Una de las premisas de la religión india del jainismo sostiene que todas las criaturas vivientes tienen alma. Incluso, enseña la doctrina de ahimsa, o no violencia, que insta a los devotos a evitar dañar a cualquier ser vivo, sin exclusiones, desde mosquitos a elefantes. Esto quiere decir que los jainistas devotos incluso usan máscaras que eviten que puedan respirar mosquitos y mientras caminan barren el suelo por delante de ellos para evitar pisar insectos. Sí, sus vidas también valen.
Las tradiciones de esta fe se remontan a milenios y es una religión a la que le guardan profundo respeto. Probablemente la mayoría de los occidentales la consideraría demasiado excéntrica por lo que propone. Sin embargo, cada vez son más los académicos que han decidido abrazar el jainismo secular debido a la creciente respetabilidad de la filosofía del utilitarismo. Su decano, Peter Singer, propone que se amplíe el circulo moral. Y que se incluyan a grandes simios, cerdos y defines, pero… ¿y los insectos, se quedan por fuera?
El carácter moral de los insectos
De acuerdo con Singer, una campaña por los derechos de los insectos es prematura cuando todavía quedan tantas gallinas que debemos salvar del sufrimiento. De todos modos, el filósofo afirma que entiende ese deseo por proteger a los insectos. Sin embargos, sus colegas más jóvenes sí van más allá y consideran necesario alzarse en defensa de los derechos de los insectos.
De hecho, en artículo reciente publicado en la revista Animal Sentience, dos jóvenes filósofos defienden que los invertebrados (arañas, insectos, langostas, pulpos, entre otros) merecen recibir el trato de seres morales. ¿Qué quiere decir esto? Que los seres humanos deberían protegerlos y abstenerse de dañarlos. Incluso, en «Mentes sin espinas: ética animal evolutivamente inclusiva» se indica que habría que ir mucho más allá de las nociones de moralidad centradas en los vertebrados.
Básicamente los insectos se han quedado por fuera debido a un prejuicio antiguo que se basa en sentimientos de repugnancia y especismo que los ha excluido de la consideración moral. Sin embargo, Irina Mikhalevich, del Instituto de Tecnología de Rochester, y Russel Powell, de la Universidad de Boston, indican que los cerebros de invertebrados representan más del 99% de los cerebros del planeta. Su presencia no es poca. Entonces, ¿por qué no acabar con el «dogma de los vertebrados»?
Dar un paso más y dejar de enfocarse solo en los vertebrados
Mikhalevich y Powell no son los únicos. Aproximadamente unos 40 filósofos y biólogos consideran que los seres humanos están tratando muy mal a las cucarachas, por ejemplo. Incluso se preguntan por qué no se ha puesto de moda todavía la idea de la liberación de las cucarachas.
Parte del problema son las opiniones anacrónicas de la evolución, señalan Mikhalevich y Powell. Se piensa en un concepto «vulgar» de la evolución como un árbol que crece durante millones de años y que va desde seres inferiores a seres superiores. Una visión que sigue influyendo en las políticas públicas y también en la moral común.
Lo que no se sabe es que los estudios del comportamiento de los invertebrados, especialmente de las abejas, sugieren que pueden tener una vida interior muy rica. De hecho, las abejas tienen aproximadamente un millón de neuronas, que si bien no son muchas si se comparan con las 20.000 millones de los humanos, son suficientes para ser capaz de realizar e interpretar el conocido «baile del meneo» con el que transmiten información sobre la dirección y distancia de las flores, agua o incluso posibles nidos.
Mikhalevich y Powell lo sostienen con énfasis: Las abejas son insectos que merecen un estatus moral. Apuntan que incluso se les puede enseñar los procedimientos de suma y resta, parecen tener el concepto de cero y pueden aprender a prestar atención a las características globales o locales de los objetos y recuerdan la existencia de pruebas sobre razonamiento causal y racionalidad de medios-fin en las abejas.
Pero no son solo ellas. Las avispas también pueden reconocer rostros humanos e incluso un estudio sugiere que las hormigas pueden pasar la prueba del espejo, un test de reconocimiento que los humanos solo superan alrededor de los 20 meses de edad.
Lo fascinante de los invertebrados
Las virtudes no terminan allí. Los expertos sostienen que incluso las abejas pueden tener sentimientos. Ponen como ejemplo el caso del abejorro, que tiende a interpretar los estímulos ambiguos de manera más optimista después de la exposición a un estímulo agradable, tal como los humanos si están felices o tranquilos.
Los autores saben que la evidencia de que los no vertebrados tienen estados internos es ambigua y controvertida, pero se cuestionan si no es mejor para los responsables de la formulación de políticas ir a lo seguro. Si se evalúan los costos de atribuir falsamente la sensibilidad a los animales a los de los falsos negativos, los primeros salen ganando. Se estaría evitando una gran cantidad de sufrimiento innecesario. Estar del lado de los falsos positivos resulta éticamente preferible.
Ahora, si se incluyen a los no vertebrados en la comunidad moral, ¿los humanos tendrían exigencias imposibles de cumplir? De acuerdo con una estimación de la Institución Smithsonian, probablemente hay 10 trillones de insectos individuales moviéndose. Son un montón de errores para barrer, si se sigue el precepto de los devotos del jainismo. Mikhalevich y Powell creen que no. Para ellos simplemente se trata de cumplir con la obligación moral del ser humano. Además, apuntan que esto no quiere decir que se le deban dar la misma consideración moral a todos los seres. Probablemente sería proporcional a su sensibilidad. Habría situaciones moralmente complicadas, reconocen. Habría que lidiar con diferentes tipos de conflictos si los insectos tuviesen derechos; aunque apuntan que son cuestiones que deben resolverse mediante un análisis de los conflictos de intereses y no de acuerdo con algunos intereses sin peso.
El mundo del futuro
¿Habría que dejar que las termitas se coman la casa de una familia porque la fumigación las mataría? ¿Habría que abstenerse de usar insecticidas para proteger a los niños de miles de millones de mosquitos que portan malaria? Son cuestionamientos que hacen muy difícil de imaginar que un movimiento de liberación de mosquitos vaya a tener fuerza, por lo menos más allá de las páginas de estudios o diarios.
Sin embargo, el hecho de que expertos y estudiosos de la materia lo estén discutiendo es una muestra de los conflictos en la racionalidad occidental. Ya lo dijo el poeta y crítico australiano James McAuley: «Si alguien piensa que esta noción de ‘persona’ es algo que surge de forma automática y universal, y no tiene que ser aprendida, no ha entendido su propia civilización».
¿También se podría aprender entonces de los insectos? Lo cierto es que lo que se aprende también se puede olvidar; parece que en el mundo posmoderno muchos olvidaron lo que significa ser humano. Como los nazis, que excluyeron a judíos y gitanos para que fueran asesinados. Quizás el peligro entonces no es dar votos a las cucarachas, sino tratar a las personas como si lo fueran.
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