Se puede ser prisionero de improcedentes, equivocados y tergiversados conocimientos, pasar por las universidades más distinguidas y en algún momento darte cuenta de que no sabes mucho o casi nada de la historia. Si algún habitante de inicios del siglo pasado descendiera en una nave en uno de los salones de apuestas, masajes y juegos eróticos, en este momento, en Las Vegas, o en una sala de consolas de Mortal Kombat 11, diría que el mundo enloqueció.
Según el historiador suizo Jacob Burckhardt, el buen conocimiento del pasado es lo único que puede hacer al hombre libre del imperio que, los símbolos, ejercen sobre él. El trabajo de apreciación del pasado, para legarlo como conocimiento y herencia con el fin de mantener así la continuidad espiritual, constituye un gran desafío. El espíritu tiene que convertir en su propiedad el recuerdo de lo vivido en los distintos tiempos de la Tierra.
Lo que antes fue pena, júbilo o dolor tiene que convertirse ahora en memoria, como ocurre también con la vida del individuo. Mientras más nítido sea el acercamiento a la verdad, más reconfortado espiritualmente se sentirá el ser humano. No tan importantes son las fechas, los episodios heroicos y la vida de los protagonistas como la más cercana aproximación dinámica a la comprensión de las causas y las consecuencias definitivas de los hechos.
En la premodernidad
Si algo define a una sociedad primitiva frente a una moderna es la preponderancia de las creencias sobre las ideas. Esas creencias son ideas que se van sedimentando. Ideas petrificadas en el tiempo y que en las comunidades primitivas resultan escasamente permeables por las nuevas ideas, los pensamientos, las innovaciones y los cambios en la ciencia y en la tecnología.
En las sociedades modernas algunas creencias, por el contrario, se modifican y pueden fortalecerse o transformarse según la creatividad o la inercia de las elites y la volatilidad o resistencia de los contextos históricos.
Sin duda, Venezuela sigue siendo una sociedad premoderna con acentuados rasgos de sociedad primitiva. Pienso que esta característica se reproduce en la mayoría de los países de América Latina. He allí nuestro mayor drama y la causa de nuestra historia pendular y una de las explicaciones de gran parte de nuestros avances y retrocesos.
Conviven muchas formas de organización social y gradaciones de niveles de vida, la mayoría de las cuales se alimentan de las creencias inspiradas por un liderazgo que siempre ha actuado como figura sustituta del padre sobreprotector y posesivo, para desalentar las iniciativas, el ingenio y la proactividad de la sociedad civil.
Gracias a ese liderazgo, se ha afianzado la búsqueda inconsciente del padre perdido en los inicios, luego del primer encuentro en el cruce de civilizaciones entre los conquistadores y los aborígenes. Se cruzan las mujeres de la sociedad matriarcal indígena con los conquistadores.
Una sociedad de víctimas
Y se consolida la creencia de que somos víctimas, de que fuimos objeto de ultraje. La venezolana ha sido siempre una sociedad victimizada, en busca de la figura paterna, primero en Colón, el descubridor, su representación inicial, y sucesivamente en la Monarquía española, en Bolívar, en Gómez, en Betancourt y ahora en Hugo Chávez y su sucesor, un mal padre, pervertido y procaz como ninguno.
Quien representa al Estado es el administrador y padre protector de todos los huérfanos, que encarna, como en la monarquía, la figura de una persona. Es el Mesías o redentor en términos cristianos. La figura del salvador que multiplica los panes y los peces; es el ungido, el elegido. Es para la eternidad.
No tiene que ver nada con su opuesto moderno, el servidor público; un hombre de carne y hueso que tiene familia, obligaciones individuales y trabaja con un grupo de profesionales y expertos a los cuales valora, respeta y en quienes confía plenamente. El gerente transitorio, que no tiene que ser tocado ni abrazado, que cree en la ciencia y aplica políticas públicas con aciertos y desaciertos, al igual que cualquier ser humano.
Las creencias constituyen, según Ortega y Gasset, el conjunto de esfuerzos heredados; en otras palabras, son el capital sobre el que vivimos. Están en nuestras conciencias, pero de manera inconsciente.
