Rebeca Pardo, Universitat Internacional de Catalunya
Cortarse el pelo o dejarlo crecer, teñirlo o mostrar las canas, lucir melena o cubrirla con modestia son actos cotidianos con los que millones de mujeres reivindican sus identidades, intentan encajar, luchan por sus derechos o acatan normativas en las que, con demasiada frecuencia, no han tenido ni voz ni voto.
Este podría ser un tema banal si no fuera porque, en pleno siglo XXI, Mahsa Amini, una joven kurda de 22 años de edad, fue detenida por la policía de la moral en Teherán acusada de violar la ley que exige que las mujeres se cubran el pelo. Al parecer no llevaba bien puesto el velo. Unos días más tarde, la noticia de su muerte sacudió el mundo.
Algunas mujeres iraníes comenzaron a mostrar su pelo y a cortarlo en señal de protesta, que algunos asocian también con antiguas tradiciones de duelo. Desde entonces, mujeres famosas y también anónimas, de diversos países y culturas, han compartido imágenes y vídeos cortándose el pelo para mostrar su apoyo.
El pelo es la visibilización de algo más profundo
La cultura tiene numerosas referencias en las que se relaciona el pelo con la fuerza, el poder, el castigo o incluso la inteligencia: empezando por Sansón o Medusa hasta llegar a las “rubias tontas” del cine. Sobre este último cliché, una investigación académica demostró que, aunque no es cierto que el pelo rubio implique menos inteligencia, muy pocas personas rubias logran puestos directivos del Fortune 500. Lo analizaron cruzando con datos numéricos el color del pelo y sus estereotipos con temas económicos y laborales.
Actualmente, en redes sociales proliferan imágenes y vídeos de mujeres reivindicando todo tipo de causas con cortes de pelo en la cabeza mientras se dejan crecer el de las axilas o se tiñen. De entre ellos, suelen ser especialmente conmovedores aquellos en los que algunas mujeres se rapan como gesto de sororidad con parientes y amigas con cáncer. Algunos se vuelven virales como el caso de Gerdi McKenna, cuyas familiares y amigas además donaron su pelo.
El pelo como cuestión religiosa o política
Algunos grupos vinculados a ciertas creencias intentan mantener un férreo control del pelo de las mujeres. En algunos casos se obliga o se recomienda raparlo al casarse, cubrirlo con pañuelos, sombreros o pelucas en nombre de la “modestia”. Algunas mujeres lo asumen voluntariamente, pero para otras muchas es un problema.
Series como Unorthodox visibilizan estas prácticas, en este caso en el judaísmo jasídico de la comunidad satmar. Otras artistas reflejan en sus obras la rebeldía pasiva o silenciosa de muchas mujeres que, en estos casos, usan telas y accesorios llamativos, o pelucas rubias muy poco modestas. Era el caso de la iraní Shirin Aliabadi en obras como Miss Hybrid (2008).
La historiadora del pelo Rachel Gibson recuerda que el cabello se ha convertido en una vía de expresión política. Un claro ejemplo es el estilo afro. Vinculado a la reivindicación de la propia belleza y la lucha por los derechos civiles. Para Gibson, en este caso, el pelo es una forma de protesta desde el inicio de la esclavitud, cuando se impuso cómo llevar el cabello para anonimizar a las personas borrando su cultura y derechos básicos.
Las identidades culturales de origen africano y su diáspora dan gran importancia al pelo, que es considerado arte y que protagoniza canciones como “Don’t touch my hair” o “I am not my hair”. ¿Tan importante es el pelo? Parece que sí. Mena Fombo, con la campaña “No. You Cannot Touch my Hair!”, ayuda a comprender por qué algo tan aparentemente inocente como tocar el pelo de una extraña puede generar profunda incomodidad y ser una señal de racismo.
Cortarse el pelo o dejarlo largo
La imagen de una mujer con el pelo rapado se asocia habitualmente a una enfermedad o a un castigo. Es poco habitual y suele impactar. Se refleja en la repercusión que han tenido las actrices y cantantes que se han rapado la cabeza.
La mayoría lo ha hecho por imperativos de guion y algunas confiesan que ha sido “liberador”. Sin embargo, para una minoría, como Sinead O’Connor o Adwoa Aboah, ha sido además una forma de enfrentarse a los estereotipos y las presiones comerciales por los ideales de belleza femeninos. Ideales a los que se enfrenta Frida Kahlo con su Autorretrato con pelo corto (1940) tras su separación de Diego Rivera.
No toda reivindicación implica raparse la cabeza. En mi propia obra Relicario: Melenas familiares traté de recoger las conexiones estéticas, políticas y religiosas del pelo para las mujeres de mi familia.
En Wigs (1994), Lorna Simpson explora la manera en la que habitualmente se identifica, juzga y clasifica a las personas por su pelo, especialmente a las afroamericanas. María Magdalena Campos-Pons utiliza el pelo largo como elemento de autorreconocimiento y de reconexión con sus raíces yorubas en obras como De las dos aguas (2007).
Entre las artistas de Oriente Próximo, el problema del control del cabello femenino está simbolizado generalmente por el hiyab y el chador, como en el caso de la ya mencionada Shirin Aliabadi.
Para finalizar, es interesante mencionar The Hijab Series: Mother, Daughter & Doll, de la artista yemení Boushra Yahya Almutawakel, que aborda la progresiva invisibilización y desaparición social de las mujeres en su cultura. Una obra tan potente como desoladora.
Tras ella, destaca el último trabajo de un artista polémico, aleXsandro Palombo, que pinta a Marge Simpson cortando su peculiar pelo azul en un graffiti frente al consulado de Irán en Milán para mostrar su apoyo a Mahsa Amini y al resto de mujeres de su país. El graffiti desapareció el día después. Palombo volvió a pintarlo, pero con una expresión y gesto más provocadores y agresivos. Un tratamiento que se diferencia del de las autoras mujeres analizadas. Ellas suelen ser contundentes, pero generalmente más sutiles en las formas al utilizar el pelo para reivindicar cuestiones políticas, identitarias o sus derechos más elementales, como poder mostrarlo sin miedo a ser asesinadas por hacerlo.
Rebeca Pardo, decana de la Facultad de CC de la Comunicación, Universitat Internacional de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.