Los enemigos de la libertad cambian, pero no desaparecen, pensaba la señora Hannah Arendt. Creo que solo es cuestión de tiempo para que los nuevos artífices de este modelo de degeneración política preparen su obra en otro escenario histórico y, sobre todo, con una escenografía más sugestiva.
Sobre el totalitarismo
Karl Jaspers (1883-1969), su mentor y buen amigo después de la ruptura con el primer gran amor de su vida, Martin Heidegger (1889-1976), escribirá en el prólogo a la tercera edición sobre Los orígenes del totalitarismo:
Fue la primera teoría que entendió el totalitarismo como una forma de poder político en la historia de la humanidad. Historiografía de gran estilo. Ha sido elaborado con los medios de investigación histórica y el análisis sociológico. La obra dará la visión profunda a través de la cual una forma de pensamiento filosófico comienza a ser capaz de juzgar en la realidad política.
Según Jaspers, Hannah Arendt no da consejos, sino que transita conocimientos que sirven a la dignidad y a la razón. Pocas obras valoradas académicamente, tienen en el campo de acción de la vida del autor, el laboratorio más a la mano para confirmar sus hipótesis y dejar un gran aporte a las ciencias políticas.
Su propia vida y existencia es un sumario extraordinario de experiencias de los años más aciagos y violentos de ejercicio del poder en el siglo pasado –el surgimiento del comunismo y el nacionalsocialismo y dos guerras mundiales–, en el que en buena medida se integran biografía y reflexión teórica, en una una complementariedad de extraordinaria vitalidad didáctica.
Hannah Arendt. Una biografía
La escritora francesa Laura Adler en su libro, Hannah Arendt. Una biografía, logra un ensamble magistral de la vida y obra de esta insigne pensadora judío-alemana. En una prosa con limpia fluidez, nos conduce sin distracciones, a pesar de los muchos detalles, por los paisajes de un tiempo histórico agreste y una personalidad compleja, a veces distante y hermética, y en otros momentos empática y reflexiva. Siempre en vigilia por los acontecimientos de su tiempo y el destino del ser humano.
Su padre fue Paul Arendt un ingeniero agrícola y su madre Martha Cohn, hija de una familia acomodada, oriundos ambos de Königsberg, entonces en la Prusia oriental, hoy Kaliningrado. En la casa del matrimonio vendría al mundo Hannah Johanna, según el registro civil, el domingo 14 de octubre de 1906. Entre Hannover, en un pueblo llamado Leideny Königsberg, la ciudad donde nació Immanuel Kant, transcurren su infancia y adolescencia.
La madre, en una libreta que lleva el nombre de Unser Kind –nuestra hija, conservada en los Archivos Arendt, en la biblioteca del Congreso en Washington DC, escribió con lujo de detalles la evolución de su niña a partir del 3 de diciembre de ese año.
Una de esas anotaciones tempranas de Martha la describe, según su biógrafa:
Tiene un hermoso cabello largo. Es guapa y tiene buena salud. Canta mucho, casi con pasión, aunque desafina en muchas notas […]. No le veo ningún talento artístico ni ninguna habilidad manual; en cambio, sí una precocidad intelectual y quizá una capacidad especial, por ejemplo, el sentido de orientación, la memoria y un agudo sentido de observación. Pero, ante todo, un enorme interés por las letras y por los libros.
Su madre confiesa, cuando Hannah ha llegado a la adolescencia, que observa muchas similitudes en el carácter de su hija con respecto a su propio desarrollo personal. Posee una sensibilidad dolorosa y un temperamento solitario: Es de una sensibilidad extrema y sufre a causa de cualquier persona con la que mantiene alguna relación.
Los perfiles de una pensadora
Su primer poema, sin nombre, género en el que también demostró condiciones admirables, da un perfil de las inquietudes metafísicas que a los 17 años de edad ya se asoman, después de haber leído a Kant, a Hegel, a Kierkegaard y a muchos otros filósofos y literatos antiguos y modernos:
Ninguna palabra penetra la oscuridad ningún dios alza su mano. Allá donde mire, un territorio sin fin. Ninguna forma se difumina no existen sombras fluctuantes Y yo oigo sin cesar: es demasiado tarde.
