En 1952 se transmitieron -en el tercer programa radiofónico de la BBC- seis conferencias de Isaiah Berlin publicadas en la obra La traición de la Libertad. Fue toda una celebridad. Henry Hardy, del London Wolfson College [editor], señala que “nunca se había permitido a un orador prescindir de un escrito preparado. Sin embargo, Isaiah Berlin, de 43 años de edad, fue la persona indicada para inaugurar esta peligrosa práctica. Su articulación, su tono idiosincrático fue impecable”.
Sus ideas sobre libertad se hicieron célebres en 1958, con su conferencia inaugural en la cátedra Chichele en Londres: Dos conceptos de libertad. Debo acotar que La traición de la libertad dista mucho de ser un predecesor de un desarrollo más refinado de Berlin. Hardy advierte “que el concepto de libertad que imbuye estas tempranas conferencias ya estaba plenamente formado en todo lo esencial”.
“En las próximas semanas rendiremos tributo al valor superior de la libertad. Su evolución desde el siglo XVIII a través de seis autores elegidos cuidadosamente por Berlin, para significar la pregunta: “¿Por qué debe alguien obedecer a alguien más?”: Estado, sociedad, individuo; filosofía política, ciencias y sociología política en el pensamiento de Helvetius, Rousseau, Fichte, Hegel, Saint-Simon y Maistre. Sin distar mucho entre ellos [50 años de distancia cronológica], resumen un ideal de libertad, según Berlin, “de manera menos original que Platón y Aristóteles, Cicerón y san Agustín, menos audaz que Dante y Maquiavelo, Grocio y Hooker, Hobbes y Locke, pero sin duda con una apasionada profundidad”.
Helvétius enaltece al legislador como mediador superior; Rousseau lanza sus apasionadas diatribas contra las artes, las ciencias y la intelectualidad en defensa del alma humana simple; Fichte y Hegel enaltecen la conciencia nacional, Saint-Simón habla de la sociedad libre de fricciones gracias a los productores del futuro: obreros y capitalistas, y Maistre, al decir de Berlin, “con su horripilante visión de la lucha del hombre como animal silvestre, hace depender la obediencia a la disciplina divina más vigorosa y violenta, al punto de la autoinmolación y el autosacrificio”.
Un apasionado análisis en seis conferencias de Isaiah Berlin, reconocidas como las más vibrantes y críticas prédicas sobre libertad.
Del arquitecto encarnado a mi yo
Las ideas del siglo XVIII parecen pertinentes por su visión misteriosa, difusa, un contraste atípico del siglo XIX y XX sobre libertad individual o libertad política, que es la libertad de los modernos predicada por los grandes pensadores liberales ingleses y franceses.
Berlin la describe [libertad de los modernos] como libertad en el sentido que fue concebida por Locke y Tom Paine, por Wilhelm von Humboldt e intelectuales liberales de la Revolución francesa, Condorcet y sus amigos. Después de la Revolución, por Constant y madame de Staël”.
Libertad en el sentido de John Stuart Mill: “El derecho de forjar libremente la propia vida como se quiera, la producción de circunstancias en que los hombres pueden desarrollar sus naturalezas tan variada y ricamente y, en caso de ser necesario, tan excéntricamente como sea posible”.
Berlin elige a los seis pensadores in comento [los antiguos] precisamente por antilibertarios. Las doctrinas de Berlin fueron una contradicción directa de ese pensamiento y de ahí su influencia sobre la humanidad en el siglo XIX y particularmente en el XX.
¿Por qué debía alguien obedecer a otro? La fe de un dios representado por un rey, “un arquitecto encarnado”, apunta Berlin, o el yo consciente. “Soy yo mismo, puesto que soy lo que soy, donde estoy y cuando estoy en la circunstancia que me corresponde estar [utilitarismo], o por un imperativo moral donde “obedezco a una y no a otra autoridad, porque es mi decisión consciente.
Pero si se hace [la libertad] “parte de un plan, parte del esquema de las cosas, de un estado, de un ente superior y el yo queda sujeto a ese plan”, nace el Estado planificador.
Durante la ilustración-emerge la teoría del contrato social de Rousseau, que no es más que reconocer al hombre como razonable y bueno, que coopera en sociedad. Otros elementos que condicionan la obediencia: la ley, nuestra educación o entorno, la presión social; el temor a sufrir o la voluntad general. El tema se complica cuando obedezco porque lo demanda el espíritu del mundo o la “misión histórica” de mi nación o mi Iglesia; mi clase, mi raza o de mi vocación.
La geometría de la libertad
Así como los geómetras construyen puentes, los “fisiócratas” construyen las pasarelas del pensamiento por lo que la libertad no es un valor inmóvil. La humanidad ha transitado del hombre libre que obedece a Dios al que decide hacerlo por identidad con amigos, familiares o grupos ciudadanos.
Tres siglos de evolución [XVIII al XXI] entre arquitectos divinos encarnados, la voluntad delegada, el leviatán, el terror, hasta el alumbramiento del yo consciente -educado y secular- cuya obediencia reposa en la historia, la iglesia, las masas o simplemente, al interés económico y utilitario.
De no existir este clivaje de libertades, el mundo no hubiese encarado guerras crueles y sangrientas revoluciones, si acaso un mal evitable por las pasarelas del pensamiento para llegar a la libertad equitativa, de los derechos humanos, más allá del eufemismo igualitario y utópico. Es el salto de la voluntad divina, feudal y aristócrata a la libertad ciudadana, civilista e individual.
Regresaremos con Helvetius, el abanderado de la ley como herramienta de “obediencia” del hombre, que teme sufrir por quebrantarla. La primera formulación clara de utilitarismo y organización social, que sembró los caminos espinosos de la traición de la libertad hacia su redención por Isaiah Berlin.