Todas las vidas valen y son importantes, no solo la de los negros. Importan los yanomamis y los estudiantes de posgrado de Harvard o Stanford. Tienen tanto derecho a la vida los aimaras cultivadores de coca en las planicies bolivianas como los antropólogos de la Universidad de Los Ángeles y los buhoneros de Shanghái.
También importan los funcionarios rusos que ayudaron, con su sumisa obediencia burocrática y a cambio de conservar sus puestos de trabajo, a que Vladimir Putin “ganara” el referéndum que le permitirá aspirar a gobernar hasta 2036 o hasta cuando se le ocurra. Asimismo, importan quienes refrendaron la “mayoría” que le permitirá a Putin seguir acumulando poder, lujos y riqueza a costa del ruso que prefiere callar y no arriesgarse a morir o a ser encarcelado. Los referendos sirven para todo. Unos no tienen más derecho a la vida que otros, no importa cuán grande sean las protestas ni lo cruel de la violencia que pretenda negarlo. No basta ser mayoría para tener la razón.
Aquellas llamas…
Con el asesinato de George Floyd por el policía que lo dominó después de haber intentado pagar con un billete falso de veinte dólares sus compras en una tienda, reaparecieron los disturbios que ocurrieron en agosto de 2014 en Ferguson Missouri. Como en Minneapolis, el policía Darren Wilson, de 28 años de edad, intentó detener a Michael Brown y a su amigo Johnson, después de recibir la denuncia de que habían robado una tienda.
Brown se resistió y entabló una lucha a golpes con Wilson, que se defendió con su pistola. En septiembre el fiscal general de Estados Unidos abrió una investigación para determinar si en el caso hubo discriminación racial o uso excesivo de la fuerza. Wilson fue procesado y en noviembre el gran jurado del condado decidió no imputarlo. Casi de inmediato presentó su dimisión al Departamento de Policía de Ferguson.
Y estos incendios
El incidente del 9 de agosto desencadenó una serie de protestas en San Luis y en varias otras ciudades estadounidenses. Unas pacíficas y otras violentas, con saqueos y enfrentamientos de la población negra con la policía. Exigían que se aclarara lo sucedido. El 11 de agosto abrió una investigación, pero sin haber llegado los investigadores al lugar de los hechos Barack Obama hizo una declaración pública de condolencias a la familia Brown.
Con las protestas y disturbios se desencadenó una narrativa nacional sobre la policía letalmente racista. La persecución de Brown y su compinche Johnson no fue un capricho de Wilson. Formaba parte de un plan de vigilancia proactiva en vecindarios minoritarios con altos índices de crímenes contra la propiedad y violencia de pandilleros.
¿Vigilancia opresiva?
Luego de la muerte de Brown y las protestas que mantenían el reclamo de que la vigilancia adicional era adicionalmente opresiva, los agentes se retiraron de esa función. Se hicieron la vista gorda ante lo que los políticos y sociólogos llaman delitos menores pero que hacen la vida invivible en los barrios.
En resultado saltó a la vista, el aumento de los homicidios de negros aumentó en 2.000 en comparación con 2014. Esas víctimas no fueron motivo de protestas ni fue el tema de los tertulianos en las mañanas de televisión. No tanto porque una muerte es un drama y 2.000 una estadística, como decía Stalin, sino también porque los homicidios son parte del paisaje cotidiano que los pobres deben aceptar como propio, y hasta con orgullo. La idiosincrasia del barrio.
Colón y el racismo
La muerte por asfixia de George Floyd fue el despertar, mejor, la resurrección de Black Lives Matter, aunque sin el portavoz alebrestante que tuvo en 2014 en la Oficina Oval. No ha necesitado el visto bueno presidencial. Ha recibido miles de millones de dólares en apoyo corporativo y publicidad gratuita nacional e internacional de las cadenas periodísticas y televisivas que se anotan con la progresía. Las manifestaciones contra el “racismo” han sido globales, como lo han sido también los escraches, insultos y amenazas contra los que se han atrevido a desafiar la narrativa sobre «policías fanáticos que asesinan negros y otras minorías».