Cada ser humano tiene huellas en su calendario que lo ayudan a definir. Desde mi óptica, me atrevo a sugerir dos momentos que son referencias indispensables para ayudar a comprender la vida y obra de esta insigne mujer de incuestionables aportes a las ciencias humanas: el instante en que funde su destino con el del filósofo Martin Heidegger y el momento en que aparece, en 1951, el libro Los orígenes del totalitarismo.
Arendt y Heidegger
Hannah tiene 18 años de edad cuando ingresa en la Universidad de Marburgo y se inscribe en el seminario que dicta Heidegger. Tiene su primer novio, Ernst Grumach, y un grupo de amigos entre los que se encuentran Karl Löwith y Hans Jonas, quien será uno de sus mejores amigos y un fiel enamorado secreto.
La joven Hannah vivía los conflictos narcisos propios de la edad: incertidumbre, angustia y confusión. Época en que creemos lo sabemos todo y no sabemos nada, pero somos arrogantes y nos gustan los desafíos. Lo que pasó el otoño de 1924, en palabras de Laura Adler, solo lo vivieron y lo supieron los dos enamorados que fueron los actores del episodio: Hannah Arendt y Martin Heidegger.
Heidegger tenía la fama de que deslumbraba a los aspirantes a ser sus alumnos. Discípulo de Husserl, quien había removido los cimientos de la filosofía alemana, y su nombre trascendía la frontera de la ciudad universitaria donde daba clases. Estudiantes de otras universidades se agolpaban para anotarse en sus cursos.
Decían que llevaba ropa extravagante y que era un orador maravilloso, en guerra contra su época. Aquel hombre intrigaba, fascinaba, seducía. Los estudiantes se sentían cautivados por su seriedad, su energía y su capacidad para deconstruir la tradición clásica. En suma, Heidegger persigue un solo fin: Asumir la tormenta del presente que ha desencadenado y certificar la defunción de los antiguos modos de filosofar.
Para Hannah –según Adler–, la filosofía constituye no una historia del pensamiento, sino una materia viva, que le permite, a esta joven sedienta de referencias, otorgar un marco teórico y psíquico a su imaginación desbordante y a su inteligencia poderosa. Demasiado poderosa; tanto, que representa una tormenta para ella misma y en ocasiones desencuentros interiores preocupantes.
En mi opinión, esta visión de la filosofía de Hannah Arendt es lo que agranda su figura intelectual, cada día más a nivel universal, y también hace más oportunos sus aportes, en momentos en que los vientos totalitarios vuelven a aparecer con su presuntuosa fuerza destructiva e inhumana.
Pensar es vivir. Vivir es pensar. No hay pensamiento sin asumir riesgos, no hay pensamiento sin enfrentamiento personal con el mundo. Pensar es también rozar el abismo, y asumir el desespero y la soledad que puede producir.
Hannah Arendt presentó en 1929 su tesis doctoral. Versa sobre El concepto de amor en San Agustín y enlaza los elementos de la filosofía de Heidegger con los de Karl Jaspers. Ya subraya la importancia del nacimiento, tanto para el individuo como para el prójimo, y con ello se aleja de Martin Heidegger, para quien la vida es “un avanzar” hacia la muerte.
Un encuentro para la historia
No deja de ser llamativa y seductora, propia de un capítulo inicial de una clásica historia de amor, la imagen del momento en que se cruzan las profundas reflexiones del autor de Ser y tiempo (1927), Martin Heidegger,y las ansias de conocer y ser,de la que en el futuro será la autora de Los orígenes del totalitarismo. Aunque el desarrollo y el final no tengan nada de idílico y sea muy controversial y lleno de desencanto, por lo menos para los espectadores.
La que sigue es la reproducción fotográfica hecha por Adler sobre aquel enigmático e inolvidable encuentro, que encendió una relación que duraría hasta los días previos a su muerte. De acuerdo a una confidencia hecha por Hannah a su gran amigo Hans Jonas, esta es su versión.
Todo comenzó una noche que fue a ver al profesor para hablar de filosofía. Ella evoca la penumbra del despacho de Heidegger, que no encendió la luz. Cuando me levanté –cuenta Hannah– sucedió algo extraordinario. De pronto, se arrodilló delante de mí. Yo me incliné y él, desde su posición, alzo los brazos hacia mí y cogí su cabeza entre mis manos. Me dio un beso y yo se lo devolví.
