Las medidas impositivas nos han acompañado por siglos y en muchas ocasiones han despertado un férreo rechazo y sus consecuencias han sido negativas. Sin embargo, en el caso del que se aplica a las bebidas azucaradas para disminuir su impacto en la salud pública parece que sí ha dado resultados exitosos. Cada vez son más los países que emplean los denominados impuestos saludables. En el Reino Unido ha tenido tanto éxito en la mejora de las dietas de las personas que están pidiendo que lo extiendan a otros productos, como pasteles, galletas y chocolate.
Expertos de la Universidad Queen Mary de Londres analizaron los resultados de dos políticas gubernamentales emblemáticas destinadas a hacer que los alimentos sean más saludables. El impuesto al azúcar, que entró en vigor en 2018, y el programa de reducción de azúcar, que se introdujo en 2015.
Pechar a la industria de refrescos contribuyó a una caída del 34,3% en las ventas totales de azúcar de dichos productos entre 2015 y 2020, así como de bebidas gaseosas que contenían mucho menos. No obstante, el programa de reducción del azúcar solo produjo una caída del 3,5% durante el mismo período en la cantidad utilizada en la fabricación de los alimentos cotidianos que cubría. Kawther Hashem, profesor de nutrición para la salud de la universidad, plantea que las autoridades deberían probar un impuesto al estilo del de azúcar en bebidas en otros alimentos que todavía tienen casi tanta azúcar como en 2015.
Propone aplicarlo principalmente a tres productos que han registrado solo pequeñas caídas en su contenido de azúcar: chocolate, 0,9%; galletas, 31%, y pasteles, 3,2%. Cree que también podría usarse para reducir la cantidad de azúcar en las bebidas azucaradas a base de leche, como batidos y el té de burbujas.
Hay que replicar lo bueno
“Dado el éxito comprobado del impuesto a la industria de refrescos para incentivar la reformulación, por tanto, recomendamos que los formuladores de políticas consideren aplicar un impuesto similar a otros productos discrecionales que son contribuyentes clave a la ingesta de azúcar», dice el estudio que fue publicado por la Organización Mundial de la Salud. Aseguran que el referido impuesto ha ayudado a reducir la obesidad en adolescentes y provocar una caída en el número de niños atendidos en el hospital por caries dental. El informe hace referencia a otros ingredientes perjudiciales que hay en los productos. «Los alimentos poco saludables que contienen demasiada sal, azúcar y grasa y carecen de frutas, verduras y fibra son ahora la principal causa de muerte en el mundo».
Aseveran que establecer límites legales a la sal, el azúcar y la grasa obligaría a los fabricantes a hacer que los productos sean más saludables y reduciría los accidentes cerebrovasculares, los ataques cardíacos y los casos de cáncer, muchos de los cuales están relacionados con una mala dieta. El director de Obesidad Alianza de la Salud, Katharine Jenner, dice que más allá de acciones voluntarias de las empresas, se impone obligarlas a que hagan productos más nutritivos. Afirma que es necesario después de “más de una década de fracaso de ambos, gobierno e industria”, para mejorar los hábitos alimenticios.
También comparte el llamado de expertos para que las autoridades se aseguren de que la comida para bebés y niños pequeños se vuelva menos azucarada. Indica que existe una suposición incorrecta de que esos alimentos ya están regulados. “Estos productos a menudo son muy altos en azúcar, pero están cubiertos con etiquetas engañosas y declaraciones de propiedades saludables, lo que hace que los padres crean que los productos son más saludables de lo que son».
El libre albedrío no funciona
Arantxa Colchero, del Centro de Investigación en Sistemas de Salud del Instituto Nacional de Salud Pública de México, expone que las enfermedades no transmisibles son las causas más importantes de muertes e incapacidad en el mundo y que el diseño e implementación de políticas y estrategias efectivas ayudan a reducir los factores que las causan. Precisa que en varios países se han implementado estrategias tanto a nivel individual como de políticas públicas. Advierte que las de carácter individual para cambiar comportamientos –ofrecer información a la población, dar educación, consejería, etcétera– tienen un éxito limitado a mediano y largo plazo. Y es mucho menor en entornos económicos desfavorecidos.
“Los mensajes muy directos tienen poco éxito porque la gente los escucha pero no los incorpora realmente a su vida y no hace cambios de comportamiento a partir de ellos”, asevera. En contraste, considera que las políticas estructurales, como los impuestos a los alimentos no saludables, sirven para incentivar que la gente modifique comportamientos que no tienen su base en decisiones individuales, sino en entornos familiares, sociales y nacionales.
