El conflicto Hamas-Israel nos encara otra con la eterna polémica ¿encrucijada? sobre la verdad y la ética en la cobertura de los conflictos. Encontrar la verdad en situaciones de guerra es casi como buscar el hombre honesto con la lámpara de Diógenes de Sinope. La «norma» histórica, desde los tiempos de Esquilo, es que la verdad es la primera baja cuando estalla un conflicto. En las guerras contemporáneas la verdad está inerme, indefensa y más vulnerable que nunca ante las armas digitales con las cuales cuenta la desinformación y la posverdad.
La cobertura de los conflictos siempre conduce a encendidos debates, a veces explosivos. Todos son complejos y ambos lados (cuando son dos) manejan una parte de la verdad. No hay tal cosa como una guerra de película, con unos «buenos» y unos «malos» claramente identificados. Las guerras reales transcurren en un pantano de grises bañado de sangre inocente y en volúmenes superiores a los de Tarantino.
En los conflictos del pasado, la mirada de un tercero (los periodistas independientes) permitía construir una visión panorámica y menos sesgada ante las partes enfrentadas. Eran ellos los que le contaban a quienes no estaban en el frente lo que ocurrían. Arriesgaban la vida para, con la tecnología de cada época, hacer llegar su versión de la guerra. A veces ingenua, a veces manipulada, pocas veces químicamente pura. No era sencillo. En nuestros días es peor en todos los sentidos..
Hamas-Israel quejas de ambos lados
El 7 de octubre cuando militantes y milicianos de Hamas entraron a sangre y fuego en territorio israelí, escaló no solo el conflicto bélico entre ambas partes sino la guerra digital. Un asalto sin cuartel a la verdad. Con lamentos, críticas y acusaciones de manipulación contra quienes en el pasado fueron la mirada aparentemente neutral: los reporteros, la prensa.
Mientras un lado acusa a los medios de comunicación tradicionales de alinearse con Israel. Hace unas semanas la editora asociada de The Swaddle, Rohitha Naraharisetty, a propósito del bombardeo al hospital Al-Ahli acusó a los medios de comunicación “más poderosos del mundo» de ser cómplices de la “era de la desinformación” al transmitir las “afirmaciones no verificadas del ejército israelí”.
Los israelíes, del otro lado tienen muchas razones para estar conformes. El portal Honest Reporting se muestra capcioso ante la oportuna y puntual presencia de los fotógrafos de Gaza que cubrieron la masacre del 7 de octubre para las agencias internacionales. Se pregunta: “¿Aprobaron los respetables servicios de noticias que publicaron sus fotografías su presencia en territorio enemigo junto con los terroristas infiltrados? Y acusa: A juzgar por las imágenes de linchamientos, secuestros y asaltos a un kibutz israelí, parece que se ha traspasado la frontera no sólo físicamente, sino también periodísticamente”.
Entre desinformación y posverdad
Desde los antiguos griegos se sabe que por la misma puerta por la que entran los guerreros sale la verdad. El conflicto Hamas-Israel no es la excepción. Sin duda, los avances tecnológicos han influido en la cobertura de los conflictos. La manipulación de la información, o la mentira flagrante, por parte de los bandos, sigue siendo una constante, pero más refinada en su presentación y en la aplitud de su difusión. La irrupción de Internet, las redes sociales y la inteligencia artificial multiplican las operaciones de desinformación y consolidan la posverdad.
Si en algo atina Naraharisetty es en su disección de los patrones actuales de desinformación y de la naturaleza cambiante de las noticias. Señala la cobertura de los hechos por los medios como confusa y de “escasos esfuerzos por verificar definitivamente el origen del ataque”. No yerra cuando apunta su dedo acusador a las redes sociales como herramientas de la desinformación.
También acierta cuando afirma que lo que empeora las cosas es que las vías para responder a la desinformación cada vez son menos. Cita el bloqueo de las redes sociales, cuestionamientos a la credibilidad de los medios de comunicación y los riesgos de muerte que enfrentan los periodistas que intentan informar sobre la realidad de la crisis en la región. Pero el problema tiene más aristas.
Impacto de Internet
Como cabe suponer internet también ha cambiado la guerra. Además de concretar un nuevo campo de batalla, donde se pelea con ciberejércitos de hackers, también ha transformado la lucha en los escenarios tradicionales con medios no convencionales, pero efectivos y decisivos en las guerras híbridas de hoy
La palabra “posverdad” es de uso común desde 2016. Tanto que la RAE incorporó en término sin las largas postergaciones que han tenido palabras más inocentes. Los académicos y su ejército de expertos definen la ‘posverdad’ como «la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales».