Durante las dos semanas siguientes a la muerte de George Floyd, sin hacer caso al informe forense, sino al video que se hizo viral en las redes sociales y que nadie dudó de su veracidad, los policías rubios y negros, hispanos y asiáticos, fueron atacados, asaltados y emboscados. Sus patrullas incendiadas al igual que sus cuarteles. Las élites estadounidenses guardaron un silencio atronador que retumba todavía en todo el planeta y ha sido emulado por otras élites. Mientras, la campaña para quitarles los fondos a los cuerpos policiales gana fuerza sin explicación alguna. Como si ganar bien fuese una afrenta para los negros o fuese un motivo para ser racista.
El suicidio de la civilización
Con el desencadenamiento de las protestas por la muerte de Floyd, los instigadores de disturbios y actos violentos fueron un paso más allá que los de Brown. Además, nadie lo esperaba, todos los días alguna institución dominante, desde McDonald’s hasta Harvard denuncia a la policía y asume la conseja de que la aplicación de la ley es una amenaza a la vida de los negros, de los «african american». Han levantado una inimaginable ola de desprecio contra los pilares de la ley y el orden, y la esencia de la democracia y la libertad, que no tienen precedentes en Estados Unidos. Aplicar la ley no es una amenaza a la vida de los negros, es la manera de proteger la vida de negros y blancos, de latinos y asiáticos, de nativos y extranjeros. No hay otra manera. Lo contrario es que prevalezca la extorsión y el chantaje.
Se ha desatado una carnicería que corta cabeza a estatuas, justifica el vandalismo y la violencia, pero la sociedad ha perdido la voluntad de evitar la ilegalidad. Todos quieren hacerse perdonar por los furibundos y corren a corear condenas a Cristóbal Colón por racista y empiezan a descreer que la constitución estadounidense diga que todos nacimos iguales mientras creen con los ideologizados de las turbas que la independencia fue un acto de la supremacía blanca y que habría que eliminar su celebración.
La quiebra de la libertad
Las manifestaciones, el derribo y vandalismo de estatuas, incluidas las de Miguel de Cervantes y Fray Junípero, no han detenido los procederes de la delincuencia en los barrios de los negros. Harlen no es más seguro, tampoco Ferguson. Al contrario, en Minneapolis los tiroteos se han duplicado desde la muerte de George Floyd. Con un agravante, ahora son más los niños que mueren a balazos. Las pandillas no solo se matan entre ellos, sino que también incluyen a sus hijos, no importa que tengan dos meses o diez años. Un niño de un año murió a balazos. Iba con su madre en un vehículo y un pistolero se acercó y solo dejó de disparar cuando se quedó sin balas. Son parte del enemigo. En San Paul las descargas de armas de fuego son tan frecuentes como los fuegos artificiales no autorizados.
Todas las vidas importan, pero nadie se inmutó cuando un pandillero la emprendió a balazos contra el jefe de la pandilla rival que llevaba al hijo de tres años a celebrar el Día del Padre y los mató a ambos, ni cuando una muchacha murió de un disparo en la cabeza de un pistolero que estaba aburrido y para matar el tiempo descargó su arma a través de la primera ventana que se le antojó. En Nueva York, donde el movimiento Black Lives Matter declaró una zona liberada, hasta el 21 de junio la cantidad de víctimas de disparos aumentó más del 42% con respecto a 2019. Fue el mes más sangriento de la ciudad en un cuarto de siglo. Calma, en Mailwaukee han aumentado un 132%. Baltimore cerró junio con la tasa de homicidios más alta de su historia.