Dice que existen otras estrategias más deseables para cambiar el sistema alimentario. Pero son más difíciles de alcanzar. Requieren el compromiso de muchos sectores con intereses particulares para producir, distribuir y vender productos más saludables a la población.
Justificado
Colchero refiere que el impuesto a bebidas azucaradas es necesario y se justifica por los daños a la salud asociados al consumo de estos productos. Su ingesta puede causar obesidad y el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2. Además de hipertensión, daños al hígado y al riñón, enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer. Las bebidas azucaradas no tienen compensación dietética y hay riesgo de sobreconsumir. Otro aspecto importante es el cuidado de la salud planetaria. Los costos de producción por uso de agua y emisiones de carbono son muy elevados. Producir un litro de refresco implica el desperdicio de entre 168 a 309 litros de agua para el consumo humano.
Las evaluaciones hechas en países que tienen impuestos a las bebidas azucaradas demuestran que es suficiente para reducir su consumo. Además, su implementación es más fácil y menos costosa que otras políticas públicas y genera recursos fiscales. Hay impuestos al contenido de azúcar, impuestos específicos (al volumen, gramos de azúcar o litros), e impuestos ad valoren que se expresan como porcentajes al precio. Estos impuestos son los más altos, no pasan al precio y por tanto no tienen el mismo impacto al precio que los impuestos específicos.
Los impuestos al contenido de azúcar incentivan la reformulación. Algunos fabricantes bajan las cantidades de azúcar. No obstante, la sustituyen por edulcorantes artificiales. Según la alerta derivada de la revisión sistemática que hace la OMS, pueden causar daños a la salud. Los impuestos específicos no incentivan a la reformulación. El impuesto al volumen puede reducir la brecha de impuestos que existe.
Impuestos saludables
Al gravar los productos mencionados se espera que haya un incremento de precios. Ya dependerá de la industria si aumenta al monto del impuesto o un poco más. O lo hace por debajo, según sus propias estrategias de mercadotecnia para no perder el mercado. Cuando los impuestos se anuncian, el anuncio en sí puede funcionar como señal de que el bien que está gravado no es saludable o afecta a la población. Por ello, una vez que aparece como señal para la población, se puede esperar una reducción de consumo.
Dato
Los impuestos saludables se aplican a productos o comportamientos que se consideran perjudiciales para la salud. El propósito es desincentivar el consumo de tabaco, alcohol, bebidas azucaradas y alimentos con alto contenido de sodio y grasas saturadas, entre otros.
Desde la industria se argumenta que puede haber un impacto negativo en los impuestos. También en el gasto de los sectores más pobres y tener un efecto de regresividad. La experta considera que no hay evidencia de sustitución de bebidas por impuesto, ni que haya algún impacto negativo en empleo. En cambio, afirma que sí hay un aumento en los ingresos fiscales que pueden dirigirse a campañas de fomento de la salud pública.
Impacto
- Reducción de enfermedades crónicas. Los impuestos sobre alimentos y bebidas con alto contenido de azúcar, grasas saturadas y sodio han ayudado a reducir las tasas de obesidad y enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2.
- Incentivo para opciones más saludables. Pueden motivar a los consumidores a optar por alternativas más saludables. Si los productos perjudiciales son más caros, es más probable que las personas elijan opciones más beneficiosas para la salud y más asequibles.
- Financiamiento de programas de salud. Los ingresos generados pueden destinarse a financiar servicios de atención médica, prevención de enfermedades y educación sobre la importancia de una alimentación saludable.
- Desincentivo para la industria alimentaria poco saludable. Pueden presionar a la industria alimentaria para que reformule sus productos reduciendo ingredientes dañinos y produzca opciones más saludables.
- Reducción de costos de atención médica. Al bajar las tasas de enfermedades relacionadas con las dietas poco saludables, se puede reducir la carga de gastos de atención en el sistema de salud.
- Equidad social. Pueden ayudar a abordar las desigualdades en la salud. Reducen el acceso a alimentos no saludables para comunidades de bajos ingresos que a menudo tienen menos opciones de alimentos saludables.
- Conciencia para la promoción de la salud. Pueden aumentar la conciencia pública sobre los riesgos para la salud asociados con ciertos productos y comportamientos. Las medidas fiscales deben complementarse con campañas educativos y procesos pedagógicos para promover el consumo saludable.