Roberto Rodríguez Andrés, experto en Comunicación Estratégica y Comunicación Política de la Universidad Pontificia Comillas, asienta que hay tres elementos clave en esta definición: a) Su relación con la mentira, entendida como una distorsión de la realidad, lo que la convierte en una práctica manipuladora; b) La intencionalidad, lo que significa que para que haya posverdad tiene que existir un agente que, deliberadamente, difunda esas realidades distorsionadas para influir sobre la opinión pública; y c) el hecho de que esta práctica se dirija no solo a las creencias (o pensamientos) de los ciudadanos, sino también a sus emociones.
El concepto, nacido en el marco de la política, rápidamente fue incorporado al mix de estrategias en los conflictos armados. Rodríguez Andrés afirma que la diferencia entre la posverdad, la tradicional mentira y la desinformación se refiere principalmente a dos ámbitos: la difusión y la producción de las mentiras.
Muro de contención
Con respecto a la difusión, el procedimiento tradicional para poner en circulación una mentira era a través de los medios de comunicación. No siempre era fácil porque debía pasar el filtro de periodista y editores, de manuales de ética, de procedimientos y los propios intereses de los empresarios y sus relacionados, hasta la publicidad tenía participación. En la tercera década del siglo XXI ese filtro se ha debilitado. Se impone la progresiva pérdida de objetividad y el alineamiento ideológico de los medios, incluso los que pretenden ser objetivos. Las presiones políticas y económicas, o represivas, pueden ser insostenibles. Otro factor agravante en la crisis de los medios de comunicación tradicionales son las redacciones cada vez más mermadas y profesionales de la información incapaces de ejercer esa función, pero muy obedientes.
La muy inflada presión por la inmediatez, por ser los primeros dar la noticia o por tener el titular más llamativo que genere más clics lleva a no verificar de manera suficiente las historias. «Y lo peor, a sacrificar la escrupulosidad de la verificación en aras de mayor negocio», advierte Rodríguez.
Los generadores de posverdad ni siquiera necesitan de los medios de comunicación para difundir sus mentiras. Tienen a su disposición Internet, las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea (tipo WhatsApp), a través de las cuales pueden expandirlas mucho más rápido y con capacidad de alcanzar mayor audiencia.
Inteligencia Artificial complica el escenario
La producción o creación de la posverdad necesita de expertos. No basta que sea mentira, debe tener un halo de verosimilitud. Una apariencia de verdad creíble. Los progresos de los medios técnicos dificultan en extremo la verificación, la detección de intervenciones o falsificaciones, especialmente con el uso generalizado de la inteligencia artificial. No solo se puede generar información falsamente documentada, sino incluso de fotografías y vídeos que rozan la perfección. Lo que supone un recurso sumamente peligroso.
«Nunca como ahora había tenido la sociedad tantas vías para, aparentemente, estar mejor informada. Pero al mismo tiempo, nunca como hasta ahora había corrido tanto riesgo de ser desinformada o manipulada”.
Roberto Rodríguez Andrés, experto en comunicación estratégica
Desinformación como estrategia
La palabra “propaganda” marca información destinada a influir y persuadir al receptor con fines partidistas. Publicidad orientada a la política. Mientras que “desinformación” se refiere a mensajes esencialmente falsos, diseñados para engañar, asustar y manipular con una apariencia de verosimilitud y credibilidad a un receptor confundido y asustado.
Oriol Navarro y Astrid Wagner, del Instituto de Filosofía (IFS-CSIC), explican que entre ambos términos se dan algunas diferencias y un cierto solapamiento. Actualmente la maquinaria digital de desinformación emplea inteligencia humana y artificial para promover intereses económicos, comerciales, políticos o ideológicos. Utilizan las redes sociales y experimentan tácticas para obtener mejores resultados. Parten de la convicción de que mientras mayor sea el impacto de una crisis social y más incertidumbre genera, mayor será la necesidad de respuestas.
Redes sociales, el campo perfecto
Las redes sociales, por sus propiedades intrínsecas, son una herramienta perfecta para la desinformación. La guerra -el conflicto bélico, ideológico o religioso- añade otros factores, como la exacerbación del antagonismo y las narrativas de blanco y negro que afinan aún más el común sesgo de confirmación.
Navarro y Wagner afirman que los medios se lanzan a suplir esta demanda de información con mensajes centrados en lo emocional que priorizan la inmediatez y la vistosidad. Buscan contenidos excitantes y los encuentran con facilidad en unas redes en donde bulos se generan en avalanchas y velocidad vertiginosa. Si los medios los recogen y publican, multiplican su visibilidad y presunción de verdad.
