Por Luis Miguel Pascual (Efe)
10/08/2016
El presidente francés, François Hollande, deshoja la margarita de su futuro y se toma unos meses para pensar si buscará un nuevo mandato en la próxima primavera, pese a que nunca un jefe del Estado ha tenido una impopularidad tan alta.
Pendiente de la amenaza terrorista y de mantener la acción gubernamental hasta el último momento, el presidente guarda el secreto de sus intenciones, que asegura que no desvelará antes de diciembre próximo. Pero en el avión que le traía de regreso de Río de Janeiro el pasado fin de semana, donde asistió a la inauguración de los Juegos Olímpicos, dejó algunas confidencias a los periodistas que le acompañaban, que se han ido filtrando en los medios de comunicación.
El sentir general es que, pese a que ningún sondeo le augura pasar a la segunda vuelta de las presidenciales, Hollande no ha tirado todavía la toalla y cree disponer de opciones para ganar. De aquí a diciembre, el presidente cuenta con lanzar un mensaje a los franceses, el de que tiene un nuevo proyecto para su país que va más allá del resultado de los cinco años que habrá pasado en el Elíseo. «El balance, el éxito, aunque puedan demostrarse, no bastan» para justificar un candidatura a la reelección, considera Hollande, que hace unos meses aseguraba que no se presentaría de nuevo si no era capaz de generar empleo.
Ahora, el presidente, que ve cómo las cifras del paro (de un 10 %) no le permiten sacar pecho, quiere aparecer como el candidato mejor posicionado, el más centrado, para afrontar los desafíos del país, la lucha contra el terrorismo yihadista, la crisis económica y la nueva situación creada en Europa por el «brexit».
Frente a todo ello, Hollande comienza a describirse como el aspirante capaz de sintetizar todas las sensibilidades, el centro político entre una derecha ávida de endurecer la autoridad frente al terrorismo, aunque eso suponga restringir algunas libertades, y una izquierda incapaz de presentar un candidato creíble de unidad. El presidente sabe que ahí tiene una opción, pero que frente a la amenaza que supone la extrema derecha, cuya candidata, Marine Le Pen, cuenta con más de un quinto de las intenciones de voto, debe pensar en superar la primera vuelta.
Para ello, Hollande necesita tener la menor oposición posible en su ala izquierda, porque la dispersión del voto progresista abocaría la elección a un duelo entre la derecha y la extrema derecha, como ya sucedió en 2002. El presidente está dispuesto, incluso, a presentarse a unas primarias de toda la izquierda y a «bajar del pedestal» que le ofrece el Elíseo en caso de que se lleven a cabo.
Por el momento, como destaca el politólogo Yves-Marie Cann, ningún posible candidato de izquierdas ha sabido capitalizar la impopularidad del presidente, que roza el 80%. En ese contexto, resta por conocer quién será el candidato de la derecha, que en noviembre próximo organiza unas primarias por vez primera en su historia.
El expresidente Nicolas Sarkozy, aunque todavía no ha oficializado su candidatura, y el ex primer ministro Alain Juppé, que encabeza los sondeos, son los dos favoritos. En el campo de Hollande consideran que un nuevo duelo contra Sarkozy, como el de 2012, le daría más opciones, porque él generaría una mayor movilización en la izquierda en contra de su retorno al Elíseo.
Juppé tiene un perfil más conciliador, por lo que desde el bando de Hollande comienzan ya a subrayar su carácter conservador, que le obligó en 1997 a abandonar la jefatura del Gobierno ante la presión de las manifestaciones que paralizaron el país tras dos años de reformas liberales.