A decir de Ortega, las creencias son las capas básicas de la psiquis. En cuanto que potencialidades heredadas de las cuales el ser humano desconoce exactamente cómo ni por dónde las ha asumido. Las ideas las tenemos y en las creencias estamos. Están antes de que el ser humano haga vida intelectual. Por eso las ha llamado el capital inicial. Están en el pasado, en la tradición, en nuestros ancestros y hasta en los genes derivados de ellos. Las creencias son el pasado del que estamos hechos, hoy, nosotros.
Las ideas y las creencias
Las ideas, los pensamientos y las hipótesis tienen su fase de experimentación y puesta a prueba en un contexto histórico determinado, y su poca o mucha vigencia dependerá de su utilidad en el plano económico, social y cultural, lo que provocará su transformación en leyes y valores universalmente aceptados por consenso de la humanidad.
Mientras las ideas sobreviven cambiando, las creencias, que pertenecen a un tiempo al que alimentaron, nunca se modificaron. Pueden cambiar, pero su proceso es demasiado lento e imperceptible.
Ortega ha dicho que las ideas se tienen y en las creencias se está. Por ello, Hume ha asociado las creencias a la fe. Pues las religiones que producen esa fe o creencias se constituyen en sólidas expresiones de la consciencia colectiva muy difíciles de modificar, ya que ellas pertenecen a justificaciones del inicio de los tiempos y a los momentos fundacionales de la humanidad y de las sociedades.
Equivalen en la psicología a los inicios, en los que tenemos las primeras percepciones de nosotros, del yo y del antes; los años iniciales en los que recibimos las primeras informaciones, enseñanzas y vivencias. Son las huellas que nos definirán con todas las potencialidades, grandezas y miserias humanas.
De ahí la afirmación de Ortega y Gasset, citado por Paz:
«Ortega y Gasset pensaba que la sustancia de la historia, su meollo, no son las ideas sino lo que está debajo de ellas: las creencias. En las creencias está la esencia de la historia. El hombre se define más por lo que cree que por lo que piensa. Algunos historiadores prefieren definir a las sociedades por sus técnicas. Es legítimo, solo que las técnicas y las ideas cambian con mayor rapidez que las creencias. (…) Por eso la computadora ha sustituido a la máquina de escribir y el neoliberalismo al marxismo y el marxismo a la escolástica, pero la magia de Machu Pichu y la astrología de Babilonia siguen intactas y todavía deslumbran en Ámsterdam, Nueva York y Praga».
Las creencias, en definitiva, son ideas que inspiraron cambios en el pasado e inconscientemente descansan en la memoria colectiva, en el inconsciente. A diferencia de las ideas que constituyen elaboraciones conceptuales, hipótesis y teorías sujetas a demostración constante. Las ideas, si son probadas, se transforman en ciencia; las creencias generalmente solo en convicciones o en fe. Las ideas son el presente con todas sus posibilidades, las creencias, una forma de pasado con todos sus prejuicios y manipulaciones.
Para decirlo con una expresión del historiador Germán Carrera Damas: «Las creencias están más allá de toda necesidad de demostración. La idea necesita demostración y la creencia, no. Los pueblos no mueren por las ideas, sino por las creencias».
Hoy, las ideas inspiradas en la Revolución francesa, que motivaron los deseos de independencia de los próceres, una de ellas como por ejemplo la igualdad, reforzada por el marxismo, hoy se sabe era una quimera; pero en el caso nuestro y de algunas otras sociedades, se transformó en una creencia.
Esa idea sirvió para acabar con la monarquía en Francia, no para liquidar las monarquías ni igualar las distintas sociedades de las múltiples civilizaciones. De ahí la idea tan venezolana de que la riqueza solo puede ser colectiva y aquella expresión tan acaudalada por la mayoría en su momento de «ser rico es malo«.
El ideario que sirvió de base a las grandes revoluciones socialistas -como la planificación central, el colectivismo y la propiedad social- es cada día más inviable gracias al triunfo de la libertad económica, el individualismo, la propiedad y la globalización; sin embargo, en muchos países de América Latina, especialmente en Venezuela, siguen siendo creencias todavía posibles.