Activistas contra la convivencia
No es un asunto nuevo el auge de la delincuencia. Antes de que alcalde Rudolph Giuliani y el comisionado de policía William Bratton comenzaran a restaurar la legalidad en Nueva York en 1994 con el plan “Broken Windows” a los niños los acostaban a dormir en bañeras de hierro. Era la manera de protegerlos de tiroteos y balas perdidas. La vuelta a esos tiempos es evidente. En junio pasado una mujer con 8 meses de embarazo y su hija de 3 años fueron muertas a tiros por una expareja de la mujer.
No habría que decirlo, obviamente, las víctimas de los tiroteos, de la violencia intrafamiliar, de los saldos de cuentas entre pandillas, son abrumadoramente negras, aunque los negros apenas son un tercio de la población. Estas pérdidas de vidas negras solo han recibido el silencio de los que piden que se deje sin fondos a los cuerpos de policía, pero se escandalizaron y ocuparon el horario estelar de los noticieros porque encontraron una soga en el garaje del coche 43 de RP Motorsport que pilota Bubba Walace poco antes de la carrera de la Nascar. Nadie lo entendió como una pésima broma, todos lo asumieron como un símbolo racista de los supremacistas blancos. El FBI, antes de iniciar la investigación, declaró “que ese tipo de acto no tiene cabida en nuestra civilización”. ¿Si fuese una broma de mal gusto, condenarían los chistes sin gracia?
Incitan a romper vitrales con la imagen de María y Jesús
DeRay Mckesson, Ja’Mal Green y Shaun King son activistas por los “derechos civiles”. Los tres son muy dinámicos en las redes sociales desde el asesinato de Brown en Ferguson. Y organizadores entusiastas de Black Lives Matter. Han tuiteado que los homófobos son homosexuales escondidos y han incitado a destruir los vitrales en los que aparecen la Virgen María y el Niño Jesús por ser ejemplo de la supremacía blanca, “los representan como europeos blancos”.
Green defiende los derechos al aborto como Nancy Pelosi. Fracasado el impeachment, el proceso de destitución de Donald Trump, Green está a favor de la extradición de Trump a Irán para que sea enjuiciado por la muerte del general Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, como una opción de castigo por “la culpabilidad de Trump por la epidemia de SARS-CoV-2”.
La demolición y su encanto populista
La campaña se centra en que se gaste menos en la policía “y crear comunidades más seguras para los negros”. Dejar que más pistoleros controlen las calles de las urbes. Una repetición del guion aplicado por el chavismo en Venezuela. Entregar la custodia y seguridad de los habitantes de los barrios a sus azotes, a las pandillas que trafican drogas y mantienen la comercialización ilegal de bienes subsidiados o regulados. Las llaman «Zonas de Paz» y no permiten la entrada de la policía
El movimiento para quitarle los recursos a la policía y dejarla a merced del hampa ocurrió después de varias semanas de disturbios en los que la policía fue desbordada o se negó a actuar. Sin embargo, los incendios, los saqueos y las agresiones a los agentes policiales pronto se convirtieron en un recuerdo borroso para todos, menos para los directamente afectados, pero el presunto racismo policial se mantenía en los noticieros televisivos, en las páginas web y las redes sociales.
El establecimiento, en contravía a los principios de la ley, perdonaba los disturbios, el derribo de estatuas y olvidaba feliz la ira negra, una forma de liberarse. Mientras, la campaña contra la policía y los valores esenciales de Occidente avanzaba. Avanza la desprotección de la ciudadanía, sin importar la raza o color de piel, edad, credo religioso y orientación sexual, con la ayuda del silencio del establishment y su inacción. Quedamos a merced de la delincuencia, de las pandillas, de los enemigos de la ley. La civilización a la espera de los bárbaros.
