Lo considera un experimento de democracia redistributiva, 50 personas de todos los estratos sociales reciben el dinero si logran ponerse de acuerdo sobre cómo gastarlo
Parece el guion de una película. Una millonaria elige por sorteo a 50 personas comunes y corrientes para que repartan una fortuna en un plazo de tiempo determinado. Una rica heredera austriaca, lo hizo realidad, y podría repetir el experimento.
Marlene Engerlhorn es una austriaca de 32 años que nació en cuna de oro. Tataranieta del fundador de BASF y de quienes fueran propietarios de Boehringer Mannheim. Empresa que vendieron a Roche en una operación que marcó récord en Europa. La falta de dinero nunca fue una preocupación. Por el contrario, en su caso al parecer el problema es su exceso.
Por lo que se le ocurrió crear el “Buen Consejo para la Redistribución” un experimento de democracia redistributiva para lo cual reclutó 50 personas de todos los estratos sociales para redistribuir veinticinco millones de euros si lograban ponerse de acuerdo sobre cómo gastarlos.
Paradoja austriaca
Austria es un país que se asocia con el vals, con Mozart y con sus impresionantes palacios. Pero Austria presenta una paradoja. La desigualdad de riqueza en el país es notablemente alta a pesar de contar con un sistema de bienestar social robusto que reduce significativamente la desigualdad de ingresos. ¿Cómo es posible tal contradicción?
La respuesta radica en la historia y las políticas fiscales de Austria. El país ha mantenido un sistema de bienestar generoso, garantizando acceso a servicios de salud, educación y pensiones de calidad para sus ciudadanos. «Si necesitas tratamiento médico, lo recibes», afirma Gabriel Felbermayr, director del Instituto Austriaco de Investigación Económica.
Pero el sistema, financiado en gran medida por altos impuestos a la renta, (hasta un 55 por ciento para quienes ganan más de un millón de euros al año), desincentiva la acumulación de riqueza individual. «El incentivo para crear riqueza se reduce», señala Felbermayr.
La desigualdad de riqueza en Austria tiene sus raíces históricas. Las grandes fortunas acumuladas por la aristocracia durante siglos se preservaron gracias a una serie de factores legales. Tras la caída de la monarquía, las familias nobles pudieron conservar sus propiedades. Lo que ha perpetuado una concentración de la riqueza en pocas manos. La finca Esterházy, por ejemplo, es hoy una de las mayores propiedades privadas del país.
La riqueza en Austria también es a menudo una cuestión intergeneracional. Las grandes fortunas de los siglos XIX y XX se conservan y se reparten entre los miembros de una familia en expansión.
La abolición del impuesto a las sucesiones en 2008 exacerbó aún más la situación. Impulsada por una demanda judicial de una familia adinerada, la medida convirtió a Austria en un paraíso fiscal para los ricos. Lo que facilita la transmisión de grandes fortunas de generación en generación sin cargas fiscales significativas.
El buen consejo
Como cabe suponer no todos están conformes con la situación. Y allí es donde aparece Marlene Engerlhorn. Inspirada en el concepto de consejo ciudadano (que tiene raíces en la antigua Grecia), convoca su “Buen Consejo para la Redistribución”.
Mediante el cual reúne a un grupo selecto de personas para discutir asuntos de política pública y hacer propuestas. Helene Landemore, profesora de Yale y autora de «Open Democracy”, explica que los parlamentos actuales se definen en gran medida por el partidismo y la lógica del poder.
“Están allí para ganar, no para aprender o cambiar de opinión. Es un subconjunto muy pequeño de la población, el que entra en la política tradicional y, una vez que lo hace, tiende a quedarse allí demasiado tiempo”. Mientras que los miembros de un consejo ciudadano no tienen afiliaciones partidistas y están más conectados con la realidad de la vida cotidiana.
Los seleccionados recibieron una carta de Guter Rat fur Riúckverteilung, o el Buen Consejo para la Redistribución, invitándoles a ser parte de un grupo de cincuenta austriacos elegidos al azar para abordar la desigualdad en Austria. El consejo contaría con veinticinco millones de euros, aportados íntegramente por Marlene Engelhorn, para distribuirlos y tendría la libertad de decidir cómo hacerlo.
«La forma en que se distribuye la riqueza en el país determina cómo vivimos juntos e influye en el buen funcionamiento de una sociedad democrática», decía Engelhorn en la carta de la invitación al consejo. En Austria, el uno por ciento más rico controla la mitad de la riqueza del país. El consejo tendría la tarea de elaborar propuestas sobre cómo abordar esta desigualdad.
