La guerra en Ucrania y la onda sórdida de muerte, dolor, desarraigo, orfandad y crisis, desatada por un paso al frente de Rusia, coloca entre las cuerdas el papel del hombre. Una vez más. En estos tiempos sombríos de la humanidad, urge rescatar el ideario profundo de Günther Anders sobre estos conflictos, sus desastres y el uso o abuso de las tecnologías.
Anders (1902-1992) es uno de los máximos pensadores de la modernidad tecnológica. La obra del llamado “filósofo de la era atómica”, adquirió un halo profético en su momento. Años después se hace actual y, lamentablemente, se confirma en nuestros días.
La Sociedad Internacional Günther Anders, señala en su web, que el intelectual y ensayista dijo en una ocasión, que en realidad no tenía una biografía, sino simplemente biografías. “Segmentos de la vida que están conectados entre sí en diversos grados: la Primera Guerra Mundial, Hitler, el exilio en París y en América, Auschwitz, Hiroshima. La guerra de Vietnam y Chernóbil” fueron las incisiones decisivas en la extraordinaria vida de Anders, que abarcó el siglo XX.
Nació en una familia judía polaca, su padre fue un reconocido psicólogo de la infancia, William Stern, creador del concepto de coeficiente intelectual. Günther adoptó el seudónimo de “Anders” cuando se desempañaba como redactor de notas culturales en el Berliner Börsen-Couroier (revista de la Bolsa berlinesa). Respondiendo al editor que le aconsejó que firmara como otro. En alemán, anders significa justamente “diferente”, “otro”.
A los 16 años, Anders (todavía Stern) había sido soldado en la primera guerra mundial, refiere Rubén H. Ríos, doctor en filosofía y escritor en el portal Perfil. Estudió filosofía en la Universidad de Friburgo donde fue alumno de Husserl y Heidegger. Pertenecía al círculo de sus discípulos judíos: Arendt, Jonas, Löwith, Strauss.
Günther Anders: pensamiento, sensibilidad y coraje
Günther Anders se doctoró en 1923 bajo la dirección de Husserl. Luego publicó escritos filosóficos, periodísticos y literarios en París y Berlín. En 1929 contrajo matrimonio con Hannah Arendt, escritora y teórica política alemana, de la que se separó siete años después. Durante esa época publicó su primer libro de filosofía (de corte fenomenológico). Y la novela “Las catacumbas molusias” compuesta de relatos acerca de un país imaginario, Molusia, gobernado por un poder totalitario, al cual Anders no dejara de referirse en sus ensayos posteriores. Algunos caracterizados por un magistral estilo ironista.
Inquieto por los nuevos desafíos éticos que supusieron los avances técnicos desarrollados a partir de la Segunda Guerra Mundial, fue pionero de la filosofía de la técnica y de los medios. Su preocupación por la «destrucción de la humanidad» le llevó por el camino del pacifismo militante. Se desempeñó como cofundador del movimiento contra la bomba atómica.
El trabajo de Anders ha permanecido durante mucho tiempo desconocido en el mundo de habla inglesa. Tal vez debido a lo que Herbert Marcuse describió como su «pesimismo crítico implacable», sostiene Audrey Borowski en un ensayo sobre el filósofo polaco para AEON. Ella es becaria postdoctoral en el MCMP de la Universidad Ludwig Maximilian de Munich. E investigadora asociada en la Universidad de Oxford.
Sin embargo, comenta, Anders prefiguró temas clave abordados posteriormente por los filósofos Jean-Luc Nancy, Bernard Stiegler, Jean-Pierre Dupuy y Zygmunt Bauman. Y recientemente ha ganado nueva vigencia y relevancia.
Progreso al servicio de las catástrofes
Alarmado por algunos de los efectos sociales del nuevo mundo fantasmagórico que había tomado forma a nuestro alrededor, Günther Anders se dispuso a diseccionarlo. Y descubrir cómo nos había acostumbrado, e incluso nos llevó a abrazarlo.