Cuando la vida de otros no importa
Este año han sido asesinadas 307 personas. La policía, en cambio, mató a 3 sospechosos, armados y peligrosos. La deslegitimación popular de la acción de la policía estadounidense y del sistema de justicia, con el incesante runruneo sobre la supremacía blanca como el origen de todos los males, ha llevado a un aumento de la violencia de negros sobre blancos, que ya supera el 85% de todos los ataques interraciales entre negros y blancos. El primer fin de semana del mes de julio fue conmovedor en Chicago. No fueron policías los autores, sino el resultado de una fiesta familiar: 13 personas fueron asesinadas, incluida una niña de 7 años de edad y un adolescente de 14, en una fiesta familiar. Otras 59 personas sufrieron heridas de bala. Poco antes de la medianoche 4 hombres dispararon contra las personas que se divertían en una calle de Englewood.
Asedio a la libertad
Como ha ocurrido en otros países en los que la democracia está cada vez más debilitada y la libertad más asediada, la idea es desmantelar las instituciones y posibilitar el asalto al poder ante la pasividad de quienes están obligados a proteger los derechos civiles y garantizar estabilidad y seguridad del Estado.
Los promotores de “defund the police” en Baltimore y otras ciudades con fuerte población negra se han aliado con los que han rescatado el puño del Poder Negro y les tienden emboscadas a los policías que atienden alertas de disparos, fiestas ilegales y otros delitos. Les lanzan botellas y basura, pero también les disparan y acuchillan. Un policía que intentó parar una fiesta en el oeste de Baltimore recibió un balazo en el estómago. Poco antes un hombre había disparado contra una multitud. Sin embargo, el grupo Organizing Black no rechazó la violencia, al contrario. En su cuenta en Twitter escribió: “ABOLIR LA POLICIA es el objetivo; FOLLAR LA POLICIA, es la actitud. En Chicago esas consignas se repiten.
¿Colapsa la civilización?
El sociólogo y politólogo español Juan J. Linz, catedrático emérito de la Universidad de Yale, editó en los años setenta y ochenta una colección de textos sobre la quiebra de la democracia junto con Alfred Stepan, profesor e investigador de Columbia. Linz intentó construir una teoría para identificar rasgos autoritarios en individuos y colectivos para mantenerlos alejados del poder. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, dentro de la corriente de Linz, con su libro Cómo muere la democracia intentan alertar que la estadounidense corre peligro, no por la injerencia rusa en la manipulación informativa y el crecimiento de los grupos antisistema, sino por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Un impresentable.
Ninguno de los “pensadores de izquierda” de los últimos años consideraron impresentable a Salvador Allende. Siempre bien peinado y con corbata. Todavía muchas viudas lo lloran por su sacrificio en La Moneda. Aunque la teoría de que fue asesinado por su asistente del G2 cubano cada día toma más fuerza. Y fue Allende, con sus socios del Partido Comunista de Chile y Fidel Castro, quien comenzó la ruta electoral para imponer el socialismo, la demolición de la democracia y la libertad.
¿Errores de cálculo que importan?
Pinochet, quizás demasiado salvaje para el gusto del buenismo y la aquiescencia que le perdona casi un centenar de millones de muertos a la Unión Soviética y a Mao Tsé-tung, rescató a Chile de las garras del totalitarismo. Es verdad, su autoritarismo duró demasiado.
Hugo Chávez siguió la receta de Allende y tuvo los mismos asesores, pero la comunidad internacional, enceguecida por el populismo, reaccionó mal y frustró la opción en marcha en abril de 2002 y favoreció el regreso del teniente coronel. En España y en otros sitios escuchamos hablar de democracia auténtica con la reiteración y alegría que el chavismo nombraba la democracia participativa y protagónica. Preocupa.
Cuando la vida de todos importa, precisamente, Floyd es una estrella que ilumina un camino empedrado de engaños y demagogia. Una llamarada que carboniza la convivencia. El color de la piel, anula y borra su prontuario de delincuente. Avanza el populismo, la alcahuetería a las masas. Si todo el mundo se arrodilla, ¿quién se alzará en defensa de la historia y la cultura de Occidente?
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