El inusual bombardeo de desinformación en las redes sociales sobre el conflicto entre Israel y el grupo Hamás puso en alerta a los expertos. Alex Mahadevan, director del MediaWise Institute, un centro que promueve el consumo responsable de información confiable, comentó a Voz de América que la cantidad de datos engañosos sobrepasa lo visto en picos como la pandemia, campañas antivacunas y la invasión rusa a Ucrania. «Esta es francamente la cantidad más intensa de desinformación difundida en redes», afirmó.
Alud de bulos
Los bulos o coñas -contenidos falsos que se han virales en redes sociales- en algunos casos mostraban imágenes de enfrentamientos entre el Ejército mexicano y narcotraficantes como si fuera parte de los ataques en Gaza, o usaban videos de otros conflictos como el de Siria sin el debido contexto. Hasta unos fuegos artificiales en un partido de fútbol en Argelia fueron presentados como bombardeos, entre muchos otros ejemplos.
Los primeros canales para el torrente de desinformación fueron las redes X e Instagram. La empresa de Elon Musk ya se ha ganado varios llamados de atención por potenciar dichos contenidos mediante sus algoritmos sin controles. Los especialistas advierten del grave peligro que implica este aluvión de noticias falsas cuya fuerza aumenta exponencialmente.
Sherif Mansour, coordinador en el Medio Oriente del Comité para la Protección de Periodistas, declaró a Voz de América que la gran cantidad de desinformación se convierte en un problema para los periodistas que cubren el conflicto. La información falsa fluye rápidamente y en grandes proporciones en las plataformas digitales y hacen casi imposible la verificación.
Periodistas incómodos
«Nos encontramos con la paradoja de que tenemos más periodistas dedicados a desmontar bulos que a buscar la información», comentó el periodista Pascual Serrano a RTVE. Según el analista internacional, la información de guerra tiene muchas debilidades por lo que es difícil disntinguir entre verdad y mentira. «Lo más elocuente ha sido el bulo de los 40 bebés decapitados, una mentira que se ha quedado en el imaginario de los ciudadanos y fue repetida por Joe Biden».
Hay muchos mecanismos de desinformación en una guerra. Especialmente cuando se dificulta el acceso físico de los periodistas a la zona de conflicto. El sindicato de periodistas israelíes afirma que hay más de 2.000 periodistas acreditados en Israel. El doble que en la ofensiva de Hamas en 2014. Sin embargo, la prensa extranjera no puede acceder a Gaza por las restricciones impuestas por Israel y Egipto. Beatriz Mesa, corresponsal de COPE, se quejó: «No se puede cubrir desde Jerusalén una intervención de Israel en Gaza. Ahí reside principalmente el problema. La información que se emite es la del Estado de Israel. Para saber lo que está pasando realmente hay que estar en Gaza”.
La Federación Internacional de Periodistas lamenta que como consecuencia de la «asfixia mediática» en Gaza, los medios dependen «de las fuentes ‘oficiales’ de cada parte, sin poder verificar su veracidad». Quienes han cubierto otros conflictos sostienen que si los periodistas hubiesen accedido a Gaza se habría podido esclarecer lo que realmente ocurrió con el hospital Al-Ahli. Pero hasta ahora ni siquiera han tenido acceso a videos que les permitan determinar si fue una bomba en el sitio o un misil.
Letal para periodistas
Reporteros sin Fronteras calcula que el 100% de informadores y cámaras en Gaza son palestinos, sometidos a condiciones de trabajo sumamente precarias, limitados por los bombardeos y la escasez de gasolina y electricidad. Con el agravante de que los periodistas, por ser testigos incómodos, son considerados objetivos de guerra
«Cuando una persona va a una zona de conflicto como periodista, sabe que está expuesta a la violencia. Los grupos armados no respetan al periodista. No respetan el casco de prensa. Con lo cual, según donde te sitúes para cubrir ese conflicto, te puedes convertir en objetivo Esa es la verdadera tragedia de la información en la actualidad».
Beatriz Mesa,corresponsal de COPE
Las cifras del Comité para la Protección de Periodistas le dan la razón. Hasta el 31 de octubre, 31 periodistas habían muerto, 26 eran palestinos, 4 israelíes y uno libanés. También reportó 8 periodistas heridos y 9 desaparecidos o detenidos. El informe más mortífero desde 1992, cuando se creó el CPJ. Supera con creces las cifras de la guerra en Ucrania en la que se han documentado 11 decesos.
Dejar la ética de lado
Tradicionalmente los bandos en conflicto imponen mecanismos para controlar la información que sale del frente. En el pasado lo hicieron con los corresponsales de guerra, periodistas que ingresaban a la zona de combate de la mano de un bando en específico. Obviamente, sus reportes se divulgaban en función de las estrategias de información, propaganda o guerra sicológica. En las guerras del siglo XX, con el surgimiento de las agencias internacionales de noticias, aparecieron los periodistas “independientes”, que oregonaban la objetividad en la cobertura.
Las agencias concluyeron que había un mercado mayor para sus noticias si no tomaban partido. Esa ‘neutralidad informativa’ mereció el respeto (hasta cierto punto) de las partes en conflicto que vieron en esos terceros observadores la capacidad de saltarse el bloqueo informativo del contrario.
En medio de la locura que siempre es un conflicto armado, los periodistas debían responder a sus principios éticos. Uno de los más importante: evitar el sesgo al informar y atenerse a los hechos. La Sociedad de Periodistas Profesionales tiene una serie de pautas y recomendaciones para los periodistas que cubren conflictos. Deben buscar la verdad y reportarla, minimizar el daño, actuar independientemente y ser responsables ante sus lectores, oyentes, televidentes y colegas. Además, deben evitar conflictos de interés, rechazar regalos, favores, honorarios, viajes gratis y tratamiento especial. Así como actividades políticas que puedan comprometer su integridad, imparcialidad o dañar su credibilidad.
Y my importante: deben tratar a sus fuentes, sujetos, colegas y miembros del público como seres humanos merecedores de respeto, equilibrando la necesidad de información del público contra cualquier daño o malestar.
y Profesionalismo o sesgo
El cuestionamiento de Honest Reporting a los reporteros gráficos que cubrieron la masacre del 7 de octubre para las agencias señala el incumplimiento de las normas éticas. Como reconoce RSF el 100% de quienes cubren el conflicto desde Gaza son palestinos y Honest Reporting identifica con nombre, apellido y foto a los cuatro que cubrieron la noticia para AP, Reuters, CNN y NYT. Cuestiona la “oportuna aparición» de los informadores (como los identifica Reporteros sin Fronteras) y que algunas imágenes transmitidas muestra que se perpetraron flagrantes delitos de lesa humanidad.
De uno de los «informadores» en particular muestran una foto en la que aparece muy afectuoso con el planificador y responsable de la masacre. Ahí se puede inferir que tenía información privilegiada de lo que iba a ocurrir. Honest Reporting pregunta si presenciar una matanza de esta naturaleza para vender las fotografías no los convierte en cómplices de crímenes de lesa humanidad. Aunque se cuida de no acusarlos directamente, Honest Reporting es mucho más duro en sus críticas a los medios que los contrataron. Infieren que sabían lo que iba a suceder y no hicieron nada para evitarlo, solo esperar a que sucediera para captar audiencias con las escalofriantes imágenes de sus informantes en el lugar de los hechos.
«Una cosa son los fotógrafos que se unen a una unidad militar en combate y toman fotos, incluso si la unidad ataca a civiles, y otra muy diferente que los principales medios de noticias paguen a personas que conocen planes para masacrar y secuestrar a ciudadanos. Lo que sugiere su apoyo o interés en obtener dinero», aclara Honest Reporting.
Indeseados y necesarios
Aunque varias de las agencias informaron del cese del contrato de estos freelancers, una respondió que solo hacía lo de siempre, dar a conocer lo que pasa, para lo cual contrata profesionales en todas partes del mundo. Una excusa que pone sobre la mesa el debate sobre ética y profesionalismo.
Los reporteros que buscan la verdad son hoy más necesarios que nunca. Se han incrementado las dificultades y son mayores los peligros que afrontan.
En la invasión rusa de Ucrania y en la escalada del conflicto Hamas-Israel se han registrado campañas de desinformación con patrones similares. En especial, tratar deshumanizar a las víctimas de sus acciones, en muchos casos civiles, y bloquear la posible empatía que pueda generar su sufrimiento. Lo grave y peligroso de la desinformación masiva actual es la eficacia de las nuevas tecnologías, El hecho de que afirmaciones no verificadas se presenten como hechos, hasta que se desmienten, indican que la información veraz se encuentra atrapada en un campo minado.
Repetir mentiras indirectamente o buscar la verdad
La presión que las informaciones viralizadas y no verificadas ejercen sobre las redacciones de los medios profesionales es cada vez más corrosiva. Por un lado, distrae recursos en la verificación y demostración de que son falsos. Por otro, la carrera por ser el primero en divulgar una información influye en que con más frecuencia se sacrifiquen las verificaciones y hasta se dejen de lado los principios éticos.
Nunca como ahora las palabras de Winston Churchill tuvieron más vigencia: «En tiempos de guerra la verdad es tan preciosa que debería ser protegida por un guardaespaldas de las mentiras». En las guerras y conflictos modernos ese guardaespaldas habían sido los periodistas. Pero en la era de la posverdad ni los periodistas pueden cumplir cabalmente con esta tarea cuando la mentira está, digitalmente hablando, armada hasta los dientes.