El extraordinario poeta Paul Celan, una de las principales voces líricas en lengua alemana, escribió: Uno y otro querían existir y morir […] Lo sabía el labio. El labio lo sabe. El labio dejó de callarlo. Bella parte de un poema que sella una apasionada conjunción de amor, como todas, única.
Es cierto que en el momento que coinciden Martin Heidegger y Hannah Arendt, por el desasosiego y extravío de ella, propio de la edad, lo transforman a él en el partero de su vida intelectual y maestro espiritual, figura paternal con suficiente autoridad moral e intelectual para ayudarla a poner sus ideas en orden y a lograr construir un pensamiento propio.
La otra, la relación de amantes, será la típica del hombre de doble moral que mantiene la apariencia de un matrimonio feliz. El típico macho que domina y se siente superior. Nada consecuente con los sentimientos que le profesan, desleal y egoísta. Asunto que la joven Hannah alimenta al considerarlo un genio.
Es inconsecuente no solo con las mujeres a las que frecuenta, a las que en los tiempos difíciles desconoce. Es también un arribista, sin ninguna ética, que acompaña como autoridad universitaria el nacionalsocialismo y colabora con la policía política de Hitler, la Gestapo.
En 1934, Heidegger llega a afirmar, al igual que cualquier revoltoso de una universidad del tercer mundo intoxicado de ideología extraviada: La universidad se ha convertido en la escuela política del pueblo.
Después de todo, la relación que sellaron ambos estaba más allá del bien y del mal, como diría Nietzsche y aun, ya casi al final de sus días, cuando él le pide que abogue por la edición de sus obras en inglés, ella se lo hace con la misma diligencia que con las suyas.
Los orígenes del totalitarismo
Publicada por primera vez en 1951, Los orígenes del totalitarismo constituye un clásico de la literatura política, que toma cada vez más vigencia en el mundo contemporáneo, porque analiza uno de los fenómenos de verdaderos efectos catastróficos para la humanidad: el totalitarismo.
Modelo de ejercicio del poder basado en el control absoluto de la sociedad, por un líder o grupo, mediante la mentira, la violencia, el terror y la muerte. Hannah Arendt no será la única ni la primera en estudiar esta nueva forma de hacerse del poder. Conjuntamente con ella, Raymond Aron y David Rousset se habían iniciado en el estudio del totalitarismo.
Aron se preocupa, en 1939, en su Maquiavelo y los tiranos modernos, por el futuro de las democracias y se interroga inquieto sobre el auge del totalitarismo. En 1946 insiste en el tópico con más vehemencia en El hombre contra los tiranos. Ya en la década de los veinte otros académicos e intelectuales habían abordado el tema, entre los que se cuentan Ernst Fraenkel, Waldemar Gurian, Franz Borkenau, Boris Souvarine y Rudolf Hilferding.
La novedad de Hannah Arendt es que no solo profundiza en el estudio del totalitarismo, sino que le suma a su estudio su análisis sobre Lawrence de Arabia, sus descripciones sobre el imperialismo británico y su visión del caso Dreyfus bajo la óptica de Marcel Proust. Y lo más importante, la búsqueda del judaísmo perdido. ¿Por qué el antisemitismo encontró base para transformarse en una doctrina social? ¿Cómo el antisemitismo pudo convertir al judío en una figura antihumana?
Pienso que la autora de su biografía, Laura Adler, dibuja con un lenguaje plural, en buena prosa, una visión integral que incluye muchas disciplinas del saber sobre la obra que la honorable profesora Arendt tituló con tanto acierto: Los orígenes del totalitarismo.
El lector se encuentra, como en una feria, con el juego de los laberintos, de los espejos deformantes, en la sala de máquinas del navío de Europa que, desde la Revolución francesa hace aguas por todas partes, y cede a las oleadas de los nacionalismos más bárbaros y de las ideologías más maléficas, el imperialismo y el racismo.
Auténtica cartografía de los males del siglo XX, Los orígenes del totalitarismo es una obra capital para entender cómo pudieron los pueblos adherirse a la idea del genocidio, cómo se rompió nuestro pacto social, cómo se desmoronó la hipótesis de una sociedad de las naciones y cómo aceptamos lo inaceptable: la inutilidad de la existencia, la sensación de estar de más y el rechazo del otro.