Cita en Salzburgo
La iniciativa del Buen Consejo surgió de la inquietud de Engelhorn ante la creciente desigualdad en Austria. «Si los políticos no hacen su trabajo y redistribuyen, entonces yo tendré que redistribuir mi riqueza», afirmó la heredera de una fortuna farmacéutica
Muchos de los convocados, como es lógico, pensaron al principio que era una broma o una estafa. Quien en su sano juicio puede creer que un multimillonario le escribirá a un perfecto desconocido para que reparta su fortuna. No creyeron que era algo serio hasta que leyeron en los medios locales lo que había anunciado Marlene Engelhorn en una rueda de prensa.
Los 50 ciudadanos fueron seleccionados al azar de entre miles de candidatos para formar parte de un experimento social único en su tipo. La sede para la reunión del consejo se fijó en un hotel de Salzburgo, cerca de la frontera alemana. Muchos aún desconfiaban de la insólita propuesta.
El Buen Consejo quedó integrado por una variopinta representación en la que había estudiantes universitarios, maestros, contables, profesionales, trabajadores, inmigrantes y jubilados, parecía una «mini-Austria». Tendrían seis fines de semana, para debatir las formas más justas y efectivas de redistribuir la riqueza, con el objetivo de elaborar propuestas concretas para reducir la desigualdad.
Los miembros del consejo recibirían mil doscientos euros por fin de semana como compensación por su tiempo y trabajo. Engelhorn proporcionaría el dinero para el consejo, y se aseguró de que el grupo tomara decisiones «libremente y sin influencia». Sólo estableció una regla: que el dinero no podía ir a entidades con fines de lucro, partidos políticos o grupos cuyas actividades sean “inconstitucionales, hostiles o inhumanas”.
Rica heredera
Marlene Engelhorn, que tiene un patrimonio neto de varios millones de dólares, habló con los miembros del consejo de redistribución sobre el poder que conlleva la riqueza cuando no se gana, sino que se hereda.
«La redistribución significa reconocer que la riqueza proviene de la sociedad y debe regresar a la sociedad». Durante su intervención destacó la importancia de dar a los miembros acceso a sus activos y el poder real para lograr un cambio.
Durante la reunión, mostró su apoyo a la diversidad y la inclusión, especialmente hacia los miembros desfavorecidos de la sociedad. Hildegund, una miembro sorda del consejo, quedó impresionada cuando Engelhorn comenzó a hablar en lenguaje de señas durante su discurso. «La gente no presta atención a las personas sordas, y mucho menos a los ricos y poderosos», dijo la costurera jubilada que solía trabajar en una fábrica de Adidas.
Engelhorn quiere usar su fortuna para hacer el bien. Por lo que limitó su participación en el consejo para evitar influir en las ideas de los miembros. «Soy una persona rica, tengo un efecto sobre la gente. Lo que digo puede influir en sus ideas. Quiero limitar esa influencia tanto como sea posible».
Herencia centenaria
Engelhorn donó veinticinco millones de euros al consejo para su uso en la redistribución de riqueza en Austria. (Algunos economistas probablemente la tilden de ingenua y de que es como echar una gota de agua en el mar). Cuando se le preguntó si esta era toda su fortuna, respondió con una risa y dijo que solo representaba el noventa por ciento.
La historia de la fortuna de Engelhorn se remonta a 1865, cuando su tatarabuelo, Friedrich Engelhorn, fundó (junto con otros socios) BASF, una empresa química en el suroeste de Alemania. La cual vendieron para adquirir la farmacéutica Boehringer Mannheim.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el tío abuelo de Marlene, Curt Engelhorn, se hizo cargo de la empresa y la convirtió en un imperio global. Para lo cual se valió de una batería de estrategias (como la creación de corporaciones fantasma) para evadir impuestos.
En 1997, Curt vendió Boehringer Mannheim por once mil millones de dólares a Roche, un holding suizo. Las sociedades fantasma (localizadas en Bermudas) evitaron con éxito el pago los impuestos. La abuela de Marlene, Gertraud, se convirtió en multimillonaria después de la venta.
Privilegiada de cuna
Criada en una mansión vienesa, rodeada de lujos y comodidades, Marlene Engelhorn reconoce que su visión del mundo se ha transformado radicalmente con el tiempo. “Pensaba que así es como vive la gente”, confiesa sobre su infancia.
