Adolfo P. Salgueiro
La evolución de la realidad política ha venido enseñando que la tradicional división de los gobiernos entre izquierda y derecha viene cayendo en desuso y se sustituye por gobiernos democráticos o gobiernos autoritarios. La visión hoy demuestra que la calidad de vida es mejor en los lugares donde impera la democracia, a excepción de China o Singapur, donde el nivel de vida ha mejorado mientras gobierna una dictadura.
Vea usted Corea del Sur y Corea del Norte: el mismo pueblo milenario dividido artificialmente por un paralelo geográfico. El Sur democrático, primer mundo plus; el Norte comunista, literalmente muertos de hambre. Vea las realidades y compare los logros de las dictaduras de Cuba y Nicaragua frente a las democracias de Uruguay, Chile o Costa Rica.
La comprobación anterior permite deducir que el bienestar no depende tanto de la ideología sino más bien del carácter democrático y de la legitimidad de los gobiernos.
Pese a lo anterior aún es lugar común afirmar que los gobiernos de izquierda son más proclives a la igualdad, la inclusión, la formulación de ambiciosas -y casi siempre inalcanzables- metas sociales, etc. En Latinoamérica es fácil constatar que el progreso del bienestar colectivo es inversamente proporcional a la proclamación gubernamental de izquierda y directamente proporcional con la cuota de democracia.
En buena parte de Europa predominan los gobiernos socialdemócratas, socialcristianos o liberales. Todos en un marco de libertades y sociedades de bienestar suficientemente buenas como para atraer a las multitudes de migrantes que deciden buscar refugio, tranquilidad y condiciones económica y personales al menos aceptables. También hay en el viejo continente gobiernos de derecha, como lo son Hungría, Polonia, etc., en los que la búsqueda del bienestar se hace dentro de un marco democrático. Claro, con algunos matices que pudieran resultar menos gratos: rechazo a la inmigración, prejuicio racial o religioso etc., pero democráticos.
También es cierto que en los países donde no gobierna la derecha existen importantes, y cada vez más crecientes, grupos de “derecha” que cada vez están más cerca de llegar al gobierno o que -como ocurrió este pasado domingo en Suecia- llegan a él como consecuencia de reclamos -justificados o no- que irritan a sectores no despreciables de la población. Tal el caso en Francia con la señora Le Pen y su partido Agrupación Nacional, o en Alemania e Italia, donde esos mismos sentimientos se expresan en forma cada vez más numerosa y ruidosa obligando a los gobiernos a hacerles concesiones.
Viéndolo al revés, existen casos como el de España donde el PSOE, partido fundamental de la consolidación democrática posfrasquista, ha tenido que recurrir a dejarse chantajear y ser rehén de Unidas Podemos (izquierda), que con una ya reducida votación le resulta indispensable a Sánchez para poder permanecer en La Moncloa. Mientras, la derecha, representada por VOX ,crece con fuerza.
Regresemos a Venezuela y reflexionemos sobre el tema de las ideologías a partir tan denostada democracia puntofijista en la que Copei y AD alternaron la jefatura del Estado. Matices ideológicos diferenciales hubo, pero no tuvieron una incidencia definitoria en el fortalecimiento de la democracia y el tránsito por la etapa de mayor estabilidad y bienestar en toda la historia del país.
Puede argumentarse que la palanca fue el petróleo, pero también ha de constatarse que en el período de mayores ingresos de la historia, el del chavismo-madurismo, se destruyó el país bajo el signo de una supuesta izquierda cuyo talante definitorio es el autoritarismo, además de la corrupción que pudo surgir y anidar con la complacencia de los que mandan. Robar e incurrir en corrupción no es de izquierda o de derecha sino de Código Penal.
Lo cierto es que mientras deslizábamos estas líneas no hemos podido dejar de tomar nota del desgraciado –pero incontrovertible– hecho de que las campañas de hoy –aun en las más añejas democracias– han dejado de ser escenarios de confrontación de programas y constatación de resultados para convertirse en torneos de mercadeo profesional donde un candidato se vende al lado de un dentífrico, mientras otros confrontan su imagen cual si fueran competidores en un concurso de belleza.