Para Hannah Arendt, el totalitarismo es una forma de gobierno que se diferencia fundamentalmente de la tiranía y la dictadura, en la forma particular en que utiliza el terror. Las dos experiencias analizadas en su libro serán la Rusia bolchevique luego de 1930 y la Alemania nacionalsocialista después de 1938. Las características básicas que distinguen esta forma de gobierno pueden enumerase de la siguiente manera:
- Concentración del poder en un líder único.
- Sustitución de los partidos por un movimiento de masas.
- Utilización total del terror como forma de dominación.
- La progresiva abolición de las libertades y los derechos humanos.
- La coexistencia del poder real y el ostensible.
- Uso de la propaganda y el sistema educativo para adoctrinar.
- Supervisión centralizada de la economía.
- Utilización del derecho a través de la manipulación de la legalidad con el propósito de lograr sus fines.
Resulta muy difícil y doloroso explicar cómo los seres humanos llegamos a implementar una forma de poder tan perversa, inhumana y contraria a los valores esenciales conquistados a lo largo de la historia a un alto costo para la humanidad. ¿Cómo descendimos a niveles de barbarie tan insólitos? ¿Por qué aceptamos un crimen de tal magnitud y por qué después toleramos que se banalizaran sus consecuencias?
La historia corre y la conciencia no es un pizarrón de donde pueden borrarse los crímenes de lesa humanidad que cometemos unos contra otros. En las nuevas versiones latinoamericanas de populismo de intenciones totalitarias –si es que podemos darles algún nombre a esos engendros maléficos de poder, mezcla de la más pura maldad y afán de lucro–, de los gobernantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, es mucho lo que de condición humana y tejido moral y espiritual se ha dañado de manera irreversible en estas sociedades que, como el tiempo perdido y el mal causado al prójimo, jamás podrá compensarse.
La ciudadana estadounidense
La aparición de Los orígenes del totalitarismo coincidió con el otorgamiento de la ciudadanía estadounidense en 1951. Después de casi una década de haber arribado a suelo norteamericano, con su madre Martha y su esposo Heinrich Blucher, y de desempeñarse en oficios no muy bien remunerados, por fin consiguió cierta estabilidad cuando su compañero de vida consiguió ingresar como docente en una universidad.
Quien haya estudiado la personalidad y la obra de Hannah Arendt podrá percatarse con facilidad de que no encajaba específicamente con ninguna rama del saber. Adler declara que lo que más molestaba a sus amigos, no eran tanto sus argumentos, sino su tono; percibido como frío e hiriente.
Le gustaba la apasionada controversia sobre lo correcto o la verdad. Profesaba un juicio rápido y tajante sobre personas y situaciones con su constante postulado de pensar y comprender. No me justifico frente a la estupidez. Estamos tan acostumbrados a entender la pasión y la razón como opuestos, que la sola idea de un pensar apasionado, en el que pensar y ser vivo se compenetran, nos asusta.
No soy filósofa ni historiadora. Se colocaba a medio camino entre ambas, en el campo de la teoría política y su obra la levanta sobre su relación con la experiencia histórica. El mal, afirmaba, nunca es radical, es extremo. Solo el bien es radical y profundo. Para ella comprender es poder conceptuar. Yo me sirvo donde puedo y tomo lo que pienso.
Los últimos años de una gran mujer
Era una mujer muy activa, enérgica, de una fortaleza de hierro, incansable, serena, inflexible en los propósitos y muy dura y exigente con ella misma. Sin compasión frente a los demás, pero sobre todo frente a uno mismo. Todos respetaban el eros de la amistad que practicaba y el eros de su intransigente pensamiento, nutridos por la fuente de la teología y la poesía.
Los últimos años de su vida fueron muy intensos. En 1959 obtuvo una cátedra como profesora invitada a la Universidad de Princeton. Sería la primera mujer en conseguir esa distinción. En 1961 recibe la invitación de la Universidad de Northwestern como profesora visitante. Entre 1963 y 1967, catedrática de la Universidad de Chicago y entre 1967 y 1975, en la Graduate Faculty de la New School for Social Research en Nueva York.
El 11 de abril de 1961 se inició en Jerusalén el juicio a Adolph Eichmann, detenido en Argentina por fuerzas especiales israelitas. A Hannah la contrata la dirección de la revista New Yorker a cubrir el proceso. Publica cinco reportajes sobre el juicio, pero sus argumentos críticos levantan una polémica de tal magnitud que la obligan a escribir un libro titulado: Eichman en Jerusalén. La banalidad del mal.
