Por Igor Paskual
02/10/2016
En la música de Hinds se intuye un conflicto maravilloso que es lo que convierte al grupo en algo más especial que otras bandas del mismo estilo. Por un lado apuntan hacia un descaro mayúsculo, a una actitud garajera y un sonido muy sencillo –que no simple-. Pero por otro, la mayoría de las canciones no llegan a ser garage o punk por completo, sino que hay mucho más detrás de ese desenfado juvenil. Incluso las velocidades de los temas se mueven más en una velocidad contenida que como caballos desbocados.
La primera virtud del álbum es que hay una gran querencia por la melodía, y sí, en sus canciones se puede gritar, chillar, aullar, incluso susurrar, pero principalmente son canciones para cantar. Muy buenas.
Segundo. No hacen nada que otros no puedan hacer, pero nadie lo hace con tanta gracia. No es sólo la calidad de los temas, sino que ese estilo sólo puede interpretarse con ese descaro.
Tres. Las voces. Uf, ahí reside gran parte del atractivo de la banda; las dos voces principales se juntan, se armonizan, se separan, se contestan y se vuelven a juntar con una facilidad enorme. Juegan con onomatopeyas, y combinan con facilidad, como si siempre hubieran cantando juntas. Dos voces distintas, pero lo suficientemente parecidas para que convivan mirando en la misma dirección. Esa forma de cantar y de mezclarse me recuerdan muchísimo a los primeros Libertines, aunque ellas, de forma sutil, también emplean con frecuencia esos inesperados cambios de acordes a menor que los británicos hacen con tanta soltura. Pese a que las voces son su punto fuerte, curiosamente mi tema favorito del álbum es la instrumental Solar Gap.
El cuarto punto álgido del disco es la producción. Saber escoger a un productor es todo un arte y ellas han acertado de lleno porque su primitivo enfoque instrumental resuena una virtud superlativa. Si no fuese por que emplean batería en vez de programación serían como The Raveonettes que es a lo que siempre me recordaron. Usan un gran eco en la guitarra rítmica y la guitarra solista es absolutamente melódica, es una canción dentro de la canción. La batería suena por fin como un solo instrumento y no como en la actualidad que la escuchamos en partes separadas: la caja, el bombo, los platos, el charles… Aquí la batería, los instrumentos, todo suena como un todo. Lo que escucho aquí, más que a surf, garage o punk es una versión económica y visceral de Ronnie Spector. Y es que su sonido evoca diversión, mucha fiesta, pero con un cierto tono de quiebro adolescente. Por supuesto, sería todo un acontecimiento escucharlas en castellano (¡Hasta su Castigadas en el granero está en inglés!), pero la verdad es que les va mejor -muchísimo más, de hecho- en el extranjero que en España, así que comprendo su escaso interés en cantar en castellano.
Disco para bailar y escuchar, es gracioso, primitivo y modernísimo. Que no me dejen solo.