Por Javier Herrero | Efe
14/07/2016
Quién diría que más de cuarenta años saludan la carrera de Iron Maiden, punta de lanza de la expansión mundial del heavy metal, a tenor de lo visto esta noche en Madrid como parte de su actual gira, un ritual capaz de revivir a los muertos con sus descargas de vatios, luces y energía vital.
IRON MAIDEN, fuego en el @BCard_Center de Madrid. pic.twitter.com/CtR8WSCbFo
— Live Nation España (@LiveNationES) 14 de julio de 2016
Recién llegados de Lisboa y de participar el pasado fin de semana en Lugo dentro del Resurrection Fest (marco de nombre más que apropiado tratándose de ellos), los británicos han invocado según cifras de la organización a más de 15.000 de almas en la capital, las que caben dentro del Barclaycard Center y, probablemente, alguna más.
Thank you Madrid! What an amazing crowd! #IronMaiden #TheBookOfSoulsWorldTour #Spain #Madrid Una foto publicada por Iron Maiden (@ironmaiden) el
No cabía un alfiler en el espacio del antiguamente conocido como Palacio de Deportes de Madrid y toda esa abigarrada fuente de energía colectiva de puños en alto y uniformada de negro (como mandan los cánones del rock) se ha canalizado en una sola dirección, la del escenario convertido en templo azteca desde el que Iron Maiden comandaba su ceremonia de renacimiento.
Cerca de 120 minutos han hecho vibrar al público, pasadas las 21 horas, gracias a los 16 temas de esta gira, Book of Souls World Tour, que tiene como excusa presentar algunos cortes (seis) de su último disco de estudio, del mismo nombre, el cual pasa por ser el primero doble de su carrera y también el más largo, amén de número 1 en 24 países, incluido España.
Hasta las cifras de su decimosexto álbum muestran que están muy vivos estos Iron Maiden, que arrancan la noche entre llamaradas de fuego y los acordes iniciales de spaguetti-western de If Eternity Should Fail, una canción nueva de 8 minutos que se queda en nada al lado de los 13 de chisporroteante rock de otra de las más recientes, The red and the black.
Entre medias, el hechicero supremo hace su magia, porque para Bruce Dickinson, vocalista y piloto titular del avión que transporta a la banda en esta gira (el Ed Force One), ni la enfermedad es un obstáculo. Cuesta imaginar que un cáncer afectara hace no tanto su lengua, ese órgano travieso encargado de modular una de las voces más sorprendentes del panorama heavy. «¡Buenas noches! Vamos a tocar canciones de The boof of souls, pero también material antiguo», advertía tras interpretar Speed of light, una de las nuevas, y lanzarse en olor de multitudes sobre Children of the damned, un clásico, con las guitarras formando una línea impenetrable y la batería de Nicko McBrain más pertrechada que algunos arsenales. El homenaje The book of souls a las almas imperecederas ha quedado reflejado en su dedicatoria al fallecido actor Robin Williams, para el que escribieron Tears of a clown.
A #wEDnesday shoutout to the team behind @ironmaidenlotb !
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— Iron Maiden (@IronMaiden) 13 de julio de 2016
«Aquí está el monstruo», apuntaba un asistente entre el público ante el minuto de gloria de Steve Harris, el artífice de todo esto y el encargado de cerrar a solas con su bajo el colofón previo de The red and the black, sólo la quinta canción de la noche cuando habían transcurrido ya 45 minutos de concierto.
El resto ha ido más deprisa, sobre todo tras otro de sus éxitos históricos, el bombazo de The trooper, y de saldar las deudas con su actual álbum con Death or glory y Book of souls, canción con la que ha hecho su primera aparición sobre las tablas su mascota, el zombie Eddie, al que Dickinson ha despojado de su corazón sanguinolento, antes de lanzarlo sobre las cabezas del público.
Ya fuera ataviado como un soldado británico en la guerra de Crimea, vestido de mono o con una máscara de lucha libre mexicana, el cantante no ha parado apenas un momento, como tampoco lo ha hecho Janick Gers, su perfecto compinche de travesuras, quien se ha pateado las tablas saltando, bailando, soltando coces a los monitores y convirtiendo su guitarra en una herramienta malabar.
Tras exhibir la horca de la que habla Hallowed by the name, la banda se ha ido a los bises con ese remedo de nana heavy llamado Fear of the dark y, cómo no, con Iron Maiden, de su primer álbum homónimo, en el que, como suele ser habitual, ha llevado de vuelta al escenario a Eddie, esta vez en forma de hinchable gigante.
«Sois 15.000 fans los que estáis aquí y no me importa de dónde venís, si sois hombres o mujeres o cuál sea vuestra religión, esto trata de amor, de música y a veces también de cerveza», ha recordado Dickinson tras enloquecer a la masa paradójicamente con la satánica Number of the beast y tender un puente a la evocadora Blood brothers.
El final ha llegado con Wasted years y su apuesta por vivir el presente, un presente que en su caso parece gozar de muy buena salud, pero también de humor, como demuestra la despedida con su versión del tema de los Monty Python «Always look on the bright side of life». Este jueves les espera Sevilla y el fin de semana, Barcelona.