Es bastante popular la correspondencia mantenida en 1959 con el piloto del avión encargado de evaluar los efectos de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima, Claude Eatherly. Entonces internado en un hospital psiquiátrico, publicada como “Burning Conscience” (1961). Traducida al español como “El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia”.
Anders se deshizo del estilo académico de sus maestros Husserl y Heidegger por un estilo más accesible. Se detuvo para considerar las realidades históricas como objetos filosóficos de pleno derecho. Auschwitz e Hiroshima, en particular, con su producción masiva de muertes a escala industrial, marcaron puntos de inflexión en el pensamiento de Anders. Estas catástrofes habían sido posibles gracias al progreso de la ciencia y la tecnología. Progreso que había puesto en peligro la existencia misma de nuestro mundo.
El advenimiento de la era nuclear había transformado la paz en la preparación perpetua para la guerra. Y en una inversión interesante del dicho de Carl von Clausewitz de que la guerra es una continuación de la política por otros medios.
Anders deploró la ceguera colectiva de los estrategas y los políticos, su inconsciencia al tratar de instrumentalizar la amenaza de aniquilación con fines políticos. Una apuesta que dependía de su propia ignorancia. A principios de la década de 1940, escribió según la traducción de Audrey Borowski: “Ninguno de nosotros tiene un conocimiento acorde con lo que podría ser una guerra atómica. Lo que significa que, en este campo, nadie es competente y que el apocalipsis está por tanto, por esencia, en manos de los incompetentes”.
Retroceso de la moralidad humana
Escribió más: “El uso moderno de la energía nuclear ha difuminado la distinción entre civiles y militares y ha vuelto omnipresente la posibilidad de un desastre. Se había traspasado irremediablemente un umbral cuando la humanidad colgó deliberadamente una espada sobre su cabeza. Y creó las condiciones para su autoaniquilación”.
Para Günther Anders, apunta Borowski, los desastres del siglo XX eran simplemente el resultado lógico de un proceso pernicioso que ya había estado en marcha durante muchos años. Que implicaba la exclusión gradual de la humanidad de todos los procesos de producción. Y, en última instancia, del mundo creado por esos procesos. La verdadera catástrofe en este sentido, que Anders esperaba hacer “visible por primera vez”, residía en la transformación de la condición humana.
Una transformación que se había vuelto tan naturalizada e imperceptible como destructiva. “La bomba atómica”, argumentó, era “por lo tanto, el último emblema de una fuerza sobrenatural e inquietante. Canalizada por objetos tecnológicos complejos: ilumina que cuanto más crece “nuestro» poder tecnológico, más pequeños nos volvemos. Cuanto más incondicional e ilimitada sea la capacidad de las máquinas, más condicionada será nuestra existencia.
Al igual que su primera esposa, la filósofa Hannah Arendt, Anders se detuvo a reflexionar sobre el retroceso de la moralidad humana. Y sobre la capacidad del hombre para suspender su capacidad de reflexión, para despedirse de su sensibilidad y empatía. Ninguna tarea era más apremiante que examinar aquellos procesos “inscritos en el corazón mismo de nuestra modernidad técnica”, lo que significaba que “la repetición de lo monstruoso no sólo es posible, sino probable”.
Diversión y felicidad
Algunas de las predicciones de Günther Anders son inquietantes en su presciencia (conocimiento de las cosas futuras) de cómo los dispositivos y las máquinas han llegado a mediar en nuestros pensamientos. Discusiones, ideas e incluso relaciones, llenando nuestras mentes con una frivolidad adictiva y pacificadora, comenta Borowski.
Dirigir masas a la manera de Hitler se ha vuelto superfluo: si se quiere despojar al hombre de su personalidad (e incluso enorgullecerlo de ser un don nadie). Ya no es necesario ahogarlo dentro de la masa. Ninguna despersonalización. Ninguna degradación del hombre es más eficaz que la que parece preservar la libertad de la personalidad y los derechos de ese individuo. Cada uno se somete por separado al proceso de “condicionamiento”, que funciona igual de bien en las jaulas donde los individuos ahora están confinados. A pesar de su soledad, en sus millones de unidades aisladas.