Las ideas de Bolívar y la independencia, su visión de la política y la sociedad, fueron útiles hace doscientos años. Hoy son marcas en el calendario y referencias que fortalecen nuestro patrimonio histórico, pero a estas alturas cobran mayor vigencia las de Betancourt y los fundadores civilistas, y tendrán mucha más trascendencia a futuro las ideas de la generación posmoderna, que tarde o temprano tendrá que imponerse. Toca disolver definitivamente la creencia política de que con Bolívar y su ideario empieza todo y termina todo.
El sueño pendiente
En un hermoso libro, bien didáctico, Un sueño para Venezuela, escrito por el economista Gerber Torres en el año 2000, encontramos algunos ejemplos más concretos de las creencias que manejamos los venezolanos.
Tomaremos cuatro de los más representativos:
En primer lugar, la mayoría de los venezolanos están convencidos de que Venezuela es un país extraordinariamente rico. Es una creencia. la verdad es que no somos un país rico, estamos muy lejos de serlo actualmente. De acuerdo con los organismos internacionales, en los años noventa éramos un país con ingresos medios. Hoy, según el tamaño, la economía venezolana es la decimoquinta del subcontinente, con un PIB per cápita de 2.457 dólares, el país más pobre solo nos superan en pobreza Nicaragua, con 1.859 dólares, y Haití, con 456 dólares. Nosotros formamos parte de los países en desarrollo, que por definición no son ricos.
En segundo lugar, “derivado de la primera creencia de que la riqueza no la produce la gente, sino que la genera la naturaleza, ser rico no depende de la capacitación y el esfuerzo de los individuos, sino del azar y de las bondades de la naturaleza. Por eso entendemos la educación como parte de una costumbre social y no como la manera de hacernos más productivos y eficientes. Vemos la capacitación, como un gasto, no como una inversión”.
En tercer lugar, “y resultado de la anterior, existe la creencia de que no necesitamos gente capaz y preparada, sino simplemente gente que reparta equitativamente lo que existe, que es suficiente y nos corresponde a todos”.
Y por último, casi que como un corolario, existe la creencia, y bien arraigada por múltiples razones, de que “el Estado es la solución a todos nuestros problemas”.
Las creencias son síntesis heredadas de todas las acciones de la existencia humana, los esfuerzos originales del hombre por sobrevivir, sus combates por la vida y por crecer, sus contradicciones, sus enfrentamientos y sus consensos convertidos en mitos, leyendas y las consecuencias de estos en las distintas épocas históricas.
Para explicarse y explicar el mundo que lo rodea y sus creencias, el ser humano ha creado esos mitos, leyendas, cuentos, fábulas, supersticiones y visiones metafísicas que lo han ayudado a ser y a crecer, que además se cruzan, se confunden y se desdoblan para justificarlo en sus momentos de descanso, aprendizaje y exaltación en todo su dominio existencial, económico, social, íntimo y cultural.
Germán Carrera Damas
Germán Carrera Damas, por lo menos en lo que respecta a la historia, desde que muy joven, en 1958, en democracia, se fundó la Escuela de Historia de la UCV, ha dado una dura batalla contra las creencias en la historia patria y, al menos para los nuevos historiadores –según Tomás Straka, en un reconfortante ensayo–, dejó de ser el rosario de fechas y episodios heroicos que se tenían por tal. Nada quedó exactamente en su lugar, ninguna de las grandes verdades en las que creíamos quedó sin ser puesta en cuestión…
Se trata, en opinión de Carrera Damas, de llevar a cabo la principal y fundamental actividad de todo historiador profesional, entre las muchas tareas que debe o puede emprender y que consiste básicamente no en llenar el vacío que haya en el conocimiento de un determinado devenir, sino en reestructurarlo a medida que se amplía y perfecciona el conocimiento. Al fin y al cabo, desde el punto de vista historiográfico, cada día crece en los nuevos historiadores la conciencia de que no bastará poner parches a lo hecho, que es necesario reconstruirlo integralmente.
La penitencia que tuvo que pagar este insigne historiador fue intensa y casi le cuesta la carrera, para ayudar a cambiar los conceptos de la historiografía tradicional, y llegar a la historia crítica del Culto a Bolívar. El concepto de historia de Germán Carrera Damas, encierra una bella metáfora, es una larga marcha en el camino a la libertad.