A medida que crecía y ampliaba su círculo social, se dio cuenta de la enorme brecha que existía entre su realidad y la de la mayoría. “Cuando creces siendo rico, no es que un día te des cuenta de cuánto dinero tienes. Sino, más bien, que existe gente que no lo tiene”, reflexiona.
La Universidad de Viena, donde estudió lengua y literatura alemanas, fue un punto de inflexión. Al interactuar con compañeros de orígenes diversos, comenzó a cuestionar los sistemas de desigualdad que permeaban la sociedad. Lecturas sobre filosofía, teoría política y economía profundizaron su comprensión de los problemas estructurales que subyacen a la desigualdad. Autores como Albert Camus, Susan Sontag, Ingrid Robeyns y Eula Biss se convirtieron en sus guías intelectuales.
“Me quedó claro que ser rico en un mundo desigual significa que lo estás haciendo a costa de la vida de otras personas”, afirma Engelhorn. Revelación que la llevó a adoptar una postura crítica frente a su propia herencia, y a comprometerse con causas sociales.
Desafío a los sistemas tradicionales de filantropía
En 2019 fue nombrada beneficiaria principal en el testamento de su abuela, lo que significaba que heredaría decenas de millones de euros cuando muriera. Con apenas 27 años Marlene Engelhorn se enfrentó a la encrucijada sobre cómo gestionar una riqueza heredada sin perpetuar las desigualdades sociales. Decidió utilizar su posición privilegiada para desafiar los sistemas tradicionales de filantropía.
Confiesa que al principio se sintió ajena a esa inesperada fortuna. «Durante mucho tiempo, me convencí de que en realidad no era mi dinero». Pero, al comprender la magnitud de su herencia, decidió tomar las riendas de su destino financiero. Buscar formas de utilizarla su de manera más justa y equitativa.
Fue así como Engelhorn se involucró con la Fundación Guerrilla. Una organización que promueve un modelo de filantropía radical y participativo. Como pasante, Engelhorn tuvo la oportunidad de experimentar de primera mano cómo funciona la organización y de comprender las limitaciones de los modelos tradicionales.
«Los ricos eligen sus causas favoritas sin participación ni supervisión democrática», critica la rica heredera. La filantropía tradicional, argumenta, a menudo refuerza los desequilibrios de poder y permite a los ricos mantener su riqueza a perpetuidad. Depositan sus activos en fundaciones donde el dinero crece libre de impuestos y solo las ganancias de capital se reparten en subvenciones o donaciones.
El enfoque de la Fundación Guerrilla que prioriza la participación de las comunidades y la transparencia en la toma de decisiones resonó profundamente con la joven austriaca. Engelhorn cree que la riqueza debe utilizarse para crear un cambio social positivo. No simplemente para acumular más dinero.
«De modo que participas en la explotación de las personas y del planeta, y luego usas las ganancias para espolvorear un poco de dinero sobre el fuego que creaste ¿ El objetivo no debería ser dejar de ser tan rico?», reflexiona.
Riqueza ética
En los próximos 30 años se heredarán en Austria 600 mil millones de euros libres de impuestos. Según el credo de Marlene Engelhorn, los ricos deben hacer una contribución mucho mayor a la sociedad que la que hacen actualmente para que sea más justa.
Junto a otros herederos y jóvenes empresarios, en 2021 fundó Taxmenow, una organización que aboga por la implementación de impuestos sobre el patrimonio y las sucesiones. «Escuchamos una y otra vez de activistas que llevan años trabajando en la desigualdad que simplemente no se les escucha. Nos dijeron: si los que tienen privilegios plantearan los mismos puntos, la gente les prestaría atención de otra manera», señala Stefanie Bremer, miembro de Taxmenow.
Pese a lo cual sus demandas han sido descalificadas por la prensa alemana como «un debate de envidia». Engelhorn es una de las activistas más conocida del grupo. Muchos miembros de Taxmenow, prefiere mantener sus rostros y apellidos fuera de los medios. Temen por las repercusiones que puede tener el activismo en sus vidas personales y profesionales.
A sus 32 años, Engelhorn también se ha convertido en una figura destacada en el movimiento de la riqueza ética. Inspirándose en las asambleas ciudadanas y en los principios de la democracia participativa, creó el Buen Consejo, con el que busca fomentar un diálogo abierto y transparente sobre la distribución de la riqueza.
