Por Arantxa Rochet
16/09/2017
Empieza un nuevo día: nos levantamos y nos duchamos dejando correr el agua más de lo necesario. Cogemos el coche para ir al trabajo y, una vez allí, encendemos el aire acondicionado. Aún hace mucho calor, así que nos bebemos una tras otra las botellas de agua de la máquina y algún que otro café. Tras comer en un buen restaurante con el cliente al que llevamos persiguiendo una semana, nos compramos unos zapatos nuevos con lo que queda de la paga extra tras las vacaciones y nos quedamos mirando el escaparate del concesionario: habría que cambiar ya de coche.
En principio, no hay nada extraño en esta serie de acciones. Son pequeños gestos que forman parte de la vida cotidiana de la clase media de un país desarrollado. Sin embargo, todos tienen su repercusión sobre el medioambiente, muchas veces nada desdeñable.
Global Footprint Network, una organización internacional sin ánimo de lucro cuyo fin es concienciar sobre el impacto ambiental de la actividad humana, cuenta con una “calculadora” que permite a cada persona saber cuál es su huella ecológica, es decir, medir la cantidad de tierra y área marina necesaria para producir los bienes que utiliza y absorber sus emisiones de dióxido de carbono y relacionarla con la capacidad de la Tierra para regenerar los recursos consumidos. No es lo mismo que las calculadoras de carbono, que suelen medir la cantidad de carbono de la que una persona es responsable en sus actividades diarias.
Esta calculadora pregunta cosas como con cuánta frecuencia se come carne, cuántos de los productos consumidos son procesados o están empaquetados, qué cantidad de residuos se genera al mes, con qué materiales está construida su vivienda o qué tipo de transporte se utiliza, entre otras cuestiones. Una vez respondidas estas cuestiones, la calculadora indica cuál es el impacto ecológico de la persona, cuántas “Tierras” se necesitarían si todo el mundo consumiera como ella y cuáles son las opciones para hacer más sostenible su estilo de vida. Esta última es una de las cuestiones más importantes.
Por encima de nuestras posibilidades
Para esta organización, “la huella ecológica de cada persona depende de las decisiones que toman en su vida, tales como cuánto conducen, reciclan o compran nuevos productos” y, por lo tanto, se puede cambiar. Algo que, según los datos, es urgente. Porque aunque nos hayamos acostumbrado a que determinados hábitos sean lo normal, la realidad es que la huella ecológica de los españoles es muy superior a lo que debería.
En concreto, y según los últimos datos aportados por Global Footprint Network, en España se consumen al año 4 GHA (hectáreas globales por habitante) y la biocapacidad (la capacidad biológica de los recursos para regenerarse) del país es tan solo de 1.6 GHA, lo que supone un déficit 2,4 puntos. Dicho de otro modo: se necesitarían dos Españas y media para mantener el estilo de vida y la población actuales.
El panorama en Europa
No somos los únicos; lo cierto es que la tónica general de los países desarrollados es consumir más de lo que producen. En Europa, pocos son los que no tienen déficit ecológico (tan solo siete países) y la palma de derroche de recursos se la lleva Luxemburgo, que consume lo correspondiente a 13,1 GHA al año y solo tiene capacidad para regenerar 1,6 GHA. Le siguen Bélgica, con un déficit del 5,8; Holanda, con el 4,7; Suiza, con 4,1; y Reino Unido, con 3,8.
Lo mismo ocurre con Estados Unidos, México, China, Japón, Oriente Medio o el Norte de África. Todos acumulan un déficit ecológico que hace inviable el estilo de vida actual de sus poblaciones. Solo salvan la ecuación varios países de América Central y del Sur y de África y Oceanía, Canadá, Rusia y Mongolia, pero el resultado final no es alentador: en términos globales, en el mundo se consumen 2,9 GHA frente a 1,7 GHA de capacidad de regeneración de recursos. Un déficit de 1,2 GHA que implica que se necesitaría más de un planeta para mantener los hábitos y la población de la actualidad.
Los malos hábitos de los españoles
Que en España se consume mucho más de lo que se debería es algo que se sabe desde hace tiempo. Ya en 2008, el Ministerio de Medio Ambiente sacaba un informe sobre la huella ecológica en el país en el que aseguraba que los hábitos de consumo y de generación de residuos de la población española estaban “muy lejos” de ser sostenibles, por lo que no podrían “ser mantenidos en el tiempo ni ser exportados al resto del mundo”, a lo que añadía que la huella ecológica de la totalidad de las comunidades autónomas se encontraba “muy por encima” de la biocapacidad media del planeta y, en consecuencia, todas eran “deficitarias”.
Hoy, casi diez años después, la situación no ha cambiado y, año tras año, salvo el estancamiento provocado durante la crisis, aumenta el derroche de recursos, según indican desde Greenpeace: “Las políticas buscan el crecimiento infinito en un mundo finito”, denuncia Julio Barea, portavoz de esta ONG en España.
Uno de los motivos del gasto irresponsable de recursos es el desconocimiento de hasta qué punto pueden ser perjudiciales nuestros hábitos cotidianos para el medioambiente. “Pocos son los que lo perciben y aún menos los que hacen algo realmente eficaz”, explica Barea.
Qué se puede hacer
Desde el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente proponen cinco pasos básicos para cambiar nuestro consumo y que este sea sostenible. El primero de ellos tiene que ver con la movilidad: “reducir en lo posible el uso del vehículo privado a favor del transporte público, la bicicleta y los trayectos a pie”. Los cambios en la dieta también son necesarios, ya que limitar el consumo de carne contribuye a reducir nuestras emisiones.
En cuanto al uso de la energía en el hogar, los sistemas de calefacción y refrigeración son los principales consumidores de energía en los hogares, por lo que “ajustar adecuadamente la temperatura evitando un exceso de calor en invierno y de frío en verano permite ahorros sustanciales”, explican desde el ministerio.
Por otro lado, los productos que utilizamos o consumimos cargan con una “mochila de carbono”, que es la suma de las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de su fabricación, transporte, comercialización y consumo. “Productos aparentemente muy similares pueden llevar tras de sí mochilas de carbono muy diferentes”, explican, por lo que hay que informarse para consumir aquellas con menor impacto.
Gestión de residuos
Una gestión adecuada de los residuos es el quinto punto que indican desde el ministerio, porque “cada vez que reciclamos evitamos las emisiones derivadas del uso de la energía para la fabricación de un producto desde sus materias primas”. También abogan por “avanzar en la separación de la fracción orgánica que puede generar fertilizantes naturales y evita emisiones en vertederos”.
Pero para poner en marcha estas recomendaciones hace falta saber desde dónde partimos. Y eso es lo que proponen calculadoras como la de Global Footprint Network a nivel internacional o, en España, la de la Fundación Vida Sostenible. Jesús Alonso, presidente de esta organización, indica, sin embargo, que “pocos estamos dispuestos a cambiar nuestro estilo de vida para conseguir salvar el planeta”.
Acciones decisivas
Según Alonso, aunque las encuestas muestren que todo el mundo está más que dispuesto a colaborar para mejorar el medioambiente y a poner en práctica los gestos más habituales y fáciles de realizar, como cambiar lámparas convencionales por bajo consumo, bajar el termostato, etc., cuando se trata de acciones más decisivas, como dejar de usar el coche, comer mucha menos carne, pagar impuestos ambientales o medidas por el estilo, “solamente una minoría muy nítida los pone en práctica”.
A no ser que la necesidad obligue. Durante los últimos años, la crisis “ha convertido el ahorro en la factura eléctrica en un deporte nacional”, explica Alonso. “Ha fomentado una cultura de ahorro de energía que no existía antes”. Y para ello el factor etiquetado es fundamental. “Ya nadie compra un frigorífico derrochador, sino uno A+++, porque la etiqueta está bien a la vista y puede guiar nuestra decisión de compra”.
La punta del iceberg
Existen además algunos incentivos económicos positivos, como los planes Movea para vehículos eléctricos o la nueva facturación eléctrica. Pero el elemento fundamental de la cultura de sostenibilidad es la energía, indica Jesús Alonso. Existirían, según él, dos grandes posturas en la sociedad: seguir como hasta ahora, con nuestro modelo de consumo basado en las energías fósiles y el derroche, o cambiar drásticamente a un modelo renovable y eficiente. “Muchas personas están cómodas con la idea de seguir así, con algunas correcciones, y les asusta la idea de un cambio radical, les parece peligrosamente revolucionario”, afirma.
Sin embargo, el cambio parece inevitable. Según explica por su parte Julio Barea, “la hiperpolución de algunas ciudades está obligando a tomar medidas impensables hace cinco años”, y esto solo es “la punta del iceberg”.