POR ROGELIO BIAZZI
21/11/2017
PROFESOR DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
____________
En los años 50, tres psicólogos sociales de la Universidad de Minnesota publicaron un estudio sobre la reacción de las personas antes las profecías, más concretamente la reacción de los creyentes o convencidos ante una profecía que se demuestra falsa. La investigación se basó en su propia experiencia, tras unirse con nombres falsos a una secta que predecía el fin del mundo en una fecha cercana. Su propósito era estudiar los efectos que sobre los integrantes de la secta tendría el descontado fracaso del apocalipsis. En el libro When Prophecy Fails los autores documentaron su investigación y su principal hallazgo fue que el fracaso irrefutable de la profecía no producía un desencanto ni una reconsideración de los fanáticos seguidores sino todo lo contrario. Se volvieron creyentes más fervientes y su “proselitismo” se intensificó, volviéndose profetas aún más activos en la propagación de la pronta llegada del fin del mundo.
El fin del mundo
Los autores no sólo basaron su tesis en esta única experiencia en la secta, sino que hicieron una rigurosa recopilación de estudios sobre movimientos religiosos u otros movimientos metafísicos en los que las predicciones de sus líderes se habían visto desmentidas por la realidad o el paso del tiempo.
Citan, por ejemplo, el caso de Shabtai Tzvi, un rabino judío del Imperio Otomano que afirmó ser el Mesías, inspirando uno de los movimientos mesiánicos más importantes del judaísmo y fundando la secta turca de los sabateos. Predijo que en 1666 acabaría el mundo tal como se lo conocía hasta el momento y advendría un nuevo mundo bajo su reinado. Más allá del fracaso de su profecía la vida de Tzvi, magníficamente recreada por Amin Maalouf en «El viaje de Baldassare«, da un giro de 180 grados y el rabino se convierte al Islam, mientras que muchos de sus seguidores judíos, lejos de abandonarlo, también se hacen musulmanes.
El comportamiento de los fanáticos
Creo que una explicación –al menos parcial– del comportamiento de los fanáticos, reafirmando sus creencias aún ante el estrepitoso fracaso de lo pregonado por sus líderes, puede relacionarse con los tres pilares de la persuasión que dibujó Aristóteles hace 2.300 años.
El filósofo griego, en su Retórica, nos habla del ethos, el logos y el pathos, como los tres tipos de argumentos persuasivos o modos de convencer en un discurso. Los argumentos ligados al ethos son de orden moral y apelan a la autoridad y honestidad del orador. Estos argumentos son subjetivos y convencen no por su contenido intrínseco sino por la credibilidad y confianza del orador. Decía Aristóteles: “A los hombres buenos les creemos de modo más pleno y con menos vacilación; esto es por lo general cierto sea cual fuere la cuestión, y absolutamente cierto allí donde la absoluta certeza es imposible y las opiniones divididas”.
Los argumentos identificados con el pathos son puramente emocionales. Son también de orden subjetivo pero apelan en este caso a los sentimientos del receptor del discurso. Ni los datos ni los hechos cambian el comportamiento de la gente, sino que es la emoción, transmitida a través de mitos e historias, lo que mueve y conmueve. Por último, el logos se refiere al mundo de la lógica y transmite un mensaje a través de la razón. Es un argumento objetivo fundamentado en evidencias y que apela a la inteligencia.
Los creyentes siguen firmes
Los seguidores, los fanáticos, los creyentes, no están persuadidos por el logos, por la razón demostrada con datos y hechos. Por lo general, tampoco por el ethos, ya que los líderes de sectas rara vez son personas ejemplares con un comportamiento ético que da una superioridad moral que convenza. Es más bien el sentimiento, el pathos, lo que transforma seres racionales en fanáticos. La última gran profecía fallida reafirma estas ideas. Por un lado, el hecho de que aunque haya habido un descalabro total de la predicción y no haya ocurrido nada de lo prometido, los creyentes siguen firmes, aún más convencidos, si cabe, de que lo prometido alguna vez, más pronto que tarde, ocurrirá. Y eso deviene de haber sido arrastrados a ese convencimiento por una construcción emotiva, por una ingeniería histórica que ha poblado de mitos y leyendas las mentes de los seguidores.
Un discurso falso
Un discurso superpathos, falso, sin argumentos racionales, y proferido por líderes con una catadura moral muy lejos de ser ejemplar. La historia reciente nos muestra que los caminos para encolumnar a la gente tras una falsa quimera rara vez pasan por la demostración de hechos incontrastables sino más bien por distorsionar a base de impulsos las percepciones. A la verdad se llega no tanto por la razón como por el corazón, o como diría más poéticamente Blaise Pascal «el corazón posee razones que la razón ignora». Llegados a este punto sólo me queda lanzar esta pregunta: ¿Piensan que hablo de la independencia en Cataluña? Podría ser, o también de la profecía del calendario maya que pronosticó el fin del mundo hace 5 años. Honi soit qui mal y pense