Su visión acerca del juicio puede resumirse de la siguiente manera: Un gran espectáculo político para sacar provecho el gobierno israelí. Un proceso donde se banalizó el mal. Dio la impresión de un simple ritual judicial contra uno de los miles de responsables que también se justificaba en la obediencia debida a órdenes recibidas.
La pregunta a Eichman no era por qué obedeciste, sino por qué colaboraste. Las atrocidades cometidas contra el ser humano se disuelven bajo la óptica administrativa de la obediencia, al igual que la deslealtad en el amor se repite si no se va al fondo del origen.
No se fue a las raíces del asunto: el sufrimiento de los judíos, del pueblo alemán y de la humanidad entera. Un crimen de naturaleza nueva requería un enfoque diferente de la justicia. Los más fuertes cuestionamientos a sus impresiones, fueron sobre el énfasis colaboracionista, que puso la profesora Arendt, a los consejos judíos con los nazis.
Se aproxima el final
En agosto de 1975, pocos meses antes de su fallecimiento, se cita con Martin Heidegger, quien le responde en una misiva: Tendremos muchas cosas que decirnos y más aún que meditar. Llega a Friburgo a la hora exacta, según lo acordado. De la cita regresa muy deprimida, le confiesa a su amiga. Heidegger se ha vuelto de pronto muy viejo, muy cambiado respecto al año pasado, muy sordo y lejano, inaccesible como nunca hasta ahora.
Gunter Stern, su primer marido, da señales de vida y le escribe cartas desesperadas, habla de su deterioro físico y psicológico, así como de una mortífera soledad. Según Adler, Hannah tiene cada vez más la sensación de ser un fantasma entre fantasmas que se alejan de ella inexorablemente.
Ha comenzado a releer sus libros preferidos del pasado. Se reencuentra con San Agustín que, muy temprano en la historia de la filosofía, tuvo la intuición de que en nosotros lo que se haya en guerra no es la carne sino el espíritu en cuanto voluntad, ese yo más profundo del hombre en el interior de sí mismo y erigido fundamentalmente contra sí mismo.
Dones poéticos
Se dice en sus solitarias reflexiones, la muerte es el precio que pagamos por haber vivido. Es de miserables no querer pagar ese precio. Es la misma idea del comienzo. Sabía, como buena heideggeriana, que vivir es saber morir. Desde la adolescencia, había integrado en su cuerpo y en su corazón la idea de que iba a morir.
Evoca de nuevo a Kant, de quien leyó a los 16 años Crítica de la razón pura, esta vez en su Juicio Crítico: Quien se entrega a especulaciones sobre la vida después de la muerte es semejante a la oruga que sabe que su único destino es convertirse en mariposa.
Su muerte es abrupta, sin dolor, sin aviso. Le falló el corazón. Esta vez, la segunda, de manera definitiva. Había terminado La vida del espíritu, precedida de un poema de Wystan Auden, el gentleman irresistible, de quien ella había afirmado que había transformado el cogito de Descartes en Me aman luego existo:
Hunde tus manos en la ola húndelas hasta el puño y mira al fondo de la pila para ver lo que has perdido. El glaciar martillea en el armario, el desierto gira en la cama y la fisura de la tasa da acceso al país de los muertos.
Siento que cuando exaltamos la obra de Hannah Arendt, por causas muy naturales, dirigimos toda nuestra atención a sus aportes a la filosofía, la historia y la política, olvidando su condición de poeta de extraordinarios y sublimes dones. He aquí uno de ellos:
SUEÑO
Pies levitando con patético fulgor. Yo misma, También yo bailo liberada de la gravedad hacia la oscuridad y el vacío. Espacios comprimidos y proscritos de tiempo pasado, lejanías recorridas soledades perdidas comienzan a bailar, a bailar. Yo misma, También yo bailo Con irónica temeridad nada he olvidado: conozco el vacío y conozco la gravedad, Con irónico fulgor bailo y bailo.
Tres pensamientos de esta dama de oro para afrontar la vida: nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje. Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente lo mismo a través de los siglos.
Nada de lo que usemos, escuchemos o toquemos podrá expresarse en palabras de igual manera a como lo percibimos a través de los sentidos.
Hay un precepto bajo el cual he vivido: prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga.