tendencias que habéis identificado en Forética para 2024 es el gran potencial disruptivo de la inteligencia artificial. ¿De qué forma puede contribuir la inteligencia artificial a mejorar y acelerar los impactos positivos de las políticas de sostenibilidad?
Pues en las tres patas de la sostenibilidad. En la parte ambiental creemos que va a ser una fuente de eficiencia en las empresas que va a reducir, por ejemplo, los desperdicios y los residuos. Si yo sé estimar mejor mi demanda, voy a tener una producción más eficiente y mucho más ajustada a lo que se necesita.
Siguiendo con la E de ESG, a nivel de ciencia climática nos va a ayudar muchísimo, sobre todo para prevenir los fenómenos extremos, no para evitarlos, porque no se van a poder evitar, pero sí como alerta temprana, lo que podrá salvar muchas vidas. A nivel social vemos, por ejemplo, que la inteligencia artificial es una extensión de tu vida útil como empleado porque tienes una máquina que puede pensar por ti constantemente.
También en referencia a la S de ESG, el coste de los medicamentos y de los tratamientos novedosos va a caer porque tanto el tiempo de investigación como el coste se puede reducir. Por encima de todo, donde más va a ayudar la inteligencia artificial es en la gobernanza, tanto en la cuestión del reporte y la regulación como en la custodia de la cadena de suministro.
Con la inteligencia artificial puedo, de una manera barata y sencilla, monitorizar mis emisiones de CO2, aguas arriba a mis proveedores o aguas abajo a mis clientes. En este sentido, la inteligencia artificial va a tener mucho beneficio, pero también tiene su letra pequeña y puede conllevar otros riesgos.
Mitigar el cambio climático significa evitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Las soluciones de mitigación tardarán décadas en contrarrestar el incremento de la temperatura. ¿Debemos empezar a desarrollar medidas de adaptación al cambio climático? ¿Estamos preparados para adaptarnos?
No estamos preparados. Tenemos un déficit de inversión en adaptación. Durante los últimos años hemos puesto el foco en la reducción de emisiones, pero cada año que pasa estamos más lejos de consolidar el objetivo de 1,5 grados Celsius. La adaptación va a ser absolutamente fundamental.
Lo bueno que tenemos es un histórico favorable porque, a pesar de que la frecuencia, la intensidad y el daño económico son vectores en aumento en los fenómenos climáticos, sin embargo, el coste en vidas humanas decrece. Esto sucede precisamente por el rol que desempeña la alerta temprana y las inversiones en adaptación.
El huracán Katrina en Estados Unidos fue devastador y afortunadamente no se ha vuelto a producir un incidente parecido pese a que ha habido muchos huracanes tan intensos o más. El rol de la adaptación cada vez está más claro.
Las nuevas directivas europeas sobre due diligence y greenwashing, que están culminando su tramitación, generan incertidumbre. ¿A qué va a obligar la nueva normativa?
No está tan claro que la directiva de debida diligencia vaya a salir adelante. Alemania se va a abstener e Italia probablemente vote en contra. De momento no se ha sometido a votación y esto revela no solamente la polarización política que hemos citado anteriormente, sino también las limitaciones del propio regulador, que se da cuenta de que ha generado mucha carga normativa en muy poco tiempo.
Por eso, otra de las tendencias para 2024 identificadas por Forética se refiere a la desinflación regulatoria. Tanto el contexto político de cambio de ciclo hacia posturas menos europeístas, como la propia partida regulatoria, en las empresas y en el propio regulador, nos conduce a una etapa de consolidación, es decir, de menos intensidad normativa para consolidar lo que ya se ha regulado. No es que se vaya a borrar lo que se ha hecho, pero probablemente se vaya a ralentizar todo el proceso…
Y racionalizar las exigencias y los plazos…
Eso es. Y, sobre todo, corregir algunos aspectos que no están funcionando como debían. La taxonomía europea de energías sostenibles es un ejemplo clarísimo. No obstante, dentro de ese marco, en el que es probable que la directiva de debida diligencia no salga adelante, por contra, la de greenwashing seguro que se aprueba.
Es un concepto muy fácil de vender independientemente del signo político frente a la debida diligencia, que afecta a la competitividad de las empresas, a su capacidad y, además, genera inseguridad jurídica porque define una culpa in vigilando.
Es mucho más difícil de gestionar porque es una cuestión que puede que ocurra o puede que no o que el tribunal lo interprete de una manera u otra.
¿Qué le dirías a los empresarios que van a tener que afrontar el reporte próximamente?
Estamos en la era de la transformación, del cambio de sistemas, desde la vida en las ciudades, la energía, los modelos de producción hacia la circularidad, la disrupción digital, la propia naturaleza que nos marca los límites de hasta dónde podemos llegar…
Ya no es una cuestión de si te gusta o no, si te parece bien o mal, sino de hacerlo y, puesto que hay que hacerlo, las empresas que capturan la oportunidad son las que lideran el proceso.
Las empresas deben ser agentes del cambio y no tanto reactivos porque se van a quedar atrás y muchas de ellas desaparecerán como consecuencia de no adaptarse a esta transición.