«No soy una persona rica ‘buena’, simplemente soy una persona rica», afirma. Su decisión de repartir su fortuna generó un revuelo global y puso en el centro del debate la cuestión de la responsabilidad social de los más ricos.
Hora de actuar
Después de la muerte de su abuela en 2022, Engelhorn decidió actuar. “Sabía que ya no podía esconderme más. Si no actuaba, todo lo que había dicho y en lo que creía no valdría mucho”, dijo en una entrevista a New Yorker. Fue cuando creó el Buen Consejo, una iniciativa experimental que pretende ser un ejemplo para otros.
Contrató a Alexandra Wang, una recaudadora de fondos en un think tank progresista de Viena, como directora y primera empleada del Buen Consejo. El equipo se reunió en secreto para evitar una avalancha de solicitudes de dinero antes de que la iniciativa tomara forma. Algo que no pudo evitar se supo que estaba regalando su fortuna.
Engelhorn estaba más interesada en el proceso que en el resultado. El Buen Consejo debía ser un experimento vivo. Uno del que otros pudieran aprender. Tal como ella lo había hecho con las asambleas ciudadanas en Europa.
En los últimos años, los consejos ciudadanos de Irlanda, Francia y Austria analizaron cuestiones como el aborto, los cuidados paliativos y el cambio climático. Pero sus conclusiones no son vinculantes.
El Buen Consejo era diferente: los millones de Engelhorn estaban guardados en un fideicomiso y se distribuirían en estricta conformidad con las instrucciones de los miembros del consejo.
El Buen Consejo se propuso explorar formas de redistribuir la riqueza de manera más justa. El proceso fue deliberadamente inclusivo, con participantes entre 17 y 85 años y de los más diversos orígenes. «Nuestro trabajo es asegurarnos de que nadie se quede atrás», afirmó Hanna Posch, moderadora principal. La diversidad de perspectivas enriqueció el debate, pero también planteó desafíos en términos de encontrar un consenso.
Debate complejo y matizado
La moderadora Posch dijo que era necesario un proceso legible y estructurado debido a la diversidad de experiencias de los participantes. Las presentaciones de los expertos dejaron claro que la riqueza se distribuye de manera injusta en la sociedad y se necesitan políticas de redistribución para corregir esta injusticia.
Algunos participantes expresaron preocupación por las posibles consecuencias económicas negativas de un impuesto de este tipo. Como la fuga de capitales y la reducción de los ingresos fiscales. Otros, en cambio, destacaron la importancia de la justicia social y la necesidad de garantizar que todos los miembros de la sociedad tengan acceso a oportunidades equitativas.
Una de las críticas que se le hizo al proyecto fue la falta de diversidad ideológica. El consejo no incluyó a expertos que pudieran haber argumentado que un impuesto a la riqueza puede traer consigo costos administrativos onerosos y puede persuadir a los ricos para que se lleven sus activos a otro lugar. Tampoco que, por ejemplo, plantearan que el problema de Austria, más que de distribución, es de democratización de la riqueza, de falta de estímulos para que surjan nuevos magnates.
Las opiniones de los participantes fueron variadas y reflejaron las diferentes realidades sociales y económicas del país. Mientras que algunos, como Florian, un joven estudiante, expresaron escepticismo ante la idea de que los ricos sean «los malos», otros, como Franz, un agricultor retirado, reconocieron la necesidad de una mayor equidad.
Sara, una inmigrante que trabaja como cajera, compartió su experiencia personal y destacó la brecha que existe entre los ricos y los pobres en Austria. «No tenía idea de que tan poca gente en Austria tuviera tanto», afirmó.
Enfoque filantrópico diferente
En la tercera sesión del Buen Consejo, los miembros se dividieron en seis grupos para discutir cómo distribuir los fondos en educación, vivienda, medio ambiente, salud, derechos y política económica. Cada grupo recibiría un máximo de cuatro millones de euros para financiar proyectos y organizaciones cuyas decisiones se aprobarían por vía del consenso.
Muchas de las ideas que se discutieron se basaron en las experiencias vividas por los miembros del consejo. Selin, un maestro de Viena, apoyó Kids-in-Motion, una iniciativa que guía a los niños en edad escolar en ejercicios físicos para mejorar su estado físico y sus habilidades motoras. Benedict, de veintitantos años, que trabaja en el control de calidad de una fábrica industrial de Pottendorf, señaló que el estado ya destina miles de millones de euros al sector de la educación cada año.