Este tratamiento es discreto ya que se presenta como una diversión. Oculta a su víctima los sacrificios que le exige y la deja con la ilusión de una vida privada o al menos de un espacio privado. Llenaremos la mente de las personas con lo que es fútil y divertido. Es bueno evitar que la mente piense a través de la música y la charla incesantes. La sexualidad se colocará al frente de los intereses humanos. Como tranquilizante social, nada mejor.
En general, nos aseguraremos de desterrar la seriedad de la vida, de ridiculizar todo lo que es muy valorado y de defender constantemente la frivolidad. Para que la euforia de la publicidad se convierta en el estandarte de la felicidad humana y el modelo de libertad.
Nuestra “ceguera ante el apocalipsis”, que según Anders caracteriza a la Tercera Revolución Industrial, nos permite “hacer planes y vivir como si todo… fuera a seguir como antes”.
Apocalipsis ahora
Otro concepto fundamental en Günther Anders es el de “vergüenza prometeica” (prometheischer Scham), destaca Rubén H. Ríos. Se refiere al sentimiento del hombre tecnológico que descubre su “desnivel prometeico”, relativo a Prometeo. Y confiesa a la vez la vergüenza ante su propio origen incalculable y atávico. Resultado de una dinámica espontánea, diferente y opuesta al proceso del objeto producido por las tecnologías como calculable y perfectible. El cuerpo humano es transitorio y rígido, falible y escasamente reformable.
La vergüenza prometeica induce –ahora sí– la reificación del ser humano que se compara con los entes tecnológicos. Y trata de disminuir la distancia con ellos. De modo que transforma su cuerpo mediante tecnologías de ingeniería humana.
Anders plantea en el segundo volumen de su obra magna “La obsolescencia del hombre”, el ingreso de la humanidad en una transhistoria. Si la era atómica señala el umbral del apocalipsis, el tiempo de la espera ha terminado y ya no hay futuro.
Esta época del fin de la historia no constituye una fase a la que le sucede otra sino un tiempo final (Endzeit). En realidad, un tiempo intermedio e indeterminado antes del acontecimiento apocalíptico.
Pacifista y conservador ontológico
César de Vicente Hernando, teórico de la literatura y figura fundamental del teatro político en España, también escribió sobre Günther Anders.
Dijo que los dos asuntos fundamentales de sus obras eran la obsolescencia del ser humano en un mundo regido por las máquinas: la televisión como producción de realidad. La imagen como matriz de verdad. La vergüenza ante la perfección de aparatos cuya repetición los hace siempre nuevos. La manipulación genética como promesa de una futura felicidad.
Y la posibilidad de la aniquilación total de la humanidad. Esbozada con la utilización de las bombas atómicas. La planificación técnica del asesinato de miles de hombres y mujeres en los campos de exterminio nazis, o la amenaza atómica. Todos constituyen los grandes temas de un siglo XX que se prolonga en nuestros días.
En los años sesenta y setenta Günther Anders junto con Heinrich Böll, el obispo Scharf, el teólogo Gollwitzer, el filósofo Ernst Bloch y otros encabezaron el gran movimiento pacifista alemán. Contra el estacionamiento de los cohetes atómicos norteamericanos en territorio germano. Ellos estuvieron también en las grandes acciones pacíficas contra las centrales atómicas.
En 1983 Anders recibió el premio Theodor Adorno, el más alto galardón de la filosofía alemana. Fue en Fráncfort, en la iglesia de San Pablo, símbolo de la Revolución de 1848. Le tocó en suerte al alcalde de esa ciudad, un demócrata cristiano, Walter Wallmann, precisamente enemigo a muerte de las ideas del filósofo, entregarle ese premio.
El político dijo: «Honramos aquí al filósofo Günther Anders porque él nos contradice, nos advierte constantemente, nos sacude». Anders le respondió: «Soy sólo un conservador ontológico, en principio, que trata de que el mundo se conserve para poder modificarlo».
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