En el grupo de vivienda, Erna, una jubilada de 85 años, quería dar dinero a Frauenhäuser, una red de refugios para mujeres y niños que huyen de la violencia doméstica. Hildegund, la miembro sorda del consejo, propuso destinar dinero a la formación de más intérpretes de lenguaje de signos y a la construcción de más alojamientos para niños con discapacidades físicas en las escuelas.
Al principio, se esperaban semanas de apasionados debates, con miembros peleándose por el destino de millones de euros. Lo que nadie hubiera imaginado era que el motivo del debate más agreste sería Wikipedia.
Wikipedia despierta pasiones
Destinar una parte de los fondos del consejo a la enciclopedia en línea generó una intensa discusión entre los miembros del grupo de educación. Mientras algunos veían en Wikipedia un símbolo de conocimiento libre y accesible. Otros cuestionaban su utilidad y eficiencia.
El debate sobre Wikipedia puso de manifiesto las diferentes visiones y prioridades de los miembros del consejo. Por un lado, aquellos que defendían la financiación de Wikipedia destacaban su carácter democrático y su potencial para promover la educación y el conocimiento. Por otro lado, sus detractores argumentaron que se trataba de una organización extranjera y que los fondos del consejo debían destinarse a proyectos más locales y urgentes.
Se intensificó hasta el punto en que la votación resultó compleja y confusa. Una evidencia de lo difícil que es tomar decisiones colectivas cuando las opiniones están divididas. El debate se zanjó con una decisión salomómica que a nadie dejó contento. Acordaron dar a la organización cincuenta mil euros.
Dorothee Vogt, una experta en filantropía participativa, señaló que el proceso de toma de decisiones en el consejo fue ambicioso y desafiante. «Las preguntas que se le hacen al Guter Rat son enormes», afirmó. Sin embargo, también destacó el valor de este tipo de iniciativas para fomentar el compromiso cívico y la democracia participativa.
Desigualdad pendiente
Transcurridas las seis semanas la iniciativa del Buen Consejo, culminó con su tarea y decidió cómo repartir los 25 millones de euros: 77 entidades recibirían cantidades entre 40,000 y 1,6 millones de euros. La institución que recibió la mayor cantidad fue la Asociación Austriaca para la Conservación de la Naturaleza: 1,6 millones de euros.
La lista incluye organizaciones humanitarias como Cáritas, Diakonie y Austrian People’s Aid, refugios para mujeres y periódicos callejeros. También le asignaron recursos a Reporteros sin Fronteras, departamentos de bomberos, una asociación de apoyo a las personas sin hogar y la ONG Attac. Otros proyectos destacados incluyen programas infantiles de la Filarmónica de Salzburgo, centros de asesoramiento para jóvenes LGBTI y apoyo a personas sin hogar.
Engelhorn no quiso involucrarse demasiado en el proceso de distribución del dinero, ya que no quería sofocar la creatividad de las bases. «Quería debate», dijo. Su objetivo era ir más allá de la filantropía tradicional. Fomentar un debate público sobre la justicia social.
Pese a la variada y extensa lista de beneficiados, el resultado parece una lista de “proyectos sociales” más que algo que aborde el problema fundamental de la desigualdad. “No está mal. Quizás sólo sea una oportunidad perdida”, reconoció uno de los participantes.
Con 25 millones menos, pero no en la indigencia
Aunque Marlene Engelhorn haya aligerado sus cuentas en 25 millones de euros, está lejos de caer en la indigencia. El dinero, (mejor dicho, la falta de él) no le preocupa. Proviene de una familia adinerada y tiene una amplia red de contactos.
Previsivamente, reservó una parte de su patrimonio para su transición profesional. Porque según ella, podría necesitar trabajar en un futuro próximo. No desea un empleo que solo aproveche sus privilegios, pero al mismo tiempo quiere uno que los use de manera positiva.
Está consciente de que sus privilegios la seguirán manteniendo, incluso después de la redistribución. Su familia sigue siendo inmensamente rica, incluyendo a los padres de Marlene. Por lo que en su futuro es muy probable que, de nuevo, la maldición de una cuantiosa fortuna le llegue en la forma de una nueva herencia.
Espera que, para entonces, haya medidas en marcha (como impuestos adecuados sobre la riqueza y las herencias) o una cultura de redistribución dentro de su familia que reduzca la cantidad que recibirá. De lo contrario, asegura que tomará medidas. Quien sabe, tal vez vuelva a regalar su fortuna, sin ningún complejo de culpa, como ahora.